GRANADA
«Tengo lo bueno de las dos culturas»
Clotilde Moreno, la primera gitana médica de la provincia, ha ayudado a sus padres a vender en los mercadillos y a cuidar a sus hermanos durante la carrera
TEXTO:/J. J. PÉREZ / FOTOS: TORCUATO FANDILA/ VALLE DEL ZALABÍ
ENTRE MANTELES. Clotilde (primera por la derecha) ayuda a su madre a vender en los mercadillos ambulantes de la provincia.
ImprimirEnviar
Clotilde Moreno es el vivo ejemplo de la superación. A sus 23 años, esta alcudianera se ha convertido en la primera gitana licenciada en Medicina que Granada haya visto graduarse en mucho tiempo. Durante los seis años de carrera, Clotilde no lo ha tenido nada fácil. Ha tenido que romper tabúes, logrando así ser la primera de los cinco hermanos en colgar un título universitario en su casa de Alcudia.
Los libros de medicina de Clotilde se han paseado por los mercadillos ambulantes de toda la provincia de Granada. El volante de la furgoneta familiar ha sido en los últimos años su improvisado escritorio. Clotilde es, sin lugar a dudas, el orgullo de su casa. Admirada por su madurez y confianza en sí misma, nunca le ha faltado valor ni para hacerse cargo de sus cuatro hermanos durante las ausencias de sus padres, ni para conducir un furgón entre puestos de mercadillos. Esta mujer ha tenido el mismo temperamento para romper todos los prejuicios que la separaban de ver cumplido su sueño de ser médico y ganarse el respeto de payos y gitanos.
Entre los méritos más admirados por sus familiares fue el de asistir, cuando aún era estudiante, a la operación de su padre. Éste no cabe de gozo cuando cuenta que se durmió en el quirófano cogido de la mano de su hija, y que ésta lo sustituyó en su trabajo durante casi un año de convalecencia sin dejar los estudios.
Romper tópicos
El primer convencionalismo que Clotilde tuvo que superar fue la vieja creencia de que la mujer que salía de su casa dejaba de ser gitana. Su padre, Justo Moreno, confiesa que recibió consejos de amigos y familiares al respecto. No obstante, Clotilde alaba el gesto de su familia -que hizo oídos sordos-, y la confianza demostrada, que le permitió ver cumplido su sueño. Asegura que su educación «es tan estricta como la de cualquier otra gitana».
Esta médica admira los valores de su cultura. Entre ellos el sentido de familia, el respeto a los mayores, «valores que te permiten saber que siempre cuentas con tu gente». Considera que su condición «ha sido una ventaja» sobre el resto de sus compañeros, ya que, dice, le ha permitido «atesorar lo bueno de las dos culturas».
Según Clotilde, las cualidades que debe tener un buen médico consisten en «saber escuchar y ponerse en el lugar de los pacientes». El ser gitana le ha ayudado «a mirar desde un punto de vista diferente, y ser más tolerante con las creencias personales». Clotilde tiene la mente abierta y considera que la medicina oficial tiene mucho que aprender de otras medicinas que tienen el trato con el paciente como principal virtud.
Todo un ejemplo
Su padre considera que Clotilde es «un ejemplo muy positivo para la gente de nuestra raza». Mientras, ella agradece su tolerancia, y afirma que su «amor a los libros» es una «pasión heredada» de él, que durante años «devoraba cuanto caía en sus manos», a pesar de no tener ningún estudio oficial.
Acudir a los mercadillos donde montaban puesto su padres cada semana no ha impedido que el expediente de Clotilde sea el de una alumna modelo. Sus compañeros de clase consideran que tiene suerte para los estudios. Ella, en cambio, piensa que sólo es cuestión de facilidad y saber aprovechar cualquier ocasión para estudiar, ya que «no importa la cantidad, sino la calidad».
De momento, y a la espera de las notas finales, Clotilde ya ha empezado a ejercer su profesión, y atiende consulta entre los vendedores ambulantes que, como ella, venden en los mercadillos de la provincia.