En la violencia doméstica, la conflictividad matrimonial se manifiesta con toda su crudeza. Los varones protagonistas, dan rienda suelta a su furia, que se desencadena cuando ven en peligro su posición dominante, su papel de director del hogar; cuando creen que van a perder a sus mujeres, consideradas como una posesión más. Mujeres que hartas de esta situación, no aguantan más abandonos, humillaciones y los denuncian. “No es que los problemas, los conflictos o el desamor, no existan en estos sectores sociales, sino que el acceso a los Tribunales es más complicado debido a su situación”, afirma la autora del trabajo de investigación, María Dolores Ruiz Domenech, quien asegura que “recurrir a los Tribunales, aunque sea a través del recurso de pobreza, siempre supone un desembolso monetario, que es muy difícil que posea esta capa de la población. Un pleito corto y por pobre puede costar entre 200 o 300 reales; cifra significativa ya que estas cantidades significan más que el gasto de un mes”.
La investigación llevada a cabo desde la Universidad de Granada, sobre la historia del amor y el desamor en la Granada de Isabel II, ha permitido conocer experiencias, desengaños, esperanzas de mujeres que, desde los márgenes, ya “se enfrentan a la vida, a un divorcio que, como relatan en sus demandas, las deja sin estado en la sociedad, pues se hallarán en una suerte de estatus que no serán ni solteras, ni casadas, ni viudas. He analizado —asegura María Dolores Ruiz– lo que las mujeres sienten, hacen o luchan ante una separación matrimonial porque considero que forma parte de la historia y que es imprescindible conocer la historia para comprender el presente e intentar transformar el futuro. Todo ello en una Granada que asiste a cambios sociales, económicos, políticos y mentales. La Granada adjetivada isabelina, situada cronológicamente entre 1.833 y 1.868, vive las transformaciones socioeconómicas de la construcción de un estado liberal burgués. Una sociedad compuesta por mujeres y varones que se enfrentan a sus vidas de manera distinta, puesto que el orden social se sustenta en la desigualdad genérica, por lo que las consecuencias, planteamientos, vicisitudes que se viven en torno a una demanda de separación varían en función del sexo”.
Según la autora de la investigación, “esta elección no ha sido gratuita, ya que en estos momentos se están forjando cuestiones nuevas: la denominada España Liberal, con transformaciones: económicas (industrialización), sociales (sociedad de clases), políticas (regímenes constitucionales) y mentales (el individualismo).
En lo que se refiere a las mujeres –continúa– se manifiesta en la formación del denominado ángel del hogar, definido por Mary Nash como una figura etérea y abnegada, “ese ángel de amor, consuelo de nuestras aflicciones, testigo inseparable de nuestras miserias, apologista de nuestros méritos, paciente sufridora de nuestras faltas, guardadora fiel de nuestros secretos, y celosa depositaria de nuestra propia honra”. Basado en la diferenciación genérica y en el discurso de la domesticidad: las mujeres ángel del hogar, que buscan su príncipe azul para ser perfectas casadas”.
La casa es el ámbito en el que ellas desarrollan todas sus capacidades sentimentales, emotivas y de sufrimiento, ya que como señala Susan Kirkpatrick, se “suponía que la mujer había nacido para amar a su familia y a Dios y para sacrificarse al bienestar de los padres, el marido y los hijos”. Para ello asumen comportamientos normativos que dificultan su actuación como sujetos. Aunque, la sociedad, siempre deja esos angostos espacios de negociación genérica en donde intentar resolver los conflictos más sangrantes.
He comprobado que en la sociedad patriarcal los discursos son diferentes según el sexo al que se dirigen. Además de constatar las dificultades con las que se enfrentan las mujeres cuando intentan una separación. Separación que lo que busca en muchas ocasiones es legalizar una situación existente. En otras, solucionar la supervivencia económica y material, ya que la especialización de las mujeres en el ámbito privado, las ha convertido en la pieza más frágil del sistema doméstico. En la mayor parte, para garantizar su supervivencia física. El divorcio visto desde los ámbitos de poder es algo que a priori no se contempla, no es deseable, e incluso llega a ser considerado como un mal que destruye la familia, como señala Inés Alberdi.
El análisis de la conflictividad matrimonial en la Granada isabelina ha permitido conocer experiencias, vidas desarrolladas en una sociedad cuyas formas patriarcales lo abarcan todo: leyes, costumbres, relaciones personales, mentalidades, que impiden o dificultan la contestación, el desafío, la transgresión o simplemente el recurso para asegurar la mera supervivencia.
Para más información: María Dolores Ruiz Domenech
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