ASTURIAS
Campos de golf, handicap urbanístico
Un golfista, en el campo de Llanes, con el mar al fondo.
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Los expertos solicitan cautela en la implantación de estas instalaciones, permitidas por el plan del litoral, pero vinculadas a operaciones residenciales
Gijón, J. MORÁN
Hace falta tanta calma y serenidad para jugar al golf como para decidir la implantación en Asturias de campos de este juego de origen escocés. Esto sostiene el urbanista Ramón Fernández-Rañada, redactor del Plan de Ordenación del Litoral Asturiano (POLA), que fue aprobado definitivamente el pasado mayo por el Principado y que prevé usos de suelo para actividades al aire libre donde encaja el golf.
Rañada, que excluyó estos campos de juego en la redacción inicial del POLA, apela a la cautela y señala sus handicaps territoriales: «Sólo un 18 por ciento del suelo de Asturias es llano, y si se sigue consumiendo la reserva de ese suelo, dentro de ocho o diez años nos podemos enterar de lo que hemos hecho».
El urbanista enfoca esta tesis general al caso del golf, sobre el que indica que «dentro de las actividades al aire libre es la de mayor consumo de suelo, con necesidades de no menos de 50 hectáreas por campo».
Pese a considerarse a sí mismo alejado de «la postura de los ecologistas», más radical, Rañada plantea otras precauciones sobre el golf. «Dejo de lado el problema del consumo de agua, menor en Asturias, pero entro en el grado de artificialización del paisaje que suponen estos campos, en los movimientos de tierra necesarios y en el uso o no de especies vegetales autóctonas».
Todo ello ha de ser analizado en «estudios de impacto ambiental específicos, para que los supervise la CUOTA» -Comisión de Urbanismo y Ordenación del Territorio de Asturias-, «ya que los campo de golf entran dentro de los usos autorizables». Rañada sintetiza su postura en que «esto debe ser usado con gran moderación o acabaremos viendo macizada la costa con urbanizaciones y campos de golf».
Pese a esta enumeración inicial de objeciones, el golf no se detiene. Ya en los años veinte del pasado siglo, el sociólogo Thornstein Veblen -en su «Teoría social de la clase ociosa»- explicaba el auge de este juego advirtiendo de que los enormes espacios que precisa son signo de ostentación y de distinción de clase.
«Pero hoy ya no llegan en Bentley, o Rolls, o Mercedes 500 los jugadores de golf al campo; hoy es un deporte popular, con 90.000 federados en España, además de que su práctica es recomendable desde el punto de vista de la salud», señala Eduardo Roca, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Granada y experto en cuestiones legales sobre la creación de campos de golf. Roca agrega el aliciente turístico: «Un turista extranjero duplica su estancia en España de tres a seis días si juega al golf». Entre el consumo de golf autóctono y el foráneo, los datos finales son elocuentes. En España se crean cada año 21 instalaciones de golf; existen en la actualidad 293 campos y se estima que en una década habrá 500, según datos difundidos por Greenpeace en su informe anual.
Y Asturias está metida de lleno en este torbellino. La región cuanta con once campos en activo -cinco públicos-, pero que son sólo la mitad de lo que se espera. «Hay unos veinte proyectos en marcha, desde el tanteo a la tramitación en los ayuntamientos», calcula Fructuoso Pontigo, portavoz de la Coordinadora Ecologista. Los concejos aspirantes a campos de golf son los interiores de Parres y Peñamellera Baja, pero, sobre todo, los costeros de Valdés, Ribadesella, Caravia, Colunga, Cudillero y Gozón. Este último se lleva la palma, con cinco proyectos, en Verdicio, Moniello, Manzaneda y Podes, donde la última propuesta acaba de ser presentada: un millón de metros cuadrados para campo de golf de 18 hoyos, un hotel y unas 150 viviendas unifamiliares.
No obstante, de todos esos planes ninguno ha llegado como expediente a la CUOTA, según indica Javier Izquierdo, director general de Ordenación del Territorio. Para Izquierdo, los campos de golf tienen dos vertientes. «Con un estudio de implantación se puede proponer la creación de un campo, y si viene solo, no habría problemas para su autorización, si se cumplen las condiciones medioambientales». Sin embargo, agrega el director general, «si el campo de golf viene con otras cosas, habrá una mayor complejidad y habrá que verlo a fondo para respetar el POLA en cuanto a las edificaciones».
Éste es el meollo de la cuestión. Los campos de golf no vienen solos. En términos generales, el 70 por ciento de los campos españoles está relacionado con algún proyecto inmobiliario, y, según los promotores, «la proximidad de un campo revaloriza un inmueble entre un 15 y un 20 por ciento», según Greenpeace.
«Los campos de golf no existen como tales; nadie quiere ponerlos, salvo los de promoción municipal, sino que son un ariete que maneja una empresa inmobiliaria como reclamo», señala Fernández-Rañada, quien advierte del «peligro» de esta situación «dado el bajo nivel de coordinación entre administraciones».
Sin embargo, Eduardo Roca razona que «los campos han pasado de construirse originariamente sin necesidad de autorización, como comprobaríamos por ejemplo en Puerta de Hierro (Madrid), a contar con autorizaciones turísticas en los años ochenta, y, finalmente, a verse amparados por la liberalización del suelo del PP en 1998, que considera urbanizable todo suelo no protegido». Este factor legal explicaría la eclosión de estas instalaciones, de manera que «se ha resuelto el problema y ahora se negocia con las administraciones», añade Roca.
Sin embargo, Asturias es diferente. Su legislación territorial es de las más restrictivas de España, «porque desde el PGOU de Gijón de 1983 se establecieron calificaciones de suelo en términos de protección que luego han sido trasladadas a todos los planeamientos asturianos y que protegen incluso de la normativa de 1998», expone Rañada, autor de dicho plan gijonés.
Sin embargo, el ecologista Pontigo advierte de que «el POLA ha permitido una contradicción, protege la franja litoral a la vez que permite los campos, y en el último consejo sectorial de Medio Ambiente se lo dijimos a la viceconsejera, Belén Fernández, y nos dijo que vamos a ser cuidadosos». Pontigo prefiere reenfocar la eclosión del golf a la «eclosión de las segundas residencias, porque los campos van a tener una vida efímera, y lo que quedarán serán los chalés». El ecologista agrega que «no podemos competir con el turismo de calidad de otros lugares de España y el golf será en Asturias un asunto a largo plazo. Mientras, los ayuntamientos quieren cobrar licencias, el IBI, etcétera».
Y un último apunte: «Tiene el problema de transformar el entorno rural asturiano y desaparecerán las praderías típicas». En este punto, Rañada es menos radical: «Depende de si se sigue la escuela americana o la inglesa en la construcción de campos de golf; el primer campo de golf de la historia, el de Saint Andrews, en Escocia, es un ejemplo». Salvados los handicaps territoriales, podrían llegar los handicaps únicamente golfísticos.
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