TRIBUNA
Fray Diego de Guadix y su diccionario de arabismos granadinos
CARLOS ASENJO SEDANO/
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ESTAMOS ante una obra fundamental en la historiografía y lexicografía granadinas (la de todo el antiguo reino nazarí de Granada) en el siglo XVI, con sus antecedentes previos y sus secuelas semánticas posteriores: Recopilación de algunos nombres arábigos, que ya, a finales del siglo XVI, escribiera el franciscano accitano fray Diego de Guadix, allá en Nápoles (1593), y que nunca hasta hoy se llegó a imprimir y editar, y cuyo único ejemplar manuscrito, matriz, tras diversas vicisitudes y propietarios, acabó en la Biblioteca Colombina de Sevilla, de donde ahora lo han rescatado los profesores Elena Bajo Pérez y Felipe Maíllo Salgado, para su estudio y publicación, en la Bibliotheca Arabo-Románica et Islámica de la Universidad de Oviedo. Una obra prácticamente desconocida, o al menos leída, incluso para los eruditos y especialistas, sobre todo en su extensa totalidad, auque sí citada con frecuencia -«de oídas que non de vistas», como decía aquel rey castellano de una admirada princesa mora- y de la que se han alimentado no pocos estudiosos, unas veces citándola, y la mayoría de matute, incluidos los grandes lexicógrafos de nuestra lengua, antiguos y modernos, y al que no poco debe don Pedro Suárez, el autor de la benemérita obra Historia del Obispado de Guadix y Baza (l696).
De este nuestro fray Diego de Guadix siempre se supo, y se sabe, muy poco, a pesar de que su Recopilación se asoma con frecuencia en estudios y referencias especializadas. Algo, sobre nuestro fraile, dejó ya reseñado, aunque escaso, el otro franciscano, Alonso de Torres, en su Crónica de la Santa Provincia de Granada (1683), aunque fue fray Darío Cabanelas -también franciscano y profesor en nuestra Universidad de Granada, y mío- quien, atraído por su vida y obras, procuró investigar más en ambas, debiéndose a él, fray Darío, la mayor aportación de datos sobre su hermano de religión. Así, por todas esas aportaciones, sabemos que nuestro fraile nació en Guadix, ignorando su nombre familiar, aunque posiblemente ligado a la familia Villalta, relevante en su ciudad, hasta el punto de haber dejado, hasta hoy, su topónimo en el callejero urbano, familia ésta muy vinculada al convento de San Francisco de Guadix, como sus vecinos los Pérez de Barradas, luego marqueses de Cortes, con enterramiento suntuario en ese convento, del que eran patronos. Es de suponer que nuestro hombre hiciera sus primeras letras y su vinculación con los franciscanos en esta orden asentada en Guadix por los Reyes Católicos, precisamente para el adoctrinamiento cristiano de los indígenas musulmanes, y por ello forzados al conocimiento del árabe, sobre todo dialectal, y más concretamente la modalidad usada en estas tierras granadinas, y más accitanas o guadisíes, cuyos vecinos iban a ser los sujetos pasivos de ese adoctrinamiento.
Se formaría, pues, en Guadix, en su convento franciscano, donde tomaría hábito, y desde donde, después, pasaría a Úbeda, tan vinculada poblacionalmente con Guadix en razón a los Repartos de la ciudad accitana, musulmana, a favor de los repobladores de la Alta Andalucía. En todo caso, a Úbeda fue «un religioso de cuyo espíritu y prudencia pudiesen tener sus mercedes la satisfacción y el sosiego que sus conciencias desean». (Comisario general de la Orden a los Señores y Marqueses de Jódar). Luego pasa como Visitador a la provincia de Canarias, tras lo que, en l587, es nombrado Intérprete de Lengua Árabe en el Tribunal de la Inquisición de Granada y su Reyno en razón de sus saberes en la dicha lengua, seguramente que bien iniciado en ella por algún su paisano docto de entre la población musulmana, entre los cuales, sabemos que no sólo había eruditos de lo arábigo sino también de lo judaico, precisamente por los años y días de nuestro fraile.
Como consecuencia de su erudición y conocimiento del árabe, tanto dialectal como clásico, es llamado a Roma (1590), donde parece que compuso ésta su famosa Recopilación , y en donde, por encargo del Obispo de Guadix, gestionó, y consiguió, del Papa Sixto V, también franciscano, el Oficio Litúrgico de san Torcuato, cuya vida y obras investigó profusamente.Vuelto a España, años después, fue designado Guardián del Convento de san Francisco de Córdoba Profesor, teólogo, adoctrinador de moriscos Murió en olor de santidad y fue enterrado en su convento de San Francisco de Guadix, en 1615, señal evidente de su vinculación con su ciudad natal, cuyas loas hace con profundo enamoramiento en esta Recopilación
La obra capital de este fray Diego, obviamente, ésta su citada Recopilación aunque es posible que, en esta línea, sea también autor de otros trabajos más breves, que, en todo caso, no conocemos, salvo informes sobre traducciones del árabe derivadas de su cargo profesional. Por consiguiente, aquí y ahora, hay que centrarse en esta Recopilación , de la que yo, desde hace unos años, tenía una copia procedente de la Colombina, gracias a la dili- gencia y generosidad de mi buen amigo, el escritor Joaquín Valverde, y que, en compañía del profesor Manuel Espinar, ofrecimos a alguna institución granadina, para su estudio y posible edición, tal como ahora ha hecho la Universidad de Oviedo, aunque con menos suerte y ninguna contestación, algo que tampoco nos sorprendió mucho
En concreto, esta Recopilación es una extensísima obra, amén de su transcripción, examen y estudio, este amplio y minucioso, de los profesores arriba citados, de unas 1.300 páginas, a doble columna su texto, en el cual nuestro fraile, con una prolijidad encomiable y difícilmente igualable y menos superable, ha recogido todo, o al menos la mayor parte, de todo el léxico de su época – tanto nombres, como adjetivos o verbos-, pero sobre todo, topónimos e hidrónimos, vigentes en su época, siglo XVI, con especial énfasis por los conocidos por los granadinos, cultos o del común, así como también los reunidos a través de la bibliografía ad hoc de entonces, sobre todo los anotados en obras geográficas o históricas, con una prodigalidad que aturde, con especial atención a los que fray Diego piensa que pueden tener algún parentesco con la lengua árabe o sus formas dialectales andalusíes, y más si corren en el habla popular granadina (sin desdeñar el latín u otra lengua), a cada uno de cuyos términos o entradas el fraile aplica y explica lo que entiende ser su etimología, así como su significado y su historia, más algún comentario particular, propio de su cultura, (a veces, como no podía ser menos para aquel tiempo, desorientado), pero que, en todo caso, nos ponen en conocimiento con el léxico de aquella época, y su significado entonces, amén de su interpretación más o menos erudita, o popular, panorama lingüístico, y hasta social, del mayor interés por tratarse de una sociedad de credos y lenguas tan diferentes y enfrentadas, con la convivencia árabe/musulmana/castellana/cristiana muy agitada y en plena ebullición de fusión, por una parte, y de absorción, por otra. Y cómo aquel léxico era interpretado.
Al efecto, los estudiosos críticos de esta obra, sus editores antes reseñados, llaman la atención sobre las escasas recurrencias bibliográficas de nuestro fraile para redactar su obra, más allá de las obligadas referencias a los autores clásicos y de autoridad, sin que, por otra parte, se tenga la menor idea de cómo llegaron al conocimiento de nuestro fray Diego tal cantidad de términos como él analiza y estudia. Todo, como se ha dicho, completado con un sinfin de hipótesis interpretativas que dejan sorprendido al lector, por su riqueza cognoscitiva tanto como por su intuición lingüística, lo que hacen de esta Recopilación Una obra única y singular en su género, no sólo por la riqueza de su contenido sino también por su técnica y su planteamiento, de una modernidad que constituye una auténtica pionera para obras de esta clase.
Como se ha dicho, buena parte de los mejores estudiosos de nuestra lengua la citan, aunque no la conocen. Algunos también la ignoran, no por menosprecio sino por ese desconocimiento. Sus precedentes no se encuentran ni en Nebrija ni en Pedro de Alcalá, que tienen otros planteamientos lingüísticos. Por eso su obra viene a ser única por su originalidad. Y como máximo aval de ella baste decir que, si todos los estudiosos de nuestra lengua, antiguos y modernos, han bebido en el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de Covarrubias, hermano del obispo de Guadix, Juan de Horozco y Covarrubias, el autor del Tesoro tomó mucho de su obra de la Recopilación de nuestro fraile, bien por vías de su hermano, el obispo, bien por cualquier otro medio, como el mismo Covarrubias lo indica expresamente, aunque también muchas otras veces se lo calla o sólo lo da a sobreentender. En todo caso, esta Recopilación es una obra excepcional. Y del mayor interés para el conocimiento de los avatares del habla de los granadinos. CARLOS HERNÁDNEZ