Cada vez que empiezan a sentirse los efectos de una nueva etapa de sequía se plantean en España las mismas preguntas: ¿asistimos a un cambio climático que hará aún más seca nuestra tierra? ¿hasta cuándo durará? ¿se toman las medidas adecuadas para prevenir sus efectos (ahorro de agua, uso racional, trasvase, construcción de embalses, depuración y uso de aguas residuales, etc.)? Se trata de interrogantes que deben contemplar la doble función del agua para nuestras sociedades y para la naturaleza: como recurso económico y como bien ecológico.
Es ésta una doble función muy interrelacionada: sin una naturaleza sana no existe el agua como recurso para uso humano en la agricultura, la industria, la ganadería, el esparcimiento, etc.
El Prof. Javier Cruz San Julián, del Instituto del Agua de la Universidad de Granada, dirigirá el próximo verano un nuevo curso sobre la problemática del agua, dentro de las actividades programadas por el Centro Mediterráneo en Lanjarón.
Cruz San Julián recuerda que, desgraciadamente, hablamos de la sequía sólo cuando llega y que habría que concienciarse del hecho de que el problema es permanente. Su solución debe venir, por tanto, del incremento de inversiones de las administraciones –que poco a poco viene produciéndose-, pero también de un nivel mayor de concienciación del conjunto de los consumidores y de su asunción de la totalidad de los costos ocasionados por el agua puesta a su alcance.
Comercialización del agua
La consideración del agua como bien económico, que permite obtener beneficios a quien tiene derechos sobre ella y la comercializa, ha venido planteando no pocas polémicas. La reciente normativa publicada por el Gobierno Español viene a reconocer este hecho, si bien no llega aún al fondo de la cuestión. “En EE.UU., por ejemplo –señala Cruz San Julián-, se da el caso de agricultores que venden sus derechos sobre el agua a grandes núcleos urbanos, de acuerdo con las leyes del mercado, porque les es más rentable que regar”.
Se trata de una política anunciada por la Unión Europea, “que plantea para el horizonte del año 2010 el objetivo de que cada usuario pague la totalidad de los costos ocasionados por el agua que utiliza: construcción y mantenimiento de infraestructuras, potabilización, tratamiento de las aguas residuales, etc. Ello será posible mediante la aplicación de las oportunas tarifas a los usos del agua en los diferentes sectores económicos (hogares, industria y agricultura). Es obvio –afirma San Julián-, que esta medida dará lugar a un debate social complejo, sobre todo en sectores como el agrícola, en el que pueden plantearse problemas de rentabilidad. Con todo, el resultado será positivo, por cuanto producirá una mayor concienciación del usuario y la racionalización del uso de un bien escaso”.
La sequía
En cuanto a las razones de las épocas de sequía, los problemas que ocasionan y las medidas tomadas para la prevención de sus efectos, Cruz San Julián recuerda que la falta de recursos hídricos que sufre la España seca es un problema que no tiene su solución en un permanente crecimiento de recursos, vía trasvases, extracciones o construcción de embalses, por cuanto el límite de lo posible está cerca: “Es necesario asumir –dice- que la respuesta a las épocas de sequía no pasa sólo por el difícil incremento del aprovechamiento de los recursos hídricos, la respuesta ha de ser múltiple, y debe contemplar medidas de regulación y de reutilización de las aguas residuales, mejora de los sistemas de regadío (la agricultura consume el 80% del agua), ahorro en los usos industriales y en el consumo humano, prevención de la contaminación de aguas superficiales y subterráneas, etc.”.
En cuanto a la investigación sobre las causas de las épocas de sequía, Cruz San Julián destaca que, si bien es posible relacionar al hombre con algunas de ellas (efecto invernadero, deforestación, etc.), hay evidencias de la existencia de ciclos climáticos que todavía no son bien conocidos. Entre los datos que permiten hablar de esto, destacan los obtenidos a partir de registros históricos de las crecidas del Nilo, reflejados en una estela durante cientos de años, se deduce de esos datos la existencia de ciclos climáticos de 77 años y de otros menos importantes de 53 y de 18,4 años. Desgraciadamente, datos de este tipo o como los que pueden deducirse de los anillos de los troncos de árboles centenarios u otros datos experimentales, son muy escasos y han de ser relativizados por las dificultades que plantean para su uso estadístico.
En España, los datos con que se cuenta son muy recientes, sólo desde 1902 se tiene registro de la pluviosidad en Granada (observatorio de Cartuja) y de algunas décadas más en otros lugares de España y del mundo. Se trata, en todo caso, de datos de un período muy corto, que hace casi imposible disponer de series cronológicas suficientemente largas para obtener conclusiones significativas acerca de la existencia de ciclicidades de varios decenios.
Por otra parte, registros de nuestro siglo muestran coincidencias en las etapas de alta pluviosidad y de sequía en distintos continentes. “Es notable, por ejemplo, la coincidencia cronológica de anomalías climáticas (sequías e inundaciones) a lo largo de nuestro siglo en latitudes tan diferentes como India, grandes llanuras de EE.UU., Norte de China, Andes/Patagonia y Valle del Nilo”. Esta coincidencia fue particularmente evidente en 1982-1983, cuando tuvo lugar la mayor sequía que se recuerda en África y Australia, mientras que al mismo tiempo se registraron importantes crecidas en lugares habitualmente secos, como las Islas del Pacífico Oriental y algunas de Sudamérica. Es llamativo también que esas fechas coincidieran con algunos de los períodos más secos en España (lo que induce a pensar en una influencia directa del efecto de El Niño en nuestro clima). Se trata, en todo caso, de anomalías que no se distribuyen en el tiempo de forma aleatoria, sino que parecen repetirse con un cierto ritmo, en períodos que coinciden con ciclos lunares de dieciocho años y de manchas solares de once años.
“En definitiva -concluye Cruz San Julián-, empezamos a conocer tanto las razones naturales-climáticas que influyen en la existencia de períodos de sequía, como el efecto de la mano del hombre en los mismos; ello debe llevar a políticas que: eviten los efectos no naturales; conciencien a la población acerca del ahorro y del uso racional del agua, si es necesario con campañas de divulgación más agresivas que las emprendidas en el pasado; tomen medidas de protección de la calidad de las aguas, tanto superficiales como subterráneas (las que más frecuentemente se olvidan); promuevan el reciclaje del agua; respeten el medio ambiente; etc.”.
Referencia:
Prof. Javier Cruz San Julián.
Instituto del Agua.
Universidad de Granada.
Tlfs. 958-243093/243356.
Correo e. jjcruz@goliat.ugr.es