– Los Libros plúmbeos, de moda.
AMÉRICO Castro calificó los Libros plúmbeos del Sacromonte de «famosos y ridículos»; Antonio Domínguez Ortiz los tildó de «burdas falsificaciones». Con pronunciamientos tan rotundos de maestros de tal entidad, y a la vez tan dispares, pareciera que su importancia estuviera decidida, relegados a cuestión histórica menor. El tiempo ha evidenciado que no es así, sobre todo porque las consecuencias y derivaciones que implican se han demostrado harto relevantes, superando con mucho la mera erudición historiográfica en que generalmente se alojan otras falsificaciones coetáneas, anteriores y posteriores, que en todos los tiempo las hubo (las de Annio de Viterbo, Román de la Higuera, Lupián de Zapata, fray Gregorio de Argaiz ). Ni siquiera los intereses eclesiales o el atrevimiento de los papelistas aficionados han conseguido reducirlos a la miseria localista. Tampoco la tentación de la novela histórica ha logrado trivializarlos, pese a que su frondoso anecdotario no le ha pasado desapercibido.
Vivimos unos momentos en los que la investigación universitaria ha convertido la temática laminaria en objeto cualificado de estudio, después un largo tiempo en que sólo estudiosos aislados se ocupaban de este o aquel aspecto. Lo evidencian particularmente tres hechos que selecciono de entre otros:
a) La publicación del extenso volumen que he tenido el placer de coordinar con Mercedes García-Arenal, Los plomos del Sacromonte. Invención y tesoro (2006), interdisciplinario (historiadores, lingüistas, antropólogos) e internacional (universidades y centros superiores de investigación de Estados Unidos, Holanda, Irlanda, Francia y España). En veinte trabajos se analizan y valoran otras tantas vertientes de la cuestión laminaria y sus corolarios fuera y dentro de España. La diversidad y complejidad de los contenidos ha puesto a prueba la preparación científica y técnica de los autores. Se ha publicado en Valencia, en coedición de tres universidades españolas, las de Valencia, Granada y Zaragoza.
b) El ciclo de conferencias Los Libros plúmbeos del Sacromonte. Entre el mito y la realidad histórica, organizado por la Cátedra Emilio García Gómez, de la Universidad de Granada. Seis profesores han repasado ante un público muy interesado y participativo aspectos diversos del hecho laminario, intentando desmontar la tentación mitológica y afirmando los progresos de las investigaciones actuales.
c) De esta ocasión ha salido el compromiso de una nueva publicación, un nuevo volumen compilatorio de quince trabajos orientado a difundir el tema. Se pretende que la nueva publicación, ya fijada en sus líneas maestras, aunque con igual filosofía, sea más general en los tratamientos, de manera que pueda llegar a mayor número de curiosos sin merma en nada de su rigor científico. Se repite coordinación y se cuenta con la garantía de la Editorial Universidad de Granada.
MUESTRA todo esto, de una parte, la firme voluntad de superar cualquier alusión localista, pesado fardo, que, si bien no ha impedido el progreso, ha venido lastrando la justa aprehensión de algunas cuestiones, más cuanto más cerca de los hechos originarios; de otra parte, la voluntad de integrar los esfuerzos en una empresa común en la medida de lo posible, o, al menos, en una plataforma o un foro de intercomunicación entre los diversos investigadores que palie la natural dispersión geográfica y la diversidad metodológica de las disciplinas implicadas. Y, naturalmente, la difusión pública en sus justos términos.
Por eso, resulta preocupante que lo único que el tema laminario ha venido a suscitar en la prensa local es el eco meramente negativo de la prohibición de la Abadía del Sacromonte a que los investigadores puedan trabajar con los originales de los Libros plúmbeos allí custodiados. Un periódico local (Granada Hoy, 24-4-07) dedica a ese propósito un titular de portada a cinco columnas: La Iglesia impide a los expertos verificar los Libros Plúmbeos. Para afirmar luego que el arzobispo no ha permitido examinar las láminas desde su devolución por Roma en el 2000, y recoger el creciente malestar de los investigadores por tal hecho. En el interior, en dos páginas completas, se recuerda la peripecia de su retorno tras permanecer en los archivos secretos vaticanos desde 1642.
RECONOZCO que el hecho tiene su relevancia, sobre todo si se le aísla de la práctica común de la Iglesia con sus tesoros bibliográficos y archivísticos. Si se le sitúa en su verdadero contexto, es lo normal, ya se aduzcan problemas estructurales o de personal, ya órdenes de la superioridad, que casi siempre pasa algo. Usar un archivo eclesiástico suele ser una odisea: requiere paciencia y tiempo, y, desde luego, alguna influencia; de las bibliotecas, ¿qué decir? Por ejemplo, y para no salirnos del tema, ¿quién puede servirse de la de la Abadía del Sacromonte? Pondré otro ejemplo, éste de gran calibre: en 1979, el agustino Carlos Alonso publicó una de las obras más importantes de las investigaciones modernas sobre los plomos, fruto de muchos años de dedicación, Los apócrifos del Sacromonte (Granada). Estudio histórico. Pues bien, cuando recogía su información, se le impidió el acceso al archivo abacial; pudo suplir tan sensible prohibición, y con enorme competencia, con otra documentación, incluida la vaticana. Mientras tanto, don Zótico Royo, abad falsario (fallecido en 1971), seguía afirmándose en las enormidades defendidas contumazmente por los sujetos sacromontanos, y asimilados, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, pese a la rotunda condena romana de 1682.
Acaba de ver la luz un nuevo libro en esta misma línea, en la de don Zótico, El Sacromonte: imaginación y realidad, del actual abad, don Juan Sánchez Ocaña. Las tesis no cambian demasiado. Aunque justo es reconocer que mejora el estilo de aquel incontinente papelista, pasa olímpicamente de los progresos realizados en estos estudios y critica a sus críticos No es casualidad que el editor sea el Ayuntamiento de Granada, acaso porque se empeñe en emular ¿¿con criterio historicista!? el apoyo explícito que la institución prestó a lo largo de los tiempos al tinglado sacromontano. Por ejemplo, para la edición de las Vindicias Católicas Granatenses, de Diego de la Serna Cantoral, el defensorio dieciochesco -contra la condena romana- por antonomasia, rechazado por la Santa Sede por su acrimonia, el concejo granadino destinó una parte de los ingresos de sus impuestos a costear la edición prohibida por la Corona, saliendo garante de la misma. Contra viento y marea, se publicó en Lyon en 1706.
ESTAS cosas han pasado y seguirán pasando, pero no cabe desanimarse. Nadie secuestra la historia por prohibir el acceso a un archivo. Quien quiera comprobar hasta qué punto es esto así puede hacer un sencillo ejercicio, repasar la bibliografía reino-granadina de las últimas dos o tres décadas El tema laminario es uno más. Irrita, eso sí, que la Iglesia, cuyo patrimonio se acumuló con el sudor y las lágrimas de todos nuestros antepasados, generación tras generación y por muchos siglos, siga haciendo de él, con toda impunidad, uso arbitrario, abusivo, a inicios del tercer milenio. Quizás merezca la pena librar algún combate -hablo de un combate por la historia, parodiando al maestro Lucien Febvre- para que, de una u otra forma, los poderes civiles se planteen desamortizar, si no la propiedad, al menos el uso de ciertos bienes culturales. Un Estado moderno, con aspiraciones de laicidad (y si no, no es moderno) también debe de avanzar en esa dirección. El que media docena de arabistas pueda acceder o no a los originales de los Libros plúmbeos no va más allá de la anécdota; de los mil temas que suscitan estos fraudes, no es éste el más relevante. Estoy seguro de que la averiguación de los contenidos precisos de los plomos nada cambiará el sentido de lo conocido, si acaso este o aquel matiz para felicidad de los historiadores-teólogos; empero, no superará el reducido campo de la erudición universitaria. Lo que se plantea aquí, y a propósito de esta nueva y absurda inquisición, es una irrenunciable cuestión de principios. Y como tal, trasciende el ejemplo concreto y el recurrente pudridero localista.
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