ESPAÑA
Una Iglesia precavida
La jerarquía persiste en su condena del preservativo como prevención contra el sida, frente a los teólogos y colectivos que defienden su uso
TEXTO: ISABEL URRUTIA / FOTO: SUR / MADRID
ImprimirEnviar
PANORAMA
Años sesenta: EE. UU. financia medidas de planificación familiar en el tercer mundo.
Encíclica Humanae Vitae (1968): Se prohíbe el preservativo porque todo acto sexual debe ir dirigido a la procreación. Los Episcopados de Bélgica, Austria y Canadá defienden la libertad de conciencia.
Actualidad: Los obispados de México, Colombia y Brasil toleran el preservativo como «mal menor» si previene el contagio del sida.
Las razones médicas de los expertos españoles en la revista The Lancet
POR primera vez, pecó de dicharachero el portavoz de la Conferencia Episcopal. «Los preservativos tienen su contexto en una prevención integral y global del sida», reconoció, el pasado martes, Juan Antonio Martínez Camino ante un enjambre de periodistas que aguardaba las conclusiones de su reunión con la ministra de Sanidad, Elena Salgado. «Queremos aclarar malentendidos y coordinar esfuerzos en la lucha contra el sida», habían avanzado los obispos en la víspera. Así que las expectativas eran grandes. Pero se quedaran cortas. Aparentemente, en unos pocos segundos Martínez Camino había enmendado la plana a Juan Pablo II. Y es que más de veinticinco años de pontificado han remachado una doctrina sin ambigüedades: el uso del condón es, en todo caso, inmoral.
La comunidad eclesial no daba crédito. «Nada más ver aquello en televisión, tuve claro que el Episcopado matizaría sus palabras», confiesa Eduardo López Azpitarte, jesuita y catedrático de Moral en la Universidad de Granada. Aunque no disimula su conformidad con el sentido literal de las declaraciones del secretario general del Obispado. «Es de sentido común, si la persona tiene sida y quiere mantener relaciones sexuales, debe usarlo, ¿a quién se le va a ocurrir defender lo contrario cuando hay peligro de contagio? No son pocas las situaciones en que utilizarlo no es un pecado». La validez o invalidez del preservativo, explica, no forman parte de las verdades incontestables del cristianismo. «Con respeto y rigor, cabe disentir y dialogar. La variedad de criterios es un síntoma de normalidad».
La Conferencia Episcopal, sin embargo, cierra filas. Ya no niega la eficacia del profiláctico, pero sigue fielmente las directrices del Vaticano: se trata de una práctica contraria a la rectitud cristiana. De acuerdo con la Santa Sede, la sexualidad tiene por única finalidad la procreación. Augusto Sarmiento, director del departamento de Teología Moral y Espiritual de la Universidad de Navarra, no alberga ninguna duda al respecto. Su valoración ética es contundente y no consiente excepciones. «¿Qué juicio merece un marido hemofílico infectado por el VIH que recurre al preservativo? Pues, antes que nada, debemos subrayar que el fin no justifica los medios. Es evidente que nos encontramos ante un comportamiento inmoral». Como alternativa legítima, sólo queda la abstinencia, una actitud que cuenta, a su juicio, con un respaldo sobrenatural: «Cuando Dios pide algo, da la ayuda necesaria para estar a la altura; la ley divina, más que exigencia, es don y gracia».
La falta de confianza en los creyentes, lamenta la joven teóloga Lucía Ramón, alimenta «estas posturas tan tremebundas». «Y a esto se suma -añade-, una desorientación que raya lo ridículo. No saben nada de la vida diaria de la gente de a pie. Ponen el grito en el cielo sin pensar lo que dicen». Y, como botón de muestra, recuerda la preocupación del cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Salud: «El preservativo es el pasaporte para una vida desenfrenada de sexo».
Poder afrodisíaco
Madre de un pequeño de tres años y componente de la Asociación de Teólogas Españolas, Lucía Ramón se quedó «de piedra» al descubrir «esas propiedades ocultas» del condón. «Dios mío, no tenía la menor idea de que fuera un afrodisíaco tan potente… En fin, con estos alarmismos, ciertas autoridades se desprestigian. Además, como siempre, nos ignoran. Son muchas las mujeres, fieles y abnegadas, a las que sus parejas han transmitido el VIH. ¿Por qué nos siguen negando todo poder de decisión a la hora de entablar relaciones íntimas? ¿Cuándo admitirán que el sexo es, asimismo, una vía de comunicación?»
Son muchos los interrogantes que zanja la Curia coartando la libertad de conciencia. «Las buenas intenciones no pueden convertir un acto malo en algo positivo», razona el profesor de la Universidad de Navarra Augusto Sarmiento. Él no se plantea ni remotamente la revisión de los criterios vaticanos, a diferencia de la monja y teóloga vasca María José Arana, ex copresidenta del Foro Ecuménico de Mujeres Cristianas Europeas. A la vista de la crisis que padece la Iglesia -en cuatro años, el porcentaje de jóvenes católicos practicantes ha descendido a la mitad-, «no estaría de más un reflexión seria sobre estas cuestiones».
La ortodoxia de la jerarquía llega a perjudicar el compromiso social de determinados fieles: «El escándalo, que se desata en los colectivos alejados de la Iglesia donde trabajamos, dificulta nuestra labor», se quejan Montserrat Sidera y Miquel Ángel Jiménez, presidentes de Acción Católica Obrera de Cataluña.
Desencuentro pasajero
Algunos teólogos, como López Azpitarte, tampoco lo tienen más fácil. «Sufrimos mucho cuando nos vienen las parejas a pedir consejo. De todas maneras, yo enseño una moral distinta a la oficial. Prefiero la postura de Pablo VI. A pesar de ser el responsable de la rigidez vaticana por su encíclica Humanae Vitae, al final de su pontificado sí que admitía el profiláctico cuando evitaba daños irreparables.
Descargar