– El sentido del dolor
El mal mayor es aprovecharse de los dolores de las víctimas con sentidos fabricados, a veces bienintencionados pero absurdos. ¡Ojo, políticos! No nos ofrezcan lo que no van a poder cumplir.
En mi artículo anterior, “Las historias y los criterios”, que publicó LA PRENSA GRÁFICA el 9 de febrero recién pasado, me referí a un sabio maestro, teólogo, filósofo y antropólogo, quien en su cátedra enfatizaba que cuando el ser humano busca desesperadamente sentidos, es al dolor sobre todo a lo que le busca sentido, es decir , al sufrimiento y, en suma, al mal, fuente y origen de todo dolor.
Él dividía el mal en tres categorías: 1) metafísico, 2) físico y 3) moral. El metafísico tiene que ver con la contingencia y la muerte, como ya lo expuse en el artículo que menciono. El físico se refiere a las catástrofes naturales, guerras, campos de concentración, sequías, heladas, inundaciones y malas elecciones existenciales. Y el moral, a la injusticia.
Cuando a un ser humano se le muere un hijo o hija, nieto o nieta, sus padres u otros seres queridos, es tan descarnando el dolor que sale a buscarle desesperadamente un sentido. Si ocurre un terremoto, como el de Lisboa en 1755, que provocó destrucción total y pérdida de muchas vidas, corren las víctimas a buscarle sentido a esa tragedia. Lo mismo sucede ante una guerra.
El moral se refiere a toda clase de injusticias originadas en las discrepancias sociales, al ser tratadas las personas, en los marcos jurídicos y económicos, de maneras diferenciadas, arbitrarias y desiguales, abierta o solapadamente.
En las explicaciones a los distintos males entran en juego las diferentes explicaciones religiosas, filosóficas, esotéricas, gnósticas, y otras. Todas entran a querer ofrecer un consuelo al sufrimiento humano. Pero muchas de ellas a veces han procurado más daños que beneficios.
El maestro invitado, Juan Antonio Estrada, sacerdote jesuita español, de la Universidad de Granada, en su cátedra en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, hizo una amplia relación histórica de cómo las distintas escuelas teológicas, filosóficas y antropológicas han afrontado el problema del mal, para darle un sentido al dolor.
La gran conclusión fue que el dolor, y el mal en sus tres categorías, no tienen sentido alguno, si bien el cristianismo es una respuesta sólida y la más viable, aunque no completa, porque se abre al amor y la esperanza, así como a la salvación.
Para poner un ejemplo del maestro. Uno de las escuelas filosóficas que colapsó ante el terremoto de Lisboa de 1755 fue la de Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), que postulaba que Dios creó el mejor de los mundos posibles y justificaba la existencia del Ser Supremo diciendo que el universo demuestra tal orden y tal armonía que, ese escenario tan perfecto solo podía ser el producto de un gran diseñador, de un gran arquitecto. Pero lo más crítico es que, en ese orden de ideas, el mal venía de Dios y tenía una función integradora, el de traer después un bien mayor. (“No hay mal que por bien no venga”, dice el refrán popular.) El mal quedaba integrado. Había que aceptar la voluntad de Dios.
Pero a las víctimas y sufrientes del terremoto de Lisboa cómo se les iba a decir que aceptaran el mal que Dios les había enviado, porque de ello iba a venir un bien mayor. Que su dolor era necesario para el advenimiento de otro escenario de felicidad. ¡Quién se traga ese argumento!
Conclusión final fue que el mal, ya sea visto como responsabilidad de Dios (Leibniz y otras escuelas) o como responsabilidad del mismo ser humano, lleva a los sinsentidos más grandes (aporías) y a grandes callejones sin salida.
El mal mayor es aprovecharse de los dolores de las víctimas con sentidos fabricados, a veces bienintencionados pero absurdos. ¡Ojo, políticos! No nos ofrezcan lo que no van a poder cumplir.
Descargar