El profesor de Física Aplicada Arturo Quirantes afirma que la situación es «muy seria» pero no cree que «vaya a ir más allá de lo que ya tenemos». El calor residual que queda «es insuficiente para un estallido grande»
El mundo está viviendo en directo la crisis de Japón como si fuera una película. Dependiendo del experto o del medio consultado el final parece bien distinto. En unos casos se apunta al desenlace catastrofista y en otros, a uno menos morboso. Arturo Quirantes, profesor de Física Aplicada de la Universidad de Granada, se suma al segundo grupo: «No parece que la cosa vaya a ir más allá de lo que ya tenemos. La histeria de los medios de comunicación ha exagerado la gravedad del problema más allá de lo que realmente ha sucedido. Creo que estamos más nerviosos nosotros que los tokiotas». Coincide con lo señalado ayer por la Comisión Reguladora de la Energía Nuclear de Estados Unidos.
El físico, que reconoce que la situación vivida por la central nuclear japonesa «ha sido un asunto muy serio», ofrece una comparación muy gráfica. Fukushima no hubiera sido nunca un Chernóbil porque carece del material necesario para explotar. «El grafito (carbón puro) de Chernóbil no existe en Fukushima. Las liberaciones de energía han sido controladas y ahora el calor residual que queda es escaso, insuficiente para un estallido grande. Además, Fukushima tiene un edificio de contención con paredes de hormigón de más de un metro de espesor, lo que no había en Chernóbil». «Para entendernos», subraya, «Fukushima era una olla a presión con válvula, que ya hemos quitado del fuego y Chernóbil era una sartén con aceite a la que añadimos agua».
El nerviosismo, la preocupación y las informaciones contradictorias vienen por el miedo a la radiación: «El tema nuclear se presta mucho a las reacciones viscerales». Dice el científico que «la percepción del riesgo es algo relativo, y a menudo irracional». Ahora mismo el miedo se ha extendido más rápidamente que la propia radiación. «Los españoles que regresaron el lunes en avión han recibido más dosis de radiación durante el vuelo que la que hubieran recibido en el propio Japón. Incluso la radiación de sus cuerpos es todavía mayor».
Explica Quirantes que la radiactividad en la zona afectada «es pequeña, salvo quizá en la propia central. Habría que tomar medidas básicas como dar calcio y yodo a la población, sobre todo a los niños, y lavar las verduras. Dudo que los habitantes de la zona tengan problemas duraderos por la radiación de la central». El experto considera mucho más preocupante lo que ha dejado el terremoto a su paso, con mucha «infraestructura destruida y carencias de servicios básicos».
La central de Fukushima fue diseñada para resistir un terremoto de magnitud 8.2 y, sin embargo, pudo soportar uno cinco veces más intenso. «Ha resistido mucho más de lo que se creía. Por desgracia, estaba preparado para olas de seis metros de altura pero nadie pensó que un tsunami podría llegar a crear una ola de diez. Sin el tsunami, nunca habríamos tenido problemas» en la central japonesa.
Hoy, los reactores se están refrigerando mediante sistemas de emergencia. «En cuanto las bombas principales de refrigeración sean activadas, la temperatura bajará a niveles seguros. A partir de ahí comenzará una larga labor de descontaminación, reconstrucción y desmantelamiento parcial».
No obstante, si existe el riesgo en la energía nuclear, ¿por qué se acude a ella? «El mundo necesita energía. Una central nuclear consume combustible en cantidades mucho más pequeñas que otros tipos de centrales. No lanza cenizas a la atmósfera, no contribuye al efecto invernadero, y bien gestionada es útil y fiable». Reconoce Quirantes que sus características especiales hacen que «los reactores nucleares deban ser mucho más seguros, y por tanto más caros que otras», y que genera «residuos radiactivos que deben ser tratados con cuidado». Pero recomienda evaluar su seguridad «no sólo en términos absolutos sino comparándolas con las otras formas de energía. Por kilovatio producido, incluso la energía eólica es más peligrosa». Hasta la fecha, sólo un trabajador de la central ha muerto en Fukushima, y «no por motivos nucleares. Le cayó una grúa durante el terremoto».
¿Qué peligro entraña la energía eólica? «Cualquier actividad humana tiene sus riesgos. Una central de carbón produce cenizas. Una hidroeléctrica puede reventar. Puedes caerte al instalar una placa solar en el tejado… Incluso en las eólicas, hay riesgos: accidentes al producir los generadores, durante el transporte al llevarlos a su lugar, al instalarlo, en la siderúrgica que produjo las aspas, productos contaminantes de sus componentes, riesgo de que algún día un terremoto tire un generador y mate a alguien… hay que contabilizarlo todo».
Sin embargo, notamos una mayor preocupación política por las centrales nucleares. A juicio del profesor, «el cálculo de riesgos está muy enraizado en cualquier obra de ingeniería, y eso incluye a las centrales nucleares». Pero como apuntaba más arriba, las reacciones viscerales se dan por igual «a nivel personal que a nivel de gobiernos».
En España hay ahora mismo «siete reactores nucleares en funcionamiento y producen una quinta parte de la electricidad que consumimos». Como en otros países, estas centrales están construidas para «resistir todo tipo de acontecimientos extremos, hasta cierto punto». Señala Quirantes que, por ejemplo, «no es necesario que resistan terremotos tan intensos como los japoneses, ya que las zonas donde se han construido no son de actividad sísmica. ¿Peligro? Antes apostaría por la explosión en una refinería que en un reactor nuclear».
Tres días antes del accidente nuclear de Isla Tres Millas -sin efectos sobre la población- se estrenó Síndrome de China, una intrigante película que hablaba de centrales nucleares pero que proponía precisamente todo lo contrario -efectos apocalípticos-: tras un accidente en una central americana el combustible nuclear fundido atravesaría el suelo de la central y se mezclaría con las capas de tierra inferiores hasta tal punto que se abriría camino hasta China. Se esperaba que pasase con Isla Tres Millas, pero no fue así.
Arturo Quirantes lo deja claro: «No se me ocurre nada capaz de provocar un Síndrome de China salvo que Homer Simpson estuviese al mando». Sólo el «impacto de un asteroide o un arma nuclear» podría afectar a todo el globo «y en un caso así lo que sucediese con el reactor nuclear sería la menor de nuestras preocupaciones».
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