López Calahorro \’viste con toga\’ la obra literaria de Francisco Ayala
El pasado y el presente se retroalimentan. Es la sinopsis de Francisco Ayala y el mundo clásico (Editorial Universidad de Granada), una investigación de Inmaculada López Calahorro que une al centenario autor granadino con autores como Heráclito o Luciano. Les distancian siglos en el calendario y segundos en el pensamiento.
El pasado y el presente se retroalimentan. Es la sinopsis de Francisco Ayala y el mundo clásico (Editorial Universidad de Granada), una investigación de Inmaculada López Calahorro que une al centenario autor granadino con autores como Heráclito o Luciano. Les distancian siglos en el calendario y segundos en el pensamiento. Y aunque la propia autora no oculta que descubrió la literatura de Ayala como diputada de Cultura -cuando vivió de cerca los fastos de su centenario-, ahora ha repasado toda su obra literaria desde su conocimiento de los textos clásicos.
El punto de partida fue el impacto que le causó el relato Otro pájaro azul, el «profundo» conocimiento que tiene Ayala sobre el ser humano, «algo que está en íntima conexión con las reflexiones de los autores clásicos».
La mitología de la vanguardia es el primer capítulo del libro. «Ayala habla de poner los textos del pasado junto a los del presente, momento en el que se produce como un choque eléctrico porque unos dan vida a los otros». Esto lo ha vivido en primera persona la propia autora «porque con Ayala he vuelto a vivir los textos clásicos». Casi un túnel del tiempo literario. Este capítulo está dedicado a sus dos obras de vanguardia, Cazador en el alba y El boxeador y un ángel. Aquí, Calahorro realiza un análisis de las figuras clásicas de la medusa y Circe. Y recita de memoria un texto de Ayala: «Segismundo quiere exterminar al intruso, quiere quebrar el espejo de la conciencia ajena porque se siente degradado a sus ojos. La vista del extraño, del otro, es siempre mirada de medusa que nos petrifica y convierte en objeto». En definitiva, la prosa de Ayala con toga. El siguiente paso son sus obras en torno a la Guerra Civil, Los usurpadores y La piel del cordero, que López Calahorro relaciona con los textos de Hesíodo, Luciano de Samosata y Lucano.
Luciano de Samosata escribió en la antigüedad Diálogos de los muertos. Milenios después escribió Ayala Diálogo de los muertos, un relato incluido en Los usurpadores. «Los muertos de Ayala son anónimos frente a los que tienen nombre propio de Luciano», explica la investigadora. Y todo esto desemboca en Lucano, que escribió Farsalia, la guerra civil entre César y Pompeyo. «A ningún alma extraña es posible llegar tan hondo. Las profundas de verdad son las heridas de brazos de conciudadanos», decía Lucano, y «todo esto está de alguna manera en Diálogo de los muertos de Ayala». Lucano también dejó escrito: «Por una ley de los dioses la discordia conturba a los seres más pequeños. Los grandes conservan la paz». «Y Ayala es de los grandes, de los que conservan la paz», dice con rendida admiración López Calahorro.
Uno de los capítulos preferidos de la autora es El observador y el azar, donde conecta a Ayala con Herodoto, el primer historiador, mezclando la verdad y la fábula, «los límites con los que juega Ayala que es un gran observador de la realidad».
En Sostener el tiempo está la gran obsesión del autor granadino por el tic-tac del reloj, evidente en títulos como Recuerdos y olvidos o El jardín de las delicias. También en el evidente El tiempo y yo o el mundo a la espalda. Referencias a la fugacidad de la vida, a que nada se repite. Y aquí entra, cómo no, Heráclito y su famoso río en el que es imposible bañarse dos veces. Calahorro ilustra esta relación a través del texto ayaliano El ángel de Bernini, «quien desde su posición en el Tíber sostiene en su mármol la mirada de los tiempos cotidianos que jamás vuelven a repetirse». Ni Ayala ni Heráclito se bañaron dos veces en el mismo caudal.
El libro cierra con El amplio espectro del laberinto, relacionando la obra de Ayala con imágenes de la antigüedad como el laberinto de Creta y el Minotauro y Minos, «dos personajes solitarios y poderosos». Esto conecta según la autora con los artículos donde reflexiona sobre la soledad del poder. Aparece en el prólogo de Los usurpadores: «hechizados están cuantos se afanan por el poder que conduce ciego hacia la propia destrucción». Después recorre el Laberinto de Dédalo y se para en el relato ayaliano El Hechizado, cuento que Borges ponía al nivel de los seis volúmenes de Kafka.
Después de leer Francisco Ayala y el mundo clásico, es inevitable pensar en el escritor como circunspecto y sabio senador romano. La imagen no desentona.
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