TRIBUNA
Reflexiones sobre unas bodas de oro universitarias
VICENTE MORENO TORRES/
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LOS días 14, 15 y 16 de este mes de Junio de 2004, hemos celebrado las bodas de oro la Promoción de la Facultad de Derecho de la Universidad de Granada que cursó los cinco años de la Licenciatura entre 1949 y 1954. Actos académicos, religiosos, artísticos y lúdicos han ocupado el grato quehacer de un nutrido grupo, aproximadamente un tercio de los 140 integrantes del curso. Otro tercio no ha asistido por variadas razones personales. El tercio restante nos abandonó definitivamente
Soy consciente de que este evento no es noticia de interés general. No obstante, ha tenido alguna repercusión periodística por el celo de los organizadores, por pertenecer a esta promoción Guillermo Soria Ortega (Soria) excelente humorista gráfico de IDEAL y por la amabilidad de nuestro primer (en todos los sentidos) diario local acogiendo este articulillo. Nos hacemos la vanidosa ilusión de que fuimos un curso de singular relieve, no solo por la feliz trayectoria profesional de casi todos y por los éxitos relevantes de algunos, sino -sobre todo- por haber salido de nuestras filas nada menos que 7 Catedráticos, en una época en que esas oposiciones eran nacionales y estaban dotadas de gran prestigio y dificultad. Creo que el número es de Guiness. No conozco ningún otro caso de que un curso de Derecho haya parido tal número de Catedráticos, profesión -indudablemente- culmen en la vida universitaria. Y también es de destacar la unión, compañerismo y buen ambiente que presidieron la convivencia en nuestra Alma Mater en una época denostada hasta el hartazgo. Desarrollamos nuestra vida académica en libertad, sin enfrentamientos y felizmente, pese a no sobrarnos bienes materiales. Casi todos pertenecíamos a la clase media ( o algo menos) en lo económico. De los catedráticos y profesores de nuestros años es imposible no citar a figuras ilustres (algunas casi míticas): Don Luis Sánchez Agesta, don Manuel de la Higuera, don José Álvarez de Cienfuegos, don Emilio Langle, don Guillermo García Valdecasas, etc. Y del Plan de Estudios, completo y razonable, se debe informar, al menos, que los 5 cursos de la carrera incluían 26 asignaturas (varias, cuatrimestrales), a más de 4 años de Religión (¿quién lo imagina, hoy?), Formación del Espíritu Nacional, (¿toma nísperos!, como dice Jaime Campmany) y Educación Física.
Trascendiendo de los actos concretos celebrados (varios emotivos y brillantes) entro ya en las reflexiones:
La primera, positiva, es que hemos reencontrado nuestra vieja Facultad, virtualmente, igual a como la dejamos, aunque crecida físicamente. El claustro, las clases, la fachada (en restauración), y lo que era Paraninfo de toda la Universidad siguen donde y como los vivimos. En esta última, hermosa e histórica dependencia celebramos un acto académico, en el que estuvimos acompañados de un joven y cordial vice-decano, profesor de Derecho Penal. Combinar progreso y tradición es una sabia medida a no olvidar en las ciudades monumentales.
Un inmediato pensamiento es comparar el número de estudiantes y de Universidades de los años 1954 y 2004. Si no estoy equivocado, había en España, aparte de las Escuelas Especiales de Ingenieros y Peritos de las diversas ramas y de la de Arquitectura, 11 Universidades. Hoy, más de 60. Satisfacción y orgullo ha de producir este espectacular progreso, complementado, como es obvio, por la multiplicación del número de estudiantes. Pero ¿esta proliferación de futuros titulados superiores -si acaban la carrera- es buena? ¿Vale la pena el esfuerzo de las familias y de las Administraciones Públicas para afrontar el enorme gasto de, demasiados, estudiantes, procedentes de una, en general, pobre Enseñanza Media, que acceden a no estudiar, o a hacerlo en las dosis mínimas, abandonando luego, u obteniendo un devaluado título, antesala de un paro más lamentable por afectar a quienes han quemado o perdido años claves en la formación integral de la persona? ¿No sería preferible obtener la mitad de médicos, ingenieros, economistas, letrados, arquitectos, etc, mejor preparados y aspirantes, con ilusión y posibilidad, a un mercado de trabajo profesional, no como el actual, saturado, devaluado, y, con frecuencia, inasequible? ¿Por qué no esos estudiantes mediocres, o menos que mediocres, dedican su tiempo y su esfuerzo (?) a actividades más positivas para ellos y el bien común? La titulitis que padecemos los padres puede constituir un grave error para todos. Creo que la Universidad debe ser elitista, pero no en beneficio de los niños ricos, sino de los auténticos buenos estudiantes. Se impone un duro control (mejor que selección excluyente) que elimine pronto a quien no merece ser beneficiario de estudios superiores. Lo que digo no es clasista, sino lo contrario, y, desde luego, realista.
Mi tercera reflexión enlaza con el problema de las Autonomías, que llevan camino de romper España. Nadie puede atacar una razonable independencia y libertad de los Centros Universitarios, pero que cada Universidad, o mini-Universidad, o Centro, haga su propio Plan a merced o capricho del Jefe de turno es un desatino. Conozco el plan descabellado de la carrera de Derecho de cierta Universidad, y asombra ver la falta de sentido común en quien lo ha perpetrado. La autonomía ha convertido en reinos de taifas los centros universitarios, causando, a veces, empobrecedora endogamia. Con sorpresa, hemos visto, la anulación de moderados proyectos legislativos tendentes a reparar la penosa, en varios aspectos, situación actual.
Otro fenómeno nuevo y positivo es la abundancia (sin necesidad de señalar cuota) de jóvenas en la Universidad; solo 3 -creo- terminaron en esta promoción. Hoy igualan o superan en número a los varones, y son tanto o más trabajadoras, serias e inteligentes que ellos.
Reflexión final: en el atuendo, en el lenguaje y en los modales estábamos mucho mejor hace cincuenta años.
Concluyo con la transcripción de la última estrofa del Gaudeamus ígitur, traducida a nuestro idioma: «Florezca el Alma Mater /que nos ha educado/ y ha reunido a los queridos compañeros /que por regiones alejadas/ estaban dispersos». Así comenzaba su brillante Crónica el compañero que cerró el acto en el Paraninfo. Esta estrofa, decía él, y repito yo, es un grito de entusiasmo, de amor y de melancolía.
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