Esta temporada, como la anterior, será recordada en Granada entre otras cosas por la cantidad de nieve caída en las cumbres de Sierra Nevada, nieve que, con la subida de las temperaturas, ha comenzado a fundirse y a llenar los cauces de los ríos y a mantener el excelente nivel de los pantanos. No son los últimos destinos de este agua, ya que la nieve también puede evaporarse o filtrarse en el subsuelo de la cordillera.
La trayectoria de los copos desde que caen durante los meses de otoño e invierno hasta que, gracias al sol y ya convertidos en agua, surcan los cauces de los ríos de la provincia es el objeto de estudio de uno de los grupos permanentes de trabajo del Centro Andaluz de Medio Ambiente (Ceama) que se dedica al análisis del cambio global en Sierra Nevada, un entorno que guarda el agua que sobra durante la época de frío, y la va soltando poco a poco durante los meses de sequía, como si se tratara de un enorme embalse natural, que lleva regulando automáticamente el agua durante miles de años.
Sin ese efecto, los veranos serían mucho más secos y las riadas más destructivas. Ya ‘funcionaba’ durante la época de las civilizaciones más antiguas que han existido y hoy en día, aunque los embalses se pueden construir, sigue siendo fundamental para los ecosistemas naturales que están adaptados al funcionamiento de este embalse, según explica el investigador de la Universidad de Granada Javier Herrero Lantarón
Para conocer con detalle las características de ese manto blanco -que forma parte del tradicional paisaje granadino durante prácticamente la mitad del año y, además, es uno de los alicientes turísticos de la provincia- se utilizan tanto fotos tomadas sobre el terreno, datos recogidos por las estaciones meteorológicas, como la del refugio Poqueira, imágenes captadas por los satélites o catas realizadas en la propia nieve. Todo para dar forma y fondo a una serie de datos que, una vez procesados y gracias a un modelo físico, da como resultado la cantidad de agua que es capaz de albergar lo que puede denominarse de una manera un tanto sui generis el ‘pantano’ de Sierra Nevada.
En la elaboración tanto del modelo físico como del procesamiento de datos trabaja Herrero Lantarón, que ya recopiló en su tesis doctoral -que se elaboró dentro del Proyecto Guadalfeo, financiado por la Agencia Andaluza del Agua de la Junta de Andalucía- la cantidad de agua en hectómetros cúbicos que podía albergar durante el invierno las cumbres granadinas en la cuenca del Guadalfeo, en el sur de Sierra Nevada. Esos datos, multiplicados por las cinco cuencas que hay -la ya mencionada del Guadalfeo más las de Adra, Andarax, Fardes y Genil-, pueden dar una idea aproximada de la capacidad de ‘embalse’ de las laderas durante el invierno. Y, según los datos de Herrero Lantarón, en el techo de la provincia hay tanta agua como la que podría acumular un pantano de la envergadura de Rules, que tiene capacidad para unos 110 hectómetros cúbicos.
El cálculo, según explica el investigador de la Universidad de Granada, se ha hecho a partir de los datos recogidos sobre el terreno más las imágenes por satélite. Además, se tienen en cuenta otro tipo de factores, como «la temperatura, la precipitación, la radiación solar y la velocidad del viento». Con todas las variables en la mano, se puede traducir el manto blanco en la cantidad de agua que tras el deshielo surcará en primavera y verano los cauces de los ríos.
Los primeros trabajos en este sentido -presentados en la tesis doctoral de Herrero Lantarón en 2007- tuvieron en cuenta únicamente una quinta parte de la cordillera, aunque «está todo preparado para calcular todo el volumen de Sierra Nevada», explica el investigador del Grupo de Dinámica Fluvial e Hidrología del Ceama.
Las estimaciones son complicadas, por cuanto que la densidad de la nieve varía notablemente. Además, ha de ternerse en cuenta la humedad que haya en ese momento, y que la superficie puede variar desde los 2.500 kilómetros cuadrados después de una gran nevada hasta los cero kilómetros en los meses de verano.
Otro factor que determina los métodos de los investigadores es que desde que se trabaja en este campo -2004- no ha habido dos años iguales. Cada temporada registra un volumen de precipitaciones diferente, lo que exige que la recopilación de datos ha de ser continua para seguir la evolución de la cubierta de nieve.
De la cantidad ingente de información recogida durante estos años, uno de los aspectos que más destacan los investigadores es la cantidad de agua que evapora. «Se están aprendiendo cosas que no se sabían», destaca Francisco José Bonet, del Grupo de Ecología Terrestre del Ceama, como, precisamente, la gran cantidad de agua que pasa de sólido a gaseoso. «Puede ser mucho, hasta el 30 o el 40%, dependiendo de las condiciones», calcula Herrero Lantarón. Si la humedad relativa es baja, la cantidad de agua evaporada será mayor, mientras que si está despejado y las temperaturas son altas, lógicamente, la nieve se funde.
Los trabajos en este terreno apenas acaban de comenzar y, de hecho, desde 2004 todavía no se ha observado ninguna tendencia que dé pistas sobre la influencia de lo que se conoce como cambio climático.
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