«Crin» de Daniel Lasheras Cordero, estudiante de Filología Árabe de la UGR, en la categoría de relato corto; y «Tribu» de Fernando Villén, estudiante de Filosofía de la UGR, en la de poesía, han resultado ganadores del I Concurso de poesía y relato corto «Cincuenta líneas verdes», organizado por la Oficina Verde de la Universidad de Granada. La dotación de los premios consiste en un lote de libros y la publicación de ambas composiciones en las versiones escrita y digital de la Revista Campus
Los objetivos de este certamen, al que han concurrido 35 personas, han sido dar a conocer la Oficina Verde mediante una actividad literaria, personal e interactiva; crear un puente entre cultura y medio ambiente, y extender la participación en el ámbito de la concienciación ambiental a las facultades de humanidades.
El acto informal de entrega de premios se realizará mañana miércoles, 23 de junio, a las 13.30 horas, en el Gabinete de Prevención y Calidad Ambiental de la UGR (Hospital Real).
Referencia:Gabinete de Prevención y Calidad Ambiental.
Tel. 958 248385.
Correo-e:
gabpca@ugr.es
ANEXO: POESÍA Y RELATO GANADORES
POESÍA
“Tribu” por Fernando Villén
(Sigilo)
La presa está ajena a nuestras sombras
Que ningún pie haga crujir el seco follaje
Que ni una sola flecha silbe de contento
El pecarí, abatido, ya conoce su destino
Por hoy ya es suficiente, regresemos
El sendero se abre con los ojos cerrados
(Cielo satinado, aire puro
La aldea, en un claro junto al río
Las bananas maduran al sol
Una mujer, coa en mano, pone la otra a modo de visera
Los niños corren a recibir la carne y la partida
El relato oficia el ritual de la comida)
La iguana y el tucán también descansan
Resta una eternidad, lo que queda del día,
para acariciar el viento encerrado en una pluma,
o venerar la obsidiana colgada a tu cuello,
sepulcro de los muertos
Si no fuese por las moscas,
se podría sentir el latido de la selva
(La piedra tallada en cada atardecer
La madre amamanta a su hijo
El río enseña y chapotea, lanzas y piernas de chiquillos
La aguja teje un desnudo
La canoa regresa al fin de tratar con vecinos
Una pareja de jóvenes se perderá entre la maleza
Esta noche se celebrará una fiesta)
Hay miel para dorar un cordero
Recoged leña para la hoguera
Maceraremos la hierba de la montaña
y los ancestros verán nuestras calaveras,
nosotros, los dedos de la magia
y el esqueleto de la vida, su espíritu, su esencia
(Un hueso se moja de pintura
Los cuerpos se visten para danzar)
Durante el sueño las almas viajan
Nuestras entrañas dejan de ser extrañas
Oscuridad y fuego, miedo y asombro, jungla
El chamán encuentra una voz en los recovecos del corazón
y narra que mañana todavía habrá amanecer
(La luna y la lluvia limpian un viejo día)
La sangre es sagrada, la herida el camino
RELATO
“Crin” por Daniel Lasheras Cordero
No podía sacárselo de la cabeza, le atormentaba la idea, sólo de pensar en que ese tic-tac iba a retumbar dentro de sí mismo hasta el final de los días le provocaba un sudor frío que reflejaba en sus axilas una perturbable ansiedad.
Se detuvo delante de la herramienta, debía reflexionar, colocar sus pretensiones a un lado u otro de la balanza, sabía que si montaba otro reloj se acabaría por enganchar al ritmo esclavizador de los coranzoncitos de metal, cada uno que acababa le proporcionaba una pequeña suma de dinero, insignificante por sí sola, pero interesante agregada a otras minúsculas cantidades de montante, había que decidirse, dejar los utensilios de trabajo en su sitio era el deseo que quería cumplir hacía ya mucho tiempo, todos los días salía del taller aturullado, no sentía el corazón, sino el barullo sonoro ocasionado por la algarabía relojil de su cerebro, la anarquía del ritmo temporal que le hacía andar sujeto a todas las percepciones horarias posibles, salía de su casa a una hora, volvía a otra, dormía equis horas, comía y cenaba siempre a la misma hora, su autobús era siempre a las ocho menos cuarto, nunca lo perdía por miedo a llegar tarde, se guiaba en la calle por medio de los paneles digitales, primero el de la farmacia, luego el que daba la hora y temperatura en la calle donde tomaba el bus, siempre acompañado de un reloj de pulsera y del nuevo e inseparable teléfono móvil, que ofrecía una conexión atelepática con el resto de los congéneres que había estimado oportuno incluir en su agenda, dejar la herramienta en su sitio, sólo era eso. Se le vinieron a la retina las imágenes del último sueño, el caballo, éste le escrutaba fijamente esperando que se decidiera, no iba a esperar eternamente, era ese instante el decisivo, cabalgar a lomos del crinado había sido el reflejo del subconsciente la noche anterior, pero seguía agarrotado, su cuerpo era un bloque, el caballo se ponía nervioso, aun así, majestuoso reclamaba la atención que le robaba la herramienta, el bloque comenzó a dar síntomas de fragilidad, el sudor asomaba por su frente arrugada deslizándose en procesión hacia el contorno de los ojos, las gotas se confundían con las lágrimas crispadas, la angustia tomaba fuerza, la mano izquierda se dirigía al destornillador, la derecha en dirección a la carcasa que debía montar, no pudo, ambas extremidades tomaron contacto con la mesa, sus palmas sudorosas hacían caso omiso a la intención de laborar, sus neuronas se movían estrepitosamente al ritmo del reloj mandando secuencias electrificantes por toda su columna vertebral, el ambiente del taller le agobiaba, el caballo relinchó armando gran estruendo como una voz desgarrada que llegaba desde lo alto de una montaña, del cogote a la frente, de oreja a oreja, la mesa quemaba, instintivamente huyó del calor llevándose las manos a las sienes, pronto las desplazó hacia los oídos, no quería escuchar el sonido infernal que producían todos aquellos relojes, prefería sentir la llamada del libre animal. Cerrar los ojos fue la solución que estimó más oportuna para completar el aislamiento, el caballo se tranquilizó, en torno a él se dibujaron unas imponentes montañas que enmarcaban un onírico valle, un grácil río lo recorría alegremente, podía imaginar el manantial, el nacimiento desde lo alto de la cumbre que se extendía tras el nuevo compañero, también la vida que esa agua originaba, árboles frutales y flores silvestres medicinales parecían ofrecerle una vía de escape dentro de esta fantasía, el caballo se desplazó para mostrarle un nuevo camino, una salida, una columna de humo bailaba al son del viento, su origen era una pequeña palloza de madera sita en la orilla izquierda del riachuelo, necesitaba dar forma a todo este cúmulo de sensaciones, una música de flauta resonó en el vacío. Abrió los ojos, el sudor había desaparecido, había dejado de entender el sentido del tiempo circular, notaba cómo los músculos de su cuerpo retomaban la compostura, la imaginación vencía a la realidad, rió, una gran carcajada se prolongó en el espacio y en el tiempo, se había decidido, ni siquiera se percató cuando había abandonado el local del trabajo, estaba en la calle rodeado de seres inconscientemente subyugados al reloj, libre, ahora entendía el significado completo del vocablo, siguió andando recorriendo la calle del trabajo en sentido contrario, contra marea, se detuvo en la parada de autobús que estaba cerca de la que había sido su casa durante largos y difuminados años, aún faltaba algo, concretar lo que su imaginación había fecundado, cerró los ojos y llamó al caballo sin usar la voz, Libre sería el nombre con el que se iba a dirigir al crinado, pero dentro de su fantasía ahora no había nada, todo estaba oscuro, no había nada, se esfumaron aquellas imágenes, las montañas, el río, la vegetación, la casita de madera que le había hecho decidirse, entonces abrió los ojos, confundido, ¿qué había pasado con aquellas imágenes alentadoras? la parada del bus, la calle, no tardó mas que el instante de la duda en presentarse Libre, el fruto de la imaginación que había derogado la realidad, el encargado de ofrecer la libertad.