DICIÓN IMPRESA – Sevilla
Narbona
Por Celestino FERNÁNDEZ ORTIZ/
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En el año 1936, en vísperas del Alzamiento, se otorgaron los Premios de fin de carrera en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla y el catedrático señor Pedroso dijo: «Hemos dado un premio a uno de derechas y otro a uno de izquierdas. Nadie podrá decir que somos parciales». El agraciado de la derecha se levantó y dijo: «Sí lo son, ya que mi premio es justo porque ofrezco mejor expediente; en cambio, el agraciado de la izquierda tiene un expediente impresentable». Pedroso sonrió y calló. El estudiante que hizo esta objeción, en tiempos tan peligrosos como los que se vivían, se llamaba Francisco Narbona González.
Yo le conocí muy poco después en el diario «FE», donde ya era un periodista consumado, y yo le llevaba un modesto trabajo, que me publicó.
Desde entonces fuimos amigos. Poco tiempo después de este encuentro yo me incorporé al Ejército y fui destinado al frente de Córdoba. Allí permanecí hasta el final de la guerra civil, que para mí terminó en Almerías donde por indicación de Dionisio Ridruejo fui designado jefe provincial de Propaganda y redactor del diario local. Una vez allí decidí estudiar Derecho y pedí mi traslado a Sevilla. Como premio de consolación, a falta de plaza en Sevilla en los periódicos de mi ciudad, me mandaron a «Patria», de Granada, donde en tres años obtuve el título. A continuación me mandaron a Sevilla, con un doble trabajo en el diario «FE» y en el que ostentaba el nombre de la ciudad. Mi satisfacción fue doble al encontrar que «FE» era dirigido ya por Narbona.
Un gozo adicional fue comprobar mi coincidencia con la sensibilidad política del director. Yo venía a asumir la sección de internacional en el preciso momento en que tenía el convencimiento de que la política germanófila que seguía nuestro gobierno era errónea. Yo creía que Hitler tenía perdida la guerra y me encontré con que Narbona, apretado por un círculo germanófilo, pensaba como yo. Me alentó, hasta extremos de complicidad, a insinuarlo con disimulo, día tras día, a través de mi artículo. Fuimos acosados, presionados y hasta denunciados. No tardó mucho en que se le descabalgara a él de la dirección. Yo seguí de puro milagro, ayudado, sin duda, por el viraje progresivo de los acontecimientos.
Narbona logró situarse en Madrid. Y, aquí, desapareció «FE» y llegué yo a ser director del diario «Sevilla». Desde el primer día empezó a enviarme crónicas de Madrid. Nuestra amistad fue entrañable y se alimentaba de mis frecuentes viajes a Madrid, en donde comíamos juntos en restaurantes a los que siempre Paco llegaba tarde acuciado por sus múltiples ocupaciones. Alguna vez le recordé lo que Talleyrand dijo de Napoleón: «No tiene más que un defecto: no es perezoso».
Paco era un caso increíble de actividad humana. Era redactor de «El Ruedo»; director y confeccionador de «Diez minutos»; corresponsal en Madrid de cuatro periódicos de provincias: colaborador de Radio Nacional de España y Televisión Española, y no recuerdo cuántas cosas más. ¡Ah, sí, trabajaba también de ayudante de Jerónimo Mihura, director de cine.
Aún me divierto evocando un día completo que pasé en los estudios de la CEA, donde se rodó «Confidencias», debut del huracán Sara Montiel.
En aquellos años conoció a María Francisca Ruiz, que alternaba como novicia en el periódico y en el cine, y que pronto se afianzó en «Pueblo». No tardó mucho en que fueran marido y mujer y se trasladaran a Roma como corresponsales, ella, de «Pueblo» y él, de Radio Nacional de España y de Televisión Española. El pronto fue conocido de todos los españoles por sus brillantes crónicas diarias. Nuestra amistad siguió viva y activa, Fernández Asís nos unció al carro de sus diálogos radiofónicos y en «Hora Punta», donde se reunía con nosotros en sus frecuentes viajes a Madrid.
Al final de su larga actividad televisiva fue designado director del Centro Regional del Sur de TVE. A partir de entonces la reunión de los dos matrimonios, el suyo y el mío, era prácticamente diaria.
En Paco, curiosamente, se daban aliadas la calidad y la cantidad. Escribía con brillantez, humor e ironía. Y a partir de esta estancia en Sevilla desplegó caudalosamente su condición de escritor de raza. No puedo decir ahora cuántos libros ha escrito, principalmente sobre la fiesta nacional. Cito con especial emoción un libro dedicado a Sánchez Mejías y a la generación del veintisiete, que presentamos a medias Antonio Gallego, rector de la Universidad de Granada, y el que suscribe.
Jamás he visto un hombre con más sentido de la amistad, más humano, más sencillo y más bueno. Evoco con dolor su presencia en la presentación aquí, en Sevilla, de mi autobiografía. Aunque se sentó en la presidencia, no pudo hablar. Una sordera feroz le aislaba del mundo.
Sólo oía algo por teléfono, a través del cual yo comunicaba con él en el dramático final de Boadilla del Monte, asistido por María Francisca y donde estuvo escribiendo casi hasta recibir el viático. Que Dios lo premie.
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