– Andrés Manjón, un pionero de la formación profesional
EL día 10 de julio recordábamos los continuadores de la obra educativa de las escuelas del Ave María, obra benéfica fundada por Andrés Manjón, que el eximio catedrático de la Universidad granadina hacía ochenta y cuatro años nos había dejado un legado educativo que tenemos que mantener y acrecentar. En efecto, en 1889 -hace, por tanto, 118 años- iniciaba él, tímidamente, una escuelita con las 14 niñas que venían recibiendo una rudimentaria formación escolar, en una cueva junto al Camino del Sacromonte. Ni él mismo sospechaba el espectacular desarrollo que iba a alcanzar su modesta obra educativa. Al comenzar el siglo XX el número de alumnos ya llegaba en aquella escuela al millar, entre niños y adultos. Es apasionante seguir su diario y sus escritos, día a día, en cuyas páginas nos va describiendo las dificultades que tuvo que ir superando para levantar aquella hermosa obra, frente a la poética e histórica Alhambra. Al morir él, en 1923, había diseminadas por todo España más de 300 Escuelas del Ave María.
¿Qué movió al piadoso canónigo sacromontano e ilustre catedrático de la Universidad de Granada a lanzarse a esta arriesgada aventura? Dos fueron los motivos: el amor efectivo al pobre y el amor a España. A los tres años de haber iniciado su tarea regeneradora escribió la primera memoria de las escuelas del Ave María 1889-92, en la que se formulaba esta pregunta: «¿Qué haremos por los gitanos?» Y él mismo respondía: «Son hijos de Dios y hermanos nuestros, y con esto está dicho lo que debemos hacer como cristianos. Son seres racionales, y por lo tanto capaces de educación. Viven entre nosotros, y si no son miembros útiles, habrán de ser nocivos, tanto para la sociedad que los abandona como para los individuos que los traten. No hay remedio: gente que no entra en escuelas ni templos, entra en la cárcel, y allí hay que mantenerla, y fuera de allí sostener un ejército de policía que la vigile y contenga». Y termina ese párrafo afirmando: «¿Pobre raza gitana, lástima me da verte tan decaía que nadie se atreva a levantarte, y tan mala que todos te desahucien!»
Cuando él contemplaba, en el ocaso del calamitoso siglo XIX español, la realidad de su patria, escribía: «Las clases acomodadas tienen institutos, universidades, academias, libros, revistas, papeles y mil medios de cultura; para los pobres no hay otros que la escuela fuera del templo. A esto obedecen nuestras escuelas de adultos; y soñamos en patronatos de obreros y organización de talleres, y hasta dándonos Dios vida y recursos, en escuela de Artes y oficios».
LA preocupación por la mejora de su patria se pone de manifiesto es estas líneas: «¿Qué pasa en España? ¿Qué pasa en las escuelas? En España se come poco y malo: un pedazo de pan o una cebolla o nada, en la mesa de los pobres; alguna legumbre guisada con un poco de pringue, aceite o vinagre [ ] ¿Qué haremos, qué deberíamos hacer todos para dar de comer a este pueblo que se muere de hambre? Yo no lo sé; el problema es tan grande que no me cabe en la cabeza. Pero sabiendo que no hay pueblo rico sin trabajo inteligente, me atrevo a decir, que formando generaciones trabajadoras e inteligentes, explotarían la tierra y no se dejarían explotar por otras naciones, dominarían las industrias y artes, y no se dejarían dominar por pueblos más ricos e industriosos [ ] No basta, no, tener escuelas de niños; se deben abrir muchas de adultos, y no es suficiente la escuela para educar, se necesita el taller o la granja para trabajar, y así como todos somos escolapíos en el intento de hermanar las letras con la piedad, así todos deberíamos ser salesianos, abriendo talleres junto a las escuelas [ ] Uno de los medios de proteger los intereses de la nación, es fomentar la educación en el arte de trabajar y producir. ¿Qué adelantamos de tener un pueblo con letras si carece de pan y camisa?»
LO que venía soñando desde los comienzos de su obra -la formación profesional- se vio plasmado en 1897. Que Manjón fuera uno de los pioneros de estas enseñanzas en nuestra ciudad, queda puesto de manifiesto en la tesis doctoral presentada el 23 de julio de 2004, en la Universidad de Granada, por Joaquín Guadix Escobar, sobre las enseñanzas profesionales en nuestra ciudad, en la que estudia sus antecedentes y los principales centros en los que se impartía este tipo de docencia. Joaquín Guadix, en su minuciosa investigación, descubrió pronto que Manjón fue un pionero en este campo, en la depauperada Granada decimonónica.
Este artículo no pretende ser una mirada retrospectiva para reivindicar títulos honoríficos. Quiere ser una mirada prospectiva hacia el futuro. ¿Qué debemos hacer, qué podemos hacer, en favor de nuestros hermanos, hombres y mujeres que malviven con salarios y pensiones de miseria o en desempleo, mientras otros disfrutan de generosos sueldos?
ES verdad que la descripción que nos hacía Manjón de la España de finales del siglo XIX, aparentemente, no tiene nada que ver con la que disfrutamos la mayoría de los españoles a comienzos del siglo XXI, cuando millones de personas se desplazan a todo lo largo de la amplia costa española para disfrutar del sol, de la vida confortable, de variados y caros espectáculos de todo tipo.
¿No podría servirnos Manjón de modelo para ver el mundo con ojos nuevos? El amor a Dios, el amor a los más necesitados y el amor a España le movieron a entregarse a la educación de los depauperados de su época.
POR estudios sociológicos, realizados y publicados por Cáritas nacional y otras Asociaciones, sabemos de los millones de hermanos nuestros que lo están pasando mal, especialmente entre los inmigrantes. ¿No habrá entre tantos millones de los que lo estamos pasando bien y vivimos en la abundancia, algunas personas dispuestas a mirar el mundo como lo miró Andrés Manjón? Eso me preguntaba yo el día 10 de julio de 2007, mientras recordaba el aniversario de la muerte del fundador de las escuelas del Ave María. No miremos el pasado con nostalgia; miremos el futuro con ilusión y esperanza, pero también con deseo de cambiarlo. Maldita sea, ahora nos lo dicen. Abres el periódico y te cuenta que aquellos niños que en los años 50 y 60 estuvieron expuestos durante mucho tiempo al sol, tienen ahora la tira de probabilidades de padecer cáncer de piel. Y de paso también te enteras que, después de comer, todas las horas de digestión que guardábamos antes de bañarnos no servían para nada, sino que era un mito que nuestras madres nos hacían cumplir a rajatabla ante nuestro impresionante cabreo. Entonces, a ver quién nos indemniza ahora por aquella deficiente información que recibíamos y que, de alguna forma, fastidió nuestra infancia y puede fastidiar nuestra madurez.
Hubo un tiempo, pues, en que nadie pensaba que tomar el sol era malo. Es más, se decía que el niño que se exponía en verano a los rayos de sol luego no se resfriaba en invierno. No sé ustedes pero el de la fotillo de arriba tuvo una infancia a base de bañarse en calzoncillos en una alberca llena de ovas donde bebían las vacas y las ranas tenían su paraíso particular. La nivea era crema de señoritingos que iban a la piscina del parador de Turismo, donde sólo tenían entrada asegurada los turistas y los ricachones del pueblo. Los pobres íbamos los domingos a bañarnos en las aguas achocolatadas del Rumblar, allá entre Bailén y Andújar. Aquellos días eran de los de enmarcar en la memoria. Salíamos muy temprano en una camioneta con bancos de madera llena de trastos. Era para pasar sólo un día pero parecía una mudanza en toda regla. Una higuera al lado del río servía de sombra y desde primeras horas de la mañana ya estábamos bañándonos en el río. Debíamos de estar vacunados contra todo porque de vez en cuando tragábamos aquella infesta agua y nadie se preocupaba si esa circunstancia podría desembocar en una gastroenteritis. Y si no había nivea, nuestra abuela sabía una pócima a base de aceite, vinagre y agua que nos untaba por aquellas partes del cuerpo que habían estado expuestas al sol. Durante varios días no podíamos dormir boca arriba para evitar que la cama rozara nuestra achicharradas espaldas. Nos bañábamos pues ajenos a todos esos peligros que acarreaban bañarse en aguas que no estaban limpias ni cloradas y siempre expuestos al asesino sol que podría causar cáncer de piel. Nadie, absolutamente nadie, nos hablaba de dichos riesgos. La única información sanitaria que recibíamos era que no podíamos meternos en el agua hasta que no pasaran dos horas después de comer. Por eso cada cinco minutos íbamos a preguntar a nuestra madre si habían pasando ya esas dos horas hasta que, cansada de tanta machacona pregunta, nos decía que sí. Por lo visto también en eso estábamos engañados porque en estos tiempos de milongas pamperas nadie guarda la digestión y los dermatólogos y fabricantes de cremas protectoras nos tiene acojonados con las cifras que dan sobre el aumento de melanomas en la gente que toma el sol. Los niños que sólo teníamos nivea exigimos una explicación. Que nos lo expliquen.
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