– «Todos los que mueren por sus ideales merecen ser rescatados».
El escritor e historiador cree que la imponente losa de olvido que se ha dejado caer sobre los fusilados de la República en Granada resulta mucho peor que el asesinato.
«Todos los que mueren por sus ideales merecen ser rescatados»
GORKA RODRÍGUEZ Miguel Gómez Oliver acumula 40 años regalando lecciones de historia en la Universidad de Granada. Ahora lo complementa con el vicerrectorado de Extensión Universitaria. Hace poco, a este sabio con aire de despistado, le dio por recordar una figura, la de un alcalde republicano que cayó al calor de las balas durante el glorioso alzamiento. ´José Palanco Romero. La pasión por la Res pública´, es el resultado en forma de libro. La historia le ha obligado a rescatar algunas memorias, sobre todo las de las personas a las que esta ciudad, compleja como pocas, dejó olvidadas. Y en eso está.
¿Por qué se hizo historiador?
– Porque no me atreví a irme a Madrid a ser periodista. No tenía beca y no podía irme.
Eso no suena a vocación.
No, la vocación se adquiere después, con el ejercicio.
¿Todavía aprende cosas o tiene saturada la capacidad de aprendizaje?
Todos los días.
¿Y qué ha aprendido hoy?
– Estamos haciendo una investigación sobre el Tribunal de Responsabilidades Políticas y he aprendido cómo se puede llegar a ser tan miserable para quitarle a la mujer de un detenido político, dos de las cuatro sillas y una de las camas que tenía.
¿Qué ventajas tiene ser una eminencia?
– Hombre, la vanidad queda muy satisfecha, y en la universidad somos todos muy vanidosos. Quizá, la mayor ventaja es la posibilidad de formar gente, para que trabaje y que investigue.
¿Se ofende si le llamo rescatador de memorias?
– No. De alguna manera, los historiadores somos rescatadores y gestores de la memoria colectiva. Me parece un halago.
¿Quién es José Palanco, ex alcalde de Granada?
– Un brillante historiador, un político honesto, un hombre comprometido que evolucionó del catolicismo hacia el republicanismo azañista. Alguien que pagó con su vida el compromiso adquirido.
¿Le ha ido conquistando el personaje o ya estaba entregado?
– No, yo no me he enamorado del personaje. Lo que pasa es que es un personaje tan increíblemente desconocido, incluso por mí. He ido profundizando en él poco a poco.
¿Ha vivido su vida?
– Muchos de los días que salía de la biblioteca, me recogía Ana, mi mujer, y me preguntaba: ¿Qué ha pasado hoy?. Y yo le decía: Pues hoy lo he casado. Palanco ha sido alguien que ha vivido entre mi familia, entre Ana y yo. Y ella me lo ha permitido, claro.
¿Por qué se merecía ser rescatado alguien que no cayó ´por Dios y por España´?
– Todas las personas que mueren por sus ideales lo merecen. Y en España sólo se ha rescatado a la mitad. La otra mitad no sólo no se ha rescatado sino que en muchos casos se ha dejado caer sobre ellos una imponente losa de olvido. Y eso es mucho peor que el asesinato a larga distancia. Los historiadores de la generación de la Transición, entre los que me encuentro, nunca rescatamos a los republicanos. Lo hicimos con los comunistas, con los socialistas y hasta a algunos anarquistas. Las excepciones fueron los casos de Azaña, Lerroux o Martínez Barrio, pero claro eran tres prohombres nacionales. De los republicanos de provincias se sabe muy poco.
¿Toda nuestra atención ha ido a parar a Lorca?
– Era inevitable. En el libro de Gibson sobre el asesinato de Lorca dice algo muy revelador. Que cuando viene a Granada a mediados de los sesenta, la represión es negada. Nadie hablaba de ella. Eso es un caldo de cultivo para que la única persona que, por su indudable relevancia universal como poeta y literato, fuera Federico, la única memoria que se rescata.
¿Cómo le ha sentado el libro a la familia?
– Sus tres hijos han muerto. Yo conozco a las tres nueras y a algunos nietos. Me puse en contacto la viuda del hijo mayor de Palanco, y tenía guardados cajones con los papeles de su padre. Investigaciones, correspondencia, facturas y un dietario del año 35 y 36 que me dio muchas pistas. Por ejemplo, supe que fumaba mucho, se gastaba diez pesetas diarias en tabaco; o que gozaba de una posición económica excelente gracias al matrimonio con Lola Burgos.
¿Se fusilaba a las personas o a las ideas?
– Se fusilaba a las personas porque mantenían unas ideas.
¿Para su trabajo con Palanco, cómo de fiable era la prensa de la Dictadura?
– En nuestra república había varios periódicos que podían confrontar ideas e ideologías. ´Ideal´ representaba el periodismo católico, de un catolicismo que cada vez estaba derechizándose más. ´El Defensor´ era el vocero del republicanismo azañista. ´La Publicidad´ era un diario republicano cercano al Partido Radical. ´La Gaceta del Sur´, de la que Palanco fue miembro del Consejo de Redacción, era el periódico de la Diócesis. Lo que había era pluralidad y mucha opinión.
¿Y la prensa de hoy será fiable dentro de 50 años?
– Igual que la del siglo XIX. Será una fuente, no la fuente.
¿Granada es una ciudad especialmente rencorosa?
– Es una ciudad muy ensimismada, donde se pueden crear filias y fobias terribles. En aquel momento, en el primer tercio del siglo, Granada tenía una pujanza económica importante porque había sido el ´boom´ azucarero y el del tabaco; además, la universidad vivía una edad de oro. Pero a pesar de eso, los bandos están claramente posicionados. Y hay muy poca capacidad de conexión y de pacificación. Palanco pertenecía, por matrimonio con Lola Burgos, a la rica sociedad granadina; pertenece también por militancia al catolicismo social. Pero es la evolución y el compromiso político que adquiere con la República, la que en 1936 nadie mueva un dedo por él. Tengo la convicción aunque no las pruebas. Era un traidor a su clase.
Porque el granadino siempre ha sido poco amigo del riesgo.
– No creo en el carácter nacional y menos en el de una ciudad. Granada es una ciudad administrativa, una ciudad levítica. Lo era ya en el primer tercio del siglo XX y eso hace que la gente vaya más a remolque. No se ha potenciado el espíritu emprendedor, eso que dota a una ciudad de dinamismo, no sólo económico sino social, cultural… Creo que esa herencia sí la tenemos.
¿Esa amnesia colectiva se está curando ya o quedan muchos republicanos por rescatar?
– Quedan muchos. Otros alcaldes, como Yoldi, que fue fusilado unos días después.
¿Sabe lo que es la Granada ´rancia´?
– No hay más que salir a la calle.
Parece que ésa no le gusta mucho.
– Esa Granada, no.
¿Y la ciudad de hoy?
– En la Granada de hoy, está la Granada rancia. Yo, la que más vivo es la de la universidad y esa sí es muy dinámica, muy potente. Allí se establecen relaciones muy sólidas, no sólo profesionales, también amistosas.
¿Por qué la Ley de la Memoria Histórica sólo le gusta a una parte de la izquierda?
– Probablemente, porque se ha convertido en caballo de batalla de bronca política en esta legislatura. Por lo que ni el Gobierno ha estado dispuesto a ir más lejos, ni los demás han estado dispuestos a ceder lo más mínimo para que hubieses sido una Ley de Memoria Histórica de consenso. Una que hiciera posible la cirugía láser para quitar las cicatrices de la heridas.
Dicen que no hay que remover la porquería.
– Pienso que ése es un argumento que tiene recorrido, que tiene aceptación, pero que es una excusa. Porque, ¿qué se está removiendo, Dios mío? Quien está pujando más por la ley son los nietos de los represaliados. Los hijos ni siquiera fueron capaces. Tenían miedo. Después de treinta años de democracia deberíamos ser capaces de decir: Señores, esto fue así, hay que saber que esto fue así, hay que pedir perdón por las injusticias cometidas y seguir adelantes; pero esta es nuestra historia. Eso es tan sencillo y tan difícil.
Entiendo que usted hubiera ido más allá en la ley.
– Sí, hubiera anulado los juicios sumarísimos militares. Pero bueno, una ley de memoria histórica es una ley de voluntad política.
Hay por ahí una serie de revisionistas de la Guerra Civil del entorno de la derecha que disfrutan hoy en día de cierta presencia y que sugieren que Franco fue una especie de salvador y que la guerra empezó en el 34, ¿sabe a lo que me refiero?
– Lo primero es que no son historiadores. Ni Pío Moa, ni César Vidal. ¿Que gozan de audiencia y venden libros? Bueno, es una operación de marketing aprovechando una ola ´neocon´ que tiene fuerza en España. Pero la Guerra Civil y el franquismo, en términos generales, están bastante bien estudiados por los historiadores de diversas tendencias.
¿No le parece peligroso?
– Sobre todo, es falso.
¿Pero la Guerra Civil tampoco fue una historia de buenos y malos?
– Fue una tragedia. Una tragedia donde había dos proyectos que se confrontaron, no sólo en España, sino en toda Europa. Uno era el fascismo. En Italia y Alemania, salieron triunfantes y en Portugal y aquí también. En Francia y Gran Bretaña no triunfó pero había partidos fascistas más importantes de los que hasta ahora se ha dicho. Es un escenario internacional. Y la idea equivocada es pensar que esto fue producto del carácter cerril de los españoles.
¿Hoy en día un historiador no vive acosado por la política?
– Un historiador tiene que ser objetivo, pero no tiene porque ser neutral.
¿O es que los jueces no tienen ideología?
Por ejemplo, ¿usted se hubiera animado con la biografía de un alcalde franquista como Gallego Burín?
– Por supuesto, porque además es una figura apasionante. Lo que pasa es que Gallego Burín está bastante bien trabajado por Cristina Viñes, una compañera de departamento. Por cierto, Gallego Burín y Palanco eran muy amigos.
¿Fue de los que no movió un dedo?
– No me consta que lo moviese.
¿Uno estudia historia y luego piensa o estudia historia para reafirmar lo que ya piensa?
– Lo que sí es cierto es que uno investiga aquellos temas que le preocupan, y en eso sí que tiene que ver la forma de pensar y la ideología.
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