Fuerzas de seguridad vigilan los focos radicales del Islam en España

Con los inmigrantes musulmanes también han aterrizado en España doctrinas y sectas islamistas que están arrinconando a las interpretaciones más moderadas de esta confesión. Las fuerzas de seguridad y los expertos en integrismo religioso advierten del avance de los seguidores más fanáticos de Mahoma y señalan que su implantación está dificultando la integración social de estos extranjeros. En el peor de los casos, alertan de que el avance del radicalismo puede suponer incluso una amenaza para la seguridad nacional. 

Nos cuenta Lucía N. Poza en ElConfidencial.com que un claro ejemplo el conocido la semana pasada en Ceuta. Cuatro jóvenes españoles de origen marroquí que asistían a la mezquita de Las Caracolas, una de las más radicales de la ciudad autónoma por su inspiración salafista, decidieron viajar a Siria para luchar junto a los rebeldes que se han levantado contra Bachar Al Assad. Uno de ellos, Rachid Wahbi, taxista de 32 años, murió en un enfrentamiento con el Ejército sirio. Y otros musulmanes con DNI español podrían haber emprendido el mismo camino. Radicalismo religioso y violencia no van unidos pero la frontera que los separa es demasiado permeable.

No hay cifras fiables sobre la adscripción de los dos millones de musulmanes que viven en suelo español, pero si hay indicios preocupantes. En una encuesta realizada por el Ministerio del Interior en 2010 el 40% de los musulmanes rechazó la prohibición del niqab o el burka (las dos prendas que más anulan el rostro de la mujer) en los espacios públicos, un valioso indicador de radicalismo desde el punto de vista policial. El sondeo también reveló que el número de musulmanes «muy practicantes» no ha dejado de crecer en el último lustro y que sólo el 40% de los entrevistados se mostró en contra de «la existencia de tribunales islámicos en países no musulmanes».

El Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) le ha dedicado recientemente un análisis a estos movimientos en plena expansión en España. «Persiguen que fines como la instauración de un califato universal, la reclusión en su actividad puramente religiosa o una moralidad ultraconservadora, circunstancias que hacen que la integración en nuestra sociedad de los sus fieles sea más que dificultosa», señala Óscar Pérez Ventura, analista en terrorismo yihadista y movimientos radicales islamistas y coautor del documento del IEE.

Entre estos movimientos se encuentra Justicia y Caridad (traducido también como Justicia y Espiritualidad), una corriente de origen marroquí pero ilegalizada por Rabat, fuertemente implantada en la Comunidad Valenciana y la Región de Murcia. En esta última autonomía, Justicia y Caridad se ha alzado incluso como portavoz oficial de todos los musulmanes, tras tomar el control de la Federación Islámica de la Región de Murcia (FIRM), un hecho que les permite acceder a las subvenciones públicas. Nadia Yassine, hija del líder del movimiento, el jeque Abdeslam Yassine, ha realizado numerosas visitas a sus lugartenientes locales. Su interpretación del texto sagrado es sumamente conservadora. Promulga la no violencia pero Justicia y Caridad se muestra contrario a la integración de los musulmanes en la sociedad española. De hecho, en Murcia, los imanes que predican en sus mezquitas han promovido la creación de guetos en los que se aplica la ley islámica. Tampoco reconocen la legitimidad de las autoridades políticas.

La Yama’a Al-Tabligh es otra organización con serios planes de crecimiento en España. Apareció en la india hace casi un siglo y es una especie de orden contemplativa. Promulga la islamización de las vidas cotidianas de sus adeptos. Javier Jordán, profesor de la Universidad de Granada experto en terrorismo islamista y analista del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI), afirma que «era una organización muy cerrada pero se han ido abriendo a la sociedad, organizando cursos y seminarios y su discurso se ha vuelto más moderado. Tienen interés en tener una buena relación con las autoridades y ahora ponen mucho empeño en evitar los discursos más radicales».

Con todo, los tabligh están en el punto de mira de las Fuerzas de Seguridad porque, pese a rechazar de la violencia, su adoctrinamiento en la visión más conservadora del Islam ha sido utilizado anteriormente por otros grupos para pescar entre sus seguidores potenciales yihadistas. De hecho, implicados en la red de Abu Dahdah, líder de Al Qaeda en España, y en el 11-M habían profesado esta doctrina antes de dar el salto a la yihad. Son reconocibles por sus barbas (de sólo unos dedos de longitud) y sus túnicas blancas. Están muy bien organizados aunque por el momento renuncian a tomar el control de las organizaciones de representación de los fieles musulmanes. Están en Andalucía, Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña y Ceuta y Melilla.

La última gran corriente implantada en España son los Hermanos Musulmanes, una organización fundada en Egipto y con presencia en casi todo el mundo. La influyente Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), una de las dos asociaciones que se arroga la representación de los musulmanes españoles, se mueve en su entorno. Tienen mezquitas en Madrid, Valencia y Andalucía. Aunque se les considera moderados, pregonan la instauración de la ley islámica y el rechazo a los líderes occidentales. Varios de los imputados por el 11-M también habían pasado por esta organización. El propio Abu Dahdah perteneció a ella.

Sin embargo, lo que más preocupaa a las Fuerzas de Seguridad no es una organización sino dos corrientes muy similares, salafismo y wahabismo, dos concepciones extremadamente radicales del Islam que rechazan cualquier tipo de relación con no musulmanes, exigen el cumplimiento estricto del Corán e incluso arrinconan a los creyentes moderados. Pérez Ventura incluye en este grupo a la doctrina, el Takfir Wal Hijra, que justifica incluso la Guerra Santa. «Son movimientos que no dudan en utilizar la violencia y la retórica yihadista para la consecución de sus objetivos», advierte. Su objetivo prioritario en España es, por ahora, expandir su base social, algo que ya están consiguiendo, especialmente en Cataluña, gracias al patrocinio de Arabia Saudí, patria del wahabbismo.

Jordán puntualiza que, salvo excepciones, por suerte «no se trata tanto de un problema para la seguridad interior como para la integración de los inmigrantes, en especial, los de segunda y tercera generación». «A España le conviene promover otro tipo de asociaciones con una visión de la religión más abierta al diálogo con otras confesiones», opina el analista del Gesi. «La apertura que se ha producido en el seno del movimiento Tabligh es un buen camino a seguir».

La lista la completan Hizb ut-Tahrir, con tentáculos en País Vasco y Cataluña, y la secta Al Morabitum, instalada en el Albaicín granadino, ambas fundamentadas en lecturas extremas del Corán, aunque hay otros colectivos minoritarios, «como Sharia4Spain [una plataforma web que defiende abiertamente la aplicación de la ley islámica en España], que tienen un lenguaje ambiguo respecto al terrorismo y la yihad», advierte Pérez Ventura.

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Fuerzas de seguridad vigilan los focos radicales del Islam en España

Con los inmigrantes musulmanes también han aterrizado en España doctrinas y sectas islamistas que están arrinconando a las interpretaciones más moderadas de esta confesión. Las fuerzas de seguridad y los expertos en integrismo religioso advierten del avance de los seguidores más fanáticos de Mahoma y señalan que su implantación está dificultando la integración social de estos extranjeros. En el peor de los casos, alertan de que el avance del radicalismo puede suponer incluso una amenaza para la seguridad nacional. 

Nos cuenta Lucía N. Poza en ElConfidencial.com que un claro ejemplo el conocido la semana pasada en Ceuta. Cuatro jóvenes españoles de origen marroquí que asistían a la mezquita de Las Caracolas, una de las más radicales de la ciudad autónoma por su inspiración salafista, decidieron viajar a Siria para luchar junto a los rebeldes que se han levantado contra Bachar Al Assad. Uno de ellos, Rachid Wahbi, taxista de 32 años, murió en un enfrentamiento con el Ejército sirio. Y otros musulmanes con DNI español podrían haber emprendido el mismo camino. Radicalismo religioso y violencia no van unidos pero la frontera que los separa es demasiado permeable.

No hay cifras fiables sobre la adscripción de los dos millones de musulmanes que viven en suelo español, pero si hay indicios preocupantes. En una encuesta realizada por el Ministerio del Interior en 2010 el 40% de los musulmanes rechazó la prohibición del niqab o el burka (las dos prendas que más anulan el rostro de la mujer) en los espacios públicos, un valioso indicador de radicalismo desde el punto de vista policial. El sondeo también reveló que el número de musulmanes «muy practicantes» no ha dejado de crecer en el último lustro y que sólo el 40% de los entrevistados se mostró en contra de «la existencia de tribunales islámicos en países no musulmanes».

El Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) le ha dedicado recientemente un análisis a estos movimientos en plena expansión en España. «Persiguen que fines como la instauración de un califato universal, la reclusión en su actividad puramente religiosa o una moralidad ultraconservadora, circunstancias que hacen que la integración en nuestra sociedad de los sus fieles sea más que dificultosa», señala Óscar Pérez Ventura, analista en terrorismo yihadista y movimientos radicales islamistas y coautor del documento del IEE.

Entre estos movimientos se encuentra Justicia y Caridad (traducido también como Justicia y Espiritualidad), una corriente de origen marroquí pero ilegalizada por Rabat, fuertemente implantada en la Comunidad Valenciana y la Región de Murcia. En esta última autonomía, Justicia y Caridad se ha alzado incluso como portavoz oficial de todos los musulmanes, tras tomar el control de la Federación Islámica de la Región de Murcia (FIRM), un hecho que les permite acceder a las subvenciones públicas. Nadia Yassine, hija del líder del movimiento, el jeque Abdeslam Yassine, ha realizado numerosas visitas a sus lugartenientes locales. Su interpretación del texto sagrado es sumamente conservadora. Promulga la no violencia pero Justicia y Caridad se muestra contrario a la integración de los musulmanes en la sociedad española. De hecho, en Murcia, los imanes que predican en sus mezquitas han promovido la creación de guetos en los que se aplica la ley islámica. Tampoco reconocen la legitimidad de las autoridades políticas.

La Yama’a Al-Tabligh es otra organización con serios planes de crecimiento en España. Apareció en la india hace casi un siglo y es una especie de orden contemplativa. Promulga la islamización de las vidas cotidianas de sus adeptos. Javier Jordán, profesor de la Universidad de Granada experto en terrorismo islamista y analista del Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI), afirma que «era una organización muy cerrada pero se han ido abriendo a la sociedad, organizando cursos y seminarios y su discurso se ha vuelto más moderado. Tienen interés en tener una buena relación con las autoridades y ahora ponen mucho empeño en evitar los discursos más radicales».

Con todo, los tabligh están en el punto de mira de las Fuerzas de Seguridad porque, pese a rechazar de la violencia, su adoctrinamiento en la visión más conservadora del Islam ha sido utilizado anteriormente por otros grupos para pescar entre sus seguidores potenciales yihadistas. De hecho, implicados en la red de Abu Dahdah, líder de Al Qaeda en España, y en el 11-M habían profesado esta doctrina antes de dar el salto a la yihad. Son reconocibles por sus barbas (de sólo unos dedos de longitud) y sus túnicas blancas. Están muy bien organizados aunque por el momento renuncian a tomar el control de las organizaciones de representación de los fieles musulmanes. Están en Andalucía, Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña y Ceuta y Melilla.

La última gran corriente implantada en España son los Hermanos Musulmanes, una organización fundada en Egipto y con presencia en casi todo el mundo. La influyente Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), una de las dos asociaciones que se arroga la representación de los musulmanes españoles, se mueve en su entorno. Tienen mezquitas en Madrid, Valencia y Andalucía. Aunque se les considera moderados, pregonan la instauración de la ley islámica y el rechazo a los líderes occidentales. Varios de los imputados por el 11-M también habían pasado por esta organización. El propio Abu Dahdah perteneció a ella.

Sin embargo, lo que más preocupaa a las Fuerzas de Seguridad no es una organización sino dos corrientes muy similares, salafismo y wahabismo, dos concepciones extremadamente radicales del Islam que rechazan cualquier tipo de relación con no musulmanes, exigen el cumplimiento estricto del Corán e incluso arrinconan a los creyentes moderados. Pérez Ventura incluye en este grupo a la doctrina, el Takfir Wal Hijra, que justifica incluso la Guerra Santa. «Son movimientos que no dudan en utilizar la violencia y la retórica yihadista para la consecución de sus objetivos», advierte. Su objetivo prioritario en España es, por ahora, expandir su base social, algo que ya están consiguiendo, especialmente en Cataluña, gracias al patrocinio de Arabia Saudí, patria del wahabbismo.

Jordán puntualiza que, salvo excepciones, por suerte «no se trata tanto de un problema para la seguridad interior como para la integración de los inmigrantes, en especial, los de segunda y tercera generación». «A España le conviene promover otro tipo de asociaciones con una visión de la religión más abierta al diálogo con otras confesiones», opina el analista del Gesi. «La apertura que se ha producido en el seno del movimiento Tabligh es un buen camino a seguir».

La lista la completan Hizb ut-Tahrir, con tentáculos en País Vasco y Cataluña, y la secta Al Morabitum, instalada en el Albaicín granadino, ambas fundamentadas en lecturas extremas del Corán, aunque hay otros colectivos minoritarios, «como Sharia4Spain [una plataforma web que defiende abiertamente la aplicación de la ley islámica en España], que tienen un lenguaje ambiguo respecto al terrorismo y la yihad», advierte Pérez Ventura.

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#CientíficasConTacones: La campaña ‘La ciencia es cosa de chicas’ desata la polémica

Cuando los recortes en la inversión pública movilizan a los científicos españoles, la última campaña de la Comisión Europea para la incorporación de las estudiantes a disciplinas científicas ha generado una intensa polémica en la red.

Con el eslogan Science: it’s a girl thing! (La ciencia: ¡cosa de chicas!), la Dirección General de Investigación e Innovación de la Comisión Europea ha puesto en marcha una campaña destinada al público adolescente en el que se combina la música disco con colores chicle, pipetas, tacones de aguja, mecheros Bunsen, lápices de labios, vasos de precipitado y polveras de maquillaje.
«Pero parece que se les ha ido el tiro por la culata», advierte Nico Morales en su blog de Ingeniería Química. Más contundente se muestra Clara Crima (@ClaraGrima), profesora del área de Matemática aplicada de la Universidad de Sevillla y autora del blog amazings.es. «A la vista del vídeo y de la página Science: It’s a girl thing lo único que se me ocurre pensar es que se trata de un intento, sexista y descarnado, de desprestigiar y ridiculizar a todas las mujeres que nos dedicamos a la Ciencia», apunta en su bitácora.
‘VERSIÓN PORNO’ DE THE BIG BANG THEORY
«Si yo fuese mujer me sentiría indignada. Lo sé porque soy hombre y me siento indignado», asegura Arturo Quirantes (@elprofedefisica), autor del influyente blog de divulgación científica Física de película. De hecho, este profesor de física de la Universidad de Granada llega a comparar la campaña con una anuncio de la marca de anticonceptivos Durex o con una «versión porno» de la serie de televisión The Big Bang Theory.
«Igual que nos echaríamos las manos a la cabeza si promoviéramos la ciencia entre los individuos XY mediante un balón de fútbol, el patinazo de difundir el trabajo de las investigadoras bolso y taconazo en mano, es patético», critica Ángela Bernardos (@maberalv), investigadora y bloguera.
#CIENTÍFICASCONTACONES
En la red social Twitter se ha desatado un gran número de comentarios bajo la etiqueta #CientíficasConTacones en las que las muestras de indignación y los comentarios humorísticos sobre lo desafortunado del video han llegado a situar este hashtag como tema del momento (TT).
«Se valorarán las publicaciones en revistas de alto impacto: Vogue, Marie Claire, Cosmopolitan…», bromea Cesar Viteri (@Multimaniaco). «Íbamos a coger una doctoranda nueva en el laboratorio, pero no ha superado la prueba de la pasarela, una lástima», añade @DrLitos, nick tras el que escribe el administrador de un conocido blog de divulgación científica.
En el resto de la Unión Europea la reacción ha sido similar e incluso el diario británico The Guardian ha lanzado la etiqueta #realwomenofscience (la realidad de las mujeres de ciencia) para que sus lectores expliquen cómo es verdaderamente el desarrollo de esta disciplina.
Además, el apartado de la web denominado Dream jobs (trabajos soñados) está vacío, aunque debería incluir las «muchas ofertas laborales que puedes descubrir en ciencia» según la descripción del sitio, como advierte la periodista científica Patricia F. de Lis (@pflis).
BUENAS INTENCIONES
Como señalan distintos internautas, el fin es positivo, pero los medios utilizados han resultado un patinazo. De hecho, además del anuncio de la polémica, la web incluye testimonios de jóvenes científicas reales que explican la realización personal que han conseguido con su trabajo en los laboratorios.
La campaña, que tendrá una duración de tres años, surgió con el objetivo de incrementar la paridad en ciencia, tecnología, ingeniería matemáticas e investigación en general. Actualmente, las mujeres son un 45% de los doctorandos de la Unión Europea y sólo un tercio de los investigadores de carrera, aunque representan la mitad de la población estudiantil.
Con el lanzamiento de la campaña, la Comisión Europa aseguró que la iniciativa quiere poner «en tela de juicio los estereotipos en torno a la ciencia y mostrará a las jóvenes y mujeres que la ciencia es divertida y ofrece grandes oportunidades». Igualmente, quiere combatir «ideas anticuadas sobre las carreras de ciencias, mostrando la relación entre las prácticas de investigación contemporáneas y las necesidades de la sociedad».

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#CientíficasConTacones: La campaña ‘La ciencia es cosa de chicas’ desata la polémica

Cuando los recortes en la inversión pública movilizan a los científicos españoles, la última campaña de la Comisión Europea para la incorporación de las estudiantes a disciplinas científicas ha generado una intensa polémica en la red.

Con el eslogan Science: it’s a girl thing! (La ciencia: ¡cosa de chicas!), la Dirección General de Investigación e Innovación de la Comisión Europea ha puesto en marcha una campaña destinada al público adolescente en el que se combina la música disco con colores chicle, pipetas, tacones de aguja, mecheros Bunsen, lápices de labios, vasos de precipitado y polveras de maquillaje.
«Pero parece que se les ha ido el tiro por la culata», advierte Nico Morales en su blog de Ingeniería Química. Más contundente se muestra Clara Crima (@ClaraGrima), profesora del área de Matemática aplicada de la Universidad de Sevillla y autora del blog amazings.es. «A la vista del vídeo y de la página Science: It’s a girl thing lo único que se me ocurre pensar es que se trata de un intento, sexista y descarnado, de desprestigiar y ridiculizar a todas las mujeres que nos dedicamos a la Ciencia», apunta en su bitácora.
‘VERSIÓN PORNO’ DE THE BIG BANG THEORY
«Si yo fuese mujer me sentiría indignada. Lo sé porque soy hombre y me siento indignado», asegura Arturo Quirantes (@elprofedefisica), autor del influyente blog de divulgación científica Física de película. De hecho, este profesor de física de la Universidad de Granada llega a comparar la campaña con una anuncio de la marca de anticonceptivos Durex o con una «versión porno» de la serie de televisión The Big Bang Theory.
«Igual que nos echaríamos las manos a la cabeza si promoviéramos la ciencia entre los individuos XY mediante un balón de fútbol, el patinazo de difundir el trabajo de las investigadoras bolso y taconazo en mano, es patético», critica Ángela Bernardos (@maberalv), investigadora y bloguera.
#CIENTÍFICASCONTACONES
En la red social Twitter se ha desatado un gran número de comentarios bajo la etiqueta #CientíficasConTacones en las que las muestras de indignación y los comentarios humorísticos sobre lo desafortunado del video han llegado a situar este hashtag como tema del momento (TT).
«Se valorarán las publicaciones en revistas de alto impacto: Vogue, Marie Claire, Cosmopolitan…», bromea Cesar Viteri (@Multimaniaco). «Íbamos a coger una doctoranda nueva en el laboratorio, pero no ha superado la prueba de la pasarela, una lástima», añade @DrLitos, nick tras el que escribe el administrador de un conocido blog de divulgación científica.
En el resto de la Unión Europea la reacción ha sido similar e incluso el diario británico The Guardian ha lanzado la etiqueta #realwomenofscience (la realidad de las mujeres de ciencia) para que sus lectores expliquen cómo es verdaderamente el desarrollo de esta disciplina.
Además, el apartado de la web denominado Dream jobs (trabajos soñados) está vacío, aunque debería incluir las «muchas ofertas laborales que puedes descubrir en ciencia» según la descripción del sitio, como advierte la periodista científica Patricia F. de Lis (@pflis).
BUENAS INTENCIONES
Como señalan distintos internautas, el fin es positivo, pero los medios utilizados han resultado un patinazo. De hecho, además del anuncio de la polémica, la web incluye testimonios de jóvenes científicas reales que explican la realización personal que han conseguido con su trabajo en los laboratorios.
La campaña, que tendrá una duración de tres años, surgió con el objetivo de incrementar la paridad en ciencia, tecnología, ingeniería matemáticas e investigación en general. Actualmente, las mujeres son un 45% de los doctorandos de la Unión Europea y sólo un tercio de los investigadores de carrera, aunque representan la mitad de la población estudiantil.
Con el lanzamiento de la campaña, la Comisión Europa aseguró que la iniciativa quiere poner «en tela de juicio los estereotipos en torno a la ciencia y mostrará a las jóvenes y mujeres que la ciencia es divertida y ofrece grandes oportunidades». Igualmente, quiere combatir «ideas anticuadas sobre las carreras de ciencias, mostrando la relación entre las prácticas de investigación contemporáneas y las necesidades de la sociedad».

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Los liberados sindicales cuestan a sus empresas 1.815 millones de euros al año

Las horas detraídas de sus jornadas laborales equivalen a casi 60.000 puestos de trabajo. UGT y CC OO no han hecho nunca públicas las horas de reducción de jornada.

 

El número de liberados sindicales y el coste que tienen para las empresas públicas y privadas es uno de los secretos mejor guardados por las principales centrales sindicales, UGT y CC OO.

No existen datos oficiales ni referencias al respecto en sus páginas web ni en sus publicaciones en papel. No son empleados de los sindicatos aunque trabajen para ellos. Son empleados de las empresas y perciben su sueldo de ellas, si bien realizan un determinado número de horas para labores sindicales detraídas de las dedicadas a la empresa.

El error de la CEOE

La única estimación realizada hasta la fecha es la que hizo la CEOE hace dos años. Entonces valoró que había poco más de 4.100 liberados en la empresa privada, lo que suponía un coste salarial aproximado de 250 millones.

Un cálculo muy optimista, pues no se acerca en nada a la realidad: 1.815,4 millones de euros es el coste real de mantener un sistema de representación de los trabajadores basado en liberados sindicales.

Según los datos a los que ha tenido acceso LA GACETA, el número medio de delegados sindicales elegidos de entre las dos principales centrales, en los últimos años, es de algo más de 250.000. De ellos, 123.000 corresponden al sindicato presidido por Cándido Méndez y 127.000, al dirigido por Ignacio Fernández Toxo.

De entre estos, la mayoría tiene horas liberadas de trabajo pagadas por sus empresas. Los periodos de liberación van desde las 15 horas por mes de los delegados de empresas con menos de 100 trabajadores, hasta las 40 horas por mes en las empresas de más de 750 empleados.

Analizando el tamaño medio de las empresas españolas, y el número de delegados sindicales que les corresponde, la media por sindicalista en España es de 30 horas al mes de trabajo para la central, aumentando la carga salarial de la empresa.

Para saber cuánto cuesta esta actividad sindicalista a las empresas públicas y privadas, es suficiente con una multiplicación: 250.000 delegados que trabajan durante 30 horas al mes para el sindicato durante 12 meses da el resultado de 90 millones de horas de trabajo.

Para que nos hagamos una idea, cada español trabaja al año 1.600 horas, es decir, los 90 millones de horas corresponden a 56.250 puestos de trabajo. Si el gasto medio de una empresa por trabajador en España se sitúa en 30.180 euros anuales, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística correspondientes al primer trimestre de 2012, el total del coste salarial de los liberados de UGT y CC OO es de 1.700 millones de euros anuales.

A esta cantidad hay que añadir los delegados con horas a disposición de sus sindicatos que pertenecen a otras organizaciones de las 25 que han renovado representación en sus respectivos procesos. De esta manera, un total de 17.000 liberados más completarían los costes de UGT y CC OO o lo que es lo mismo, habría que sumar otros 115,4 millones de euros al coste de los trabajadores de los sindicatos al que tienen que hacer frente las empresas públicas y privadas de España.

Pagar dos veces

El Sindicato Andaluz de los Trabajadores (SAT)propuso una nueva modalidad de sindicalista liberado. En la Universidad de Granada (UGR) juntaban sus horas mensuales y se concentraban en un solo mes. Lo justificaban señalando que de esa manera la UGR podía contratar interinos y no se sobrecargaría la jornada de los empleados. En marzo de 2011 la UGR denunció ese sistema al considerar que se paga dos veces por el mismo trabajo, el sueldo del sustituto y el del liberado que no realiza su trabajo.

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Los liberados sindicales cuestan a sus empresas 1.815 millones de euros al año

Las horas detraídas de sus jornadas laborales equivalen a casi 60.000 puestos de trabajo. UGT y CC OO no han hecho nunca públicas las horas de reducción de jornada.

 

El número de liberados sindicales y el coste que tienen para las empresas públicas y privadas es uno de los secretos mejor guardados por las principales centrales sindicales, UGT y CC OO.

No existen datos oficiales ni referencias al respecto en sus páginas web ni en sus publicaciones en papel. No son empleados de los sindicatos aunque trabajen para ellos. Son empleados de las empresas y perciben su sueldo de ellas, si bien realizan un determinado número de horas para labores sindicales detraídas de las dedicadas a la empresa.

El error de la CEOE

La única estimación realizada hasta la fecha es la que hizo la CEOE hace dos años. Entonces valoró que había poco más de 4.100 liberados en la empresa privada, lo que suponía un coste salarial aproximado de 250 millones.

Un cálculo muy optimista, pues no se acerca en nada a la realidad: 1.815,4 millones de euros es el coste real de mantener un sistema de representación de los trabajadores basado en liberados sindicales.

Según los datos a los que ha tenido acceso LA GACETA, el número medio de delegados sindicales elegidos de entre las dos principales centrales, en los últimos años, es de algo más de 250.000. De ellos, 123.000 corresponden al sindicato presidido por Cándido Méndez y 127.000, al dirigido por Ignacio Fernández Toxo.

De entre estos, la mayoría tiene horas liberadas de trabajo pagadas por sus empresas. Los periodos de liberación van desde las 15 horas por mes de los delegados de empresas con menos de 100 trabajadores, hasta las 40 horas por mes en las empresas de más de 750 empleados.

Analizando el tamaño medio de las empresas españolas, y el número de delegados sindicales que les corresponde, la media por sindicalista en España es de 30 horas al mes de trabajo para la central, aumentando la carga salarial de la empresa.

Para saber cuánto cuesta esta actividad sindicalista a las empresas públicas y privadas, es suficiente con una multiplicación: 250.000 delegados que trabajan durante 30 horas al mes para el sindicato durante 12 meses da el resultado de 90 millones de horas de trabajo.

Para que nos hagamos una idea, cada español trabaja al año 1.600 horas, es decir, los 90 millones de horas corresponden a 56.250 puestos de trabajo. Si el gasto medio de una empresa por trabajador en España se sitúa en 30.180 euros anuales, según los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística correspondientes al primer trimestre de 2012, el total del coste salarial de los liberados de UGT y CC OO es de 1.700 millones de euros anuales.

A esta cantidad hay que añadir los delegados con horas a disposición de sus sindicatos que pertenecen a otras organizaciones de las 25 que han renovado representación en sus respectivos procesos. De esta manera, un total de 17.000 liberados más completarían los costes de UGT y CC OO o lo que es lo mismo, habría que sumar otros 115,4 millones de euros al coste de los trabajadores de los sindicatos al que tienen que hacer frente las empresas públicas y privadas de España.

Pagar dos veces

El Sindicato Andaluz de los Trabajadores (SAT)propuso una nueva modalidad de sindicalista liberado. En la Universidad de Granada (UGR) juntaban sus horas mensuales y se concentraban en un solo mes. Lo justificaban señalando que de esa manera la UGR podía contratar interinos y no se sobrecargaría la jornada de los empleados. En marzo de 2011 la UGR denunció ese sistema al considerar que se paga dos veces por el mismo trabajo, el sueldo del sustituto y el del liberado que no realiza su trabajo.

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La marca de la posesión machista

Son agresiones con una altísima carga simbólica. Pretenden marcar de por vida. Dejar en el rostro desfigurado y en el cuerpo de la víctima la estampa de su crimen, de sus celos, de su odio. Una huella imborrable y dramática. El ácido y otras sustancias abrasivas son utilizadas en muchos países como un arma que no solo pretende causar un sufrimiento físico enorme —o, incluso, la muerte—, sino también para imponerle una condena social que la acompañará de por vida. Al mirarse al espejo, al observar las reacciones de los otros. Es la marca de la posesión. Una firma ardiente que lastra la vida, o lo que queda de ella, de miles de mujeres en todo el mundo.

 Las cicatrices en su cara, abrasada, las hacen perfectamente reconocibles; pero no existen estadísticas que digan cuántas personas sufren ataques con ácido u otros productos de este tipo en el mundo. Acid Survivors Trust International (ASTI), una organización especializada que trabaja con Naciones Unidas, calcula que al año se producen al menos 1.500 agresiones, más del 80% a mujeres. La mayoría localizadas en países del sureste de Asia, África subsahariana, India occidental y oriente medio; aunque se contabilizan cada vez más casos en América Latina. Como en Colombia, donde la proliferación de ataques con químicos abrasantes ha llevado a las autoridades a revisar la ley para endurecer las penas contra los agresores que empleen este instrumento de terror. El 90% de los atacantes son hombres; casi siempre conocidos o con alguna relación con la agredida; un patrón común en todos los lugares.

Una organización que trabaja para la ONU cifra en 1.500 las agresiones al año
Pretenden destruir la vida de la mujer a través de lo que la ONU considera una forma «devastadora» de violencia de género. Como la que cegó a la iraní Ameneh Bahrami, a quien un pretendiente despechado lanzó ácido y desfiguró hasta hacerla irreconocible cuando tenía 23 años. O a la joven camboyana Ponleu, atacada con un líquido corrosivo por su marido al que había pedido el divorcio tras cuatro años de malos tratos. En Europa, estas agresiones son anecdóticas, pero ocurren. Hace cuatro años, el exnovio de Katie Piper contrató a un hombre para que le rociase con un líquido corrosivo. La joven, de 24 años, modelo, sufrió lesiones severas. Hoy, tras decenas de operaciones, las huellas del terror que le surcan el rostro no se han borrado del todo. En Madrid, el pasado martes, María Ángeles, de 29 años, fue atacada en plena calle por un desconocido que le arrojó ácido. La policía investiga el caso y el entorno del marido de la chica, del que se está separando.

El uso de productos como el ácido sulfúrico —que se extraen muchas veces del motor de los coches o motocicletas— es un acto premeditado con el que el agresor persigue un objetivo claro: «Tienen la intención de desfigurar permanentemente a la víctima, de causarle daños físicos y psicológicos brutales, de provocarle graves cicatrices y condenarla al ostracismo», explica Meryem Aslan, responsable del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas. Un crimen cometido la mayoría de las veces por aquellos a quien la agredida ignoró o rechazó.

«Los motivos más frecuentes para estos ataques son el rechazo por parte de las mujeres de las insinuaciones sexuales o las ofertas de matrimonio», dice John Morrison, director de ASTI. O de maridos contra sus esposas, a las que pretenden repudiar o castigar. A veces, escudándose en acusaciones de supuestas infidelidades o comportamientos para ellos indecorosos. «También se ven ataques así de vez en cuando en los casos de violencia doméstica, por parte de las familias políticas; o son provocados por disputas comerciales o de tierras entre distintos clanes», explica. Situaciones en las que los agresores atacan a la parte más vulnerable y sensible de la familia: una mujer joven en edad casadera o una niña que quedará marcada toda la vida. «Con la agresión le arrancarán su capital social, su aspecto; y el capital económico de su familia, que muchas veces se ve obligada a vender sus posesiones y, por supuesto, las tierras en disputa, para pagar los cuidados médicos de la menor», enumera el director de ASTI, una organización que trabaja en países como Nepal, Uganda, Camboya o India.

El 40% de las víctimas no ha cumplido los 18 años en el momento de la agresión. Y desde entonces llevará una vida difícil y con secuelas brutales físicas y psicológicas. Graves quemaduras —casi siempre en el rostro y cuello—, daños en las vías respiratorias o incluso ceguera. La mayoría no llegará a recuperarse nunca. «El trauma para estas mujeres es severo», explica Linda Guerrero, directora de la Fundación del Quemado de Bogotá, que en los últimos años ha atendido a 33 mujeres. Todas jóvenes. «Necesitan muchas operaciones de reconstrucción e implantes de piel. Todas han sido agredidas en la cara, donde las marcas son muy visibles; muchas, además, han perdido un ojo», enumera. Suelen tener afectados los huesos y funciones como la respiración o la deglución. «Además, tienen pánico a salir solas a la calle, sufren depresión y pesadillas», dice Guerrero. A veces, cuenta, sueñan que vuelven a recuperar su rostro. Aquel que su agresor les quiso robar para atacar su feminidad.

Patricia Lefranc cree que su expareja quiso matarla. Y si no lo lograba, provocarle la «muerte social». Excluirla del mundo destruyendo su aspecto. Esta belga fue atacada en 2009 por su exnovio, Richard Remes, que la esperó en el portal de su casa y le lanzó ácido sulfúrico. El líquido le abrasó el rostro y el torso de tal forma que si no hubiera sido por las prótesis mamarias que llevaba, le hubiera alcanzado los pulmones y el corazón. «Sentí que me quemaba, que me derretía. El dolor era inmenso», explica por teléfono. En marzo, Remes fue condenado a 30 años de cárcel, pero la condena de Lefranc es para siempre. «Me ha convertido en un monstruo», lamenta. Se ha sometido a 87 operaciones vitales y de cirugía reconstructiva, pero su rostro, convertido en un mar de cicatrices, sigue desfigurado. No queda nada de la mujer rubia y atractiva de antes de la agresión. Además, cuenta, no puede hacer una vida normal. El dolor le impide trabajar y como el ácido le abrasó también la garganta, tiene dificultades para tragar. «Es una agresión perversa, tremenda. En una sociedad como esta, donde se da tanta importancia a la imagen, desfigurar a alguien es imponerle una tortura constante», dice su abogado Sven Mary.

Lefranc tiene clarísimas las maquinaciones de su exnovio. Pero los expertos también sostienen que tras el uso de sustancias abrasantes no solo se haya la intención de dañar físicamente a la víctima. «Es un acto simbólico claro», afirma Vicente Garrido, profesor de criminología de la Universidad de Valencia y especialista en delincuencia violenta. «Si ella le deja, él la dejará mutilada para que ningún otro hombre pueda disfrutar a su lado. Y además recibirá un castigo por rechazarle», dice.

El grueso de los ataques se registra en el sureste de Asia, el África subsahariana, India y Oriente Medio
El profesor de Psicología y de Criminología Clínica de la Universidad de Barcelona Santiago Rendondo cree que para saber qué pasa por la mente del agresor cuando usa este arma habría que iniciar una serie de estudios epidemiológicos. «Probablemente en un intento de asesinato hay un objetivo de venganza más salvaje que no se detiene a pensar las consecuencias sutiles. Pero en el uso de ácido hay una mayor sofisticación intelectual para hacer sufrir a la víctima y condenarla a una vida de sufrimiento prolongado», observa.

Miguel Lorente, profesor de Medicina Forense de la Universidad de Granada, ha analizado los instrumentos que utilizan los agresores machistas. Para él, este —y todos aquellos que signifiquen quemar a la víctima— tiene un doble objetivo: «Buscan ocasionar daño grave, mucho dolor y complicaciones severas o incluso la muerte; y, por otro lado, pretenden dejar a la persona marcada con secuelas estéticas brutales. Esto satisface al agresor que, si no mata a la víctima, deja de perseguirla y acosarla porque ve en sus cicatrices su firma y la devaluación de la mujer desde el punto de vista estético», abunda el exdelegado de Gobierno contra la Violencia de Género. «Es como si dijeran: ‘Vete con quien quieras, que nadie te va a querer, te he marcado, he dejado mi firma».

Motivación que parece subyacer tras el ataque a la colombiana Gloria Piamba, de 25 años, agredida con ácido por un desconocido horas después de decirle a su expareja que no quería reconciliarse con él. El atacante le arrojó un líquido que le quemó la sien izquierda, parte de un ojo y el mentón. A veces, como ha relatado a varios medios colombianos, su exnovio —en libertad y sin que se le haya podido imputar ningún cargo— aún la llama y le dice «lo bella» que quedó tras lo ocurrido.

El motivo más común es el rechazo a relacionarse con el agresor
Pero incluso cuando el agresor no tiene ninguna relación con la víctima —pocos casos, pero los hay y cada vez más, según ASTI—, el acto tiene un componente de posesión y dominio. «Lo consideran una forma de aleccionar a la mujer, a la que ven como alguien perverso. Intentan satisfacer sus principios y sus valores atacando su estética porque para ellos es la parte más superficial de su poder y de su sexualidad», explica Lorente. El desconocido que arrojó ácido a Gina Potes en Bogotá, por ejemplo, le gritó: «¡Eso le pasa por ser tan bonita!».

Porque el castigo no solo queda ahí. Luego empieza, sobre todo en los países en vías de desarrollo, otra condena: el rechazo social. «Las que sobreviven a un ataque con ácido tienen altas probabilidades de ser rechazadas por sus familias y sus comunidades, que de alguna manera las culpabilizan. La mayoría no puede volver a su trabajo, no son tratadas con respeto por parte de las autoridades que, a menudo, les niegan su apoyo», remarca Morrison, de ASTI.

Organizaciones como la suya trabajan para cambiar las leyes de los países donde más ataques se producen y endurecer las penas a los agresores, que la mayoría de las veces quedan libres y sin ningún cargo. Eso si la víctima denuncia, porque, según Maria José Alcalá, jefa de la sección de Violencia de ONU Mujeres, muchas deciden callar por miedo a que los familiares del agresor o su entorno se venguen. Por eso, dice, y por la falta de registros, es complicado cuantificarlas.

Camboya trabaja en un proyecto de ley que, además de contemplar penas severas para este delito, regula la venta de sustancias corrosivas, muy fáciles de conseguir. Un camino por el que avanzan también las autoridades colombianas. En ese país, la detección de casos en los últimos años ha impulsado un proyecto de ley que amplía las condenas para los agresores y restringe la comercialización de estos productos.

Colombia va a endurecer la ley para castigar más este tipo de delitos
Cristina Plazas, alta consejera para la Igualdad de la Mujer de Colombia, explica que además de ese trabajo legislativo se han revisado los protocolos de atención a las víctimas. También se ha creado una unidad policial específica que investiga estos delitos. Plazas, sin embargo, no habla de un aumento de casos —dice que han sido unos 30 en los últimos años, frente al recuento de más de 50 cada año que hacen las organizaciones que las tratan—, sino de una «mayor visibilización» del fenómeno. La consejera se muestra preocupada por el «manejo» que determinados medios o entidades dan al problema. «Puede estar generando una influencia para el aprendizaje criminal y el aumento de nuevos casos», considera. Se están haciendo estudios sobre el perfil de la víctima y el atacante, para poder trabajar más en la prevención, añade.

La abogada colombiana Mónica Roa, directora de programas de Women’s Link Worldwide, se muestra alarmada por el fenómeno y cree que el abordaje legal no es suficiente. «En los últimos años hay una cantidad de leyes que recrudecen las penas para los diferentes tipos de violencia contra la mujer, pero en la práctica los fiscales y jueces no las están aplicando. Se vive un grave clima de impunidad rampante que deja estas reformas legales convertidas en letra muerta», dice.

También María José Alcalá, de ONU Mujeres, habla de prevención. «Es el arma esencial para transformar las actitudes y comportamientos que perpetúan y toleran la violencia contra la mujer, que entre otras formas de agresión, se manifiesta también en ataques con ácido», opina.

Pero mientras se lucha por cambiar determinados comportamientos y mentalidades, urge alejar este arma de los violentos. Un instrumento del terror con gravísimas consecuencias que se puede obtener levantando la tapa de un motor o por mucho menos de un dolar en muchas tiendas.

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La marca de la posesión machista

Son agresiones con una altísima carga simbólica. Pretenden marcar de por vida. Dejar en el rostro desfigurado y en el cuerpo de la víctima la estampa de su crimen, de sus celos, de su odio. Una huella imborrable y dramática. El ácido y otras sustancias abrasivas son utilizadas en muchos países como un arma que no solo pretende causar un sufrimiento físico enorme —o, incluso, la muerte—, sino también para imponerle una condena social que la acompañará de por vida. Al mirarse al espejo, al observar las reacciones de los otros. Es la marca de la posesión. Una firma ardiente que lastra la vida, o lo que queda de ella, de miles de mujeres en todo el mundo.

 Las cicatrices en su cara, abrasada, las hacen perfectamente reconocibles; pero no existen estadísticas que digan cuántas personas sufren ataques con ácido u otros productos de este tipo en el mundo. Acid Survivors Trust International (ASTI), una organización especializada que trabaja con Naciones Unidas, calcula que al año se producen al menos 1.500 agresiones, más del 80% a mujeres. La mayoría localizadas en países del sureste de Asia, África subsahariana, India occidental y oriente medio; aunque se contabilizan cada vez más casos en América Latina. Como en Colombia, donde la proliferación de ataques con químicos abrasantes ha llevado a las autoridades a revisar la ley para endurecer las penas contra los agresores que empleen este instrumento de terror. El 90% de los atacantes son hombres; casi siempre conocidos o con alguna relación con la agredida; un patrón común en todos los lugares.

Una organización que trabaja para la ONU cifra en 1.500 las agresiones al año
Pretenden destruir la vida de la mujer a través de lo que la ONU considera una forma «devastadora» de violencia de género. Como la que cegó a la iraní Ameneh Bahrami, a quien un pretendiente despechado lanzó ácido y desfiguró hasta hacerla irreconocible cuando tenía 23 años. O a la joven camboyana Ponleu, atacada con un líquido corrosivo por su marido al que había pedido el divorcio tras cuatro años de malos tratos. En Europa, estas agresiones son anecdóticas, pero ocurren. Hace cuatro años, el exnovio de Katie Piper contrató a un hombre para que le rociase con un líquido corrosivo. La joven, de 24 años, modelo, sufrió lesiones severas. Hoy, tras decenas de operaciones, las huellas del terror que le surcan el rostro no se han borrado del todo. En Madrid, el pasado martes, María Ángeles, de 29 años, fue atacada en plena calle por un desconocido que le arrojó ácido. La policía investiga el caso y el entorno del marido de la chica, del que se está separando.

El uso de productos como el ácido sulfúrico —que se extraen muchas veces del motor de los coches o motocicletas— es un acto premeditado con el que el agresor persigue un objetivo claro: «Tienen la intención de desfigurar permanentemente a la víctima, de causarle daños físicos y psicológicos brutales, de provocarle graves cicatrices y condenarla al ostracismo», explica Meryem Aslan, responsable del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas. Un crimen cometido la mayoría de las veces por aquellos a quien la agredida ignoró o rechazó.

«Los motivos más frecuentes para estos ataques son el rechazo por parte de las mujeres de las insinuaciones sexuales o las ofertas de matrimonio», dice John Morrison, director de ASTI. O de maridos contra sus esposas, a las que pretenden repudiar o castigar. A veces, escudándose en acusaciones de supuestas infidelidades o comportamientos para ellos indecorosos. «También se ven ataques así de vez en cuando en los casos de violencia doméstica, por parte de las familias políticas; o son provocados por disputas comerciales o de tierras entre distintos clanes», explica. Situaciones en las que los agresores atacan a la parte más vulnerable y sensible de la familia: una mujer joven en edad casadera o una niña que quedará marcada toda la vida. «Con la agresión le arrancarán su capital social, su aspecto; y el capital económico de su familia, que muchas veces se ve obligada a vender sus posesiones y, por supuesto, las tierras en disputa, para pagar los cuidados médicos de la menor», enumera el director de ASTI, una organización que trabaja en países como Nepal, Uganda, Camboya o India.

El 40% de las víctimas no ha cumplido los 18 años en el momento de la agresión. Y desde entonces llevará una vida difícil y con secuelas brutales físicas y psicológicas. Graves quemaduras —casi siempre en el rostro y cuello—, daños en las vías respiratorias o incluso ceguera. La mayoría no llegará a recuperarse nunca. «El trauma para estas mujeres es severo», explica Linda Guerrero, directora de la Fundación del Quemado de Bogotá, que en los últimos años ha atendido a 33 mujeres. Todas jóvenes. «Necesitan muchas operaciones de reconstrucción e implantes de piel. Todas han sido agredidas en la cara, donde las marcas son muy visibles; muchas, además, han perdido un ojo», enumera. Suelen tener afectados los huesos y funciones como la respiración o la deglución. «Además, tienen pánico a salir solas a la calle, sufren depresión y pesadillas», dice Guerrero. A veces, cuenta, sueñan que vuelven a recuperar su rostro. Aquel que su agresor les quiso robar para atacar su feminidad.

Patricia Lefranc cree que su expareja quiso matarla. Y si no lo lograba, provocarle la «muerte social». Excluirla del mundo destruyendo su aspecto. Esta belga fue atacada en 2009 por su exnovio, Richard Remes, que la esperó en el portal de su casa y le lanzó ácido sulfúrico. El líquido le abrasó el rostro y el torso de tal forma que si no hubiera sido por las prótesis mamarias que llevaba, le hubiera alcanzado los pulmones y el corazón. «Sentí que me quemaba, que me derretía. El dolor era inmenso», explica por teléfono. En marzo, Remes fue condenado a 30 años de cárcel, pero la condena de Lefranc es para siempre. «Me ha convertido en un monstruo», lamenta. Se ha sometido a 87 operaciones vitales y de cirugía reconstructiva, pero su rostro, convertido en un mar de cicatrices, sigue desfigurado. No queda nada de la mujer rubia y atractiva de antes de la agresión. Además, cuenta, no puede hacer una vida normal. El dolor le impide trabajar y como el ácido le abrasó también la garganta, tiene dificultades para tragar. «Es una agresión perversa, tremenda. En una sociedad como esta, donde se da tanta importancia a la imagen, desfigurar a alguien es imponerle una tortura constante», dice su abogado Sven Mary.

Lefranc tiene clarísimas las maquinaciones de su exnovio. Pero los expertos también sostienen que tras el uso de sustancias abrasantes no solo se haya la intención de dañar físicamente a la víctima. «Es un acto simbólico claro», afirma Vicente Garrido, profesor de criminología de la Universidad de Valencia y especialista en delincuencia violenta. «Si ella le deja, él la dejará mutilada para que ningún otro hombre pueda disfrutar a su lado. Y además recibirá un castigo por rechazarle», dice.

El grueso de los ataques se registra en el sureste de Asia, el África subsahariana, India y Oriente Medio
El profesor de Psicología y de Criminología Clínica de la Universidad de Barcelona Santiago Rendondo cree que para saber qué pasa por la mente del agresor cuando usa este arma habría que iniciar una serie de estudios epidemiológicos. «Probablemente en un intento de asesinato hay un objetivo de venganza más salvaje que no se detiene a pensar las consecuencias sutiles. Pero en el uso de ácido hay una mayor sofisticación intelectual para hacer sufrir a la víctima y condenarla a una vida de sufrimiento prolongado», observa.

Miguel Lorente, profesor de Medicina Forense de la Universidad de Granada, ha analizado los instrumentos que utilizan los agresores machistas. Para él, este —y todos aquellos que signifiquen quemar a la víctima— tiene un doble objetivo: «Buscan ocasionar daño grave, mucho dolor y complicaciones severas o incluso la muerte; y, por otro lado, pretenden dejar a la persona marcada con secuelas estéticas brutales. Esto satisface al agresor que, si no mata a la víctima, deja de perseguirla y acosarla porque ve en sus cicatrices su firma y la devaluación de la mujer desde el punto de vista estético», abunda el exdelegado de Gobierno contra la Violencia de Género. «Es como si dijeran: ‘Vete con quien quieras, que nadie te va a querer, te he marcado, he dejado mi firma».

Motivación que parece subyacer tras el ataque a la colombiana Gloria Piamba, de 25 años, agredida con ácido por un desconocido horas después de decirle a su expareja que no quería reconciliarse con él. El atacante le arrojó un líquido que le quemó la sien izquierda, parte de un ojo y el mentón. A veces, como ha relatado a varios medios colombianos, su exnovio —en libertad y sin que se le haya podido imputar ningún cargo— aún la llama y le dice «lo bella» que quedó tras lo ocurrido.

El motivo más común es el rechazo a relacionarse con el agresor
Pero incluso cuando el agresor no tiene ninguna relación con la víctima —pocos casos, pero los hay y cada vez más, según ASTI—, el acto tiene un componente de posesión y dominio. «Lo consideran una forma de aleccionar a la mujer, a la que ven como alguien perverso. Intentan satisfacer sus principios y sus valores atacando su estética porque para ellos es la parte más superficial de su poder y de su sexualidad», explica Lorente. El desconocido que arrojó ácido a Gina Potes en Bogotá, por ejemplo, le gritó: «¡Eso le pasa por ser tan bonita!».

Porque el castigo no solo queda ahí. Luego empieza, sobre todo en los países en vías de desarrollo, otra condena: el rechazo social. «Las que sobreviven a un ataque con ácido tienen altas probabilidades de ser rechazadas por sus familias y sus comunidades, que de alguna manera las culpabilizan. La mayoría no puede volver a su trabajo, no son tratadas con respeto por parte de las autoridades que, a menudo, les niegan su apoyo», remarca Morrison, de ASTI.

Organizaciones como la suya trabajan para cambiar las leyes de los países donde más ataques se producen y endurecer las penas a los agresores, que la mayoría de las veces quedan libres y sin ningún cargo. Eso si la víctima denuncia, porque, según Maria José Alcalá, jefa de la sección de Violencia de ONU Mujeres, muchas deciden callar por miedo a que los familiares del agresor o su entorno se venguen. Por eso, dice, y por la falta de registros, es complicado cuantificarlas.

Camboya trabaja en un proyecto de ley que, además de contemplar penas severas para este delito, regula la venta de sustancias corrosivas, muy fáciles de conseguir. Un camino por el que avanzan también las autoridades colombianas. En ese país, la detección de casos en los últimos años ha impulsado un proyecto de ley que amplía las condenas para los agresores y restringe la comercialización de estos productos.

Colombia va a endurecer la ley para castigar más este tipo de delitos
Cristina Plazas, alta consejera para la Igualdad de la Mujer de Colombia, explica que además de ese trabajo legislativo se han revisado los protocolos de atención a las víctimas. También se ha creado una unidad policial específica que investiga estos delitos. Plazas, sin embargo, no habla de un aumento de casos —dice que han sido unos 30 en los últimos años, frente al recuento de más de 50 cada año que hacen las organizaciones que las tratan—, sino de una «mayor visibilización» del fenómeno. La consejera se muestra preocupada por el «manejo» que determinados medios o entidades dan al problema. «Puede estar generando una influencia para el aprendizaje criminal y el aumento de nuevos casos», considera. Se están haciendo estudios sobre el perfil de la víctima y el atacante, para poder trabajar más en la prevención, añade.

La abogada colombiana Mónica Roa, directora de programas de Women’s Link Worldwide, se muestra alarmada por el fenómeno y cree que el abordaje legal no es suficiente. «En los últimos años hay una cantidad de leyes que recrudecen las penas para los diferentes tipos de violencia contra la mujer, pero en la práctica los fiscales y jueces no las están aplicando. Se vive un grave clima de impunidad rampante que deja estas reformas legales convertidas en letra muerta», dice.

También María José Alcalá, de ONU Mujeres, habla de prevención. «Es el arma esencial para transformar las actitudes y comportamientos que perpetúan y toleran la violencia contra la mujer, que entre otras formas de agresión, se manifiesta también en ataques con ácido», opina.

Pero mientras se lucha por cambiar determinados comportamientos y mentalidades, urge alejar este arma de los violentos. Un instrumento del terror con gravísimas consecuencias que se puede obtener levantando la tapa de un motor o por mucho menos de un dolar en muchas tiendas.

Descargar


La marca de la posesión machista

Son agresiones con una altísima carga simbólica. Pretenden marcar de por vida. Dejar en el rostro desfigurado y en el cuerpo de la víctima la estampa de su crimen, de sus celos, de su odio. Una huella imborrable y dramática. El ácido y otras sustancias abrasivas son utilizadas en muchos países como un arma que no solo pretende causar un sufrimiento físico enorme —o, incluso, la muerte—, sino también para imponerle una condena social que la acompañará de por vida. Al mirarse al espejo, al observar las reacciones de los otros. Es la marca de la posesión. Una firma ardiente que lastra la vida, o lo que queda de ella, de miles de mujeres en todo el mundo.

 Las cicatrices en su cara, abrasada, las hacen perfectamente reconocibles; pero no existen estadísticas que digan cuántas personas sufren ataques con ácido u otros productos de este tipo en el mundo. Acid Survivors Trust International (ASTI), una organización especializada que trabaja con Naciones Unidas, calcula que al año se producen al menos 1.500 agresiones, más del 80% a mujeres. La mayoría localizadas en países del sureste de Asia, África subsahariana, India occidental y oriente medio; aunque se contabilizan cada vez más casos en América Latina. Como en Colombia, donde la proliferación de ataques con químicos abrasantes ha llevado a las autoridades a revisar la ley para endurecer las penas contra los agresores que empleen este instrumento de terror. El 90% de los atacantes son hombres; casi siempre conocidos o con alguna relación con la agredida; un patrón común en todos los lugares.

Una organización que trabaja para la ONU cifra en 1.500 las agresiones al año
Pretenden destruir la vida de la mujer a través de lo que la ONU considera una forma «devastadora» de violencia de género. Como la que cegó a la iraní Ameneh Bahrami, a quien un pretendiente despechado lanzó ácido y desfiguró hasta hacerla irreconocible cuando tenía 23 años. O a la joven camboyana Ponleu, atacada con un líquido corrosivo por su marido al que había pedido el divorcio tras cuatro años de malos tratos. En Europa, estas agresiones son anecdóticas, pero ocurren. Hace cuatro años, el exnovio de Katie Piper contrató a un hombre para que le rociase con un líquido corrosivo. La joven, de 24 años, modelo, sufrió lesiones severas. Hoy, tras decenas de operaciones, las huellas del terror que le surcan el rostro no se han borrado del todo. En Madrid, el pasado martes, María Ángeles, de 29 años, fue atacada en plena calle por un desconocido que le arrojó ácido. La policía investiga el caso y el entorno del marido de la chica, del que se está separando.

El uso de productos como el ácido sulfúrico —que se extraen muchas veces del motor de los coches o motocicletas— es un acto premeditado con el que el agresor persigue un objetivo claro: «Tienen la intención de desfigurar permanentemente a la víctima, de causarle daños físicos y psicológicos brutales, de provocarle graves cicatrices y condenarla al ostracismo», explica Meryem Aslan, responsable del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas. Un crimen cometido la mayoría de las veces por aquellos a quien la agredida ignoró o rechazó.

«Los motivos más frecuentes para estos ataques son el rechazo por parte de las mujeres de las insinuaciones sexuales o las ofertas de matrimonio», dice John Morrison, director de ASTI. O de maridos contra sus esposas, a las que pretenden repudiar o castigar. A veces, escudándose en acusaciones de supuestas infidelidades o comportamientos para ellos indecorosos. «También se ven ataques así de vez en cuando en los casos de violencia doméstica, por parte de las familias políticas; o son provocados por disputas comerciales o de tierras entre distintos clanes», explica. Situaciones en las que los agresores atacan a la parte más vulnerable y sensible de la familia: una mujer joven en edad casadera o una niña que quedará marcada toda la vida. «Con la agresión le arrancarán su capital social, su aspecto; y el capital económico de su familia, que muchas veces se ve obligada a vender sus posesiones y, por supuesto, las tierras en disputa, para pagar los cuidados médicos de la menor», enumera el director de ASTI, una organización que trabaja en países como Nepal, Uganda, Camboya o India.

El 40% de las víctimas no ha cumplido los 18 años en el momento de la agresión. Y desde entonces llevará una vida difícil y con secuelas brutales físicas y psicológicas. Graves quemaduras —casi siempre en el rostro y cuello—, daños en las vías respiratorias o incluso ceguera. La mayoría no llegará a recuperarse nunca. «El trauma para estas mujeres es severo», explica Linda Guerrero, directora de la Fundación del Quemado de Bogotá, que en los últimos años ha atendido a 33 mujeres. Todas jóvenes. «Necesitan muchas operaciones de reconstrucción e implantes de piel. Todas han sido agredidas en la cara, donde las marcas son muy visibles; muchas, además, han perdido un ojo», enumera. Suelen tener afectados los huesos y funciones como la respiración o la deglución. «Además, tienen pánico a salir solas a la calle, sufren depresión y pesadillas», dice Guerrero. A veces, cuenta, sueñan que vuelven a recuperar su rostro. Aquel que su agresor les quiso robar para atacar su feminidad.

Patricia Lefranc cree que su expareja quiso matarla. Y si no lo lograba, provocarle la «muerte social». Excluirla del mundo destruyendo su aspecto. Esta belga fue atacada en 2009 por su exnovio, Richard Remes, que la esperó en el portal de su casa y le lanzó ácido sulfúrico. El líquido le abrasó el rostro y el torso de tal forma que si no hubiera sido por las prótesis mamarias que llevaba, le hubiera alcanzado los pulmones y el corazón. «Sentí que me quemaba, que me derretía. El dolor era inmenso», explica por teléfono. En marzo, Remes fue condenado a 30 años de cárcel, pero la condena de Lefranc es para siempre. «Me ha convertido en un monstruo», lamenta. Se ha sometido a 87 operaciones vitales y de cirugía reconstructiva, pero su rostro, convertido en un mar de cicatrices, sigue desfigurado. No queda nada de la mujer rubia y atractiva de antes de la agresión. Además, cuenta, no puede hacer una vida normal. El dolor le impide trabajar y como el ácido le abrasó también la garganta, tiene dificultades para tragar. «Es una agresión perversa, tremenda. En una sociedad como esta, donde se da tanta importancia a la imagen, desfigurar a alguien es imponerle una tortura constante», dice su abogado Sven Mary.

Lefranc tiene clarísimas las maquinaciones de su exnovio. Pero los expertos también sostienen que tras el uso de sustancias abrasantes no solo se haya la intención de dañar físicamente a la víctima. «Es un acto simbólico claro», afirma Vicente Garrido, profesor de criminología de la Universidad de Valencia y especialista en delincuencia violenta. «Si ella le deja, él la dejará mutilada para que ningún otro hombre pueda disfrutar a su lado. Y además recibirá un castigo por rechazarle», dice.

El grueso de los ataques se registra en el sureste de Asia, el África subsahariana, India y Oriente Medio
El profesor de Psicología y de Criminología Clínica de la Universidad de Barcelona Santiago Rendondo cree que para saber qué pasa por la mente del agresor cuando usa este arma habría que iniciar una serie de estudios epidemiológicos. «Probablemente en un intento de asesinato hay un objetivo de venganza más salvaje que no se detiene a pensar las consecuencias sutiles. Pero en el uso de ácido hay una mayor sofisticación intelectual para hacer sufrir a la víctima y condenarla a una vida de sufrimiento prolongado», observa.

Miguel Lorente, profesor de Medicina Forense de la Universidad de Granada, ha analizado los instrumentos que utilizan los agresores machistas. Para él, este —y todos aquellos que signifiquen quemar a la víctima— tiene un doble objetivo: «Buscan ocasionar daño grave, mucho dolor y complicaciones severas o incluso la muerte; y, por otro lado, pretenden dejar a la persona marcada con secuelas estéticas brutales. Esto satisface al agresor que, si no mata a la víctima, deja de perseguirla y acosarla porque ve en sus cicatrices su firma y la devaluación de la mujer desde el punto de vista estético», abunda el exdelegado de Gobierno contra la Violencia de Género. «Es como si dijeran: ‘Vete con quien quieras, que nadie te va a querer, te he marcado, he dejado mi firma».

Motivación que parece subyacer tras el ataque a la colombiana Gloria Piamba, de 25 años, agredida con ácido por un desconocido horas después de decirle a su expareja que no quería reconciliarse con él. El atacante le arrojó un líquido que le quemó la sien izquierda, parte de un ojo y el mentón. A veces, como ha relatado a varios medios colombianos, su exnovio —en libertad y sin que se le haya podido imputar ningún cargo— aún la llama y le dice «lo bella» que quedó tras lo ocurrido.

El motivo más común es el rechazo a relacionarse con el agresor
Pero incluso cuando el agresor no tiene ninguna relación con la víctima —pocos casos, pero los hay y cada vez más, según ASTI—, el acto tiene un componente de posesión y dominio. «Lo consideran una forma de aleccionar a la mujer, a la que ven como alguien perverso. Intentan satisfacer sus principios y sus valores atacando su estética porque para ellos es la parte más superficial de su poder y de su sexualidad», explica Lorente. El desconocido que arrojó ácido a Gina Potes en Bogotá, por ejemplo, le gritó: «¡Eso le pasa por ser tan bonita!».

Porque el castigo no solo queda ahí. Luego empieza, sobre todo en los países en vías de desarrollo, otra condena: el rechazo social. «Las que sobreviven a un ataque con ácido tienen altas probabilidades de ser rechazadas por sus familias y sus comunidades, que de alguna manera las culpabilizan. La mayoría no puede volver a su trabajo, no son tratadas con respeto por parte de las autoridades que, a menudo, les niegan su apoyo», remarca Morrison, de ASTI.

Organizaciones como la suya trabajan para cambiar las leyes de los países donde más ataques se producen y endurecer las penas a los agresores, que la mayoría de las veces quedan libres y sin ningún cargo. Eso si la víctima denuncia, porque, según Maria José Alcalá, jefa de la sección de Violencia de ONU Mujeres, muchas deciden callar por miedo a que los familiares del agresor o su entorno se venguen. Por eso, dice, y por la falta de registros, es complicado cuantificarlas.

Camboya trabaja en un proyecto de ley que, además de contemplar penas severas para este delito, regula la venta de sustancias corrosivas, muy fáciles de conseguir. Un camino por el que avanzan también las autoridades colombianas. En ese país, la detección de casos en los últimos años ha impulsado un proyecto de ley que amplía las condenas para los agresores y restringe la comercialización de estos productos.

Colombia va a endurecer la ley para castigar más este tipo de delitos
Cristina Plazas, alta consejera para la Igualdad de la Mujer de Colombia, explica que además de ese trabajo legislativo se han revisado los protocolos de atención a las víctimas. También se ha creado una unidad policial específica que investiga estos delitos. Plazas, sin embargo, no habla de un aumento de casos —dice que han sido unos 30 en los últimos años, frente al recuento de más de 50 cada año que hacen las organizaciones que las tratan—, sino de una «mayor visibilización» del fenómeno. La consejera se muestra preocupada por el «manejo» que determinados medios o entidades dan al problema. «Puede estar generando una influencia para el aprendizaje criminal y el aumento de nuevos casos», considera. Se están haciendo estudios sobre el perfil de la víctima y el atacante, para poder trabajar más en la prevención, añade.

La abogada colombiana Mónica Roa, directora de programas de Women’s Link Worldwide, se muestra alarmada por el fenómeno y cree que el abordaje legal no es suficiente. «En los últimos años hay una cantidad de leyes que recrudecen las penas para los diferentes tipos de violencia contra la mujer, pero en la práctica los fiscales y jueces no las están aplicando. Se vive un grave clima de impunidad rampante que deja estas reformas legales convertidas en letra muerta», dice.

También María José Alcalá, de ONU Mujeres, habla de prevención. «Es el arma esencial para transformar las actitudes y comportamientos que perpetúan y toleran la violencia contra la mujer, que entre otras formas de agresión, se manifiesta también en ataques con ácido», opina.

Pero mientras se lucha por cambiar determinados comportamientos y mentalidades, urge alejar este arma de los violentos. Un instrumento del terror con gravísimas consecuencias que se puede obtener levantando la tapa de un motor o por mucho menos de un dolar en muchas tiendas.

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El iPad, la llave del mundo para Héctor

La tableta de Apple le sirve a Héctor, un niño oscense de 10 años con parálisis cerebral, para comunicarse y descubrir el mundo que le rodea.

 

Hasta el pasado mes de enero, Héctor, un pequeño oscense de 10 años de edad, apenas podía comunicarse con el mundo ni descubrirlo por sí mismo. Su parálisis cerebral se lo impedía. Ahora, un iPad al que le han instalado una aplicación que funciona como un comunicador le brinda estos privilegios al alcance de casi todo el mundo. Detrás de esta aplicación está el profesor de educación especial Carlos Mozota que, simplemente con conocimientos de informática a nivel usuario, ha desarrollado este comunicador que tanto facilita y enriquece la vida de Héctor.

«La aplicación a la que se le ha agregado el comunicador fue desarrollada en la Universidad de Granada para facilitar la comunicación a personas con dificultades», explica el profesor Mozota. «Trabaja con imágenes y el abanico de posibilidades que ofrece es inmenso», añade.

Antes del pasado mes de enero, fecha en la que Héctor comenzó a trabajar con el comunicador después de que los Reyes Magos le regalaran un iPad, la comunicación se reducía a un puñado de palabras, gestos y un libro de pictogramas. «Llegó un momento que la comunicación con el libro no era eficaz, porque el libro era cada vez más gordo y él cada vez tenía menos movilidad. Ni si quiera lo podía manejar», apunta el profesor.

Mozota trabaja con Héctor en un colegio público de la localidad oscense de Almudévar. Allí, Héctor está integrado en una clase con niños de su edad. «Sus compañeros le ayudan y le quieren un montón. Las niñas incluso se pelean por sentarse a su lado y llevarle en el recreo», indica Carlos. Por las tardes, Héctor completa su formación en un colegio de educación especial de Huesca. «Es un niño muy agradable y muy risueño», dice de él el profesor Mozota.
Descubrir el mundo por sí mismo

«Es muy fácil que estos niños caigan en centros de interés muy recurrentes y de ahí no salgan. Por ejemplo, a Héctor le encantan los tractores, los camiones, los coches… Está deseando verte para decirte que le lleves a ver los tractores», explica Mozota. «El iPad le ha permitido descubrir otras cosas, como el fútbol o la jota, que le encanta», añade.

Además, es una herramienta que le ha permitido crecer como persona. «Ahora puede entrar a Youtube y ver un vídeo de música, algo que nunca había podido hacer: necesitaba que alguien estuviera con él, pedírselo, que le entendiera y que le autorizara a verlo. Ahora tiene la libertad de hacer lo que quiera», ha valorado Mozota.
Muchas horas de trabajo

Carlos Mozota ha desarrollado esta aplicación sin conocimientos de programación ni de informática más allá de lo común. «La creación del comunicador surgió de la necesidad de ayudar a Héctor. Han sido muchas horas de búsqueda de aplicaciones, de pruebas, de aciertos y errores…», explica.

«Luego nos ha sido más difícil organizar las categorías de forma que Héctor las pudiera entender que realizar el propio comunicador», señala.

La labor de Carlos se agiganta aún más teniendo en cuenta que ha puesto el comunicador en internet a disposición de todo aquel que quiera descargárselo. Tanto la aplicación como los gráficos (obtenidos de las páginas web del Gobierno de Aragón y del Portal Aragonés de la Comunicación Aumentativa y Alternativa) son de uso libre, así la descarga es gratuita, nada que ver con los comunicadores convencionales, explica el profesor, que son «bastante limitados y carísimos». «Yo animo a toda la gente que trabaje con estos niños a vencer los miedos, a probar y a no estancarse», sostiene.

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El iPad, la llave del mundo para Héctor

La tableta de Apple le sirve a Héctor, un niño oscense de 10 años con parálisis cerebral, para comunicarse y descubrir el mundo que le rodea.

 

Hasta el pasado mes de enero, Héctor, un pequeño oscense de 10 años de edad, apenas podía comunicarse con el mundo ni descubrirlo por sí mismo. Su parálisis cerebral se lo impedía. Ahora, un iPad al que le han instalado una aplicación que funciona como un comunicador le brinda estos privilegios al alcance de casi todo el mundo. Detrás de esta aplicación está el profesor de educación especial Carlos Mozota que, simplemente con conocimientos de informática a nivel usuario, ha desarrollado este comunicador que tanto facilita y enriquece la vida de Héctor.

«La aplicación a la que se le ha agregado el comunicador fue desarrollada en la Universidad de Granada para facilitar la comunicación a personas con dificultades», explica el profesor Mozota. «Trabaja con imágenes y el abanico de posibilidades que ofrece es inmenso», añade.

Antes del pasado mes de enero, fecha en la que Héctor comenzó a trabajar con el comunicador después de que los Reyes Magos le regalaran un iPad, la comunicación se reducía a un puñado de palabras, gestos y un libro de pictogramas. «Llegó un momento que la comunicación con el libro no era eficaz, porque el libro era cada vez más gordo y él cada vez tenía menos movilidad. Ni si quiera lo podía manejar», apunta el profesor.

Mozota trabaja con Héctor en un colegio público de la localidad oscense de Almudévar. Allí, Héctor está integrado en una clase con niños de su edad. «Sus compañeros le ayudan y le quieren un montón. Las niñas incluso se pelean por sentarse a su lado y llevarle en el recreo», indica Carlos. Por las tardes, Héctor completa su formación en un colegio de educación especial de Huesca. «Es un niño muy agradable y muy risueño», dice de él el profesor Mozota.
Descubrir el mundo por sí mismo

«Es muy fácil que estos niños caigan en centros de interés muy recurrentes y de ahí no salgan. Por ejemplo, a Héctor le encantan los tractores, los camiones, los coches… Está deseando verte para decirte que le lleves a ver los tractores», explica Mozota. «El iPad le ha permitido descubrir otras cosas, como el fútbol o la jota, que le encanta», añade.

Además, es una herramienta que le ha permitido crecer como persona. «Ahora puede entrar a Youtube y ver un vídeo de música, algo que nunca había podido hacer: necesitaba que alguien estuviera con él, pedírselo, que le entendiera y que le autorizara a verlo. Ahora tiene la libertad de hacer lo que quiera», ha valorado Mozota.
Muchas horas de trabajo

Carlos Mozota ha desarrollado esta aplicación sin conocimientos de programación ni de informática más allá de lo común. «La creación del comunicador surgió de la necesidad de ayudar a Héctor. Han sido muchas horas de búsqueda de aplicaciones, de pruebas, de aciertos y errores…», explica.

«Luego nos ha sido más difícil organizar las categorías de forma que Héctor las pudiera entender que realizar el propio comunicador», señala.

La labor de Carlos se agiganta aún más teniendo en cuenta que ha puesto el comunicador en internet a disposición de todo aquel que quiera descargárselo. Tanto la aplicación como los gráficos (obtenidos de las páginas web del Gobierno de Aragón y del Portal Aragonés de la Comunicación Aumentativa y Alternativa) son de uso libre, así la descarga es gratuita, nada que ver con los comunicadores convencionales, explica el profesor, que son «bastante limitados y carísimos». «Yo animo a toda la gente que trabaje con estos niños a vencer los miedos, a probar y a no estancarse», sostiene.

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El iPad, la llave del mundo para Héctor

La tableta de Apple le sirve a Héctor, un niño oscense de 10 años con parálisis cerebral, para comunicarse y descubrir el mundo que le rodea.

 

Hasta el pasado mes de enero, Héctor, un pequeño oscense de 10 años de edad, apenas podía comunicarse con el mundo ni descubrirlo por sí mismo. Su parálisis cerebral se lo impedía. Ahora, un iPad al que le han instalado una aplicación que funciona como un comunicador le brinda estos privilegios al alcance de casi todo el mundo. Detrás de esta aplicación está el profesor de educación especial Carlos Mozota que, simplemente con conocimientos de informática a nivel usuario, ha desarrollado este comunicador que tanto facilita y enriquece la vida de Héctor.

«La aplicación a la que se le ha agregado el comunicador fue desarrollada en la Universidad de Granada para facilitar la comunicación a personas con dificultades», explica el profesor Mozota. «Trabaja con imágenes y el abanico de posibilidades que ofrece es inmenso», añade.

Antes del pasado mes de enero, fecha en la que Héctor comenzó a trabajar con el comunicador después de que los Reyes Magos le regalaran un iPad, la comunicación se reducía a un puñado de palabras, gestos y un libro de pictogramas. «Llegó un momento que la comunicación con el libro no era eficaz, porque el libro era cada vez más gordo y él cada vez tenía menos movilidad. Ni si quiera lo podía manejar», apunta el profesor.

Mozota trabaja con Héctor en un colegio público de la localidad oscense de Almudévar. Allí, Héctor está integrado en una clase con niños de su edad. «Sus compañeros le ayudan y le quieren un montón. Las niñas incluso se pelean por sentarse a su lado y llevarle en el recreo», indica Carlos. Por las tardes, Héctor completa su formación en un colegio de educación especial de Huesca. «Es un niño muy agradable y muy risueño», dice de él el profesor Mozota.
Descubrir el mundo por sí mismo

«Es muy fácil que estos niños caigan en centros de interés muy recurrentes y de ahí no salgan. Por ejemplo, a Héctor le encantan los tractores, los camiones, los coches… Está deseando verte para decirte que le lleves a ver los tractores», explica Mozota. «El iPad le ha permitido descubrir otras cosas, como el fútbol o la jota, que le encanta», añade.

Además, es una herramienta que le ha permitido crecer como persona. «Ahora puede entrar a Youtube y ver un vídeo de música, algo que nunca había podido hacer: necesitaba que alguien estuviera con él, pedírselo, que le entendiera y que le autorizara a verlo. Ahora tiene la libertad de hacer lo que quiera», ha valorado Mozota.
Muchas horas de trabajo

Carlos Mozota ha desarrollado esta aplicación sin conocimientos de programación ni de informática más allá de lo común. «La creación del comunicador surgió de la necesidad de ayudar a Héctor. Han sido muchas horas de búsqueda de aplicaciones, de pruebas, de aciertos y errores…», explica.

«Luego nos ha sido más difícil organizar las categorías de forma que Héctor las pudiera entender que realizar el propio comunicador», señala.

La labor de Carlos se agiganta aún más teniendo en cuenta que ha puesto el comunicador en internet a disposición de todo aquel que quiera descargárselo. Tanto la aplicación como los gráficos (obtenidos de las páginas web del Gobierno de Aragón y del Portal Aragonés de la Comunicación Aumentativa y Alternativa) son de uso libre, así la descarga es gratuita, nada que ver con los comunicadores convencionales, explica el profesor, que son «bastante limitados y carísimos». «Yo animo a toda la gente que trabaje con estos niños a vencer los miedos, a probar y a no estancarse», sostiene.

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