Todo lo que comemos, respiramos, vestimos, usamos, almacenamos… nos pone en contacto con miles de tóxicos cada día. Una exposición que también afecta a embarazadas y recién nacidos.
Es fácil imaginar el útero materno como un lugar de protección y abrigo para el futuro bebé, en el que se le defiende frente a las amenazas del mundo exterior. Debiera ser así, pero lo cierto es que, ya desde el primer momento de la concepción, el embrión primero y el feto después van a comenzar a pagar el costoso peaje del progreso: la contaminación. Y no nos referimos solo a esa contaminación atmosférica que dibuja una boina en las grandes ciudades, sino a otra mucho más silente y continua: la que representan los más de 15.000 compuestos químicos tóxicos que se producen anualmente a nivel mundial o la que propicia la presencia de metales pesados en los alimentos.
Población sensible
Para entenderlo, pensemos que, sin ser consciente de ello, una mujer embarazada está expuesta a estos contaminantes a través de su dieta, del agua, del aire, del polvo, del suelo… Estas sustancias tóxicas se acumulan en su tejido adiposo y, cuando la grasa del cuerpo se moviliza, una parte de estos residuos puede pasar al feto a través de la placenta durante el embarazo, y más tarde, durante la lactancia, al bebé. ¿Pensamos que es algo inusual? En absoluto: la doctora María José López Espinosa, de la Universidad de Granada, estudió entre 2000 y 2002 la placenta de 308 mujeres, y encontró que el 100% de ellas estaban contaminadas. Todas tenían restos de organoclorados, unas sustancias utilizadas durante décadas en la síntesis de plaguicidas, y diseñadas para que sus efectos perduraran en el tiempo, que se pueden acumular en las partes grasas de los seres vivos, tanto en los animales como en los vegetales.
«Hoy sabemos que la exposición a contaminantes químicos medioambientales puede afectar al desarrollo fetal», explica la doctora Marieta Fernández-Cabrera, investigadora de la Universidad de Granada y una de las coordinadoras del Proyecto Infancia y Medio Ambiente (INMA). Mediante este proyecto, iniciado en 2003, se pretende «estudiar el papel de los contaminantes más importantes en el aire, el agua y la dieta durante el embarazo e inicio de la vida, y sus efectos en el crecimiento y desarrollo infantil».
¿Por qué en los niños? «Porque son la población más vulnerable. Se ha relacionado la contaminación con organoclorados y otros metales con retraso en el crecimiento intrauterino, prematuridad, retraso en el crecimiento postnatal y alteraciones en el neurodesarrollo y en la conducta. Pero hacen falta más estudios para tener evidencia del efecto nocivo de muchos contaminantes en el feto».
Una de esas investigaciones llevadas a cabo por esta experta relaciona cómo niveles altos de mercurio en algunos pescados pueden relacionarse con un desarrollo cognitivo no adecuado: «Hemos medido estos niveles en sangre, pelo, placenta y orina, y hemos visto que son más elevados de lo que deberían; no mucho más, pero sí lo suficiente como para que aparezcan problemas: menor puntuación en test de CI, desarrollo motor y mental más lento…».
La doctora Fernández-Cabrera insiste en que no se trata de crear alarma social, sino de actuar y concienciar de que, con pequeños gestos, podemos limitar la exposición al mercurio en poblaciones sensibles: «Los adultos tenemos mecanismos para eliminar los tóxicos, el riesgo es para las embarazadas y los menores de dos años; por eso, la recomendación es que tomen pescados de pequeño tamaño, en los que el mercurio no se ha acumulado tanto como en los grandes, tipo emperador o atún rojo».
Productos contaminados
El de los peces y el mercurio es tan solo la punta del iceberg: todos, permanentemente, estamos expuestos a pequeñas dosis de contaminantes que se van acumulando en nuestro organismo, y estamos acostumbrados a convivir con ello. Pero, durante la gestación, el feto se alimenta de lo que la madre ha ido depositando en su tejido adiposo, y eso significa que va a recibir todo lo bueno, pero también todo lo malo que ella ha ido almacenando a lo largo de su vida. La mayor preocupación, explica la doctora Fernández Cabrera, son, además del mercurio o de metales como el níquel o el cadmio, aquellos contaminantes «que se comportan como hormonas y que perjudican el desarrollo reproductivo y hormonal de la persona. Son los disruptores endocrinos, y hay una enorme gama de ellos».
Efectivamente, hay una serie de sustancias tóxicas que actúan como si fueran hormonas. Entre ellos se encuentran los ftalatos y los fenoles, dos grupos de sustancias químicas muy utilizadas: los ftalatos, por ejemplo, se emplean para que los plásticos sean difíciles de romper, así como en productos de cuidado personal (jabones, champús, lacas…). Entre los fenoles, uno de los más conocidos es el bisfenol A (BPA), usado para fabricar plásticos duros y que está presente en envases de alimentos y bebidas, discos compactos, juguetes… En definitiva, tanto unos como otros están en cientos de productos de consumo, pero también dentro de nosotras. Un trabajo del proyecto INMA analizó la presencia de 11 ftalatos y nueve fenoles en la orina recogida en el tercer trimestre de embarazo de 120 madres, así como en 30 niños de cuatro años de edad. ¿El resultado? El 84% de las muestras de las mujeres, y el 100% de las de los niños contenían estas sustancias, confirmando así que la exposición es generalizada e inadvertida.
De madre a hijo
No se conocen con certeza todos los efectos que tiene esta exposición sobre la salud, pero algunos estudios la relacionan con las alteraciones del sistema reproductor y con el comportamiento de los niños, especialmente si la exposición ha ocurrido durante el desarrollo del embrión o el feto. Y cada vez cobra más fuerza la idea de que los tóxicos ambientales transmitidos de madre a hijo durante el embarazo y la lactancia pueden ser una de las claves de la creciente infertilidad masculina: «La exposición a estos tóxicos puede afectar el sistema reproductivo del feto y provocar durante la gestación el llamado síndrome de disgenesia gonadal: mala calidad seminal, malformaciones genitales al nacer y cáncer de testículo –explica la doctora Marisa López-Teijón, jefa de Reproducción Asistida de Institut Marquès–. La causa es que estas sustancias actúan en el organismo de la mujer como falsos estrógenos, lo que facilita que ofrezca niveles demasiado elevados de hormona femenina a su feto varón. Y, como esos tóxicos se acumulan en medios grasos, su concentración en la leche materna es mayor, de forma que la madre se los transmite a su hijo también durante la lactancia».
En colaboración con el CSIC, el Institut Marquès realizó en 2009 una investigación encaminada a analizar muestras de leche materna en mujeres gallegas y catalanas; sólo cuatro de las 68 muestras estaban libres de tóxicos, y correspondían a las gallegas. Según el profesor Damià Barceló, subdirector del IDAEA-CSIC, «en el estudio se aprecia una diferencia clara entre estas dos poblaciones, que relacionamos con una mayor industrialización en Cataluña». Por cierto, en el caso de las catalanas, se detectó DTT –un insecticida prohibido hace décadas– en todas las muestras de leche excepto en una.
Riesgo de malformación
Estos tóxicos también podrían favorecer defectos del tubo neural. Un equipo de científicos chinos ha publicado una investigación que viene a corroborar esta hipótesis: se han medido los niveles de tóxicos en la placenta de 80 niños que desarrollaron malformaciones en el tubo neural y de 50 niños con desarrollo cerebral normal. Se vio que las concentraciones elevadas de algunos de los tóxicos, presentes, por ejemplo, en el humo de los coches, aumentan cinco veces el riesgo de padecer estas malformaciones. También parece haber una asociación entre la dosis de sustancias tóxicas recibidas y el riesgo de malformación, que puede llegar a ser hasta 11 veces superior al normal.
Todo esto puede hacernos sentir pavor, o mejor aún, sensibilizarnos con un problema que está ahí, latente. Porque, nos recuerda la doctora Fernández-Cabrera, esta información también se puede leer en positivo: «La dieta materna, la lactancia y la nutrición infantil juegan un papel relevante como fuente de exposición a contaminantes, pero también como fuente de elementos protectores frente a los insultos ambientales». Podemos ‘intoxicar’, pero también proteger.
Biberones tóxicos
Algo tan tierno como un biberón puede entrañar riesgos para la salud del bebé. A esa conclusión llegó la UE, que el pasado año prohibió los biberones de plástico que contengan bisfenol A (BPA), un compuesto químico empleado en la fabricación de plásticos duros y resinas epoxi. «Hay estudios que demuestran que el bisfenol A puede tener efectos adversos sobre el desarrollo del niño y sobre su sistema inmunológico, e incluso puede fomentar enfermedades crónicas en la vida adulta, como enfermedades cardiovasculares o aparición de ciertos tumores», explicó el comisario de Salud y Consumo, John Dalli, para justificar la medida. Aun así, son innumerables los productos que aún contienen BPA: envases de alimentos, botellas de agua, cristales para gafas, latas para alimentos, tapas de botellas, pinturas…
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