TUMBADOS, en posición fetal o sentados, vestidos o desnudos, momificados o no, a las pocas horas o tras varios días, desde siempre los seres humanos de todas las civilizaciones, todos nuestros ancestros, desde los más lejanos en el tiempo a los más cercanos, se han caracterizado por dar sepultura a sus semejantes en lugares determinados, siguiendo siempre unos ritos y unas costumbres. Por ello se estudian con tanta profundidad ubicaciones de enterramientos (cementerios, en el fondo) tan conocidos como Atapuerca o las pirámides egipcias.
En otras palabras, los seres humanos de todos los tiempos hemos enterrado a nuestros semejantes en lugares específicos y con los ritos propios de la cultura y la época. Por ello me permito -humildemente- afirmar que todo lo que no sea este enterramiento reglado no es propio del ser humano, ni de su dignidad, cual es el caso evidente de las fosas comunes de las guerras que en el mundo ha habido, entre ellas la española.
No tengo necesidad de entrar en explicaciones de tipo personal que por otra parte a muy pocos pueden interesar, ya que en mi caso debería trascender -y sólo cuando proceda- lo profesional. Sin embargo, a veces guardar silencios en ciertos temas es, simplemente, signo de debilidad, o de oportunismo socio-político que a veces puede rayar la cobardía.
Quizás porque soy y me siento cristiano católico, creyente y practicante, con mis muchos defectos y mis abrumadoras dudas, predomina en mí una tolerancia sincera y sentida, por ese afán de perdón y de comprensión que son base del cristianismo, y que a veces tan mal usamos los cristianos; esto me abre sistemáticamente la mente, agudiza mis sentidos y me demuestra día a día cómo uno puede y debe luchar por la verdad y la justicia, pero con la prudencia del que puede equivocarse. Del mismo modo, este sentimiento cristiano opera en mí exacerbando mi respeto a la vida y a la dignidad humana, a la muerte, a los fallecidos, incluyendo sus restos mortales, y a su memoria, por muchos años que hayan pasado y por desconocidos que sean.
No puedo entender, pese a respetar a los que así piensan, que existan miles de cadáveres desperdigados por barrancos y llanuras de nuestra península y que \’deban\’ ser olvidados por decreto ley. Puedo entender y admiro que en España, en una época como la Transición, en la que generar tensiones hubiese sido disparatado, se corriese un velo sobre el tema de las fosas comunes. Sin embargo, no acepto que me digan que las heridas están cerradas, y eso por dos razones. La primera, no estamos hablando de heridas, estamos hablando de 30.000 ó 50.000 heridas, y en tan gran número hay pronósticos y evoluciones de todo tipo; la segunda razón, es que no debemos hablar de heridas, si no de dramas completos vividos en la familia de cada una de las víctimas, lesiones que afectaron y afectan a muchas personas. Dramas que en muchos casos se superaron hace años, pero que en otros no lo han hecho; en cualquier caso, no olvidemos el dolor que puede quedar después de las heridas, por muy cicatrizadas que parezcan estar.
Pocos de los que esto lean habrán tenido la oportunidad -dura por un lado, privilegiada por otro- de hablar con el hermano nonagenario de una víctima (el Sr. Falagán, en Priaranza del Bierzo, León) que me rogó en 2002 que «identificase a su hermano, ya que su madre al morir le encargó que cuando lo encontrasen lo enterrase junto a ella». Alguien puede verlo como una anécdota, reírse o mofarse de la misma y de sus actores, pero son hechos que demuestran que hay personas que están esperando una respuesta. Y como este ejemplo podría poner muchos más, de España, de Chile, de México, de Filipinas o de India, y es que en esto los seres humanos somos demasiado parecidos.
Yo no soy quien para juzgar el dolor de los demás, no soy quien para decir cuándo un tema como es la muerte de un hermano o un abuelo puede y debe quedar olvidada y zanjada. Yo no puedo exigir que se calle a quien sinceramente siente el dolor y la frustración propia de todo ser humano, por ser hermano, hijo, nieto o bisnieto de una víctima anónima, con el trauma y el dolor que a lo largo de los años ha podido sentir en su familia, en los silencios de la abuela, en el pañuelo de su madre húmedo por las lágrimas derramadas el día del cumpleaños del padre o del hermano perdido.
Pero desde mis pocas luces y mi insignificancia, sí puedo y quiero y debo alertar a los que no entienden esto, a los que se oponen, ignoran o se burlan de los que buscan a sus seres queridos alegando que las heridas están cerradas. Líbreme Dios, mi Dios, de tirar la primera piedra, pero pido respeto y comprensión para los que reclaman algo tan humano, tan digno y elemental como es el cuerpo de su ser querido. Por todo ello, soy firme partidario de dignificar a todos los fallecidos anónimos y de identificarlos cuando ello sea posible (no olvidemos que los hay -aunque de modo muy desproporcionado- de uno y otro bando, tampoco creo que el consuelo de una victoria de los alzados compensase la pena y desolación de las familias que perdieron a un ser querido en el bando nacional, a pesar de las ayudas que pudieran recibir, que según la historia, tampoco todos los caídos ni mutilados ni sus familias las recibieron).
Mas ésto no queda aquí. Escrito todo lo anterior, permítaseme que discrepe (órdago a la grande, en este tema no se debe jugar a chica) del \’modus operandi\’ en el que se están desarrollando dos temas, que son complejos: las identificaciones y el oportunismo de las mismas.
Primeramente, quisiera denunciar y criticar en primera persona y en público, como siempre lo he hecho, a aquellos que afirman (por desconocimiento u oportunismo) que se van a exhumar a los cadáveres para identificarlos, porque es transmitir un mensaje erróneo y engañoso, a personas muy sensibilizadas. Habría que decir que se van a «exhumar los cadáveres e intentar identificarlos cuando sea posible», pero en todo caso se van a dignificar. En una completa noticia, que fue portada de este IDEAL hace pocos días, dije que probablemente la mitad del total de las víctimas quedarán sin identificar, y esto es así por temas científicos-técnicos y por ausencia de datos comparativos.
Sin embargo, sí creo que deben dignificarse los lugares donde hay fosas comunes -adecentándolas por ejemplo- o realizando si procede exhumaciones para trasladarlos a lugares dignos y apropiados (a cementerios, como se ha venido haciendo a lo largo de los últimos 50.000 años), y tratando de identificarlos (antropológica, odontológica y genéticamente) cuando ello sea posible. En fosas comunes pequeñas, donde se sepa quiénes son la mayoría de las víctimas, las identificaciones serán más plausibles, en las grandes fosas comunes será imposible en la grandísima mayoría de los casos, y esto hay que saberlo y decirlo, lo demás es engañar y crear falsas expectativas en familias que ya son víctimas y se volverán a frustrar y revictimizar.
Observen cómo desde una perspectiva egoísta estoy perdiendo: pocas cosas habría mejores para mi equipo de investigación que se decidiese dar a la Universidad de Granada 2 ó 3 millones de euros anuales a lo largo de los próximos 8 ó 10 años para acometer todas estas identificaciones, pero esto sería promover el engaño, crear falsas expectativas. Debiera ser de los primeros en exigir las exhumaciones, los análisis genéticos y antropológicos, las bases de datos, pues tendría años de tarea e investigación asegurados, presupuesto para acceso a nuevos aparatos y técnicas, viajes y congresos, trabajo para becarios e investigadores postdoctorales, pero todo ello a cambio de prolongar el dolor de los familiares, y esto no es ético, ni justo, ni lógico, ni cristiano. Creo que se debe acometer el tema con prudencia y sinceridad, profesionalmente, con la verdad por delante, pero sin límites \’a priori\’ de ningún tipo, ni siquiera económicos, salvo aquello que se aleje significativamente de la lógica y la proporcionalidad.
El Gobierno de la Junta de Andalucía (todo hay que decirlo) lo ha venido haciendo y lo hace muy bien. Ya en 2004, la Consejería de Justicia -capitaneada entonces por una de las más brillantes y valientes consejeras que hemos tenido, la granadina María José López- trabajó con expertos en la elaboración de un mapa de fosas en Andalucía, que sería la base para saber quiénes pueden ser las víctimas enterradas en cada una de ellas, quiénes son los familiares descendientes vivos en la actualidad, saber si quieren colaborar, los datos que pueden aportar, etc. Lo que no sé es en qué cajón está este informe en la actualidad, ni siquiera sé por qué está en un cajón y no a disposición de los que pueden usarlo en beneficio de la verdad y en contra de nadie.
En segundo lugar, quisiera denunciar que creo (porque lo he vivido) que la politización de este tema es el camino más directo y claro al fracaso del conjunto de las investigaciones. Justo por el origen político del problema, que desembocó en la Guerra Civil, debiéramos apartarlo, desde la madurez y la distancia del siglo XXI, de la lucha política actual. No sé si me sorprende más el oportunismo y empecinamiento de los políticos que se convierten en abanderados de la causa para atacar al opositor, o el de los que se dan por aludidos y se sienten culpables de lo que evidentemente no son, reaccionando algunos y algunas veces ilógica y desproporcionadamente.
Como sigo siendo un iluso, pienso que lo que habría que hacer, de una vez por todas, es crear una comisión realmente operativa, formada por expertos historiadores y científicos, que hagan estudios serios y propongan lo que se puede hacer con el único fin de dignificar (siempre) e identificar (cuando se pueda). Y esto, con el apoyo permanente del Gobierno y de las CCAA, pero ajeno a toda presión política y a revivir todo enfrentamiento. El que trate de usar este tema como arma política, que se quede fuera, y el que quiera trabajar por lo único que puede justificar futuros años de trabajo y el gasto de millones de euros, que es la dignidad de las víctimas, que se quede dentro.
Porque, ¿habrá algún día en que por respeto a nuestros muertos y por dar ejemplo a nuestros hijos nos demos todos los españoles la mano para trabajar en silencio y sin rencor por la paz, la verdad y la justicia, sin olvidar que lo que subyace en todo esto es el horror padecido por todos los españoles a causa de una guerra civil? Seguro que sí llegará ese día, y en ese caso siempre contarán conmigo.
Descargar