OPINIÓN
TRIBUNAABIERTA
La institucionalización de los sexos
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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EL sexo puro y duro, no cabe en ninguna institución. El género y su libre elección, al arbitrio del gusto de cada instante, tampoco. El puro instinto y la racionalización institucional, son incompatibles y contradictorias. Es por lo que los animales se mueven por hábitos de especie, no por instituciones.
Las leyes hacen posible la libertad de los ciudadanos de tripas hacia fuera. Si los ciudadanos no fueran libres de tripas hacia adentro, caeríamos en el terreno de los juegos galácticos de la realidad virtual: Parece que volamos pero no volamos.
Gran parte de la literatura filosófica y no filosófica del siglo XX se ha hecho con materiales referentes a la sexualidad. Desde Proust a Joyce, desde Sartre a Foucault. Con el sexo se ha hecho de todo sobre el papel, pero desde hace dos o tres décadas, la atención se ha desplazado hacia el género.
En principio, solemos pensar que el sexo es innato y que los animales de reproducción sexual, lo tienen tan innato como nosotros. Se nace varón, se nace mujer y tratando de animales, esta diferencia adquiere tonos más broncos: se nace macho, se dice hembra.
Tradicionalmente, macho, ha sido un piropo y lo mismo hembra. Una real hembra o todo un macho, son adjetivaciones que ensalzan lo que se consideraba en la cultura castiza, lo más esencial de una persona. ¿Han cambiado las cosas?
El cambio se considera bueno si es para mejor. La dificultad está en que los defensores del cambio a ultranza, parten de la hipótesis de que siempre «se cambia a mejor». Al progreso, le ocurre lo que Kant, tomándolo de Hume, cuenta de aquel enfermo terminal, a quien el médico consolaba cada día: «Está Ud. mejor cada vez que le visito». El enfermo, ya harto, un buen día le replicó: «Doctor, me estoy muriendo a fuerza de mejorar». El cambio es bueno para los que mejoran pero una vez mejorados, no hay quien los mueva y si se tercia, se mueren en la mejoría.
¿Qué significa el cambio cultural desde el sexo al género? Se trata de un progreso en el tratamiento intelectual del sexo, en definitiva, en orden a una mayor altura humana de la sexualidad. El sexo, es un asunto menor, que no trae más que complicaciones y accidentes y que sobre todo, nos coloca al mismo nivel de los animales, que sólo tienen sexo.
El género es como la esencia de los escolásticos, lo que no se ve pero determina toda la vida de uno. Cervantes lo vio muy claro cuando hizo decir a Babieca: «metafísico estáis», contestando Rocinante; «Es que no como». El género, es la esencia de la persona y como el hombre se distingue de los animales en que es un ser libre, el género se elige y se disfruta. Pero lo que se ve, a pesar de todos los esfuerzos del intelecto, sigue siendo el sexo, no el género.
De modo que somos absolutamente libres para elegir el género, aunque en principio, no lo somos para el sexo. Como todo tiene arreglo, la conciencia de nuestra libertad, nos permite elegir el género y la tecnología incluso, puede maquillar el sexo.
La libertad parece ilimitada y nos permite, con ayuda de la cirugía, cambiar de sexo o de riñones o corazón. El empleo de la libertad en tales transplantes, queda justificado por la necesidad o por el gusto: nadie se hace transplantar un riñón por gusto. El sexo es otra cosa ¿Quién puede legislar en materia de gustos?
La esencia de la libertad humana consiste en arbitrar los medios para alcanzar unos fines. Uno de ellos puede ser cambiar quirúrgicamente de sexo, o culturalmente de género. Ocurre como si, siendo libres para ser médicos útiles, matemáticos geniales, ingenieros, políticos honrados, nuestra única atención y el centro de gravedad de nuestro interés, fuera exclusivamente, mejorar el perfil de nuestra nariz. Entender la libertad es entender el progreso como realización de proyectos y obtención de fines, a ser posible, los más útiles y solidarios con el prójimo. Gastar la libertad en asuntos menores, será posible, pero el fin que se trata de alcanzar, califica al que lo pretende.
Es perfectamente honesto cambiar de nariz por gusto, especialmente si se tiene fea. Ahora, con la nariz arreglada, hay que preguntarse que hacemos con nuestra vida. No todo va a ser el culto a la nariz ideal. La libertad dignifica al que la ejerce pero a la vez, lo juzga. Ser libre para reparar un órgano, es tener dinero y ganas para ello.
Ser libre, en el sentido humano del término, implica siempre un compromiso, un esfuerzo, una responsabilidad y se corresponde por tanto con el amor. Sólo se puede ser verdaderamente libre, si se ama. En la medida en que lo que amo es mi nariz, hemos convertido el amor en objeto de deseo o gusto estético, más bien que en un proyecto de libertad. La diferencia como tantas veces ocurre, consiste en entender o no entender.
Éste es el sentido de las instituciones. La institución es un marco jurídico para un proyecto vital, entendiendo por vital, humano, inteligente, no meramente sexual. Un sexo inteligente, es un sexo, en un contexto racional, institucional. Si nuestro proyecto de vida humana, empieza y acaba, en el puro sexo, sin otra significación que la sentimental y biológica, nos estamos definiendo a nosotros mismos como personas inmaduras, irreflexivas que, propiamente hablando, no precisan de institución ni legalidad alguna.
La inmadurez personal, al satisfacer su deseo con lo inmediato, con el placer de ya mismo, con la falta de compromiso con el otro y la falta de solidaridad con el conjunto social, nos está instruyendo, bien a las claras, de lo penoso de nuestra situación. Hay que despegar, hay que madurar y enfrentarse con la vida real.
Si, además, la autoridad es la que propone y personifica la indeterminación como modelo de libertad, nuestra enfermedad tiene visos de convertirse en incurable.
Si se trata de una enfermedad y no de un grave defecto moral. JOSÉ IBARROLA
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