TRIBUNAABIERTA
El becario y el escaparate
JOSÉ CAZORLA/JESÚS FERRERO
Imprimir Enviar
EN la quietud de su habitación en la International House de Nueva York, el becario oyó de pronto un timbre, que le avisaba de una llamada telefónica exterior. Rápidamente se dirigió a Recepción, en donde se puso al teléfono. La voz de su mujer, desde España, le dijo: «Es otra niña», y añadió con una cierta sonrisa, «y se parece al boxeador Folledo». La noticia de que era padre por segunda vez alegró sumamente al becario, que tanto echaba de menos a su familia, desde hacía meses, y en cuanto a la singular semejanza con el pugilista, no era más que una ligera deformación nasal, causada por el parto. Como era de esperar, la niña a los pocos días era ya una preciosidad. Pero él tardaría varios meses más en verla en persona.
Caviloso, volvió a sus libros de trabajo, reflexionando sobre la dureza de una separación tan prolongada. Dureza que se acentuaba al no poder conocer a su nueva hija, y más aún en vísperas de Navidad. En aquella época -hace más de treinta años- los viajes, e incluso las comunicaciones telefónicas con Estados Unidos eran proporcionalmente mucho más caros que en la actualidad, sobre todo cuando se dependía de un menguado salario universitario. De modo que a lo largo de aquel curso tendría que permanecer lejos de su familia, con una beca tan prestigiosa como poco generosa Pero se trataba de un paso imprescindible en su carrera académica, y que le resultaría de gran utilidad en su formación personal. La Universidad de Columbia, en la que el becario trabajaba en un curso de postdoctorado, era y sigue siendo hoy una de las más prestigiosas en el campo de las Ciencias Sociales, entre otros muchos.
Tras asistir a una sugestiva conferencia del Profesor Bell, que por entonces comentaba «el fin de las ideologías», con escasa fortuna como profeta, ya al atardecer, se dio un corto paseo por Riverside Drive, parque muy agradable junto al río Hudson, reflexionando sobre la curiosa circunstancia de que quienes se dedican a las Ciencias Sociales pocas veces se atreven a vaticinar lo que sucederá, porque la experiencia les demuestra que con toda probabilidad se equivocarán. Así que suelen limitarse a postdecir, que es mucho más seguro que predecir.
Y también pensaba que de algún modo debía celebrar el nacimiento de su nueva hija, de una forma que fuese perdurable. Así que bajó al Metro que pasa precisamente por Broadway, junto a la Universidad de Columbia, y se fue a la Quinta Avenida. Como siempre, esta elegante calle estaba bulliciosa, con iluminaciones extraordinarias de motivos navideños; la gente entraba y salía de las tiendas más sofisticadas y grandes almacenes, mientras los Papá Noel agitaban sus campanillas en los puntos estratégicos.
Dando algunas vueltas a las limitaciones de su presupuesto, y a la necesidad de adquirir varios libros imprescindibles, el becario distraídamente pasó ante los amplios escaparates de la famosa joyería Tiffany´s. Se exhibían allí, en majestuosa soledad, sobre terciopelo negro, algunas, muy pocas joyas singulares con piedras y orfebrería de la más alta calidad y buen gusto. Tarea inútil era intentar calcular su precio, sólo al alcance de residentes en los hoteles o apartamentos próximos, de artistas de Hollywood, o de futbolistas de primera división española.
Pero, en un repentino impulso, el becario entró en el establecimiento. Un elegante personaje de impecable traje oscuro y sienes plateadas, se dirigió afablemente a él, preguntándole en qué podía serle útil. El becario, con sinceridad que sólo era resultado de la pura realidad, le dijo que acababa de ser padre, y que quería hacerle a su mujer un pequeño regalo con tan agradable motivo. Aquel señor de tan buena presencia, con exquisita cortesía, le mostró algunas vitrinas próximas en las que aparecía una gran variedad de objetos y alhajas de precios generalmente elevados. Ante las lógicas reticencias del becario, y comprendiendo profesionalmente los motivos de estas, el supuesto dependiente dio un paso más, y manifestó que era uno de los socios de la empresa, que casualmente pasaba por aquella estancia, por lo que tendría mucho gusto en facilitarle algo cuyo precio se acomodara a las posibilidades del becario. Seguramente hacía décadas que nadie con tan pocos recursos se había atrevido a entrar en el majestuoso local.
De modo que el becario, ya con mayor confianza, señaló que su límite estaba en los cincuenta dólares. Impasible ante una cifra que en los demás clientes solía ir seguida de algunos ceros, el socio de la joyería gentilmente le presentó un precioso broche de plata, en forma de lazo, preguntándole si le parecía bien. El becario comprendió que por razón de la circunstancia navideña, de la comprensión de su situación o de una espontánea simpatía, aquel señor le estaba ofreciendo algo que valía bastante más del precio mencionado. Mucho más tarde, ya en España, un experto así se lo confirmó. De manera que se apresuró a adquirirlo, dando las gracias al afectuoso personaje.
Un amigo volvía a España en aquellos días. Con él envió a su mujer el inesperado regalo, que desde entonces, y en una situación económica ya acomodada, ella luce en ocasiones especiales. Tiene adornos más valiosos, pero para esa pareja, el lazo de Tiffany´s ha adquirido un significado especial e irrepetible. Fue una Navidad algo triste por las mutuas ausencias, pero cuyo sabor agridulce no olvidarán gracias a aquel regalo tan particular.
Descargar