RIBUNAABIERTA
El perfil del pasajero
NICOLÁS MARÍA LÓPEZ CALERA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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EN abril de 1986 una mujer joven, de piel blanca católica y de Dublín, va tomar el vuelo de la compañía israelí El Al con destino a Tel Aviv. Pasa sin problemas todos los controles, pero momentos antes de embarcar los servicios de seguridad del El Al intuyen que algo no está claro en esta joven. La someten a un registro muy minucioso y descubren que en su calculadora llevaba escondido un potente explosivo. El explosivo había sido introducido en la calculadora de la joven por su novio, un ciudadano sirio. Si los servicios de seguridad israelíes hubieran actuado según los protocolos (passengers profiling) activados en esa semana caótica de los aeropuertos británicos, especialmente Heathrow y Gatwick, del pasado agosto con motivo de un supuesto complot de atentados terroristas, los 375 pasajeros y tripulación del aquel vuelo de El Al habrían muerto.
Más recientemente un estudiante de origen árabe adquirió un billete de la compañía El Al en Roma con destino a Tel Aviv. En el control de seguridad israelí miran su pasaporte y su billete. «Usted es estudiante. ¿Qué estudia?» El joven contestó: «Arquitectura». «Pues dígame cuando nació Palladio?». No lo sabía. El estudiante estuvo retenido toda la noche por la policía hasta que a la mañana siguiente se convencieron de su inocencia.
Este verano he pasado unas semanas en Inglaterra y he vivido en directo esa semana del pasado agosto cuando se cerraron todos los aeropuertos de Londres por la amenaza de un atentado terrorista contra los aviones con destino Estados Unidos. Se sospechaba que los terroristas tenían preparados una serie de explosivos líquidos que harían estallar en pleno vuelo. Dada la gravedad de la situación la policía británica activó una serie de medidas de seguridad. Todo quedó afortunadamente en nada. Pero uno de los protocolos activados fue actuar contra determinados pasajeros por «su perfil», concretamente por su raza y por su vestimenta como signos externos que podían insinuar sus convicciones religiosas (musulmanas) y ser potencialmente terroristas. No fue un vuelo sino varios vuelos que en las semanas siguientes realizaron aterrizajes de emergencia por causa de que «el aspecto» y el comportamiento de algunos pasajeros, que en otras circunstancias hubiera sido considerado normal, inquietaron a la tripulación y al pasaje.
El perfil de pasajero» es quizás uno de los sistemas de seguridad más discriminatorio y agresivo a la libertad de los ciudadanos. Es la «apariencia» la que delata. Es su forma de vestir. Se hace un retrato-robot de un posible terrorista «en general» en las actuales circunstancias. Y partir de ahí se detiene, se cachea hasta la extenuación y se prohíbe volar hasta comprobar todos los datos personales y ya está. Es evidente que nunca un terrorista islamista va a dirigirse a cometer un atentado vestido con chilaba y larga barba para asemejarse más a su mentor Bin Ladeen.
No sabemos, como siempre ha sucedido, los tiempos que nos esperan. Pero no cabe duda que la seguridad (seguridad a favor de la vida) va a ser un valor en alza, aunque ya se está convirtiendo también en un no-valor, esto es, en la negación de otros valores más importantes. Nadie sensatamente podría decir, y yo tampoco, que no hace falta tomar medidas para evitar en lo posible atentados terroristas. Pero evitar atentados terroristas, en el momento actual, no consiste en arrasar las libertades por muy graves que sean las amenazas terroristas. Sin duda se trabaja en este sentido con la mejor voluntad. Pero no debe engañarse a la gente. Debe saberse que esas medidas no «aseguran la seguridad». Y tampoco hay que ser tan ingenuos para creer que la seguridad es un valor absoluto que los gobiernos tutelan en interés de todos los ciudadanos. Es curioso, por ejemplo, que el primer ministro Tony Blair no interrumpió sus vacaciones en las Barbados y que todas las duras medidas de seguridad adoptadas en los aeropuertos londinenses se pararon no porque realmente se hubiera abortado el peligro de un gravísimo atentado terrorista, sino simplemente porque las compañías áreas ya no podían soportar más pérdidas económicas por tanta suspensión y retraso en los vuelos. Esa falsa garantía de la seguridad se comprobaba con un simple dato. En aquella semana el gran peligro era la posibilidad de introducir un líquido explosivo en un avión. Ese peligro nunca llegó a atajarse a pesar del espectáculo que se daba dejando botellas de toda clase a la entrada de los controles o con las madres de hijos lactantes probando los biberones para garantizar que no eran explosivos, porque el hecho era que, una vez en las salas de espera (Heathrow, Gatwick, Stansted), cualquiera podía adquirir toda clase de líquidos y subirlos a la cabina del avión, líquidos que podían ser adquiridos en las decenas de tiendas de esas salas, tiendas que en su mayoría estaban en manos de individuos que daban el perfil del pasajero (terrorista), esto es, en manos de pakistaníes, indios, magrebíes, turcos, indonesios etc.
No se puede vivir en la absoluta inseguridad, pero tampoco se puede vivir en la absoluta obsesión por la seguridad. Hay diez mil formas posibles para atentar contra la vida de miles de ciudadanos. Debemos tener claro que, por ahora, mientras que no eliminemos las grandes causas del terrorismo vamos a seguir viviendo en medio de una enorme inseguridad por muchos que se extremen las medidas policiales y se utilicen los medios más sofisticados. Y tampoco no estará pasando nada distinto (distinto sólo en las modos) de lo que les pasa a centenares de millones de seres humanos de ese tercer mundo, donde la pobreza, el hambre, las enfermedades (las injusticias) destruyen diariamente miles de vidas humanas. Éstos sí que están inseguros. No somos los únicos «inseguros» del mundo por causa del terrorismo. Tengamos al menos la sinceridad de reconocerlo.
En definitiva, estamos instalados en lo que Ulrich Beck ha llamado la «sociedad del riesgo mundial». Siempre ha habido riesgos para las sociedades, pero nuestra misma civilización ha desatado el «riesgo mundial», bien sea Chernóbil, bien sean los atentados del 11-S o del 11-M. Tal vez la solución genérica sea estar unidos frente al peligro, esto es, frente al terrorismo global y frente a las injusticias globales. El sociólogo alemán afirma que muchas veces se ha preguntado qué es lo que puede unir al mundo. Y la respuesta experimental era: un ataque de Marte. «El terrorismo -dice- es un ataque del Marte interior». En la sociedad de riesgo mundial el unilateralismo estadounidense ha fracasado. Los marines no han conseguido acabar con el terrorismo. La situación internacional reclama ante todo un orden jurídico internacional nuevo contra el terrorismo y también contra esas injusticias globales que causan más muertos que el terrorismo.
En mi opinión, el riesgo mundial del terrorismo es consecuencia del «desorden mundial» y particularmente del fanatismo que produce la incultura derivada de la pobreza. Mientras que las cosas estén así de mal, vamos a tener que convivir en la «inseguridad mundial». Pero no nos engañemos el riesgo no va a desaparecer hasta que no desaparezcan las causas. Y otra cosa: no se debe pescar en río revuelto. Puede suceder que no se acabe con el peligro terrorista y sí se acabe con las libertades civiles y políticas. En esta clase de líos mundiales siempre suelen ganar los mismos.
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