Exposción en Granada

– Exposción en Granada

La UGR rinde homenaje a Elena Martín Vivaldi con una exposición en la Biblioteca del Hospital Real.

Reflejos de un asombro, un homenaje a la poeta granadina en el centenario de su nacimiento. La exposición muestra documentos personales, fotografías, correspondencia, manuscritos, etc., así como la totalidad de su bibliografía

El próximo lunes, día 28 de mayo, a las 13 h. en la Biblioteca del Hospital Real, el profesor David Aguilar Peña, Rector de la Universidad de Granada y Presidente de la Comisión para el Centenario del nacimiento de Elena Martín Vivaldi, inaugurará la exposición Reflejos de un asombro, un homenaje a la poeta granadina cuando se cumplen cien años de su nacimiento.

La exposición
La exposición, a cuya inauguración asistirá también la Vicerrectora de Extensión Universitaria y Cooperación al Desarrollo de la UGR, la profesora María José Osorio Pérez, ha sido elaborada a partir de documentos personales, fotografías, correspondencia, manuscritos, etc. de la propia Elena.

Además, la exposición comprende la totalidad de su bibliografía, incluyendo sus libros y las antologías en las que participó, así como una selección de muchos homenajes que otros artistas le dedicaron.

Una selección de las distinciones honoríficas que le fueron concedidas en vida y dos pantallas de ordenador en las que se puede ver la imagen y escuchar la voz de Elena Martín Vivaldi recitando sus versos, completan la exposición, que permanecerá abierta, en horario de 8,30 a 20 h., hasta el próximo mes de septiembre.

Con motivo de esta exposición se ha editado un catálogo que estará disponible para el público asistente al acto de inauguración.
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«En la Sábana Santa hay indicios de vitalidad en el cuerpo de Cristo»

– En la Sábana Santa hay indicios de vitalidad en el cuerpo de Cristo

* La Sábana Santa de Turín demuestra que en el cuerpo no existía rigidez cadavérica.
* Habla de resurrección biológica.
* Para el doctor no existe contradicción entre fenómeno histórico y fe.

Miguel Lorente, médico forense y profesor asociado de Medicina Legal en la Universidad de Granada ha levantado una gran polémica con la publicación de su libro 42 Días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección, presentado el pasado viernes, en el que mantiene la tesis de que Jesúcristo no murió en la cruz sino que permaneció en un extraño coma durante tres días.

En su libro, el médico, de 44 años, asegura que al descolgarle de la cruz y tumbarle después en el suelo, el cuerpo de Jesucristo pudo tener efectos al distribuirse mejor la sangre y facilitarse los mecanismos respiratorios.
¿Se puede hacer un análisis forense 2.000 años después y sin cadáver?

Sí. No será completo porque faltan elementos, pero siguiendo la estructura del análisis forense y criminalístico podemos analizar elementos físicos de la época y verificar su autenticidad. Por ejemplo, la presencia en la Sábana Santa de restos de polen de Jerusalén de la época en que vivió Jesús.
La Sábana Santa de Turín no muestra señales, según Lorente, de rigidez cadavérica
¿Qué elementos sostienen su teoría?
En la Sábana Santa hay indicios de vitalidad en el cuerpo de Cristo. Los restos de sangre indican que existía coagulación, algo imposible en un cadáver. Asimismo, la imagen dibujada en el sudario muestra una hipertonía muscular que no se corresponde con la rigidez cadavérica. Las contracturas en diferentes partes del cuerpo pudieron deberse al shock traumático provocado por la pasión y la crucifixión.

De ahí el coma. ¿Qué pasó después?
Los restos del sudario muestran que el cuerpo fue lavado según la tradición judía, con mirra y aloe. Es probable que quienes se encargaron del cuerpo percibieran signos de vida y cuidaran de Cristo hasta que despertó. La falta de conocimientos científicos de la época hizo que se explicara el fenómeno como la resurrección al tercer día.

¿Ha derribado la ciencia un dogma de fe?
No pretendo ir en contra de la fe sino explicar una situación extraordinaria para la época. Ciencia y fe son dos planos distintos que no deben mezclarse. La ciencia no va a desbancar ninguna creencia y la fe no debe basarse en elementos materiales para demostrar sus dogmas.

No pretendo ir en contra de la fe sino explicar una situación extraordinaria para la época.
¿Le han llamado ya del Vaticano o de la Conferencia Episcopal?

De momento no porque es pronto. Posiblemente alguien verá la polémica en mi libro, aunque nunca lo he pretendido. Entiendo que tiene un titular difícil porque la materia que analiza es muy sensible. Sin embargo, es posible compatibilizar los dos planos de los que hablaba antes.

¿Es usted creyente?
Sí. Fui criado en la fe católica y aunque soy crítico con algunas cosas de la Iglesia, aún queda el sentimiento profundo; eso sí, sin la imagen de Dios como el señor de la barba blanca. Es bueno criticar lo que uno comparte.
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«Cristo no murió en la cruz»

– «Cristo no murió en la cruz».

El forense Miguel Lorente analiza en su libro 42 días la pasión y muerte de Jesús y da una explicación científica a su resurrección basada en las manchas de la Sábana Santa.

CRISTO no murió en la cruz. Cuando el soldado le clavó la lanza en el costado, se encontraba en un estado de muerte aparente causado por las torturas sufridas. Tras ser desenclavado y trasladado al lugar donde iba a ser sepultado, quienes lo acompañaban se dieron cuenta de que aún estaba vivo. Había resucitado, sí, pero no al tercer día. Y no fue un milagro.

Ésta es, en resumen, la tesis del libro 42 días. Análisis forense de la crucifixión y la resurrección de Cristo, del médico Miguel Lorente (Almería, 1962). Profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada, Lorente estudia al detalle las últimas horas del Rey de los Judíos y plantea una hipótesis atractiva, aunque polémica. El científico se basa en ciertas características de la Sábana Santa, que considera el auténtico sudario que envolvió el cuerpo de Cristo, alegando que la única prueba en contrario -la del carbono 14 realizada en 1988- «se hizo mal». Lo novedoso de su relato es que no sólo aporta los aspectos forenses de aquellos hechos, sino que incorpora elementos históricos, ideológicos y espirituales que ayudan a comprenderlos mejor.

El autor insiste en que la crucifixión de Cristo fue excepcional. No porque los romanos no utilizaran con profusión esta máquina de tortura copiada de persas y cartagineses y perfeccionada con la práctica, sino por lo extraordinario del personaje de Jesús -considerado una amenaza tanto por las autoridades religiosas judías como por el gobierno romano- y las circunstancias en que fue crucificado.

Por ejemplo, recuerda, no era usual que un reo fuese flagelado y después crucificado: era una pérdida de tiempo. Posiblemente, especula, Poncio Pilatos trató de contentar a los sacerdotes judíos tras el juicio rápido aplicando la primera pena pero, al no conseguirlo, se vio obligado a ordenar que le ejecutaran. Y como no estaba de acuerdo, se lavó las manos.

Jesús de Nazaret recibió 40 golpes con un látigo de tres puntas rematadas por bolitas de plomo o piedra, así que su cuerpo quedó convertido en una pura herida, con más de un centenar de traumatismos. Prueba de su mal estado es que cayó varias veces durante los 600 metros que separaban la fortaleza Antonia del Gólgota, atado a un patíbulo -un madero de unos 50 kilos utilizado después como lado transversal de la cruz- hasta el punto de que los soldados ordenaron a un espectador fornido, Simón el Cireneo, que portase el tronco.

El cuerpo fue fijado a la cruz con los clavos atravesando las muñecas y el dorso de los pies (uno sobre otro). Si los clavos hubieran penetrado en las palmas de las manos -como se ha representado artísticamente- se hubieran desgarrado por el peso del cuerpo.

Agonía en la cruz

El forense explica que en la crucifixión la muerte puede producirse por tres mecanismos: asfixia -en esa postura, con los brazos soportando el peso del cuerpo, los movimientos respiratorios se hacen cada vez más difíciles y llevan a la insuficiencia respiratoria-; shock hipovolémico -por pérdida de líquidos, fundamentalmente sangre de las heridas de los clavos y los latigazos previos, en el caso de Cristo, pero también sudor y vómitos- que puede llevar al fallo multiorgánico; o shock traumático, con componentes de los dos anteriores, agravados por el intenso dolor ocasionado por múltiples heridas.

Un crucificado podía agonizar durante horas o días. Pero los romanos inventaron un método para terminar con los horribles dolores del reo: la crucifractura o rotura de las dos piernas por debajo de la rodilla con un golpe de maza suponía la muerte en pocos minutos, al no poder apoyarse ya el condenado, agotado por horas de tortura, sobre los pies.

Cuando el centurión encargado de ejecutar la pena de muerte, tras haber asestado el golpe de gracia a los dos ladrones crucificados junto a Jesús, iba a propinar al de Nazaret el mismo mazazo, le pareció que ya estaba muerto -según el autor, se encontraba en un estado de «coma superficial o muerte aparente»-; para asegurarse, el soldado le clavó la lanza en el costado.

¿Por qué no lo mató esa herida? Lorente cree que la lanzada pudo no ser muy profunda, al realizarse en un ángulo muy agudo, ya que Cristo estaba situado mucho más alto que el soldado, y «el bisel de la propia herida pudo actuar como mecanismo de taponamiento y evitar una hemorragia copiosa».

En este punto, Lorente subraya que las prisas fueron un factor clave en la supervivencia de Jesús: los soldados deseaban regresar a la ciudad cuanto antes porque al día siguiente era la fiesta de Pascua, y los amigos de Cristo querían bajarle de la cruz enseguida y llevárselo al Jardín de Joseph, donde José de Arimatea tenía el sepulcro familiar, porque la ley judía prohibía enterrar un cadáver de noche.

«El descenso del cuerpo de Jesús -explica el forense- supuso su colocación en decúbito supino, es decir, tumbado boca arriba, posición que permitió la redistribución de la sangre y con ella la revascularización cerebral y la disminución de la hipoxemia (falta de oxígeno en sangre) (…)». «…La propia acción del descenso de la cruz, unida a la preparación del cuerpo con sustancias de efectos terapéuticos (mirra y aloe), permitieron compensar el cuadro de shock traumático causante del coma e iniciar una serie de cuidados para su recuperación, cuidados que debieron continuarse en otro lugar distinto al sepulcro y con medios diferentes».

Sangre y aceite

En este punto del relato comienzan las principales aportaciones realizadas por Miguel Lorente. Aunque el investigador andaluz no pudo tener acceso a la Sábana Santa, sí revisó la mayoría de los estudios realizados sobre el lienzo y realizó por su cuenta varios experimentos con sangre y aceite sobre tejidos de lino similares, para analizar cómo reaccionaban.

Sus conclusiones son sorprendentes. Por un lado, del análisis de las manchas de sangre y de la propia imagen que aparece en la reliquia deduce que la persona envuelta por la sábana no había muerto: no presentaba la típica rigidez (rigor mortis) ni «livideces cadavéricas» (zonas del cuerpo donde se acumula la sangre por acción de la gravedad que adquieren un color rojo-violáceo). Por el contrario, el forense asegura que en el lienzo hay indicios de «signos de vitalidad». En ese sentido, recuerda que la sangre deja de coagularse unos 60 minutos después del óbito, por lo que un cadáver al que se le hubieran limpiado las costras de sangre reseca y barro de decenas de heridas habría producido una intensa hemorragia que no se aprecia en la reliquia. También alude a la posición de manos y dedos en la imagen de la sábana, a la contractura muscular y a la disposición del cuerpo, ligeramente incorporado, para concluir que aquel hombre no había fallecido.

Otra aportación novedosa del científico se refiere a la formación de la imagen en la Sábana Santa, que continúa siendo un misterio incluso para quienes la han analizado. A su juicio, la mezcla de sangre y aceites por toda la superficie corporal quedó plasmada en la tela que lo envolvía y, al darse cuenta los acompañantes de Cristo de que estaba vivo, debieron retirar la tela. Al secarse, las manchas pasaron de la cara del tejido en contacto con el cuerpo a su revés, lo que justificaría la «negatividad de la imagen».

Tras su «resurrección o resucitación», Jesús se apareció en varias ocasiones a personas distintas y se reunió con sus apóstoles, hasta que, el día 42 tras la crucifixión, ascendió a los cielos, según las Escrituras. Sobre este periodo, que dio título al libro, Miguel Lorente admite que no es fácil determinar nada. En su opinión, Jesús estaba muy afectado por las secuelas de la flagelación y la crucifixión. «No murió en la cruz, pero murió por la cruz», concluye Miguel Lorente.

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Cuatro catedráticos piden apoyos para sustituir a David Aguilar como rector

– Cuatro catedráticos piden apoyos para sustituir a David Aguilar como rector.

Antonio Campos, Luis Rico, Rafael Payá y Francisco G. Lodeiro sondean sus posibilidades para acceder al cargo entre la comunidad universitaria

La Universidad de Granada (UGR) también está en campaña o precampaña electoral, según se mire. Los motores están más que calientes y los aspirantes no a alcalde sino a rector se patean las facultades y escuelas para ver qué posibilidades tienen de sustituir a David Aguilar Peña en el puesto. Para ser candidato aquí sí hay algún condicionante, ser catedrático y ya hay cuatro que han presentado credenciales. Antonio Campos, Luis Rico, Rafael Payá y Francisco G. Lodeiro ya han comunicado a la comunidad universitaria su intención y les han pedido apoyos. Es más, ya tienen equipo -unos más amplios que otros- trabajando con ellos.

Los cuatro catedráticos están tanteando qué posibilidades tienen. Puede que aparezca algún candidato más -complicado- o que alguno se caiga antes de finales de otoño que es presumiblemente cuando se abrirá el plazo de presentación de candidatos sino hay cambios. No obstante, algunos reconocen que es difícil que en octubre alguien que lleva trabajando meses con un equipo les diga adiós muy buenas y no se presente. En esta tarea algunos llevan ya muchos meses. Otros también, pero han decido dar un paso definitivo y más visible en los últimos días.

«Os escribo estas letras para comunicaros mi intención de presentarme como candidato a rector en la próxima elección que va a celebrarse en otoño… Por eso te invito a sumarte al proyecto y a trabajar con mi candidatura, en el modo y en la forma que estimes oportuno. Estoy seguro que con el trabajo de todos vamos a poder construir, en la medida de lo posible, la universidad de nuestros sueños». Son algunas de las frases escritas por el catedrático de Histología Antonio Campos y que ha colgado en su página web.

Francisco González Lodeiro es el catedrático que ha sonado con más fuerza desde el principio como aspirante. Su equipo y sus apoyos no han dudado en la mayoría de las ocasiones de comunicar su decisión. Las sesiones de trabajo: llamadas, paseos por los centros universitarios y posicionamientos son firmes. Los apoyos trabajan ya con todo tipo de posibilidades y futuros campos de gestión y votaciones.

Dos del equipo actual

Rafael Payá y Luis Rico también tienen sus apoyos y han estudiado las posibilidades que tienen. Los dos son vicerrectores del actual equipo de gobierno capitaneado por el profesor David Aguilar Peña. Han estado un poco más cometidos de cara a la galería, pero el esfuerzo y la búsqueda de apoyos no cesa. Por el momento, no se baraja la posibilidad de unirse en una sola candidatura. Si bien, nunca se sabe qué puede pasar.

Payá y Rico pueden mantenerse en el equipo del actual rector hasta que se presenten oficialmente como candidatos allá por el mes de octubre o noviembre, según la normativa; no obstante lo más probable es que dejen su cargo cuando se celebre el acto de apertura del próximo curso. Esa es la intención de al menos uno de los precandidatos.
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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

– El 25% de los pacientes epilépticos son resistentes al tratamiento

La epilepsia es un trastorno neurológico crónico frecuente cuya prevalencia mundial oscila entre el 0,5 por ciento y el 1 por ciento. En concreto, la epilepsia afecta en nuestro paí­s a unas 400.000 personas, diagnosticándose cada año alrededor de 20.000 casos nuevos.

Hoy en dí­a, la epilepsia tiene tratamiento y se puede controlar en más del 70 por ciento de los casos. Sin embargo, según los últimos datos disponibles en España, existe un 25 por ciento de pacientes resistentes a la medicación y tienen una calidad de vida muy mermada (unos 100.000 pacientes farmacorresistentes). Aunque la neurocirugí­a puede ser una opción en algunos casos, son pocos los pacientes con epilepsia resistentes al tratamiento que se consideran candidatos quirúrgicos, explicó el doctor Antonio Gil-Nagel, neurólogo de Ruber Internacional en un seminario dedicado a esta dolencia, organizado por los laboratorios Pfizer.

A este respecto, el doctor Gil-Nagel comentó que en el tratamiento actual de la epilepsia no sólo se debe valorar el control de las crisis sino que también hay que considerar otros aspectos que influyen en la calidad de vida: el estado de ánimo, la adaptación social y los efectos adversos de los medicamentos epilépticos.

Las crisis epilépticas son la consecuencia de la descarga excesiva de neurotransmisores de las neuronas de la corteza cerebral. Estas crisis son inesperadas, sorpresivas y espontáneas. Para poder hablar de epilepsia deben haberse padecido, al menos, dos crisis epilépticas.

La epilepsia es un trastorno neurológico que puede estar causado por multitud de factores, desde causas genéticas hasta accidentes y traumatismos, crisis febriles o adicciones como el alcohol o las drogas (especialmente la cocaí­na y las anfetaminas).

Gil-Nagel explicó que no sólo el origen es variado sino también la propia enfermedad, que se puede manifestar en diferentes tipos de crisis: generalizadas (cuando se producen en todo el cerebro) o focales (sólo se dan en uno de los hemisferios).

Precisamente esa diversidad es lo que hace más difí­cil detectar la enfermedad, que se manifiesta desde pérdidas breves del estado de consciencia (de unos segundos de duración casi imperceptibles para el paciente y la familia) a temblores, pérdidas de memoria o crisis más graves con convulsiones. Todo ello unido a que no hay ninguna prueba concreta que sirva para diagnosticar la enfermedad y a que los propios pacientes tienden a ocultarla, lo que hace que los neurólogos tengan grandes problemas para realizar un diagnóstico, manifestó Gil -Nagel.

Gil Nagel explicó que hay que tener en cuenta que las crisis epilépticas representan (en la mayor parte de los casos) aproximadamente el uno por ciento de la vida de una persona pero los trastornos de aprendizaje y las alteraciones emocionales que causa esta enfermedad reducen mucho la calidad de vida de estas personas.

Sobre los casos más graves, Marí­a Espinosa, psicóloga del Departamento de Psicologí­a Experimental y Fisiologí­a del Comportamiento de la Universidad de Granada, declaró que tienen problemas de memoria, atención, razonamiento, planificación, es decir, toda una baterí­a de herramientas necesarias para cualquiera que quiera o intente llevar una vida normal. Para Espinosa, lo más recomendable es hacer una evaluación en profundidad del paciente e intentar buscar un tratamiento que se adecue a sus carencias y necesidades y que esté realizado no sólo por neurólogos, sino también por psicólogos y psiquiatras.

Es indispensable que los equipos multidisciplinares que asisten al paciente trabajen con sus familiares para conseguir un mejor ajuste de éstos a la enfermedad y prevenir la aparición de trastornos de ansiedad y depresión. Así­ se consigue una mejora en la calidad de vida del paciente y de las personas que le rodean, afirmó Espinosa.

Por su parte, la presidenta de la Federación Española de Epilepsia, Francisca Lozano, comentó que desde la federación se está apoyando y colaborando con todas las asociaciones para conseguir que el estigma social que hay entorno a la epilepsia desaparezca, mejorando la calidad de vida de los afectados, facilitando su acceso al mundo laboral y apoyando para que puedan ejercer sus derechos con absoluta libertad.

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Más de 70 carreras universitarias tienen menos de 50 alumnos

– Más de 70 carreras universitarias tienen menos de 50 alumnos.

Cada vez son más las voces que se alzan para exigir una racionalización del mapa de titulaciones universitarias. Si el pasado año fue la Consejerí­a de Innovación Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucí­a la encargada de poner el dedo en la llaga al anunciar su intención -más tarde matizada- de suprimir todas aquellas carreras que contasen con menos de quince alumnos de nuevo ingreso, recientemente ha sido la propia Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) la encargada de pedir la adaptación de la oferta de las titulaciones a la demanda real.

La asamblea de rectores, a través de la presentación a finales del pasado mes de abril de un informe sobre la futura financiación de la educación superior, no quiso entrar en fijar el número mí­nimo de alumnos que permiten que una titulación resulte rentable. Pero puso sobre la mesa datos tan contundentes como que más de un sesenta por ciento de la actual oferta de titulaciones del mapa universitario español cuenta con menos de 75 alumnos en su primer curso.

Una realidad especialmente sangrante en el caso de Andalucí­a, comunidad en la que más de 70 de las 509 titulaciones que se imparten en la actualidad en sus nueve universidades públicas cuenta con menos de cincuenta alumnos, según rezan los datos del Atlas digital de la España universitaria publicado por la Universidad de Cantabria a comienzos de año. Entre estas titulaciones minoritarias destaca la presencia de 18 carreras en las que el número de estudiantes de primer curso ni siquiera llega a la quincena.

Un análisis de la actual ordenación de la oferta académica de nuestra comunidad permite constatar el desequilibrio de una estructura en la que la oferta reiterada de titulaciones escasamente solicitadas por los jóvenes no es un hecho aislado. Sirva como ejemplo los casos de Filologí­a Clásica, que con un total de 54 alumnos de nuevo ingreso en el curso 2004-05, se imparte en cuatro universidades distintas; Humanidades, que con 89 estudiantes puede cursarse en seis universidades; la licenciatura en Matemáticas, que con 170 inscritos en primer curso se sigue dando en cinco centros; Filologí­a Árabe, que con 46 alumnos en primero puede estudiarse en tres instituciones de educación superior, la misma cantidad de universidades que oferta el tí­tulo de estadí­stica, carrera que sólo interesa a 63 jóvenes.

La CRUE se muestra firme a la hora de exigir que las autoridades universitarias procedan a ajustar la oferta de las carreras a su demanda real. Hay que señalar la presencia de una debilidad en la eficiencia del sistema universitario, ligada a que una parte de la oferta de tí­tulos desplegada ha registrado demandas muy débiles. El informe de su comisión de financiación deja claro que la continuidad de titulaciones con escasos alumnos sólo podrí­an justificarse muy excepcionalmente, si pueden ser consideradas enseñanzas estratégicas de la institución o de su entorno, como podrí­a ser el caso de los estudios técnicos navales en Cádiz o de filologí­as que sólo se imparten en una universidad, como la eslava en Granada. En el resto de los casos no valen excusas: las universidades públicas deberí­an acentuar la especialización de sus ofertas académicas.

Si finalmente se siguen las recomendaciones dictadas por los propios rectores, las universidades andaluzas deberán enfrentarse a notables modificaciones en su mapa de titulaciones, cambio que por lógica deberí­a ir en paralelo a las transformaciones de la puesta en marcha, a comienzos del curso 2008-09, de la adaptación de las universidades españolas al Espacio Europeo de Educación Superior. La desaparición de licenciaturas y diplomaturas para convertirse en Grados de cuatro años de duración tendrí­a que ser aprovechada para redibujar el mapa de las titulaciones andaluzas.

En este rediseño deberán tenerse en cuenta factores como la persistencia de una demanda de enseñanzas de ciencias de la salud superior al 270 por ciento de la oferta disponible en los centros universitarios, así­ como el excedente de oferta para el resto de enseñanzas, que va del 5 por ciento para las titulaciones de sociales al 33 por ciento para las experimentales, concluyen los rectores.
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Más de 70 carreras universitarias tienen menos de 50 alumnos

– Más de 70 carreras universitarias tienen menos de 50 alumnos.

Cada vez son más las voces que se alzan para exigir una racionalización del mapa de titulaciones universitarias. Si el pasado año fue la Consejerí­a de Innovación Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucí­a la encargada de poner el dedo en la llaga al anunciar su intención -más tarde matizada- de suprimir todas aquellas carreras que contasen con menos de quince alumnos de nuevo ingreso, recientemente ha sido la propia Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE) la encargada de pedir la adaptación de la oferta de las titulaciones a la demanda real.

La asamblea de rectores, a través de la presentación a finales del pasado mes de abril de un informe sobre la futura financiación de la educación superior, no quiso entrar en fijar el número mí­nimo de alumnos que permiten que una titulación resulte rentable. Pero puso sobre la mesa datos tan contundentes como que más de un sesenta por ciento de la actual oferta de titulaciones del mapa universitario español cuenta con menos de 75 alumnos en su primer curso.

Una realidad especialmente sangrante en el caso de Andalucí­a, comunidad en la que más de 70 de las 509 titulaciones que se imparten en la actualidad en sus nueve universidades públicas cuenta con menos de cincuenta alumnos, según rezan los datos del Atlas digital de la España universitaria publicado por la Universidad de Cantabria a comienzos de año. Entre estas titulaciones minoritarias destaca la presencia de 18 carreras en las que el número de estudiantes de primer curso ni siquiera llega a la quincena.

Un análisis de la actual ordenación de la oferta académica de nuestra comunidad permite constatar el desequilibrio de una estructura en la que la oferta reiterada de titulaciones escasamente solicitadas por los jóvenes no es un hecho aislado. Sirva como ejemplo los casos de Filologí­a Clásica, que con un total de 54 alumnos de nuevo ingreso en el curso 2004-05, se imparte en cuatro universidades distintas; Humanidades, que con 89 estudiantes puede cursarse en seis universidades; la licenciatura en Matemáticas, que con 170 inscritos en primer curso se sigue dando en cinco centros; Filologí­a Árabe, que con 46 alumnos en primero puede estudiarse en tres instituciones de educación superior, la misma cantidad de universidades que oferta el tí­tulo de estadí­stica, carrera que sólo interesa a 63 jóvenes.

La CRUE se muestra firme a la hora de exigir que las autoridades universitarias procedan a ajustar la oferta de las carreras a su demanda real. Hay que señalar la presencia de una debilidad en la eficiencia del sistema universitario, ligada a que una parte de la oferta de tí­tulos desplegada ha registrado demandas muy débiles. El informe de su comisión de financiación deja claro que la continuidad de titulaciones con escasos alumnos sólo podrí­an justificarse muy excepcionalmente, si pueden ser consideradas enseñanzas estratégicas de la institución o de su entorno, como podrí­a ser el caso de los estudios técnicos navales en Cádiz o de filologí­as que sólo se imparten en una universidad, como la eslava en Granada. En el resto de los casos no valen excusas: las universidades públicas deberí­an acentuar la especialización de sus ofertas académicas.

Si finalmente se siguen las recomendaciones dictadas por los propios rectores, las universidades andaluzas deberán enfrentarse a notables modificaciones en su mapa de titulaciones, cambio que por lógica deberí­a ir en paralelo a las transformaciones de la puesta en marcha, a comienzos del curso 2008-09, de la adaptación de las universidades españolas al Espacio Europeo de Educación Superior. La desaparición de licenciaturas y diplomaturas para convertirse en Grados de cuatro años de duración tendrí­a que ser aprovechada para redibujar el mapa de las titulaciones andaluzas.

En este rediseño deberán tenerse en cuenta factores como la persistencia de una demanda de enseñanzas de ciencias de la salud superior al 270 por ciento de la oferta disponible en los centros universitarios, así­ como el excedente de oferta para el resto de enseñanzas, que va del 5 por ciento para las titulaciones de sociales al 33 por ciento para las experimentales, concluyen los rectores.
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