– A la ciudad de Córdoba le hacen falta diez años de cierto cosmopolitismo
Reconoce que actualmente hay una ignorancia absoluta sobre lo judío y sobre el judaísmo de raíz hispánica · Alaba la conservación del casco histórico, aunque afirma que la ciudad vive en la socialnostalgia.
UNA de las pasiones de Sebastián de la Obra son los libros. En torno a ellos desarrolla su jornada laboral cada mañana como director del Servicio de Publicaciones del Parlamento andaluz. Por la tarde, cuando regresa a Córdoba, sigue entre libros en la Casa de Sefarad, que dirige su esposa, Rosana de Aza, donde un repaso por los anaqueles es una síntesis apresurada de su formación, sus inquietudes y sus aficiones.
-¿Es una casualidad que la Casa de Sefarad esté en la calle Judíos, esquina a Averroes?
-El azar nunca es causalidad. Sí es casualidad cómo se llega a esta situación. Nosotros mantenemos un centro cultural en Sevilla, también de iniciativa privada. Es un edificio hermosísimo, situado en el barrio de Santa Cruz, para la recuperación de la memoria sefardí, y siempre hemos buscado una casa en Sevilla para hacer lo que hemos hecho aquí. Pero es algo imposible por la sociedad de mercado que tenemos hoy en día. El azar hizo que la directora del centro, que es una gran aficionada al flamenco, viniera a los últimos Festivales de la Guitarra. En un descanso de una de los conciertos fue a una agencia inmobiliaria y preguntó por una casa hermosa, en plena Judería, que se pudiera restaurar. Le dijeron que no, que no tenían nada, aunque añadieron que le acababan de dar la llave de una casa que ni siquiera habían visto. Ella quiso verla, me llamó a Sevilla, cogí el AVE y cuando entramos por la puerta, sin saber lo que querían por ella, dijimos que ésa es la casa que buscábamos.
-¿Cuál es la finalidad de esta casa? ¿Cubrir un hueco en la oferta cultural de Córdoba?
-Cubrir un agujero enorme en la capa de ozono de esta ciudad, que es la memoria.
-Córdoba vive últimamente en el tópico de las tres culturas, pero faltaba una.
-Primero, eso es un tópico y, además, no es positivo. Cuanto más se repite el mito de las tres culturas más se degrada el significado que puede tener la convivencia entre gente de diversidad cultural. Después, esta ciudad vive de espaldas a una parte de su identidad como ha sido la tradición judía. Se ha pensado durante cientos de años que la figura de Maimónides y su representación escenográfica con la estatua era más que suficiente para decir que esto era también la capital de Sefarad. La belleza, la tangibilidad de la tradición cristiana, con ese recorrido sorprendente de iglesias fernandinas abandonadas, la impresionante presencia de la cultura musulmana, han anulado, no digo que intencionadamente, la identidad y la huella judía en esta ciudad. Y como nuestra cultura actual es tan efímera, todos queremos tocar y como la cultura judía es tan difícilmente tangible, porque no hay arquitectura, huella urbana, ha pasado al olvido, por decirlo con delicadeza, tras la manipulación y la amnesia. El azar ha hecho que la Casa de Sefarad esté en la calle Judíos, frente a la Sinagoga. Es sorprendente, emocionante.
-¿Cómo fueron descubriendo todo este entorno?
-La emoción no la hemos perdido. Nosotros, que somos muy racionalistas como los viejos judíos, no los ortodoxos, sino los cosmopolitas, tenemos todavía un punto de emoción de decir qué cartografía mágica había para que se diesen los pasos hasta llegar a esta situación en Córdoba, la ciudad con la Judería más espléndida de toda la península, con el patrimonio cultural intangible más sorprendente del judaísmo hispano. Cómo es posible que hayamos dado en la clave de la esquina de la calle Judíos con la Sinagoga.
-¿Desde que está abierta la Casa de Sefarad, qué aportación ha hecho a la ciudad?
-No lo sé, porque esta ciudad es muy peculiar, muy desconfiada en cierto sentido, con un complejo histórico. Hay gente que lo hace de forma explícita, diciéndonos con cariño que qué falta hacía esto. Pero hay otra que, con el peso de la duda, se cuestiona porqué abrir una Casa de Sefarad de forma privada, sin respaldo público. Ese punto de desconfianza nos tiene aún en cierta tensión. El comentario más habitual es por qué habéis hecho esto y no qué bien que habéis hecho esto. Esto no me ha ocurrido ni en Granada, ni en Sevilla, ni en otros lugares del mundo. Ahí hay un cierto complejo de no creerse la ciudad lo que es. Así nos va en parte.
-¿Cuál puede ser la causa de esa singularidad de Córdoba?
-Como forastero, tengo una percepción de la ciudad muy crítica. Me he enamorado apasionadamente de la huella de esta ciudad, y es un privilegio estar en Córdoba porque es de una belleza extraordinaria, en el sentido más profundo de la palabra belleza: por su itinerario urbano, que todavía tiene una medida perfectamente humana; por su historia, pero la gente vive de espaldas a este patrimonio que es utilizado desde el punto de vista meramente mercantil, no desde el punto de vista del patrimonio ciudadano. También tiene el carácter de ciudad cerrada, de ciudad que vive de espaldas a muchas cosas, que mantiene una tradición conservadora -no en el sentido político, sino en el de poca iniciativa-. Le falta a esta ciudad cierta valentía por arriesgarse. Esto no ocurre en Barcelona, ni en Málaga, ni en las ciudades que conozco. Todo el mundo arriesga, no guarda sus recursos económicos, sino que los pone en funcionamiento.
-Esto siempre se ha visto como una consecuencia de una sociedad agraria.
-Es posible, y aquí se nota mucho, aunque no tengo argumentos de peso para denominarlo así. Es algo que se huele, se nota. En ese sentido es conservadora, no en el sentido político que no responde a la realidad, sino en la falta de riesgo. Mi cultura no pertenece a eso, mi cultura es una cultura de riesgo.
-Usted viene de fuera y con un considerable bagaje intelectual. ¿Ha llegado a descifrar qué es el senequismo?
-Un cierto aburrimiento existencial, una socialnostalgia. Soy un amante de Séneca, quien siendo un hombre de secano como yo dijo aquello de que No hay viento favorable para quien no sabe dónde va. Esta ciudad está embelesada y el embelesamiento es hermoso, pero si no se sabe adónde se va produce mareo. Ésa es la sensación que tengo. Hay algunas apuestas en la ciudad, una huella urbana, no sé si intencionadamente, bien conservada. Es un casco histórico sorprendente, mejor conservado que el de Sevilla e infinitamente mejor que el de Granada. Esto a mí me gusta, y no sé si es un elogio al poder público o a la ciudadanía que lo vive.
-¿Qué le hace falta a la ciudad?
-Pues diez años de cierto cosmopolitismo. Le faltan 5.000 madrileños, 300 franceses, 24 granadinos, 18 sevillanos para que no haya conflicto, unos cuantos portugueses e inmigrantes en el sentido digno de la palabra: gentes de otro sitio, con otra lengua, que nos hagan cambiar la mirada, que es algo fundamental. Nosotros tenemos una mirada fundamentalmente agraria.
-¿A qué se puede deber esta situación? ¿Al carácter de su gente o al aislamiento geográfico que se ha padecido hasta hace poco?
-Es posible. También es cierto que una ciudad muy hermana de Córdoba, en belleza y en nostalgia, como es Granada, tiene un punto que a Córdoba le falta y es el protagonismo de la universidad, que ha modificado la mirada de la gente. Es una ciudad conservadora, extremadamente conservadora hasta en el sentido político. Las dos ciudades son muy equivalentes y a Córdoba le ha faltado el peso creativo de la Universidad de Granada, por eso es posible que dé un perfil sociológico más activo, más dinámico que Córdoba. Pero no por los granadinos, sino porque en los últimos 500 años ha tenido una universidad que lo ha ocupado todo, para bien y para mal: la política de alquileres, la sanidad, los gastos en el turismo, la vida nocturna. La Universidad de Córdoba, en ese sentido, es más reciente y no tiene el peso de la granadina. Tengo la sensación de que ambas son dos ciudades que viven de la socialnostalgia. Esto tiene el riesgo de convertir la vanguardia en norma, porque lo contrario de la socialnostalgia es ser más vanguardista que el último vanguardista del Soho de Nueva York. Por lo tanto, en esta cartografía no hay un cuerpo intermedio con capacidad creativa, de análisis, de movilización, de organización. Es lo que falta en esta ciudad. Lo habrá, pero yo no he visto aún.
-En este entorno andaluz del que estamos hablando -Sevilla, Córdoba, Granada- ¿Está mal visto lo judío?
-No hay una percepción negativa de lo judío, sino una ignorancia absoluta sobre lo judío y sobre el judaísmo de raíz hispánica. A esto se suma una característica que es que hay en un cierto sector de pensamiento y de organizaciones sociales sobre el conflicto contemporáneo, -ya sabe usted del que hablo-, que ha contaminado toda la historia, y, por lo tanto, cualquier cercanía a una parte de nuestra memoria y de nuestra identidad queda manchada automáticamente por un conflicto concreto que tiene un origen, unas contradicciones y un desarrollo terrible. Es como si un conflicto de 50 años borrara de un plumazo 1.000 años de historia y de yuxtaposición de identidades.
-Pero esto es algo muy actual. Ahora se divide todo entre buenos y malos.
-Cuando voy a dar una charla a un instituto o a los movimientos sociales y se me ocurre hacer un elogio de Maimónides o de la tradición en la comida judía, automáticamente surge una expresión: Claro, fíjate lo que está haciendo Israel. Y tú dices: ¿Y esto qué tiene ver?. Se puede pensar que esto que digo es una extravagancia, pero sale todos los días. Esto o se hace por ignorancia, con lo cual están disculpado, o por algo más oscuro, como es provocar antagonismos. O se es pro palestino o pro estado de Israel; no hay punto medio. Es esa elementalidad que raya con sociedades no civilizadas. ¿No es posible tener contradicciones y sobre ellas ir construyendo cosas? Pues parece que no es posible. Puedo admirar la cultura palestina, puedo estar políticamente de acuerdo con la creación del estado palestino, puedo soñar que ni en el peor de mis sueños iba Sharom a gobernar Israel y, sin embargo, la ha gobernado. Pero todo esto no me puede llevar a amar la cultura judía, me debería llevar a odiarla. Es una vuelta atrás a los principios más elementales de construcción de los prejuicios.
-¿Cuál es la causa de esta situación?
-Es ignorancia y falta de gimnasia intelectual y, sobre todo, que el debate político y social en España y en Occidente está reducido cada vez más a elementos puramente antagónicos. No hay profundidad de pensamiento.
-Por este camino, lo judío siempre llevará las de perder.
-Lleva las de perder desde hace 5.000 años. Por eso, lo único que han conseguido, de una manera que puede ser cuestionable, es un estado. Eso no se lo perdona nadie, a pesar de que soy muy crítico a título personal. Cada vez que voy a Israel tengo discusiones en público porque no me gusta lo que están haciendo. Después del Holocausto es tan razonable, por decirlo de alguna manera, que tuvieran un espacio, pero eso no se les perdona. Que tienen que cambiar, sí; que no van a cambiar, también es verdad. Este tema no tiene solución.
-¿Cómo ve un problema político como éste contamine una civilización, una cultura que no tiene nada que ver con lo que se ha hecho en los últimos 60 años?
-Es lo de la elementalidad de los antagonismos. Se ha acabado el comunismo como una alternativa a las sociedades mercantiles y terribles del capitalismo salvaje y ahora hay un cierto concepto de solidaridad internacional en el que te tienes que ubicar permanentemente, lo que implica el rechazo de la otra parte, de un sector, de una población, de un pensamiento. Cuando discuto el concepto de sionismo, digo que yo tengo una vena sionista y me dicen que eso es terrible, que eso es racismo. No, no es así, nace como la búsqueda de un espacio territorial. Que del sionismo se haya trasladado a una ocupación, a una exclusión de una parte de la población, a un desprecio, pues vale. Pero el sionismo en su origen es como el socialismo o el anarquismo: la construcción de un pensamiento cuyo núcleo fundamental es la necesidad de un territorio para no estar otros 5.000 años dispersos por el mundo. Hoy en día esto es imposible o es un juego de dilentantes. Cuatro personas con cierta inteligencia nos sentamos a hablar y entre nuestras normas está el contarnos cosas que no nos gustan. Por eso huyo de esos debates salvo que los interlocutores sean inteligentes. No pido otra cosa. La sensibilidad la pongo yo.
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