Moros y cristianos
QUIERO defender la fe y mi honor con los filos de mi espada. Bajen ya de esas murallas o pego fuego al castillo. Tú, Felipe, ven conmigo, firmes contra esa canalla…». La frase forma parte de la representación de moros y cristianos en el municipio granadino de Quéntar (Granada Hoy, 4-9-2009). La pronuncia un cristiano, en actitud amenazante, que llama «canallas» a los moros y, tras lograr la rendición de los sarracenos, les obliga a bautizarse sin respetar su religión. Desde luego, no parece la forma más apropiada de impulsar la Alianza de Civilizaciones, ni mucho menos de conmemorar el Cuarto Centenario de la expulsión de los moriscos (1609-2009).
Sin duda, una frase desafortunada, porque incita al odio y alimenta los prejuicios racistas. Además, la función de moros y cristianos olvida que la rebelión de los moriscos, capitaneada por Aben Humeya, fue provocada por la violación de las Capitulaciones de Granada que los Reyes Católicos habían jurado respetar «para siempre jamás». Un juramento que incumplieron ellos y sus sucesores, los dogmáticos Felipe II y Felipe III. La historiadora Ángeles Fernández García, de la Universidad de Granada, nos dice: «Felipe II no estaba dispuesto a la tolerancia en materia de fe y la Inquisición redobló su presión sobre los musulmanes granadinos que se negaban a perder su identidad». Y más dogmático aún Felipe III que decretó, incluso contra la opinión de la Santa Sede y de parte de la nobleza, la deportación general de los moriscos. Es decir, miles de vecinos de Granada, que fueron perseguidos a causa de sus creencias y costumbres.
Se calcula que más de 300.000 moriscos fueron desalojados violentamente de sus casas y expulsados al norte de África (Marruecos, Túnez y Argelia), en condiciones infrahumanas. El profesor Francisco Andújar Castillo, de la Universidad de Almería, describe así la expulsión: «El camino del destierro lo hicieron en lastimosas condiciones, soportando los rigores del invierno, mal alimentados, muchos de ellos enfermos, y sin medios para transportar los escasos bagajes que les quedaban. Muchos tuvieron que malvender sus casas y bienes, antes de emprender el éxodo. Numerosos moriscos no pudieron resistir la dureza del camino y murieron antes de llegar a los lugares de destino fijados por la autoridades reales». Algunos episodios fueron especialmente crueles, ya que los menores de siete años de edad eran separados de sus familias y retenidos contra su voluntad para ser adoctrinados en la fe católica. Estamos hablando de una de las mayores deportaciones que ha conocido la historia de la humanidad. Además, la expulsión de miles de granadinos, acusados de ser moriscos, desencadenó la decadencia moral, social y económica de nuestras ciudades y pueblos, que se vieron despojados de una mano de obra muy cualificada y de muchos de sus hijos más ilustres.
En realidad, las representaciones de moros y cristianos que se organizan en Quéntar y otros municipios granadinos, como si de un juego de niños se tratase y en un ambiente festivo, no reflejan la historia de esta tragedia que más que celebrar, debería hacernos reflexionar. Y este año con más motivo aún, ya que en 2009 se cumple el 400 aniversario de aquel drama humano en el que la intolerancia se impuso a la convivencia.
Los Ayuntamientos y los colectivos que organizan las fiestas deberían ser más imaginativos y actualizarse. Cambiar las peleas entre moros y cristianos por representaciones con diálogos que promuevan la reconciliación. Cambiar la espada y el fuego por la poesía y la música. Los juegos moriscos de Purchena (Almería) son un ejemplo a seguir.
Sería más propio de una sociedad plural y democrática como la nuestra que el Ayuntamiento de Quéntar organizara actos de hermanamiento con ciudades como Chauen, Tetuán, Ashila, Larache o Fez en las que viven actualmente los descendientes de la comunidad morisca en el exilio. La representación de moros y cristianos, con vencedores y vencidos, fomenta en el imaginario popular la cultura de la guerra y el choque de civilizaciones. Los hermanamientos, en cambio, favorecen la cultura de la paz y el diálogo entre las dos orillas del Mediterráneo, tan necesario en nuestros días.
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