Culturas
El impacto de lo perecedero
Las obras artísticas de consumo inmediato y sin vocación de perpetuidad ganan adeptos y aumentan su presencia en lugares públicos
26.12.09 – 01:00 –
EDUARDO LAPORTE | VALENCIA.
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Los espacios urbanos, ya saturados de elementos, constituyen el lugar preferido para el arte efímero
«Ceci n\’est pas une pipe», reza un famoso cuadro del surrealista Magritte. Esto no es una pipa, pero lo que vemos es una pipa. O un lienzo con la representación, mediante la mezcla de colores, de una pipa. ¿Es realmente una pipa? ¿Podemos fumar a través de ella? La verdad es que no. ¿Es efímero el arte efímero? ¿Y si luego permanece en la mente durante años? No parece, entonces, tan efímero. Algo parecido sucede en el arte en general, y en su manifestación \’efímera\’ en particular.
Rafael Doctor, ex director del Musac de León: «Es todo aquello que tenga una presencia vívida y no objetual». Fernando Rubio, artista con obras efímeras: «Es un concepto muy subjetivo, algo efímero puede durar un día o un año…» Para el críticoFernando Castro Flórez, buena parte de la tendencia actual se aleja de la «condición de eternidad propia de la monumentalidad clásica o decimonócica». El arte se «desmaterializa» y «el documento y el archivo «las fotografías que dan constancia de esos montajes» sustituyen al monumento y al museo», considera Castro Flórez.
Más allá de acotaciones conceptuales, lo cierto es que el arte efímero, entendido como un arte que hace de la ciudad su principal escenario, multidisciplinar, que interactúa con los ciudadanos y que genera experiencias, está cobrando fuerza. Ejemplo de arte efímero: unos poemas escritos, en Pekín, en el suelo y con agua. A la belleza de la grafía china, se une la brevedad que esos versos, escritos sobre la marcha, permanezcan sobre el firme, antes de evaporarse y quedar, como cantaba Bob Dylan, flotando en el aire, blowin\’ in the wind.
No es un fenómeno precisamente nuevo, porque efímeras han sido siempre las artes escénicas, en el sentido de que cada representación es distinta a la anterior, es irrepetible. Tampoco es nuevo el fenómeno de emplear la ciudad como escenario, como lienzo. Ahí tenemos el caso de los Encuentros de Pamplona de 1972, en que las calles de esa ciudad acogieron las manifestaciones más punteras de poesía visual, sonora y de acción, instalaciones de varios tipos y presencia de los muñecos del Equipo Crónica, los \’espectadores de espectadores\’, en diversos puntos de la ciudad. Los expertos consideraron aquel evento el primer acontecimiento de \’arte público\’.
La Bienal Internacional de Arte Efímero, Spora, se celebró la semana pasada en Granada y sirvió para saber quién tiene algo que decir en esta manera de entender el arte, la selección que ha llevado a cabo un comité de expertos en Spora, la Bienal de Arte Efímero que se ha celebrado estos días en Granada es una buena referencia. Nombres como Trish Scott, Larry Creshman, Fernando Rubio o Sara Cabrera forman parte de la lista de doce artistas seleccionados para la muestra.
En unas ciudades cada vez más saturadas de elementos, la adición de más objetos netamente artísticos se puede antojar excesiva. Por eso, como apunta Ana García, directora de la Bienal Spora y profesora de Creación audiovisual en la Universidad de Granada, el arte efímero tiene sentido que sea así, que permanezca un breve tiempo y luego desaparezca. «El disfrute de los sentidos que eso implica es suficiente para que constituya una experiencia artística interesante», destaca García. Para ello, la ciudad deja de ser una mera convidada de piedra para la exposición de esculturas o pinturas y pasa a ofrecer una interacción entre las obras artísticas, los ciudadanos y su propia fisionomía urbana.
Al artista del siglo XXI se le ha quedado pequeño el estudio, el \’atelier\’. La ciudad para a convertirse en la superficie de trabajo, pero también el entorno rural. El mundo entero pasa a ser no sólo motivo de inspiración, sino también el mayor espacio expositivo posible.
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Así se entiende el último reto creativo de la artista madrileña residente en Nueva York, Gema Alava, que ha presentado un singular proyecto titulado \’Find me\’. Alava convenció a varios de los artistas más cotizados de EE UU, artistas de altísima cotización en el mercado, como Robert Ryman, Ester Partegas o Lawrence Weiner, para que le dedicaran, desinteresadamente, una pequeña obra.
Una vuelta de tuerca al concepto de lo efímero, que juega también con la ocultación. Fueron efímeras las bolsas de basura con distintos \’smileys\’ de Ester Partegas, los aviones de papel hechos con billetes de dólar y fijados en árboles de Lars Chellberg y las galletas redondas de Maria Yoon, con su retrato pintado con colorantes y azúcar. No fueron efímeras, porque permanecen, otras obritas de arte colocadas, estratégicamente, en distintos puntos de la geografía estadounidense.
El 8 de octubre, la artista convocó a los medios y al público en general para invitarles a participar en este curioso juego, carne de inspiración para una novela de Auster o Vila-Matas. Se dieron unas pistas para descubrir esos cotizados objetos, pistas insuficientes ya que a día de hoy muchos de ellos siguen exactamente ahí donde los dejó su propietaria, Gema Alava.
La propia artista viajó hasta San Francisco, al conflictivo barrio de Tenderloin, para camuflar algunas cinco de las piezas que componen \’Find me\’. Entre ellas, un librito titulado \’Find Me 2.0.\’, que contiene las coordenadas exactas de los lugares en que se colocaron las obras de arte y que quedó escondido en la biblioteca pública del barrio. Una suerte de \’bookcrossing\’ sólo que con obras de arte de artistas de primera fila, en vez de libros manidos por usuarios anónimos.
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