Bajo este título, el Aula de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Granada inicia mañana día 15 de diciembre un ciclo de conferencias dedicado a analizar la enorme importancia y repercusión que las técnicas de Ingeniería Genética están teniendo -y van a tener en el futuro-, sobre la mejora de la calidad de vida de la Humanidad. Resulta llamativo que en el último eurobarómetro sobre Biotecnología en Europa, publicado en 2010, sólo un 53% de los ciudadanos europeos encuestados piensan que la Biotecnología y la Ingeniería Genética tienen un efecto positivo sobre la sociedad. El resto, lo enjuician como negativo (20%), lo consideran neutro (7%) o simplemente no lo saben (20%). Precisamente, este rechazo y desconocimiento sobre la Biotecnología es lo que ha permitido que una gran parte de la opinión pública sea fácilmente manipulada para que, en un clima de confusión global y desde posiciones escasamente científicas, los organismos modificados genéticamente (transgénicos) sean percibidos, sin distinciones, como entes dañinos y malignos que vienen a perjudicar el mundo.
Sin embargo, no muchas personas saben que gracias a los transgénicos, millones de enfermos han salvado sus vidas y pueden seguir viviendo o mejorando su salud y la de sus hijos.Así, antes de la aparición de la insulina humana actual, a los diabéticos se les administraba insulina extraída del páncreas de cerdos que, aunque muy parecida a la humana, en bastantes diabéticos producía reacciones alérgicas, siendo ineficaz. Desde los años 80, y gracias a la Ingeniería Genética, la insulina se produce por bacterias y levaduras transgénicas a las que se les ha incorporado el gen de la insulina humana que, por ser propia de nuestra especie, no tiene los riesgos de la insulina del cerdo y, además, como su obtención es mucho más rápida y eficiente, el precio de la insulina ha bajado enormemente, permitiendo su comercialización a nivel mundial, incluyendo los países más desfavorecidos. Exactamente igual ocurre con otros muchos fármacos, como la vacuna de la hepatitis B, la hormona de crecimiento humana, varios interferones -proteínas para el tratamiento del cáncer, la hepatitis y la leucemia-, la eritropoyetina y factores de coagulación, anticoagulantes, anticuerpos…, que también se producen mediante microorganismos transgénicos, y se utilizan para combatir enfermedades como el cáncer, hemofilias, enanismo, anemias o infecciones. Hoy, cientos de millones de enfermos se administran lo que produce un microorganismo transgénico, aunque la mayoría de ellos ignore la fuente de donde procede. Asimismo, en la actualidad, se utilizan animales transgénicos de laboratorio -usualmente ratas o ratones-, en investigaciones sobre el cáncer y otras enfermedades. Al modificar determinados genes en animales de laboratorio, simulando lo que ocurre en seres humanos cuando aparece una determinada enfermedad, se acorta mucho el camino hacia un mayor conocimiento de las causas de esa enfermedad y para la obtención de mejores tratamientos. También se desconoce que el 90% de las plantas transgénicas se cultivan en países en vías de desarrollo, donde catorce millones y medio de agricultores en países como China, India, Pakistán, Filipinas o Burkina Fasso, han logrado escapar del hambre y de la pobreza gracias al algodón y al maíz transgénicos que ellos mismos han desarrollado; o que al arroz dorado se le han incorporado unos genes que producen provitamina A, que va a evitar que más de trescientos mil niños del Tercer Mundo queden ciegos o mueran al año por falta de esta vitamina en su dieta, basada casi exclusivamente en el arroz blanco sin vitamina A. Tampoco se suele saber que, tanto los investigadores como la multinacional Monsanto que ha desarrollado el arroz dorado, han renunciado a la patente industrial en beneficio de los países pobres, en lo que se conoce como la primera «patente biotecnológica humanitaria».
Estos son ejemplos de transgénicos que salvan vidas. Pero también los hay que nos ayudan a vivir mejor, como los enzimas transgénicos (proteasas y lipasas) procedentes de bacterias y levaduras transgénicas que, incorporados a los detergentes modernos, hacen que la vecina alucine con la blancura de nuestra colada. O como las levaduras transgénicas que ayudan a elaborar mejores cervezas, vinos, quesos, lácteos y embutidos. Pero aún habrá más en el futuro. Presumiblemente, los mayores avances de la ingeniería genética para los próximos diez años se esperan en los ámbitos de la medicina y la salud (tales como terapia génica, fármacos a la carta, producción por plantas transgénicas de vacunas comestibles o cultivos que producen anticuerpos para el tratamiento de enfermedades infecciosas), seguido por la agricultura y la alimentación (en forma de plantas transgénicas resistentes a plagas y enfermedades y mejor adaptadas al cambio climático global, alimentos transgénicos funcionales, nutracéuticos y enriquecidos en vitaminas y minerales, trigos transgénicos sin gluten para enfermos celíacos o mamíferos transgénicos que producirán fármacos o proteínas de alto valor añadido en su leche), y en temas de medio ambiente (como plantas y microorganismos transgénicos para la biorremediación de hábitats contaminados, producción por plantas transgénicas de plásticos biodegradables o biodepuración de aguas residuales mediante microorganismos transgénicos).
Estas son aplicaciones, digamos amigables, de la Ingeniería Genética. Pero esta tecnología también puede utilizarse para diseñar armas biológicas que destruyan los cultivos o para la guerra bacteriológica. La Ingeniería Genética, como toda tecnología, ¿incluida la nuclear?, no es buena ni mala en sí misma. Su impacto positivo o negativo va a depender del uso que hagamos de ella. Ahora bien, lo que sí es indudable es que constituye una herramienta imprescindible para el avance de la Humanidad en el siglo XXI y los gobiernos europeos no deberían permitirse el lujo de poner tantas restricciones a la investigación y al desarrollo de organismos transgénicos beneficiosos, bajo pena de perder el liderazgo que siempre ha tenido Europa en temas de Biotecnología y volver a caer bajo la dependencia biotecnológica, no ya de EEUU o Canadá, sino de países como China, India o Argentina, mucho más avanzados actualmente que los europeos en investigación y desarrollo de transgénicos.