Crean un sistema informático que predice las ventas de un libro

64714 Investigadores de la Universidad de Granada desarrollaron un nuevo sistema informático que predice las posibles ventas de un libro si llega a publicarse. 

Denominada PreTEL, la nueva herramienta se basa en redes neuronales artificiales, y supone mucha utilidad para las editoriales, pues podría condicionar la tirada de una obra.

Para desarrollarlo, los expertos entrenaron al sistema considerando datos de miles de libros ya publicados, y obtuvieron así un modelo matemático de estimación, capaz de interpretar los valores de un nuevo libro para valorar la tirada óptima y la venta.

Basados en inteligencia artificial, los métodos aprenden y se adaptan, de forma que si en el futuro se dispone de nuevos datos, se reentrenan para corregirse y mejorar los resultados de predicción.

Así, cuanto mayor sea la base de conocimiento en lo referente al número de libros contenidos, mejor se espera que sea el modelo que realice la predicción, y mayor la calidad de las estimaciones.

(Redacción Informativa de Radio Rebelde)

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Crean un sistema informático que predice las ventas de un libro

64714 Investigadores de la Universidad de Granada desarrollaron un nuevo sistema informático que predice las posibles ventas de un libro si llega a publicarse. 

Denominada PreTEL, la nueva herramienta se basa en redes neuronales artificiales, y supone mucha utilidad para las editoriales, pues podría condicionar la tirada de una obra.

Para desarrollarlo, los expertos entrenaron al sistema considerando datos de miles de libros ya publicados, y obtuvieron así un modelo matemático de estimación, capaz de interpretar los valores de un nuevo libro para valorar la tirada óptima y la venta.

Basados en inteligencia artificial, los métodos aprenden y se adaptan, de forma que si en el futuro se dispone de nuevos datos, se reentrenan para corregirse y mejorar los resultados de predicción.

Así, cuanto mayor sea la base de conocimiento en lo referente al número de libros contenidos, mejor se espera que sea el modelo que realice la predicción, y mayor la calidad de las estimaciones.

(Redacción Informativa de Radio Rebelde)

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‘Juana la Loca’ aunará teatro y patrimonio en la Corrala de Santiago

La emoción de un personaje histórico vinculado a Granada y la belleza de un espacio patrimonial en el corazón de la ciudad. Esta es la propuesta de Histrión para el verano: entre el 18 de julio y el 31 de agosto, la compañía teatral granadina pondrá en escena ‘Juana la Loca, la reina que no quiso reinar’, un texto de Jesús Carazo protagonizado por Gema Matarranz.
El proyecto ha sido posible gracias al respaldo de la Universidad de Granada, que ha puesto a disposición de la compañía su residencia universitaria de la calle Santiago. También cuenta con el apoyo de la Consejería de Cultura para la adaptación técnica del espacio y la difusión de la actividad. Las entradas pueden adquirirse en venta anticipada a través de la red de El Corte Inglés (14 euros más gastos) o en la taquilla de la corrala, desde una hora antes de las sesiones (14 euros). La obra dura 55 minutos y está abierta a todos los públicos, aunque se recomienda a partir de los 14 años.
«No es una idea peregrina ni alocada hacer teatro en este maravilloso lugar -aseguró Nines Carrascal, socia y productora de Histrión-. Rondaba nuestras cabezas desde hace mucho tiempo, porque entendíamos la potencialidad que tiene la corrala en un barrio como el Realejo. Ojalá sea el germen de un encuentro a largo plazo, porque este corral tiene una acústica maravillosa y condiciones excepcionales para convertirse en un corral de comedias. No tiene nada que envidiar a ninguno de los que están activos en otras ciudades del país».
Este proyecto pretende poner en valor el patrimonio histórico de la ciudad con un personaje muy ligado a Granada: no en vano, Juana está enterrada en la Capilla Real junto a sus padres, los Reyes Católicos, y su esposo, Felipe el Hermoso. «La sobriedad de este espacio, un corral del siglo XVII de origen castellano, entronca muy bien con el espíritu de una princesa educada en las tierras de Castilla», subrayó Carrascal. Además, esta pieza a la vez clásica y contemporánea viene a llenar un hueco en la oferta cultural de Granada, muy mermada en verano.
La obra fue estrenada en 2006 en la Casa del Cordón (Burgos), «donde murió Felipe el Hermoso y donde arranca el delirio de Juana», y desde entonces acompaña a Histrión «como un talismán».
El monólogo del escritor Jesús Carazo es intenso y está cargado de emoción, algo que se acentúa con la cercanía entre actriz y público: los espectadores, un máximo de 80, ‘abrazarán’ el escenario, sentados en el patio y entre las columnas, y algunos también en el primer piso.
«Este personaje me ha aportado muchísimo -dijo Gema Matarranz, castellana ella también aunque afincada en Granada desde hace 25 años-. Es la puesta en escena de una mujer que habla como madre, como esposa, como reina en funciones que nunca lo fue. Expresa la tristeza de alguien que vive 46 años encerrada y va viendo morir a todos sus seres queridos», explicó la actriz. «El discurso y la vida de Juana son atemporales y su leyenda dura hasta nuestros días», apostilló su socia.
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‘Juana la Loca’ aunará teatro y patrimonio en la Corrala de Santiago

La emoción de un personaje histórico vinculado a Granada y la belleza de un espacio patrimonial en el corazón de la ciudad. Esta es la propuesta de Histrión para el verano: entre el 18 de julio y el 31 de agosto, la compañía teatral granadina pondrá en escena ‘Juana la Loca, la reina que no quiso reinar’, un texto de Jesús Carazo protagonizado por Gema Matarranz.
El proyecto ha sido posible gracias al respaldo de la Universidad de Granada, que ha puesto a disposición de la compañía su residencia universitaria de la calle Santiago. También cuenta con el apoyo de la Consejería de Cultura para la adaptación técnica del espacio y la difusión de la actividad. Las entradas pueden adquirirse en venta anticipada a través de la red de El Corte Inglés (14 euros más gastos) o en la taquilla de la corrala, desde una hora antes de las sesiones (14 euros). La obra dura 55 minutos y está abierta a todos los públicos, aunque se recomienda a partir de los 14 años.
«No es una idea peregrina ni alocada hacer teatro en este maravilloso lugar -aseguró Nines Carrascal, socia y productora de Histrión-. Rondaba nuestras cabezas desde hace mucho tiempo, porque entendíamos la potencialidad que tiene la corrala en un barrio como el Realejo. Ojalá sea el germen de un encuentro a largo plazo, porque este corral tiene una acústica maravillosa y condiciones excepcionales para convertirse en un corral de comedias. No tiene nada que envidiar a ninguno de los que están activos en otras ciudades del país».
Este proyecto pretende poner en valor el patrimonio histórico de la ciudad con un personaje muy ligado a Granada: no en vano, Juana está enterrada en la Capilla Real junto a sus padres, los Reyes Católicos, y su esposo, Felipe el Hermoso. «La sobriedad de este espacio, un corral del siglo XVII de origen castellano, entronca muy bien con el espíritu de una princesa educada en las tierras de Castilla», subrayó Carrascal. Además, esta pieza a la vez clásica y contemporánea viene a llenar un hueco en la oferta cultural de Granada, muy mermada en verano.
La obra fue estrenada en 2006 en la Casa del Cordón (Burgos), «donde murió Felipe el Hermoso y donde arranca el delirio de Juana», y desde entonces acompaña a Histrión «como un talismán».
El monólogo del escritor Jesús Carazo es intenso y está cargado de emoción, algo que se acentúa con la cercanía entre actriz y público: los espectadores, un máximo de 80, ‘abrazarán’ el escenario, sentados en el patio y entre las columnas, y algunos también en el primer piso.
«Este personaje me ha aportado muchísimo -dijo Gema Matarranz, castellana ella también aunque afincada en Granada desde hace 25 años-. Es la puesta en escena de una mujer que habla como madre, como esposa, como reina en funciones que nunca lo fue. Expresa la tristeza de alguien que vive 46 años encerrada y va viendo morir a todos sus seres queridos», explicó la actriz. «El discurso y la vida de Juana son atemporales y su leyenda dura hasta nuestros días», apostilló su socia.
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Detectados zumos de manzana y cereales que superan los niveles permitidos de micotoxinas

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumentar sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

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Detectados zumos de manzana y cereales que superan los niveles permitidos de micotoxinas

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumentar sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

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Detectados zumos de manzana y cereales que superan los niveles permitidos de micotoxinas

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

Se han localizado muestras de harina de trigo y harina de gofio con más micotoxinas de las permitidas

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumenten sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

Referencias bibliográficas:

María Dolores Víctor-Ortega, Francisco J. Lara, Ana M. García-Campaña, Monsalud del Olmo-Iruela. «Evaluation of dispersive liquid-liquid microextraction for the determination of patulin in apple juices using micellar electrokinetic capillary chromatography». Food Control 31: 353-358, 2013.

J. Rubert, C. Soler, R. Marín, K.J. James, J. Mañes.» Mass spectrometry strategies for mycotoxins analysis in European beers». Food Control 30 (1): 122–128, 2013.

Josep Rubert, José Miguel Soriano, Jordi Mañes, Carla Soler. «Occurrence of fumonisins in organic and conventional cereal-based products commercialized in France, Germany and Spain». Food and Chemical Toxicology, 2013.

Natalia Arroyo-Manzanares, José F. Huertas-Pérez, Ana M. García-Campaña, Laura Gámiz-Gracia. «Simple methodology for the determination of mycotoxins in pseudocereals, spelt and rice». Food Control (en prensa)

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Detectados zumos de manzana y cereales que superan los niveles permitidos de micotoxinas

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

Se han localizado muestras de harina de trigo y harina de gofio con más micotoxinas de las permitidas

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumenten sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

Referencias bibliográficas:

María Dolores Víctor-Ortega, Francisco J. Lara, Ana M. García-Campaña, Monsalud del Olmo-Iruela. «Evaluation of dispersive liquid-liquid microextraction for the determination of patulin in apple juices using micellar electrokinetic capillary chromatography». Food Control 31: 353-358, 2013.

J. Rubert, C. Soler, R. Marín, K.J. James, J. Mañes.» Mass spectrometry strategies for mycotoxins analysis in European beers». Food Control 30 (1): 122–128, 2013.

Josep Rubert, José Miguel Soriano, Jordi Mañes, Carla Soler. «Occurrence of fumonisins in organic and conventional cereal-based products commercialized in France, Germany and Spain». Food and Chemical Toxicology, 2013.

Natalia Arroyo-Manzanares, José F. Huertas-Pérez, Ana M. García-Campaña, Laura Gámiz-Gracia. «Simple methodology for the determination of mycotoxins in pseudocereals, spelt and rice». Food Control (en prensa)

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Zumos de manzana y cereales ‘tóxicos’

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium, Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumenten sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

Referencias bibliográficas:

María Dolores Víctor-Ortega, Francisco J. Lara, Ana M. García-Campaña, Monsalud del Olmo-Iruela. «Evaluation of dispersive liquid-liquid microextraction for the determination of patulin in apple juices using micellar electrokinetic capillary chromatography». Food Control 31: 353-358, 2013.

J. Rubert, C. Soler, R. Marín, K.J. James, J. Mañes.» Mass spectrometry strategies for mycotoxins analysis in European beers». Food Control 30 (1): 122–128, 2013.

Josep Rubert, José Miguel Soriano, Jordi Mañes, Carla Soler. «Occurrence of fumonisins in organic and conventional cereal-based products commercialized in France, Germany and Spain». Food and Chemical Toxicology, 2013.

Natalia Arroyo-Manzanares, José F. Huertas-Pérez, Ana M. García-Campaña, Laura Gámiz-Gracia. «Simple methodology for the determination of mycotoxins in pseudocereals, spelt and rice». Food Control (en prensa)

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Zumos de manzana y cereales ‘tóxicos’

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos.

Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium, Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumenten sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

Referencias bibliográficas:

María Dolores Víctor-Ortega, Francisco J. Lara, Ana M. García-Campaña, Monsalud del Olmo-Iruela. «Evaluation of dispersive liquid-liquid microextraction for the determination of patulin in apple juices using micellar electrokinetic capillary chromatography». Food Control 31: 353-358, 2013.

J. Rubert, C. Soler, R. Marín, K.J. James, J. Mañes.» Mass spectrometry strategies for mycotoxins analysis in European beers». Food Control 30 (1): 122–128, 2013.

Josep Rubert, José Miguel Soriano, Jordi Mañes, Carla Soler. «Occurrence of fumonisins in organic and conventional cereal-based products commercialized in France, Germany and Spain». Food and Chemical Toxicology, 2013.

Natalia Arroyo-Manzanares, José F. Huertas-Pérez, Ana M. García-Campaña, Laura Gámiz-Gracia. «Simple methodology for the determination of mycotoxins in pseudocereals, spelt and rice». Food Control (en prensa)

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Detectados niveles de micotoxinas superiores a los permitidos en zumos

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos. Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

 

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumentar sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

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Detectados niveles de micotoxinas superiores a los permitidos en zumos

No son muy conocidas, pero las micotoxinas encabezan la lista de los contaminantes naturales más extendidos en los alimentos a nivel mundial. Se trata de sustancias tóxicas y carcinogénicas producidas por los hongos, que llegan a la cadena alimentaria a través de las plantas y sus frutos. Ahora las nuevas técnicas analíticas desarrolladas en universidades como las de Granada y Valencia muestran que en algunos alimentos se superan los niveles permitidos de estos compuestos nocivos. Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han analizado con un método propio ‘de microextracción y electroforesis capilar’ las concentraciones de una clase de micotoxinas, la patulina, en 19 lotes de ocho marcas de zumos de manzana comerciales. Se ha diferenciando el zumo convencional, el ecológico y el destinado específicamente al consumo infantil.

 

«Los resultados indican que más del 50% de las muestras analizadas superaban los contenidos máximos establecidos por la legislación europea», destaca a SINC Monsalud del Olmo, coautora del trabajo, que publica este mes la revista Food Control.

Los niveles máximos de patulina que establece la UE son 50 microgramos por cada kilogramo del producto (μg/kg) para los zumos y néctares de frutas, 25 μg/kg para compotas y otros productos sólidos de manzanas y 10 μg/kg si estos alimentos van destinados a los lactantes y niños de corta edad.

Sin embargo, algunas muestras de zumos de manzana convencional alcanzaron hasta los 114,4 μg/kg, y algún lote etiquetado como alimento infantil los 162,2 μg/kg, superando más de 15 veces el límite que marca la normativa.

La patulina la producen diversas especies de hongos de los géneros Penicillium,Aspergillus y Byssochylamys, que se encuentran de forma natural en la fruta, principalmente en las manzanas. Se transfiere a los zumos durante el procesado debido a su solubilidad en agua y estabilidad.

Los efectos neurotóxicos, inmunotóxicos y mutagénicos de esta sustancia se han confirmado en modelos animales. «Aún así, no es una de las micotoxinas más perjudiciales para la salud – señala M. del Olmo–, y se incluye en el grupo 3 dentro de las categorías establecidas por la Agencia Internacional de Investigación contra el Cáncer (IARC)».

Esta agencia de la OMS clasifica en cuatro grupos a las micotoxinas y otros compuestos según su potencial cancerígeno para los humanos: 1 (cancerígeno), 2 (probable o posible cancerígeno), 3 (no clasificable como cancerígeno, aunque tampoco se descarta que no lo sea) y 4 (probablemente no cancerígeno).

Micotoxinas en el arroz y la cerveza

Algunas micotoxinas, como las aflatoxinas, están dentro del grupo 1 y pueden encontrarse en frutos secos, como cacahuetes y pistachos, y cereales. Los científicos de la UGR también detectaron concentraciones de este compuesto por encima de lo permitido en una muestra de arroz, y ya se lo han comunicado a las autoridades competentes.

Por su parte, otras toxinas de los hongos, como las fumonisinas y ocratoxinas, se incluyen en la categoría 2. Aparecen en el maíz, otros cereales, e incluso en la cerveza, como han comprobado investigadores de la Universidad de Valencia (UV).

Un equipo de esta universidad han detectado con una nueva técnica –denominada HPLC-LTQ-Orbitrap– la presencia de fumonisinas y ocratoxinas en muestras de cerveza de Alemania, Bélgica, República Checa, Italia, Irlanda, Polonia y España. El estudio también se publica en Food Control.

«Son cantidades ínfimas, aunque no podemos cuantificar si son relevantes porque la cerveza es una de las bebidas que no están incluidas directamente en la legislación europea sobre micotoxinas», apunta Josep Rubert, investigador de la UV y coautor del trabajo.

«Lo que sí revela este estudio es que solo el control de la materia prima –la cebada, en este caso– no es suficiente», añade Rubert, «y que estas toxinas se mantienen a lo largo del proceso tecnológico, donde se ha comprobado que las micotoxinas legisladas se pueden llegar a enmascarar al unirse a glucosas, por lo que esto hay que tenerlo en cuenta en las futuras investigaciones».

El mismo equipo valenciano también ha analizado 1.250 muestras de productos de España, Francia y Alemania basados en cereal para ver si existen diferencias entre los alimentos orgánicos y los convencionales en el caso de las fumonisinas.

Uno de los datos más llamativos es que muestras puntuales de harina de gofio, de uso común en Canarias, presentaban concentraciones de esta micotoxina en cantidades superiores a los 1.000 μg/kg, el límite que establece la legislación europea. Hace un par de años estos investigadores también localizaron una partida de harina de trigo con concentraciones de ocratoxina por encima de lo permitido.

Cuando se superan los límites que marca la UE, los científicos informan a las autoridades competentes, especialmente a la European Food Safety Authority (EFSA). Después, el lote contaminado debería ser retirado.

Los resultados del estudio de los alimentos basados en cereal muestran que en cerca del 11% de los productos orgánicos examinados aparecen fumonisinas, mientras que en los convencionales este porcentaje se reduce en torno al 3,5%. Estos datos han sido publicados en la revista la revista Food and Chemical Toxicology.

«La explicación podría estar en que los alimentos orgánicos no contienen fungicidas ni otros pesticidas, por lo que los hongos se pueden ver favorecidos y aumentar sus toxinas; pero de todas formas, hay otros factores importantes como las condiciones climáticas –el calor y la humedad favorecen a estos microorganismos– y de almacenamiento que también influyen en la producción de micotoxinas», dice Rubert, quien reconoce que habría que analizar caso por caso.

De hecho, en el estudio de los zumos de manzana ocurría lo contrario, y los productos ecológicos presentaban menos cantidad de micotoxinas que los convencionales. En lo que sí coinciden los investigadores es en la necesidad de seguir delimitando bien las dosis de toxicidad de cada una de estas sustancias nocivas, conocer bien sus efectos sobre la salud y avanzar en métodos de análisis cada vez más exactos.

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