La sede del Instituto Andaluz de la Juventud de Granada es un hervidero de gente estos días. Se acaba de abrir la primera de las tres convocatorias de campos de trabajo para este verano y son muchos los jóvenes que aspiran a vivir una experiencia como voluntarios en el extranjero.
El servicio de voluntariado internacional está pensado para jóvenes de entre 18 y 30 años con ganas de pasar entre 15 días o un mes, según el campo, desarrollando una actividad útil para la sociedad al tiempo que conviven con personas de todo el mundo.
En esta convocatoria son 31 países los que gestionarán 82 campos de trabajo para miles de voluntarios. Los jóvenes andaluces cuentan con 135 plazas (800 para España) que se cubrirán por estricto orden de llegada. Este fin de semana los granadinos ya habían solicitado una plaza para Japón, Colombia, Francia, Reino Unido, Marruecos, Armenia, República Checa, Turquía y Eslovaquia; aunque todavía está en el ecuador de la convocatoria y se esperan muchos más. De hecho, el verano pasado fueron 30 jóvenes de Granada. Este año, como novedad habrá un campo de trabajo en África, concretamente en Togo, donde se oferta una plaza para trabajar en la construcción de una escuela en Volove.
Aunque los jóvenes acuden a estos campos para trabajar, los organizadores se comprometen a emplearlos entre 4 y 6 horas diarias. Albañilería ligera, jardinería, rehabilitación de patrimonio, arqueología o incluso intervención social con colectivos son algunas de las tipologías que se ofertan.
El primer plazo de recepción de solicitudes concluye este jueves (la convocatoria se abrió el pasado miércoles), aunque a mediados de mayo habrá una repesca para las vacantes que se hayan quedado sin cubrir. Una vez realizada la reserva en la sede del IAJ, los aspirantes tienen 48 horas para ingresar la cuota fijada en cada campo, que ronda los 72 euros. «En el caso de que no paguen la tasa, esas plazas que se han solicitado vuelven a salir a concurso», explica la coordinadora del IAJ en Granada, Olga Manzano.
El único gasto que tiene que afrontar el voluntario es el de la cuota y el coste del desplazamiento hasta el campo. Una vez allí, la entidad organizadora ofrece alojamiento y manutención a cambio de la labor que van a realizar.
El IAJ, al igual que el Injuve, son elementos de enlace con las entidades organizadoras de los campos de trabajo en el extranjero, que pueden ser corporaciones locales o regionales, ONG, o instituciones privadas legalmente constituidas. El IAJ sólo financia a las entidades que gestionan los campos de trabajo en Andalucía, que este año rondarán los 30 en total.
«Cada país dispone de una institución que vela por los intereses del programa -dice Manzano-, supervisa las condiciones del alojamiento y manutención de los voluntarios y organizan incluso actividades complementarias para el disfrute de los jóvenes».
El granadino Leandro Herranz, de 19 años, disfrutó el pasado verano de su primera experiencia como voluntario en un campo de trabajo. Casi un mes estuvo en un pueblo de Hamburgo, al norte de Alemania, arreglando unos jardines centenarios que estaban semiabandonados. El Ayuntamiento habilitó unas casas para albergar a los 18 voluntarios provenientes de Turquía, Rusia, Ucrania, Corea y la República Checa, entre otros. «Nunca antes había estado como voluntario, no tenía ni idea de alemán y era la primera vez que trabajaba como jardinero -reconoce Leandro-, pero la experiencia fue increíble, sobre todo por las relaciones humanas que entablé». Este estudiante de Odontología en la Universidad de Granada asegura que los campos de trabajo son además la mejor forma de conocer un país. «Cuando haces un viaje turístico no llegas a conocer en profundidad las costumbres, la forma de vida o la problemática de un lugar, pero convivir durante una quincena con otros voluntarios a los que no conoces de nada y con los autóctonos te obliga a una adaptación total», dice el joven.
Cada campo de trabajo se organiza de manera distinta pero todos tienen en cuenta el carácter lúdico por el que los jóvenes se embarcan en estas experiencias y organizan actividades recreativas para que conozcan el entorno y su patrimonio. «En Alemania, el Gobierno destina un dinero para que los voluntarios puedan viajar los fines de semana -explica Leandro-; lo que nos permitió conocer todo el país e incluso hicimos una escapada a Holanda».
Los campos tienen un componente social muy importante, no sólo por el valor que tiene para los jóvenes, sino por las repercusiones del trabajo de los voluntarios, que beneficia a colectivos.
Para encontrar los orígenes de los campos de trabajo en Granada hay que remontarse a 1962. Fue la Universidad de Granada la que se lanzó a esta aventura al organizar lo que llamó «campañas de alfabetización» entre sus estudiantes para determinados barrios de la ciudad. El éxito de la primera convocatoria fue tal, que tanto los universitarios como los vecinos de Granada demandaron una continuidad y ampliación de los mismos. En 1965 se gestionó la primera convocatoria nacional que se llamó como tal campo de trabajo. Manzano recuerda el anuncio que se hacía entonces, en pleno franquismo, de esta novedosa actividad: «El servicio universitario de trabajo quiere borrar de la faz de España la figura del estudiante señorito y egoísta carente de toda palpitación humana; persigue los campos de trabajo y que los universitarios conozcan realmente la vía del obrero compartiéndola íntegramente durante un mes y por ello la dura tarea veraniega de un campo y así lograr esa hermandad del estudiante y el obrero codo a codo en el campo, en la mina…».
La idea de enviar a los jóvenes como voluntarios al extranjero tuvo también una finalidad social: «que los universitarios conocieran de primera mano cómo vivían los emigrantes españoles», informa la coordinadora del IAJ. De ahí que los primeros trabajos los desempeñaran en minas, en talleres y fábricas de vehículos, en la metalurgia o en la industria extranjera.
En los 45 años que lleva desarrollándose este programa (con la democracia la Junta asumió su gestión en Andalucía y, desde 1996, el Instituto de la Juventud) se ha afinado mucho en la organización, su oferta se ha diversificado al tiempo que se ha adaptado a la sociedad actual. «Ahora un joven puede irse a Togo a hacer posible que un grupo de niños tengan una escuela digna. Eso es una experiencia impagable», dice Olga Manzano.
En los campos de trabajo los jóvenes se empapan de valores que, en la vida cotidiana, son difíciles de desarrollar: el trabajo en equipo, la solidaridad, el respeto a la diversidad cultural y religiosa, la tolerancia, la participación para obtener unos objetivos comunes y la oportunidad de encontrar a semejantes con los que compartir inquietudes.
Leandro ya está preparando su próxima experiencia como voluntario, quiere escoger un destino donde el trabajo a desempeñar sea más social, pero tiene claro que, después de lo vivido el pasado verano, «no cambio la experiencia por nada». Aunque confiesa que también tiene previsto un encuentro con los coreanos que trabajaron como voluntarios con él en Alemania. «Lo más bonito son las relaciones que entablas».
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