Profesores para la Universidad, cooperantes para el mundo
Decenas de docentes y alumnos participan en los proyectos de cooperación internacional promovidos por la UGR en los que mejoran la vida en diversos puntos geográficos al tiempo que completan la suya
«La cooperación engancha. La gente nos da las gracias por lo que hacemos, pero somos nosotros los que tenemos que agradecer a ellos por enseñarnos tantísimo», asegura el profesor de la Universidad de Granada Víctor López, uno de los coordinadores de los 18 proyectos que el Centro de Iniciativas de Cooperación al Desarrollo (Cicode) de la institución granadina pondrá en marcha a lo largo de todo el mundo.
En el caso de este docente del Departamento de Didáctica y Ciencias Ambientales, la iniciativa consiste en la construcción y puesta en funcionamiento de una explotación de ganado caprino en Togo (curiosamente, el primero que será gestionado por hombres en la región). Pero la IX edición de los programas financiados (en parte) por la UGR ayudará a cientos de personas de múltiples países, como México, Kenia, Camboya, Zimbabwe, Burkina Faso, Brasil o Marruecos. «Yo, en concreto, elegí Togo porque llevo diez años trabajando allí y porque es uno de los países más pobres del planeta», explica López, aunque es la primera vez que se realiza esta iniciativa en la nación africana en el marco de la UGR.
También se estrena el proyecto de Camboya, donde Leopoldo Gutiérrez e Ignacio Tamayo (que ya está allí desde hace tres semanas) implantarán un programa para desarrollar las explotaciones existentes sin dañar el medio ambiente de la región de Tonie Sap, el gran pulmón del país declarado Reserva de la Biosfera. «El 40% de la población vive por debajo del umbral de pobreza, así que las familias tiran de lo que pueden sin pensar en los efectos para el entorno, por lo que nuestra labor será formarlos en sostenibilidad», comenta Gutiérrez.
Por su parte, María Encarnación Quesada desarrollará una agencia de emprendedoras en las zonas más rurales y olvidadas de Chiapas (México), a través de la cual se facilitarán microcréditos y formarán a las mujeres para que puedan montar sus empresas, especialmente de artesanía. «Son súper participativas. El año pasado, los cursos de formación eran para 15 personas y aparecieron más de 40 mujeres», destaca la todavía estudiante, quien recuerda que «la gente que es pobre no lo es porque sea tonta, sino porque la mitad de los países posee lo que a la otra mitad le falta».
En este sentido, Pedro Cartujo -uno de los coordinadores del proyecto de la Facultad de Informática en Perú, junto a Gabriel Maciá- confiesa que cuando vinieron el pasado año dos profesores de la Universidad Micaela Bastidas de Apurimac a su homóloga granadina «alucinaban con los medios que tenemos aquí, lo que te hace valorar muchos más los recursos». «Disponen de 2 o 3 salas de ordenadores para toda la Universidad e incluso el profesorado de Informática comparte dos ordenadores con el resto de docentes», añade Cartujo, quien expone que su iniciativa permitirá a cientos de estudiantes disfrutar de un laboratorio electrónico y otro de redes.
Pero no sólo el personal docente participa en los programas. Así, el profesor de la Facultad de Educación de Melilla Pablo Cobo explica que su proyecto permitirá a 10 estudiantes del prácticum realizar esta última etapa de la carrera en el campamento de refugiados saharauis en Tindouf (Argelia). «Es una experiencia muy importante para los alumnos ya que ejercitan lo que han aprendido, conocen otras formas de organización y se enfrentan a nuevas dificultades, como el idioma, convirtiéndose en personas más íntegras y maduras», asegura Cobo, al mismo tiempo que se crea una gran ilusión y compromiso entre los niños saharauis, «totalmente motivados y atentos».
Con este recibimiento, es normal que la participación en los proyectos de cooperación internacional se convierta en «la experiencia más gratificante de las que he vivido», según admite Gutiérrez. «No llegas allí y cambias la situación de la noche al día pero sí puedes mejorar las condiciones de vida porque en estos países hay gente que se muere de hambre de verdad», apostilla.
Eso sí, los cooperantes universitarios son conscientes de la importancia de que los proyectos sigan adelante una vez terminadas las actuaciones. «La sostenibilidad de las iniciativas es fundamental para que las familias puedan seguir siendo autosuficientes», señala Gutiérrez, puesto que el tiempo de los voluntarios es limitado. «No somos profesionales de la cooperación, sino profesores, y a veces da rabia no poder ir más», afirma el profesor. De ahí que la mayoría de los miembros de la UGR que se sumergen en la cooperación internacional no se separen de esta labor el resto de su vida, e incluso van ampliando su dedicación, como López, que ha creado la Fundación Baobab con un grupo de amigos. «Una cosa importante que he aprendido del África negra es que la jubilación no existe. Ir a la plaza a esperar la guadaña me parece un poco triste», justifica a sus 62 años.
Y para dar continuidad a los proyectos es imprescindible contar con el apoyo de las instituciones locales y gubernamentales, aunque López advierte de que hay que conocer el terreno. «En muchos casos, la corrupción es generalizada y tienes que mantener el equilibrio para estar bien con las clases dominantes, sin dejarte manipular para que el dinero llegue donde tiene que ir», aconseja el docente.
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