ABC

Pág. 54 y 55: Bolonia, reto de la Universidad en 2009
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Granada Hoy

Pág. 18 y 19: La ilusión cura el dolor de espalda
Pág. 54: \»La literatura árabe está alcanzando una efervescencia enorme ahora\»
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La Opinión

Portada: Los Reyes rebajan la crisis
Pág. 4 y 5: La coreografía del caramelo
Pág. 21: Opinión (viñeta) – La cabalgata del rector
Pág. 33: Publicidad – Creación artística y científica para estudiantes universitarios 2009
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Ideal

Portada: La ilusión no decae ni con la crisis
Pág. 12 y 13: <<¡¡¡Melchor, soy Paula, échame la bici!!!>>
Pág. 16: Publicidad – Creación artística y científica para estudiantes universitarios 2009
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«La literatura árabe está alcanzando una efervescencia enorme ahora»

«La literatura árabe está alcanzando una efervescencia enorme ahora»

A muchos granadinos les ha ocurrido lo que una vez le sucedió a José Miguel Puerta y que fue lo que le impulsó a estudiar árabe y convertirse en traductor de esa lengua. Un día fue a visitar la Alhambra con un amigo arabista, Fernández Puertas, y se sintió azorado de pronto al descubrir que los extraños garabatos que adornaban las paredes de todo el recinto no eran dibujos, sino hermosos versos escritos en árabe. «A mí aquello me impactó mucho y decidí que quería estudiar árabe». Su empeño le valdría para, muchos años después, recibir el IV Premio Andaluz de Traducción de la Junta de Andalucía por su labor en la publicación del libro La luna cuadrada, de la escritora siria afincada en París Ghada Sammán.

-¿Cuánto tiempo dedicó a la traducción de \’La luna cuadrada\’?

-Pues, exactamente, cinco meses. Con otros libros más pequeños he invertido mucho más tiempo. Pero éste fue muy rápido. Yo entonces trabajaba en la biblioteca de mi pueblo, en Dúrcal, y me dedicaba al libro en mis ratos libres. El libro pasó por muchas vicisitudes, porque iba a ser publicado hace años en Madrid, pero al final no resultó. Cuando el año pasado la editorial Comares ofreció publicarlo, me dediqué a él.

-¿Cuándo le interesó estudiar el árabe?

-Fue bastante tarde, cuando yo tenía 23 años. Fue tras una visita a la Alhambra. Yo iba con un profesor mío, y ahora colega y amigo, Fernández Puertas, que iba explicándole el monumento a un grupo. Cuando descubrí que lo que había en las paredes eran versos, me avergoncé de ser granadino y no saberlo. A mí aquello me impacto bastante. Luego me marché a Melilla y allí decidí estudiar árabe a fondo.

-¿Considera que el árabe debería estudiarse en los institutos, al menos en Andalucía, por todo lo que significa su legado?

-Sí, sería bueno. Hace años hubo un intento. Y ese año se le ha dado el premio Carlos Cano a la Universidad de Granada por fomentar las clases de árabe en varios institutos de Granada y Almería. Se enseñará como se pueden enseñar el inglés o el francés. Debemos tener en cuenta que el árabe es hoy la cuarta lengua del mundo, tras el chino, el inglés y el castellano. En nuestro país cada vez se está expandiendo más. Prácticamente lo imparten ya todas las Universidades.

-¿Qué sensación tuvo cuando supo que le concedían el IV Premio Andaluz de Traducción?

-Lo cierto es que me dio mucha alegría, sobre todo porque era un libro que había tenido muchos problemas para salir. Yo lo compré en Londres en 1995. Había leído cosas anteriores de Ghada Sammán que me habían gustado mucho. Un escritor y traductor palestino me animó a que lo tradujese al castellano, y no me decidí del todo hasta que recibí una carta de la propia Ghada Sammán pidiéndomelo. Y ahí ya me sentí comprometido. Disfruté mucho haciéndolo. Además, tenía la oportunidad de estar en contacto con ella para que me aclarase las posibles dudas. Yo siempre intento ser en mis traducciones lo más fiel posible al texto original y que sea agradable su sonoridad en español. Es un libro muy bonito, aunque siempre te quede la duda de si lo has hecho bien o no. Por eso me alegró mucho recibir el premio.

-¿En qué momento se encuentra la literatura árabe actual?

-Pues está en un gran momento, en plena efervescencia, algo muy parecido a lo que sucedió con la literatura hispanoamericana en los años sesenta y setenta. Se trata de una literatura muy variada. Lo más llamativo es el uso del lenguaje. El árabe es un idioma riquísimo y algunos autores son unos auténticos sibaritas de las palabras, de las imágenes que crean. Se da mucho el realismo mágico. En el mundo árabe, el realismo mágico hispanoamericano siempre les ha interesado mucho. Las obras de Gabriel García Márquez son muy populares.

-¿Qué autores árabes de hoy recomendaría?

-Hay un par de ellos muy interesantes. Yo, precisamente, lo que más leo es literatura árabe contemporánea. Por el estilo literario que emplean, recomendaría a Salim Barakat, y su libro Las plumas e Ibrahim Alkoni con su obra Oro en polvo. Los dos tienen una obra muy extensa y son muy conocidos en todo el mundo árabe. Alkoni, que es un tuareg y gran candidato a ganar el Premio Nobel, trata en sus libros, sobre todo, del mundo del desierto, y le da voz a todos los personajes que puedan habitar en él, como el viento o las dunas. No distingue entre la realidad y la ficción. Su estilo es algo que no existe, por ejemplo, en la literatura hispanoamericana. Salim Barakat, por su parte, tiene sus obras ambientadas en las montañas del Kurdistán. También hay una nueva generación de escritores egipcios cuyos mundos transcurren en las grandes ciudades y su picaresca. Es una literatura que se asombra del impacto que está causando la modernidad, de la rapidez con la que cambian las cosas, la transformación de las ciudades, el caos. Es una literatura muy crítica con el poder y que denuncia cualquier tipo de dictadura. Otro movimiento muy importante es el de la literatura feminista, la de la situación de las mujeres en el mundo árabe.
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Miles de niños reciben a los Reyes Magos en Granada

Miles de niños reciben a los Reyes Magos en Granada

Los Reyes Magos de Oriente recorren en estos momentos las calles principales de Granada ante miles de personas, que ven como Sus Majestades estrenan este año carrozas y trajes -los de antes tenían más de 30 años- en una cabalgata que se inició en 1912 y está considerada una de las más antigua de España.

Este año los Reyes Magos son encarnados por el gerente de Súper Dani, Daniel Lozano (Melchor), el rector de la Universidad de Granada (UGR), Francisco González Lodeiro (Gaspar), y el representante de Hufrago, Francis Huertas (Baltasar).

Sus Majestades se acompañan de un cortejo de cerca de 600 actores, entre pajes, soldados y músicos, y reparten entre los entusiasmados vecinos de la capital granadina más de 16 toneladas de caramelos.

Cientos de granadinos han comenzado a agruparse desde las 18:00 horas en la Gran Vía de Colón, donde no han sido pocos los vendedores ambulantes de globos de helio con grabados de dibujos animados.

En la Plaza de los Reyes Católicos, unos potentes altavoces instalados sobre una plataforma han empezado a emitir música coral, que se podía escuchar hasta bien entrada la Gran Vía.

La cabalgata -formada por 25 carrozas de las cuales las tres de los Reyes y las tres de las Reinas son nuevas- ha salido algo más tarde de las 18:30 horas en el Centro Cultural Gran Capitán, desde donde ha comenzado a discurrir por las calles San Juan de Dios, Gran Vía de Colón, Reyes Católicos y Puerta Real.

Una vez ahí, los Reyes Magos y su comitiva darán media vuelta por Reyes Católicos para concluir su visita oficial a la ciudad de la Alhambra en la Plaza del Carmen e iniciar los preparativos para la noche.

Si bien un poco antes subirán a Sierra Nevada para, como cada año, descender esquiando desde el pico del Veleta con las pistas de esquí iluminadas con antorchas.
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Artesanos del mar artificial

Artesanos del mar artificial

Iván Hevia y Jaime Sánchez-Cámara tenían en mente una idea: crear una empresa que les permitiera dedicarse a su gran pasión. Una pasión en la que se entremezclan peces, corales, acuarios y animales marinos, que para estos dos licenciados en Ciencias del Mar conforman su modo de vida. Así nació en 2002 Aquadec, una compañía instalada en Motril pero con capacidad para trabajar en cualquier parte del país. Jaime dirige desde Cataluña e Iván hace lo propio desde Granada, “pero tanto el origen de la empresa como el capital o la sede son puramente motrileños”.

Aquadec se dedica a la instalación y decoración de acuarios de grandes dimensiones, “aunque también trabajamos para particulares si así nos lo piden”, explica Iván. En su currículum aparecen importantes trabajos realizados durante estos años para recintos de referencia, como L’Aquàrium de Barcelona –donde han redecorado nueve peceras–, el Sealife de Benalmádena o el Zooaquarium de la Casa de Campo de Madrid. Otro de sus grandes proyectos se ha quedado en casa, concretamente en Almuñécar, donde Aquadec se ha encargado de la ejecución de los proyectos de decoración y tematización del nuevo Aquarium de Fauna Mediterránea del municipio sexitano.

“Trabajamos generalmente para grandes acuarios abiertos al público y nos encargamos de todo: desde la redacción del proyecto inicial hasta el suministro de peces o la decoración interna”, asegura Iván. En esa decoración tiene mucho peso la especialidad de Aquadec: la creación de invertebrados artificiales. Todo tipo de corales, esponjas o algas mediterráneos y atlánticos fabricados de forma artesanal y con siliconas de alta calidad, que les hace ser únicos en el mercado.

Tanto que sus corales ya han viajado a países como Inglaterra, donde una compañía del sector ha mostrado su interés por Aquadec, pero también a instituciones importantes como la Universidad de Granada. Una empresa que realiza una labor especializada en un mercado con mucha demanda. “Los apasionados de los acuarios no tienen problema en gastar grandes sumas de dinero para conseguir algo único”, señala Iván, que ha sabido darle eso a sus clientes. Los grandes recintos marinos del país ya tienen en su interior materiales de Aquadec, pero estos dos socios tienen claro que la expansión de su empresa no ha hecho más que empezar.
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Ciudadanos de Granada: Navidad en el fin del mundo

Ciudadanos de Granada: Navidad en el fin del mundo

José B. Martín y José J. Redondo, dos científicos del Instituto Andaluz de Geofísica de la UGR, dan la bienvenida al nuevo año en la Antártida. “Lo más duro, más que el frío y el viento, es no poder ver a la familia”.

Los granadinos José Benito Martín y José Juan Redondo acaban de dar la bienvenida al nuevo año a miles de kilómetros de la tierra que les vio nacer y en la que viven actualmente, excepto en momentos puntuales, claro está. Mientras los miembros de sus familias brindaban y tomaban las respectivas uvas a las doce de la noche del día 31 en Huétor Santillán y Cozvíjar, ellos hacían lo propio al otro lado del mundo.

El 2009 les llegó en el interior de una base científicomilitar con vientos mantenidos de más de 100 kilómetros hora, con temperaturas bajo cero y entre grandes placas de hielo. También a plena luz del día. En la Antártida, donde nunca oscurece en esta época del año, las Navidades unen dos conceptos –verano y blanco– que raramente aparecen juntos fuera de la imaginación humana o de la ciencia ficción. José Benito y José Juan toman el pulso a la tierra sobre la que late el volcán de Isla Decepción, en el archipiélago de las Shetland del Sur.

Forman parte de un proyecto del Instituto Andaluz de Geofísica –Universidad de Granada– sobre el seguimiento de la actividad sísmica en un territorio de notable interés tectónico. En estos momentos, llevan más de un mes fuera de casa. Aunque coyuntural, la existencia en el continente antártico no es fácil. El que, además, haya que atravesar unas fiestas tan señaladas en el calendario hace que la historia sea aún más particular; pero, en palabras de los investigadores, “sólo el que viene aquí, al fin del mundo, y lo vive en primera persona, es capaz de entenderlo”.

Asumen la distancia con los suyos, que se hace más patente en momentos como el actual, pero la entienden como “parte del precio que debemos pagar por el privilegio de trabajar en un sitio así”. Viaje al fin del mundo. Como miembros del equipo que lleva a cabo un estudio dirigido por la profesora Inmaculada Serrano, también investigadora del Instituto, los esfuerzos de Benito y Redondo, que salieron de Granada el pasado 23 de noviembre, se encaminan a la recopilación de datos para controlar la actividad sísmica local.

A ello se dedican desde que arribaron a la Isla en los primeros días de diciembre, después de un viaje que tuvo sus más y sus menos. De Madrid a Buenos Aires, en avión. Después se trasladaron a El Calafate, para luego desplazarse a Ushuaia, donde ultimaron los preparativos antes de la partida en el buque de investigación oceanográfica ‘Las Palmas’, de la Armada Española, que habría de conducirlos hasta su destino. El tramo final les reservaba más de una sorpresa: “La travesía del Estrecho de Drake fue dura. Un fuerte oleaje dificultaba el camino hasta Isla Decepción.

El viaje duró tres jornadas. Nos tuvimos que quedar en la nave y no pudimos desembarcar hasta dos días más tarde, debido a un fuerte temporal de viento”. Su misión en el extremo del planeta comenzó en el mismo instante de alcanzar la costa: “Al tratarse de un volcán en activo, hubo que hacer un primer reconocimiento visual desde el buque para detectar cualquier anomalía. Más tarde, tras el desembarco, procedimos a instalar un primer sensor junto a la base ‘Gabriel de Castilla’ –donde residen y trabajan–, gestionada por el Ejército de Tierra, para registrar posibles incidencias sísmicas.

Tras cuatro horas recibiendo y comprobando datos, comenzó el desplazamiento del resto del personal, de los víveres y de los equipos, tarea en la que empleamos otros dos días”. La fase inicial del proyecto es, sin duda, la más sacrificada y compleja. Conlleva la instalación de dispositivos técnicos –sismómetros– para la recogida de información. Los científicos tuvieron que emplearse a fondo para concluir con éxito una labor de campo que realizaron en condiciones extremas.

Desde la base y en declaraciones a La Opinión explican que la climatología está siendo especialmente adversa durante esta temporada: “El trabajo al aire libre está resultando muy difícil por las duras condiciones climáticas, con vientos mantenidos de más de 100 km/h y puntas de hasta 150, casi siempre acompañados de nieve”. Benito, que lleva 16 años en el Instituto Andaluz de Geofísica y acumula la experiencia de varias campañas antárticas, cuenta que, salvo por el mal tiempo, la situación en Decepción no es mala. “Cuando la ventisca de aguanieve arrecia, nos vemos obligados a volver a la base.

Los elementos ponen a prueba los aparatos. En ocasiones no funcionan igual de bien que en circunstancias favorables. Debemos solucionar los problemas con los medios disponibles sobre la marcha, con mucho ingenio y esfuerzo”, añade. Los datos que recogen los equipos –estaciones telemétricas, de largo período y un array o antena sísmica– son transferidos a las computadoras de ‘Gabriel de Castilla’, donde son procesados. Están atentos a cualquier incidencia, pues de su vigilante intervención depende, en parte, la seguridad de todos los que trabajan en este recóndito y, en principio poco tranquilo, rincón del globo.

El grupo consta de veintiocho componentes, entre los que se cuentan catorce científicos –cinco mujeres y nueve hombres– y catorce militares del ejército de Tierra –una mujer y trece hombres–. Civiles y militares deben compaginar sus estudios con la realización de tareas diarias de limpieza y mantenimiento de comedor, dormitorio, baños, etc. El transporte de personas y material, así como las comunicaciones, sanidad, alimentación y gestión ambiental, depende de los miembros de las Fuerzas Armadas. No esconden que lo que en España resulta fácil, allí lo complica el extremo ambiente de Decepción, pero afirman que “podría ser peor sin el apoyo mutuo que nos damos.

Lo asumimos como parte del precio que hay que pagar por el privilegio de poder estar aquí”.

–¿Qué es lo que más se echa de menos?
–Lo más duro, más que el frío y el viento, es no poder ver a la familia. Es un sentimiento en el que coincidimos todos. Procuramos estar en contacto por teléfono satélite y por correo electrónico, pero conforme pasan las semanas, notamos más la distancia, aumentan las ganas de abrazar a tu gente.

El reencuentro tendrá lugar en poco más de dos semanas. Está previsto que regresen el 19 de enero, aunque las incidencias de última hora serán un factor a tener en cuenta, pues no se hallan precisamente en un crucero por el Rhin. Cuando concluya la expedición, habrán pasado dos meses fuera de casa. Rosa Martín y Antonio Villaseñor, también de la UGR, les darán el relevo.
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Los fármacos ganan a la psicoterapia

Los fármacos ganan a la psicoterapia

El psicoanálisis en el sentido clásico -tres sesiones a la semana durante un número indeterminado de años- pierde fuelle, sobre todo en EE UU, según datos de los Archives of General Psychiatry. Las terapias de diván representan hoy en ese país el 29% del total de la atención psicológica, frente al 44% que suponían hace diez años. Su elevado coste hace de ellas un bien de lujo reservado a una élite, pero en la deserción también influye el sistema de reembolso de los seguros médicos estadounidenses, más proclives a sufragar gastos farmacéuticos. «La económica es una barrera, es cierto. Es injusto que no pueda acceder más gente a estos tratamientos», reconoce la psicoanalista Victoria Queipo, quien no obstante subraya que «en época de crisis aumentan las consultas. Una mala racha económica es un disparadero de trastornos psicológicos». El tiempo necesario para que la terapia surja efecto -«cuestión de meses, como mínimo»- echa también a los pacientes del diván. «Prima la inmediatez, la urgencia de los sujetos por desterrar los conflictos y superar rápidamente todo aquello que les aflige», añade Queipo. Si en la atención privada hay que pagar precios que pueden ser prohibitivos en época de crisis -en España, una sesión de psicoterapia cuesta de 70 a 150 euros-, y la pública es deficitaria («ven al paciente una vez al mes, como mucho», dice la psicoanalista), resulta más comprensible la opción farmacológica. «Vivimos en una época en que se prima la eficacia. Hay poca tolerancia a los reveses, al conflicto y al dolor. Por eso recurrimos a la pastilla, aunque sea una solución momentánea, un dopaje», explica Queipo. En 2007 se recetaron en España 41.203.879 envases de ansiolíticos y 23.990.412 de antidepresivos, según datos del Ministerio de Sanidad; algo menos que en 2006, con 43.856.219 y 24.682.891 envases expedidos, respectivamente. Fueron recetados por médicos de atención primaria, neurólogos, psiquiatras o geriatras, entre otros especialistas, pues los psicólogos, como en otros muchos países de la UE, no pueden prescribir fármacos. A favor del consumo de pastillas juega «una variabilidad farmacológica tremenda», así como la banalización de su uso y del riesgo de adicción que implican, según Vicente Prieto Cabra, especialista en psicología clínica y vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. «Hay tendencia a consumir el fármaco al mínimo síntoma, y también a la automedicación. El uso de psicofármacos ya está incorporado a la normalidad y, ya que en la farmacia no los venden sin receta, siempre hay un compañero o un amigo que te los dan», señala. Como una pescadilla que se muerde la cola, el uso gratuito, injustificado de psicofármacos implica menor capacidad a la hora de tolerar conflictos o frustraciones. «Hay una relación directa entre la inmediatez que imponen los tiempos y la incapacidad de enfrentarse a situaciones cotidianas normales. El Prozac marcó un antes y un después: con el mínimo esfuerzo de ingerir una pastilla se obtienen resultados gratificantes y rápidos. Estamos viendo generaciones enteras de personas no entrenadas en desarrollar recursos personales para gestionar malestares cotidianos. No hay que utilizar fármacos para aliviar un duelo, una ruptura o un problema de trabajo», aconseja. La edad de quienes acuden a una consulta de atención primaria en demanda de psicofármacos llama la atención a Elvira Díaz de Tuesta, médico de familia en un centro de salud madrileño. «La gente llega pidiendo pastillas, quiere solucionarlo todo con ellas: una depresión, problemas de sueño, una ruptura sentimental, la mala relación con los hijos. Y el perfil es cada vez más joven, chicos que acuden a consulta porque han discutido con su pareja. Muy pocos vienen pidiendo atención psicológica». Díaz de Tuesta recuerda el caso de una paciente de veintitantos años, con un buen trabajo, a la que atendió durante un buen rato. «Intenté averiguar qué le causaba el malestar que decía estar viviendo. Le hice preguntas, indagué en sus condiciones de vida, y a los cinco minutos, me espetó: \’Pero bueno, ¿es que no me va a recetar ninguna pastilla?\’ El paciente lo que quiere es la receta», sentencia esta médico. Como quien aprieta el botón del mando a distancia, el sujeto hace presión para obtener la pastilla-milagro que acabará, de un plumazo, con una insatisfacción, un malestar poco específico o una contrariedad con nombre y apellido. Es un gesto cotidiano que va camino de convertirse en acto reflejo gracias a la creciente medicalización de los estilos de vida. «La industria farmacéutica presiona desde los años cincuenta para que se medicalicen situaciones cotidianas», señala Nuria Romo, antropóloga de la Universidad de Granada, en referencia a una tendencia que se inició con la medicación de las disfunciones sexuales. «Son las llamadas \’medicinas de los estilos de vida\'», añade. Otro antropólogo, Ángel Martínez Hernáez, profesor de la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona, habla de una «mercantilización de los estados de ánimo». Pero ambos se refieren a lo mismo, a malestares y trastornos menores propios de un estilo de vida que imprime vértigo, inmediatez y perentoria efectividad y que se cobra, en forma de dificultades del sueño, depresión leve, ansiedad o estrés, el desajuste existente entre la realidad, las expectativas y las exigencias. Como otras dolencias, éstas también tienen una clara marca de género: las mujeres son diagnosticadas tres veces más que los hombres. No es de extrañar, recuerda Nuria Romo, que «sean más prevalentes en psicopatologías menores, porque se las ve más débiles y quejosas, y por tanto más necesitadas de medicación. Pero el malestar de la vida cotidiana es mayor porque las mujeres viven en desigualdad, hay un desequilibrio de género también en lo cotidiano: no sólo nos ocupamos de la vida privada, también estamos en la pública, y hasta en la del medio». En España, sólo el coste de la depresión gira en torno a los 745 millones de euros anuales, el 53,5% en costes directos. Las multinacionales farmacéuticas hacen el agosto, apuntan varios de los profesionales consultados, y como muestra vale un dato: del total de tranquilizantes recetados en España hasta octubre de 2008, el 89,29% eran marcas comerciales, y el resto (10,71%), genéricos, según la consultora IMS Health. «El porcentaje de psicotrópicos genéricos en la factura farmacéutica es aún pequeñísimo», asegura Ángel Luis Rodríguez de la Cuerda, presidente de la Asociación Española de Fabricantes de Sustancias y Especialidades Farmacéuticas Genéricas. «No obstante, están más extendidos en el tratamiento de patologías menores. Es el caso por ejemplo de la fluoxetina, el principio activo del Prozac, o la paroxetina. Pero un uso generalizado de genéricos podría suponer un ahorro enorme en el gasto farmacéutico». Cuotas de mercado al margen, hay un enésimo factor que explica el abuso de psicofármacos, o, en palabras de la psicoanalista Victoria Queipo, «la ingesta de Lexatín como si se tratara de un caramelo». Según la antropóloga Nuria Romo, frente a los psicofármacos «hay permisividad social. La gente no los considera medicamentos, se ha banalizado la percepción de sus efectos a medio y largo plazo». Romo señala la última encuesta del Plan Nacional sobre Drogas referida a adolescentes, que refleja realidades como que «las chicas consumen tres veces más que los chicos. Las madres trasladan el ejemplo de normalidad y legalidad a sus hijas, y eso es muy preocupante por la falsa percepción que acarrean. Hay una frontera muy porosa entre drogas y medicamentos». Orfidal, Tranquimazin, Lexatín, Diazepam, Tranxilium y Alprazolam -el cuarto y el sexto son genéricos; el resto, marcas comerciales- son los «tranquilizantes» más recetados en España, según datos de IMS Health correspondientes a septiembre de 2008. Todos los especialistas consultados coinciden en que su prescripción y consumo resulta indispensable cuando «la vida del paciente se ve afectada, en situaciones limitantes o incapacitantes». Pero todos están también de acuerdo en que el fármaco solo, sin ayuda de una terapia, no resuelve nada. «La medicación establece las condiciones básicas necesarias para acometer una terapia personalizada», dice Queipo. Terapias que, en España y en casos como el del psicoanálisis, no están cubiertas por la Seguridad Social, a diferencia de lo que ocurre en Alemania, donde el sistema de salud público cubre el tratamiento de psicoanálisis con un tope de 300 sesiones. La masificación de la sanidad pública a la hora de atender psicopatologías es otro de los factores a que los especialistas atribuyen el masivo recurso a las pastillas. «El sistema público es deficiente. Los servicios de salud mental están saturados, con periodos de tres y cuatro meses de demora. Cuando el paciente recibe atención, es visto una vez cada tres o cuatro semanas. Eso explica también el recurso generalizado al fármaco», explica la psicóloga clínica Mónica Martín Gil, de la mutua Fraternidad Muprespa. «En el caso de trastornos menores, se recurre al psicofármaco porque aplaca el síntoma, pero no debemos olvidar que los ansiolíticos, que son fármacos que a diferencia de los antidepresivos no producen cambios en la estructura interna del cerebro, apagan el fuego pero dejan las ascuas», añade. Para trabajar más a fondo la estructura de la personalidad, es decir, para solucionar definitivamente el problema -no es lo mismo sufrir un episodio de estrés que responder siempre con estrés a cualquier situación, sea estresante o no-, Martín Gil recomienda atreverse con la psicoterapia, aunque ello suponga «abrir una caja de Pandora interior, o incluso experimentar cierto dolor». «Para evitar el sufrimiento como estado, o para extirpar pensamientos insanos, es inevitable hacer una psicoterapia profunda. Es un proceso que conlleva miedo y a veces implica dolor, pero tiene efectos duraderos y permanentes. «No hay marcha atrás», explica. Eso sí, las terapias analíticas precisan de un año -como mínimo, de seis meses- para obrar efecto. La prolongada duración del tratamiento, así como la dureza del mismo, son igualmente factores que empujan a los pacientes hacia el sucedáneo de las pastillas. Condiciones de trabajo cada vez más precarias -y agravadas además por la crisis-, generaciones que han desterrado de su vocabulario las palabras frustración, sufrimiento o fracaso -«frustrar es poner límites y crear mecanismos de defensa, y en esto los padres no están enseñando a los hijos», recuerda Martín Gil-, y «un mejor nivel de vida que no ha venido acompañado de mayor calidad de vida», en definición de Romo, constituyen un fermento para la insatisfacción. ¿Pueden contribuir a ello también las etiquetas, los titulares más o menos afortunados, los felices hallazgos de los síndromes? La psicoanalista Victoria Queipo cree que se abusa, «con frivolidad», de síndromes psicológicos de nuevo cuño, y pone un ejemplo, el del posvacacional. «Hay un exceso de etiquetas. Algo que es naturalmente fastidioso, como volver al trabajo tras las vacaciones, se está medicalizando, o convirtiendo en carne de cañón psicológica. ¡Pero si sólo es un fastidio, no un trastorno…!». Más Platón y menos Prozac, recomendaba hace años desde el título de uno de sus libros el terapeuta estadounidense Lou Marinoff, y con gran éxito de ventas: el libro en cuestión fue todo un best seller. Lejos de la consolatio philosophiae que ya habían prescrito autores anteriores en varios siglos a Marinoff, Internet abunda también en reclamos que parecen sacados de un almanaque ilustrado: «Psicología moderna en poco tiempo y a bajo coste». Sin diván, mal que les pese a célebres asiduos como Woody Allen, pero con otro fetichismo añadido, el de la pastilla mágica que proporciona una vida casi perfecta.
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