– Demasiado real
(JUAN GAY ARMENTEROS) Cuentan que cuando Velázquez pintó el retrato de Inocencio X, uno de los mejores retratos que jamás se hayan hecho y que todavía estremece a quien va a verlo en el pequeño museo romano en que se encuentra, al Papa no le gustó nada e hizo un comentario bien significativo, “demasiado real”. Porque aquello no era un retrato cortesano al uso, para mayor gloria y esplendor del retratado, sino la manifestación más exacta de la soberbia del poder que representaba el propio Inocencio X.
La propensión a que las cosas, los procesos históricos y las circunstancias en general dejen de ser reales ha ido ganando terreno en el pensamiento de la postmodernidad. Basta con negar una realidad para que esta deje de existir. No se trata de reproducir aquel cinismo que ocultaba los crímenes del estalinismo repitiendo mentiras, de tal manera que estas, las mentiras, acababan por convertirse en verdades oficiales y obligatorias. Y, con más frecuencia de la deseada, la ‘gauche´ europea cerraba los ojos para defender a capa y espada aquella verdad mentirosa porque, al fin y al cabo, era la verdad de la revolución. No, no se trata de eso. Ahora no se trata de mentir, sino de decir las cosas de otra manera, que implique una visión no tan real, sino elíptica, un tanto edulcorada, aunque esto lleve el riesgo de acabar ocultando la realidad misma. Nos está pasando en muchos aspectos de nuestra vida y, desde luego, en la política.
La evidencia más clara está en el famoso juego semántico entre desaceleración o crisis económica. No creo que merezca la pena insistir más en el tema, pero hay resistencias numantinas: ahí está el presidente del Gobierno y los que están rendidos a su atractivo político, entre ellos muchos amigos míos, que siempre que hablo de crisis económica me tachan de alarmista y casi de provocador. Menos mal que el otro día, en un periódico nacional Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001 y nada sospechoso para la izquierda, hablaba de la dura crisis económica que nos afecta y que seguramente durará más de lo que algunos piensan. Ante una realidad demasiado real, permítanme la redundancia, no basta un optimismo con la única base de la propia fe personal.
Lo peor de la descripción con otras palabras de lo que se manifiesta evidente es sumamente contagiosa y, cuando se hace mal, puede caer en el engaño o en la estupidez. Es el caso del mal funcionamiento, el colapso habría que decir, de la administración de justicia. El ministro de turno quiso aminorar el impacto social de algunos reportajes estremecedores sobre la pobreza de medios de los juzgados, remontándose nada menos que a Franco, que siempre es muy socorrido. Y la consejera del ramo en nuestra comunidad dijo a la prensa con todo desparpajo que no podía hablarse de mal funcionamiento de esta administración. Y así se piensa que, a lo mejor, la gente tiene más confianza en que sus trámites judiciales se resuelvan en fechas razonables.
Un día de este curso que termina explicaba en clase que España compraba electricidad a Francia, electricidad producida por centrales nucleares, ya que el país vecino optó, desde la crisis petrolera de 1972, por la energía nuclear. Un alumno me mostró su asombro, perceptible incluso en el gesto de su cara, y un punto de incredulidad. Varios días después vino a verme al despacho. Estaba apesadumbrado, se había informado por su parte y confirmado lo que yo le había dicho en clase: “No se puede decir una cosa y hacer otra”, me dijo, en referencia al ecologismo militan te del Gobierno, mientras las centrales nucleares las tienen otros y nosotros compramos su energía a precio de oro.
Está bien lo de las energías alternativas, pero de momento estamos con la soga al cuello, pagando unos costes insufribles en nuestra economía y bienestar social.
Estamos también en pleno proceso de transformación universitaria, eso que se llama el Plan Bolonia, que posiblemente merezca un artículo aparte. Las señora Garmendia, que tiene un curriculum brillante y una cabeza parece que clara hablaba, también el otro día, mucho de I+D y de cambios en la Universidad. Eché en falta una consideración de la ministra sobre la infraestructura universitaria en todos los sentidos, material y humana, para los cambios que propugnaba, aunque es cierto que aludió a los sueldos poco dignos de los profesores. Pero también cayó en un tópico al uso, la necesidad de reciclaje del profesorado. Desgraciadamente tengo ya alguna experiencia y casi tantos planes de estudio encima como años: el coste cero de la administración no va a favorecer demasiado los cambios que se propugnan y, ya verán, la culpa la tendremos los profesores. Por lo menos no somos Franco, aunque para algunos, que no tienen ni idea, casi. La realidad es obstinada y puede o no gustar al poder, como el cuadro de Velázquez. Yo siempre he creído que lo que había que hacer es cambiar una realidad no deseable, pero para ello hay que reconocer primero esa realidad y no envolverla con un lenguaje aparente.
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