– Empezar la casa por el tejado
DESDE hace mucho tiempo vengo prometiendo a mis lectores escribir un artículo con este título. Pero, últimamente ante las insistencias de mi buen amigo Juan Antonio López Jiménez que, además, para obligarme a ello me ha facilitado datos y fechas, me decido a coger el bolígrafo: agradezco a IDEAL la acogida de estos trazos de la era anterior a la máquina de escribir y de los ordenadores.
Al final de mi primer mandato de rector de Granada, después de mi experiencia malagueña, el 10 de octubre de 1977 se inició una huelga de brazos caídos, lo que significaba que los funcionarios asistían puntualmente al trabajo pero «no tocaban ni un papel»; la actitud mantenida durante treinta días supuso, como es natural, la casi paralización de la actividad administrativa, por lo cual era algo que no comprendían los alumnos y, menos, sus padres y sobre todo gran parte del profesorado, a los que parecía inconcebible que el personal no docente pudiese paralizar la vida universitaria. Los motivos de la huelga eran de carácter económico (subidas lineales de sueldos, promoción de puestos de trabajo, reconocimiento de servicios prestados por interinos, etc.). Normalizada la actividad administrativa el 10 de noviembre de dicho año quise agradecer la actitud y comportamiento de los que habían colaborado conmigo para que no se paralizase la actividad universitaria y los invité a almorzar en el Bar Sevilla. Asistieron los vicerrectores Sainz Cantero y Vara Torbek, Juan Antonio López Jiménez, el gerente Eduardo Barca, el vicegerente Emilio Prieto y, sobre todo, las que llamábamos las dos Marías, jefes de sección como López Jiménez, María Contreras y María Rosa Molina, principales pilares de esta celebración.
A los postres, el profesor Vara propuso que para hacer la digestión debíamos dar un paseo y propuso llegar andando hasta el Hospital Real que muchos de los comensales no conocían. Estaba cerrado pero localizamos al guarda o vigilante, que tenía las llaves, que nos abrió las puertas de la verja y de la entrada principal.
El edificio ya había sido traspasado al Estado -Ministerio de Educación Nacional- por la Diputación, tras haber sido manicomio, hospicio y asilo de ancianos, por lo que algunas clases de la Facultad de Letras -Historia del Arte, Filosofía -, se daban allí en aulas improvisadas esperando que se acabara de construir la nueva Facultad en Cartuja, obras que se aceleraron por intervención del arquitecto Prieto Moreno, autor del proyecto y director de las obras. Estas aulas improvisadas eran una vergüenza el estado en el que se encontraban: suciedad, basuras, con frases obscenas y hasta blasfemas escritas en los encerados de las clases; lamentable estado que debió de trascender a la Administración Central, que envió a visitar el edificio a Fuentes de Villavicencio, con intención de colocar en él un museo de tapices, que por la enérgica intervención del profesor Pita Andrade, que acompañó en su visita al jefe del Patrimonio Nacional, salvó el antiguo Hospital para que permaneciese adscrito a la Universidad.
Al salir nuestro grupo de la visita comentamos en un corro improvisado que aquella situación no podía continuar y especialmente el más indignado fue el profesor Vara, que interpretando el sentir de todos me pidió encarecidamente que ejerciera las acciones precisas e instara a la Administración Central, no sólo por escrito sino personalmente, la solución de esta barbarie de la que la sociedad -Ayuntamiento, Diputación- y la propia Universidad no habían tenido conciencia hasta entonces. A la mañana siguiente se celebró una reunión en mi despacho del rectorado, entonces en la vieja Facultad de Derecho, para iniciar esas iniciativas.
Vara, que fue el más vehemente para que esta restauración se realizase, se vino a mi casa, como entonces era frecuente, para insistirme en lo mismo; sin duda, porque habiendo sido, también conmigo vicerrector anteriormente en Málaga, fue testigo de mi desilusión al no haber conseguido lograr como sede para la nueva Universidad creada la Adriana, por la postura intransigente del gobernador civil, que tenía en aquel edificio emblemático de la ciudad sus despachos junto con los de la delegación provincial de Tráfico. Ante esa experiencia Vara fue la persona esencial en el proyecto de trasladar el Rectorado y la Biblioteca a este edificio, también emblemático y casi desconocido Y de acuerdo con esos deseos de mis colaboradores comencé mi peregrinaje por Madrid, que viaje tras viaje se desentendía del tema A eso es a lo que llamo empezar la casa por el tejado, porque la única acogida favorable que encontré fue la del ministro de Cultura Javier Solana, que con toda claridad y diligencia me dijo que lo único que podía ayudarnos era en la iluminación exterior del edificio -que ni siquiera conocía- porque contaba con unas partidas en los Presupuestos Generales del Estado para ese tipo de iluminaciones y que podíamos compartir con alguna asignada ese año a Segovia. Esto hizo que hiciese una amistad con Solana Madariaga, cuyo segundo apellido era para mí de admiración, amistad que se acentuó cuando le enseñé la Alhambra, como presidente del Patronato, ya que en aquellos tiempos estaba vinculado al rector de la Universidad. Recuerdo que lo hizo con un libro que venía leyendo en el avión y con el que seguía en la mano hasta que acabó su lectura: era el Pedro Páramo de Juan Rulfo cuyo autor y la ciudad, Comala, de su novela yo acababa también de descubrir, deslumbrado por la nueva narrativa en el siglo de oro de las letras hispanoamericanas. Fruto de aquella amistad logré después, cuando luchaba por la creación de un Museo de la Ciencia, patrocinado por la Universidad -cosa que hacía después de haber visitado los mejores Museos de la Ciencia y de la Imprenta de Europa- que ordenase entregar a la Universidad la maquinaria del antiguo diario del Movimiento Patria, incluida la célebre rotativa; de la misma manera que su rico archivo fotográfico pasó a la Casa de los Tiros.
Tras lo del tejado nos pusimos a la obra y el ingeniero Salvador Navarro, que tenía gran amistad con Eduardo Barca, comenzó por iniciar los trabajos de iluminación exterior y el perito agrícola Ignacio Aguilar realizó las primeras plantaciones y arreglos de jardinería y, por fin, el maestro José Puga metió a los albañiles que seguían las instrucciones de los arquitectos Carlos Montoya y Luis Navarro Montoya, que con Salvador Navarro mantenían abierto un estudio común y que se contagiaron del mismo entusiasmo que teníamos nosotros por el proyecto que íbamos viendo crecer día a día con el mago que para mí era, bajo mi única dirección, el maestro Castro, carpintero y ebanista al que conocí cuando él colocaba los toldos del Corpus, en la Casa de los Tiros cuando instalamos en su patio aquella Cruz de Mayo con la que recobramos el esplendor de la fiesta, cuando no podíamos predecir los quebraderos de cabeza que daría a los Ayuntamientos futuros al desvirtuarse su sentido de año en año.
Manolo Castro trasladó las viejas estanterías de la Biblioteca General, la de los viejos fondos de los Jesuitas, después de la desamortización y del rico legado de don Pascual Facundo Riaño y buscó a unos carpinteros de Armilla para que completasen las estanterías hasta ocupar por completo los cuatro cruceros de la planta superior del edificio, para lo que yo tenía el modelo de la Biblioteca de la Universidad de Coimbra que me deslumbraba en mis frecuentes viajes entonces a Portugal. La Biblioteca fue la pieza mimada de la restauración que nos llevó a conservar la celda en la que había sido encerrado San Juan de Dios cuando lo tomaron por loco en Granada y con el asesoramiento de Agustín Laborda y los hermanos de la Casa de los Pisas agrupamos allí una biblioteca sanjuanista.
Ni la Biblioteca ni la restauración del Hospital, fundado por los Reyes Católicos, tuvieron una inauguración especial pero podemos datarla cuando la Asociación Europa Nostra nos entregó el Premio del Año por la mejor restauración llevada a cabo y que recibimos de manos de Carmen de Salas, esposa del catedrático de Arte Xavier de Salas, presidenta de la Asociación.
Por la intervención de don Emilio Orozco -buen asesor- logramos algún gran cuadro del almacén de fondos del Museo de Carlos V como el del Príncipe de Viana que presidía el salón con la galería de los retratos de los rectores y en la sala contigua tuve la iniciativa de colocar una colección de fotografías -que ya había en la Universidad de Salamanca, también buen modelo- de los doctores honoris causa que inicié con los poetas del 27, que nombramos en bloque, fotos con sus firmas en el pie de cada foto, reuniendo en las estanterías de aquella sala las obras completas de cada uno de ellos en sus diversas materias
Hoy el Hospital Real es visitado, además de por los estudiantes y profesores que demandan de sus servicios, por los granadinos y turistas al igual que otros monumentos de la ciudad, que no es solo la maravilla de la Alhambra sino el barroco de su Cartuja, el renacimiento de su Monasterio de San Jerónimo, su Catedral o su Capilla Real o el gran Palacio de su Chancillería; similar a los otros Hospitales como el de la Santa Cruz en Toledo, el de Valladolid o el de Santiago de Compostela de los que conseguí grabados en el anticuario México de Madrid y que decoraron diversos despachos como la bula fundacional del Papa Clemente VII, de 1531, que concedía a Granada idénticos privilegios que a las de Alcalá, Salamanca, París y Bolonia, presidía el despacho rectoral en el que se rompió su excesivo ámbito especial con una división a media altura con librería a una y otra cara en la que se colocó una colección completa de las ediciones de la Universidad -libros y revistas- encuadernada en pasta roja con tejuelos en marrón y oro. Otros grabados de viejas cocinas españolas decoraban el Bar que se instaló para evitar los pretextos de las contestaciones «ha salido a desayunar», así como viejos grabados de moriscos y moriscas reemplazaban los rutinarios letreros de hombres y señoras en los diversos servicios instalados; pequeños detalles que también contaron a la hora de conceder el Premio Europa Nostra.
También pudo haber tenido carácter de inauguración del edificio un Congreso -el del centenario de Camoens- que reunió a todos los rectores de las Universidades portuguesas que coincidieron con los rectores españoles en alabar la belleza de la Biblioteca de Coimbra pero muy pequeña comparada con la grandiosidad impresionante de la del Hospital Real de Granada que ha sido ponderada así, con la habitual generosidad del rector David Aguilar al prologar recientemente el voluminoso libro de Miguel López Rectores y cancilleres de la Universidad de Granada, publicado por la Editorial de la Universidad.
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