RANADA
La tesis de Urara
Una profesora de Literatura en Tokio dedica diez años a traducir al japonés El diván del Tamarit, de Federico García Lorca
La tesis de Urara
EN CASA. Urara se traslada periódicamente de Tokio a Granada.
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La mirada de los ojos rajados
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HOY, aquí». Esas fueron las dos primeras palabras que pronunció Urara Hirai en español. «Hoy, aquí» le dijo al conserje de un hostal de la Gran Vía cuando visitó por primera vez Granada, hace ya veinte años, para pedirle una habitación donde alojarse por unos días. Al final, fueron 1.880, o sea, tres años y medio. «Hoy, aquí» ha seguido repitiendo esta mujer japonesa, de 53 años, profesora de Literatura en la Universidad de Tokio que, desde entonces, ha mantenido un vínculo tan fuerte con nuestra ciudad, sus gentes, costumbres y cultura que, pacientemente, ha invertido diez años de su vida en traducir por primera vez al japonés la obra de Federico García Lorca Diván del Tamarit. Es su tesis doctoral, dirigida por Antonio Chicharro Chamorro, catedrático de Teoría de la Literatura y Alicia Relinque, profesora de Literatura China. Los dos de la Universidad de Granada. Felicidad total. «Hoy, aquí, doctora». «Mañana, allí» transmitiendo a cientos de universitarios nipones su amor y admiración por Granada. Mejor embajadora, imposible.
El por qué su padre le puso Flor de primavera -Urara- quizás tenga mucho que ver con que él era, también, profesor e investigador de Literatura clásica japonesa en la Universidad de Tokio y nada mejor que darle la bienvenida al mundo a su primera hija, con un nombre recogido en la poesía antigua de la que era especialista (siglo XV): Urara, Urara para su primogénita. Makoto y Mari que, en japonés, significan la verdad, para sus otros dos hijos. Gran hombre, su padre, culto y de profundas raíces rurales que, de pequeña, le leía poesías antiguas que ella memorizaba y recitaba sin apenas saber leer y escribir. Buen ambiente académico e intelectual en su casa, con muchos libros, música, ballet que completaba una madre urbana, de Osaka, que aportaba un aire moderno y cosmopolita al entramado familiar.
Sentir y comprender
«Yo querer saber» fue la segunda frase que aprendió Urara en español. Saber y sentir por sí misma lo que era el olor a jazmín, azahar o hierbabuena que, tantas veces, imaginó en Tokio al leer a Federico García Lorca. Ver y saber lo que eran las migas de pan duro que los pájaros comían. Saber y escuchar los sonidos del agua y su chapoteo en las fuentes de Granada… Y es que en su mundo, el único que conocía, no se comía pan y el poco que existía era tan blando que no dejaba migas, el olor a azahar no inundaba las calles en primavera ni el ruido en una ciudad tan bulliciosa como Tokio dejaba oir el sonido del agua.
En 1986, con 34 años, decidió dar el salto y conocer personalmente esa Granada que había forjado en su imaginación a través de la obra literaria de Lorca. «Había algo que me atraía y nada más conocerla me gustó tanto que sólo deseaba quedarme aquí». Recuerda un apartamento que compartió con otras estudiantes en la plaza de Bibrambla donde siempre dormía con el balcón abierto «para oir los pájaros, oler los tilos y escuchar el agua de la fuente». Plaza, calles, costumbres, gastronomía que en este último viaje a Granada ha compartido con su compañero Gohske, un ingeniero nipón que ha decidido poner fin a su vida laboral para estudiar filosofía, bellas artes y aprender… ¿español!
Y es que Urara Hirai es una mujer especial. Tanto, que en un país como Japón, con 130 millones de habitantes de los que sólo 400.000 son católicos, ella decidió bautizarse, aunque su familia era y es budista. Lo hizo con 27 años pero antes de tomar la decisión le pidió consejo a un amigo de su padre, poeta y monje también budista.
-Que es mejor. ¿Ser budista o católica?, le preguntó.
-Donde mejor te sientas.
…Lo mismo hizo con Granada.
mvfernandez@ideal.es
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