TRIBUNA
Profesor López Aparicio, in memoriam
JOSÉ MARÍA AGUILAR/
Imprimir Enviar
Publicidad
LA talla intelectual, científica, docente, académica e investigadora del profesor don Fidel Jorge López Aparicio fue altísima, y directamente proporcional a la sencilla grandeza y elegancia de una persona muy humilde, cualidad común a los verdaderos sabios. Esta docta y colosal altura se vio complementada con una bondad y una generosidad formidables sin abdicar jamás por ello de su probada rectitud de conciencia, su rigor profesional y su cristiana firmeza en profundas convicciones. Don Jorge se fue para siempre a la hora del Ángelus del 24 de diciembre, Nochebuena y sábado, día mariano por excelencia, él que tan devoto fue de la Virgen. Su fallecimiento, tras longeva y fecunda vida de incansable aprendizaje -dominó hasta la Informática-, disposición y servicio, ha constituido una pérdida irreparable para la ciencia.
Nacido en Osuna el 24 de enero de 1918, estaba dotado de una inteligencia fuera de lo común, suplementada por un espíritu muy trabajador y disciplinado. Aprendió sus primeras letras en el colegio de don Nicanor Morillo. De allí pasó en 1929 a integrar la primera promoción en el recuperado Instituto de Osuna. El joven Jorge, militante de Acción Católica, se inclinó en un principio por el estudio de las Ciencias Exactas y a ellas consagró dos años.
Antes de que estallara el Movimiento, en 1936 había montado con su hermano Manuel una perfumería en la que ellos fabricaban los cosméticos. Movilizados ambos, el comercio siguió funcionando. De vuelta en Osuna, la carencia de ciertas materias primas por falta de licencia para su importación impulsó a Aparicio a estudiar Química Orgánica para fabricar perfumes. Por esta causa, sus conocimientos eran amplios cuando por fin se decidió a dejar las Exactas y matricularse en Químicas. Alumno por libre de la Universidad de Sevilla, fue discípulo de don Manuel Lora Tamayo, posterior ministro de Educación y persona decisiva en su vida. Convalidó asignaturas y en pocos años obtuvo su licenciatura. Muy ligado a su industria, solicitó del profesor don Francisco García González, primo hermano de García Lorca, su tutela para investigar en el campo de la perfumería. «¿Perfumería? Mire usted, los perfumes no me interesan. Si quiere, le dirijo un doctorado en hidratos de carbono…», le contestó. Los carbohidratos, a pesar de que no habían sido de su agrado, comenzaron en ese momento a contar con uno de los mejores investigadores en España. En 1947, Aparicio, vinculado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se doctoró en Ciencias Químicas por Madrid, con una tesis desarrollada en el Departamento de Orgánica de la Hispalense y dirigida por su mentor, el profesor García González. Un hecho fundamental en su vida se produjo en 1943: su noviazgo con Ana María Herrera Muñoz, con quien se casó en 1946. Ella falleció en 2003. Tuvieron siete hijos -Fidel Jorge, también catedrático de Orgánica y ya fallecido; Antonio, Manuel, Ana María, Rafael, Mari Ros y María José- quienes les proporcionaron la felicidad de 22 nietos. Su mujer y sus hijos fueron siempre su gran tesoro; fue de lo que siempre presumió y nunca de méritos académicos ni de cargos ni de premios, aunque de estricta justicia es el subrayar que su brillante ejecutoria, en la que desarrolló importantes misiones docentes en el extranjero, se vio jalonada con la concesión de la Medalla de la Real Sociedad de Química y Física, la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio y la Medalla de la Universidad de Granada.
Tras doctorarse, su siguiente meta académica fue obtener una cátedra de Química Orgánica, episodio por el que pudo comprobar cómo los méritos no obtienen siempre su justa recompensa. Gracias al profesor Lora Tamayo, conocedor de primera mano de su gran valía, consiguió una beca para ampliar estudios en el extranjero. Así, desde 1950 a 1952 residió en Oxford, donde se doctoró con una tesis desarrollada en el Dyson Perrins Laboratory y dirigida por W. A. Waters. De nuevo en España, entre 1954 y 1958 fue jefe de la Sección de Química Orgánica Teórica del CSIC en la Hispalense. En 1957 ganó la cátedra de Química Orgánica de Valladolid, que ocupó desde 1958 hasta 1968. En la capital castellana fue vicedecano y decano de Ciencias y, desde 1963 a 1965, rector, cargo que conllevaba ser procurador en Cortes. En 1968 vino a Granada.
Aquí fue inspector general de Servicios de la Universidad, director del Colegio Universitario de Málaga, vicedecano y decano de Ciencias, coordinador general del COU y director del Departamento Interfacultativo de Química Orgánica de Ciencias y Farmacia. En 1986 hubo de jubilarse antes de lo previsto y pudo comprobar de nuevo cómo no siempre se hace justicia a los mejores. Aunque prosiguiera su labor investigadora y académica -fue numerario fundador de la Academia de Ciencias de Granada y correspondiente de la Vélez de Guevara de Écija-, la Universidad había despreciado a una eminencia. Sevilla, Oxford, otra vez Sevilla, Valladolid, Granada… y siempre Osuna, adonde volvía invariablemente para disfrutar con su familia del saludable frescor de su querida viña de Pago Dulce, donde se alza una capilla consagrada a la Virgen del Rosario en la que hoy, junto a las de su amada Ana María y su tan llorado hijo Jorge, descansan sus cenizas. El Supremo Rector le había llamado para que impartiera su cátedra de hombre bueno y justo en la Universidad Eterna.