TRIBUNAABIERTA
Norte magnético, sur genético Más lejos de los días de vino y rosas
JOSÉ ANTONIO LORENTE ACOSTA LUIS IGNACIO PARADA/PROFESOR TITULAR DE MEDICINA LEGAL Y FORENSE. UNIVERSIDAD DE GRANADA
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SI un hipotético aviador dirigiese su avión en dirección exacta al norte, o sea rumbo 360 ó rumbo cero, el llamado norte magnético, llegaría un momento en que, sin haber cambiado el curso, sin haber hecho nada, la brújula comenzaría a marcar, poco a poco, rumbo 180, o sea, rumbo opuesto: llegados al Polo Norte, sólo queda viajar hacia el sur … o salirse de la órbita terrestre.
Podría decirse que en algunas circunstancias, el exceso de celo y el esmero desmedido por alcanzar una meta puede rendir el resultado opuesto al esperado. También se puede deducir que hay puntos, barreras o fronteras, hipotéticas o reales, que no se deben cruzar. Finalmente, más eclécticamente cabría concluir que cuando se pretende realizar un largo viaje, donde las aventuras y las sorpresas aparecerán con seguridad, más vale pertrecharse de todos los elementos y conocimientos necesarios -incluida la paciencia- que eviten males mayores.
Poner barreras al avance científico, a las ansias de saber de ser humano, no ha sido nunca, ni es ahora, política aconsejable. Pero del mismo modo, creer que absolutamente todos los descubrimientos y avances tecnológicos, algunas veces maquillados como «progreso científico», son buenos es, también, un error. Ninguno de los dos extremos debe admitirse, siendo necesaria una reflexión crítica de la situación actual de la ciencia, cuyo continuo e imparable crecimiento en magnitudes exponenciales en áreas como la genética, han imposibilitado un detallado análisis del conjunto de la situación, del statu quo.
Tomemos como ejemplo el tema de las células madre; pensemos por un momento la difícil misión que les toca a los opuestos a este tipo de experimentación por una convicción profesional, moral o ética. Tenemos enfermedades comunes relativamente frecuentes, algunas graves y hasta mortales (diabetes, Parkinson, Alzheimer) y tenemos a dos tipos de científicos: los que nos dicen que como hay un límite ético no se debe hacer nada en este campo, aunque sí en otros paralelos, y los que nos dicen que la bondad del fin bien justifica los medios. ¿Con quién se queda usted? Probablemente con los mismos que la mayoría.
Se llega a una encrucijada en la que creada la necesidad, cualquier actuación tendente a conseguir los medios, queda justificada; y estamos en un punto en que el mensaje que se está transmitiendo (de modo consciente o inconsciente) es el de que la medicina será capaz de curarlo todo, que si no se avanza más es por cortapisas legales o éticas, y que el hombre podrá vivir cientos de años sin mayores problemas.
Y si esto no es así, tampoco hay que tomar con tenor literal lo del «valle de lágrimas», por lo que ha de avanzarse siempre por el bien de la humanidad, del conjunto de las personas, tratando de buscar el equilibrio entre lo que la ciencia puede aportar a un ser caduco como el humano, y lo que la ciencia no puede pretender a cualquier precio: la persona, el ser humano, es el fin, no el medio.
Manipular, cambiar, modificar, congelar, descongelar, batir, mezclar y servir a la carta el todo o la parte del ser humano, su genoma, patrimonio de la humanidad, tiene frente a otras partes de la ciencia, un pequeño matiz diferencial, tenue como la línea que al atardecer separa en el horizonte el mar del cielo, pero tan radicalmente diferente como el aire del agua.
Y es que la ciencia no deja de ser sino una manifestación más de la actividad creadora del hombre, y por ello, se rige por los criterios generales que gobiernan el resto de nuestras vidas y por los criterios económicos (justos y necesarios) de las sociedades anónimas que invierten en investigación: poder, riqueza, control, independencia. En ningún caso dudamos que todos ellos sean lícitos y lógicos, pero oscila entre poco conveniente e inaceptable el aceptar sin rechistar como bueno cualquier avance científico que se presente. Y más malo es no reflexionar siquiera sobre todo lo que estas novedades pueden significar.
El filósofo renacentista Pico della Mirandolla afirmó que «el hombre rige y dirige su propio destino», pero me temo que en el atrevido saber universal del mencionado humanista (el mismo que afirmó su saber sobre «toda materia conocible» ó «De omni re scibili») no se hallaba el genético.
Alguien añadió con sorna a esta frase mirandolliana la coletilla «et quibusdam aliis» (y de algunas cosas más). Y es que pensar que la ciencia -llámese genética, llámese telecomunicaciones, llámese como se llame- será capaz de solucionar todo en este mundo es asumir que el ser humano es sólo una cosa, un algo definible y programable, olvidando que la esencia de este homo sapiens sapiens que todos somos es algo más, que para eso está el alma y los sentimientos: triste es ver cómo en la sociedad actual el alma concupiscible mortal de Platón domina al alma racional inmortal.
Pobres de aquellos que crean que la ciencia lo va a saber y a solucionar todo … y más allá del todo; para ellos, que sirva la frase completa y aprecien el gran error: De omni re scibili et quibusdam aliis. Entre «facilitar» la vida y «deshumanizar» al facilitado no crean que hay un gran trecho, pero eso puede ser hasta tema de otro día. JESÚS FERRERO CUANDO a Manuel Fraga le dieron la noticia de que el recuento del voto emigrante confirmaba que el PP había perdido el Gobierno de Galicia a manos de PSOE y BNG pronunció dos frases antológicas. La primera fue que su partido no presentará ninguna clase de impugnación porque no tiene ningún sentido y porque respeta el resultado de las elecciones. La segunda, cuando le preguntaron si estaba dispuesto a liderar a su partido en la travesía por el desierto de cuatro años en la oposición, fue aun más ejemplar: «Yo ya dije desde el primer día que estaba al servicio del pueblo gallego y de acuerdo con sus deseos y determinación». Nadie va a descubrir a estas alturas las virtudes y carencias de la personalidad política del fundador del PP. Pero tal vez sorprenda que todavía haya sabido dar un ejemplo de gallardía al aceptar la derrota real que supone la pérdida de un gobierno frente a la victoria virtual de ser el candidato del partido más votado. A la realista reacción de Fraga, que al aceptar los designios de las urnas se ha puesto al servicio del pueblo gallego, hay que oponer la inadecuada actitud de Rajoy, que insistió ayer en que su partido ha ganado las elecciones en Galicia con una mayor diferencia sobre el PSOE que la que obtuvo en las pasadas elecciones generales. No es fácil creer que lo haya dicho para su propio consuelo o para levantar la moral de Acebes, Zaplana y demás beneficiarios de los restos del naufragio. Es más verosímil suponer que lo ha dicho para reconfortar el ánimo de sus votantes en Galicia y en el resto del territorio español. Si este nuevo tropezón del PP, el quinto en dos años, no lleva a sus máximos dirigentes a una reflexión sobre las causas del desafecto de sus antiguos votantes y a una catarsis sobre las líneas de lo que debe ser su ejercicio de la oposición -al servicio del país y no del orgullo herido de algunos despechados- va a ser muy difícil que el partido pueda recuperar sus días de vino y rosas.
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