VIVIR
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El talón de Brad
El estreno de la película Troya trae a la actualidad el culebrón protagonizado por Aquiles en el que Homero, partiendo de un episodio histórico, dio rienda suelta a la imaginación
INÉS GALLASTEGUI// INFOGRAFÍA: CARLOS J. VALDEMOROS / FOTO: SONIA PAVLICEVIC / GRANADA
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NI hubo caballo de Troya, ni existió Helena de Troya, ni está documentada una Guerra de Troya. Puestos a dudar, ni siquiera es seguro que Homero escribiera la Ilíada y la Odisea. Los interrogantes recorren toda la historia de esa ciudad (Troya en griego, Ilión en latín) en la orilla oriental del Mar Egeo que ha dado lugar a una de las leyendas más conocidas de todos los tiempos: el rapto de la bella Helena, esposa del rey Menelao, por parte del troyano Paris desencadena las hostilidades entre griegos y troyanos; el largo asedio a Troya termina con la victoria de los primeros gracias al truco del caballo de ídem y la muerte del héroe Aquiles por una flecha que le alcanza el talón, su único punto vulnerable. Hasta que Heinrich Schliemann, persiguiendo su sueño con los libros de Homero entre las manos, descubrió las ruinas de la ciudad en la colina de Hisarlik (actual Turquía) en 1870, los poemas homéricos eran considerados pura fantasía. El hallazgo de las nueve troyas destruidas en 3.000 años demostró que algo de verdad había. Pero los historiadores siguen sin poder aportar datos fehacientes: no saben qué pasó, ni cuándo pasó, ni por qué pasó. En resumen, la veracidad es el talón de Aquiles de toda esta historia.
Claro que la falta de autenticidad nunca ha sido un obstáculo para Hollywood: la película Troya, dirigida por Wolfgang Petersen y estrenada el viernes, está cuajada de apuestos y bravos guerreros con el cuerpo de Brad Pitt (Aquiles), Orlando Bloom (Paris) o Eric Bana (Héctor), más ocupados en esparcir la sangre de sus enemigos o conquistar bellezas (griegas, pero también troyanas) que en demostrar la historicidad de tal o cual batalla.
¿Qué hay de cierto en la Ilíada? El profesor de Historia Antigua de la Universidad de Granada Ángel Padilla cree que más bien poco. «Desde la antigüedad se ha cuestionado la veracidad y la autoría de los poemas homéricos», afirma. Durante siglos, se pensó que eran una especie de recopilación de poemas de distintos autores, con episodios añadidos en torno a un núcleo original. En los siglos XVII y XVIII, destaca el profesor, la escuela crítica analítica alimentaba esas dudas con argumentos curiosos: por ejemplo, consideraban imposible que el poeta que tan descarnadamente se recreaba en las escenas más violentas fuera el mismo que después describía los delicados sentimientos de Penélope.
Contradicciones
También destacaban las contradicciones que salpican los 24 cantos: en la narración aparecen rituales funerarios -incineración y enterramiento- que no pudieron coincidir en el tiempo; armamento y técnicas bélicas pertenecientes a momentos tan lejanos como el siglo XIII antes de Cristo (fecha en la que teóricamente ocurrió la guerra) y el VIII a.C. (época en la que escribió Homero); e incluso diversos dialectos griegos.
Los hallazgos de Heinrich Schliemann en 1870 dieron un giro a esta interpretación: excavando con muy poco rigor y menos cuidado, el comerciante alemán encontró las ruinas de las nueve troyas sucesivas que los troyanos levantaron y las guerras, terremotos o migraciones destruyeron desde el año 3.000 hasta el 85 a.C. Fue en el nivel de Troya VII -no está claro si el a o el b, pero no mucho mayor que un pueblo en cualquier caso- donde se hallaron pruebas de un violento fuego que arrasó la fortaleza.
Aparte de llevarse la fama de pionero que en rigor le correspondía al inglés Frank Calvert -que se compró la colina Hisarlik-, el polémico Schliemann se hizo con el fabuloso tesoro de Príamo -8.000 joyas de oro y cobre- que los avatares de la historia, en forma de soldados soviéticos, trasladaron en la Segunda Guerra Mundial a Moscú, donde aún está.
Poetas de salón
Así pues, las fantasías de Homero tenían, al menos, un escenario real. Entonces, señala el profesor Padilla, la escuela unitaria de Milman Parry inaugura una nueva forma de mirar al poeta ciego y su obra: «Viene a decir que hay que entender la Ilíada y la Odisea como poemas épicos, composiciones que tienen un trasfondo histórico y que fueron escritas no para ser leídas sino para ser recitadas en banquetes, celebraciones y acontecimientos religiosos». Eso explica, agrega Padilla, las repeticiones de escenas o «fórmulas», cuyo objetivo sería cuadrar los versos y facilitar a los recitadores o aedos la memorización de los hexámetros. Entre esas secuencias recurrentes están la preparación del guerrero que se unta aceites en la piel y se embute en la armadura, o la recogida de cadáveres en el campo de batalla.
Un aspecto de los poemas que los especialistas atribuyen por completo a la fantasía de Homero es el motivo de la guerra. «Ojalá hubiera sido por una bella mujer -apunta el también profesor de Historia Antigua Félix García Morá-, pero da la impresión de que no fue así». Los expertos están seguros de que no fue el honor herido de Menelao el que desencadenó un feroz asedio de diez años. ¿Tensiones migratorias? ¿Disputas por el control comercial del Estrecho de Dardanelos? ¿Un conflicto por el trigo que Grecia no tenía e importaba de Asia? ¿Simples actos de piratería?
«Era una etapa convulsa», concluye Ángel Padilla. Grecia salía entonces de la llamada época oscura (s.XII-s.IX a. C.), una fase de retroceso cultural en la que desaparecieron ciudades, se abandonó la escritura y se interrumpieron las relaciones exteriores.
No es extraño que un aedo que escribía de oídas sobre una época sin testigos se soltase el pelo y dejase volar su imaginación. En el fondo, Homero no debió de ser tan distinto a un guionista de Hollywood: se debía a su público. Con un poco de gore aquí, una pizca de romance allá y mucha acción trepidante escribió un culebrón que ha atravesado casi 3.000 años sin pasar de moda.
Los profesores están contentos: «La película nos hace propaganda -bromea Ángel Padilla-. Es una de las pocas ocasiones en las que la Historia Antigua tiene una aplicación práctica». Eso sí, él hubiera elegido a otro actor para interpretar a Aquiles, que debía de ser bastante más viejo que Brad Pitt. «Quizá Clint Eastwood».
Por cierto, el rodaje se retrasó varias semanas a causa de una lesión del guapo Brad-Aquiles. En el talón derecho, claro.
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