Un estudio asegura que ‘no existen’ criterios válidos para diagnosticar enfermedades terminales

Un estudio realizado por la Universidad de Granada (UGR) asegura que «no existen» criterios válidos para diagnosticar enfermedades terminales, además de revelar el «gran peso» que tienen las emociones de los médicos y enfermeros en el diagnóstico de este tipo de dolencias.

Estas conclusiones se extrajeron de las 42 encuestas realizadas por la Universidad de Granada a médicos y enfermeros que trabajan «directamente» con enfermos terminales.

El estudio, que fue publicado recientemente en la revista International «Journal of Clinical and Health Phychology», desveló que los profesionales entrevistados «perciben dificultades» en diferentes aspectos del diagnóstico, por lo que «habría que preguntarse», según el informe, si estas dificultades perjudican a los pacientes a la hora de iniciar las medidas paliativas adecuadas.

La investigación de la UGR añadió que los médicos y enfermeros «se sienten afectados» por el peso emocional de diagnosticar una enfermedad terminal porque estas dolencias «equivalen a una condena» para el enfermo que lo padece.

Asimismo, el estudio concluye en la «necesidad de mejorar la formación de los profesionales» en cuanto a la delimitación del diagnóstico de enfermedad terminal.

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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, «no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades», según se desprende de un trabajo «pionero» elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, –21 médicos y 21 enfermeros–, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

EMPLEO DE EUFEMISMOS

En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, «que en el imaginario social equivale a una condena».

PACIENTES CON CÁNCER

Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la «falta de referencias existentes en la bibliografía» relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, ‘no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades’, según se desprende de un trabajo ‘pionero’ elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, –21 médicos y 21 enfermeros–, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

EMPLEO DE EUFEMISMOS

En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, ‘que en el imaginario social equivale a una condena’.

PACIENTES CON CÁNCER

Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la ‘falta de referencias existentes en la bibliografía’ relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, «no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades», según se desprende de un trabajo «pionero» elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, –21 médicos y 21 enfermeros–, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

EMPLEO DE EUFEMISMOS

En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, «que en el imaginario social equivale a una condena».

PACIENTES CON CÁNCER

Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la «falta de referencias existentes en la bibliografía» relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.
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Granada Hoy

Pág. 10: El Ateneo dice que el cierre de la muestra de Bayona retrotrae a épocas pasadas
Pág. 11: El Claustro de la UGR aprueba una reforma parcial de los Estatutos
Pág. 17: Las emociones condicionan el diagnóstico de los enfermos terminales
Pág. 21 – Publicidad: El teatro español en el nuevo milenio |Crisis en la Historia de España
Pág. 29: II Encuentros de Formación para la Inserción Laboral
Pág. 40: El Gobierno dice que la Ley de Ciencia no obligará a las regiones a sufragar costes
Pág. 56: Las farmacias resuelven muchas de las consultas hechas por síntomas menores
Pág. 70: Paradojas rítmicas
Pág. 72: Científicos responden a unos 500 escolares desde la Antártica
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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, «no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades», según se desprende de un trabajo «pionero» elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, —21 médicos y 21 enfermeros—, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

Empleo de eufemismos

En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, «que en el imaginario social equivale a una condena».

Pacientes con cáncer

Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la «falta de referencias existentes en la bibliografía» relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, «no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades», según se desprende de un trabajo «pionero» elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, –21 médicos y 21 enfermeros–, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

EMPLEO DE EUFEMISMOS

En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, «que en el imaginario social equivale a una condena».

PACIENTES CON CÁNCER

Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la «falta de referencias existentes en la bibliografía» relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

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Sanitarios opinan que actualmente ‘no existen criterios válidos para diagnosticar una enfermedad mental’, según estudio

Los profesionales sanitarios que se encargan de diagnosticar cuándo una enfermedad es terminal admiten que, en la actualidad, «no existen criterios válidos y aceptables para el uso del diagnóstico de este tipo de enfermedades», según se desprende de un trabajo «pionero» elaborado en la Universidad de Granada (UGR) y publicado recientemente en la revista ‘International Journal of Clinical and Health Phychology’.

   En concreto, esta investigación revela como principal conclusión que las emociones en el juicio clínico de estos profesionales a la hora de dar un diagnóstico de enfermedad terminal tienen bastante peso.

   Para llevar a cabo este trabajo, los investigadores realizaron entrevistas en profundidad a una muestra formada por 42 profesionales de la salud, –21 médicos y 21 enfermeros–, que ejercen su actividad profesional en centros sanitarios de Granada y provincia y que trabajan con enfermos terminales y/o con enfermedad avanzada.

   De los 42 participantes, 17 trabajaban en centros de salud públicos; 18 en hospitales públicos, cuatro en unidades mixtas y tres en centros privados. De ello, 22 eran mujeres y 20 hombres, con edades comprendidas entre los 23 y los 53 años.

   Entre otras conclusiones que se extraen de dicho trabajo, destaca el hecho de que las respuestas de los profesionales entrevistados sobre la utilización del diagnóstico de enfermedad terminal (ET) en su trabajo cotidiano muestran diversidad de situaciones, relacionadas con el tipo de establecimiento en el que trabajan (atención primaria y atención especializada) y con el tipo de profesional del que se trate (médicos y enfermeros).

EMPLEO DE EUFEMISMOS

   En concreto, los profesionales que trabajan en centros de salud públicos, tanto enfermeros como médicos, utilizan y tienen recogido el diagnóstico de enfermedad terminal para determinar la situación clínica de sus pacientes.

   Sin embargo, cuando se trata de los profesionales que trabajan en hospitales públicos, las respuestas obtenidas por los autores difieren notablemente, según esta investigación de la UGR. Así, los enfermeros no incorporan este diagnóstico y prefieren usar algún eufemismo o sinónimo, mientras que los profesionales médicos lo utilizan con frecuencia internamente, reconocen y determinan esta situación del enfermo, aunque la omiten o la disfrazan en sus informes.

   El trabajo revela, igualmente, que los profesionales perciben dificultades en diferentes aspectos del diagnóstico, lo que plantea la pregunta de si estas problemas pueden estar afectando a que en un importante número de pacientes no se inicien medidas paliativas y, por tanto, se esté perdiendo un tiempo valioso en estos enfermos, sin asistencia y sin medidas específicas para abordar el sufrimiento y la calidad de vida del periodo final de la misma.

   Además, los autores del trabajo reconocen que el sentido y la función de los cuidados paliativos se distorsiona, como consecuencia de que los profesionales se sienten afectados por el peso emocional de un diagnóstico, «que en el imaginario social equivale a una condena».

PACIENTES CON CÁNCER

   Para profundizar en las dificultades que plantea el uso del diagnóstico de enfermedad terminal y sus consecuencias, los científicos preguntaron a los profesionales sanitarios tanto el tipo de enfermedades en las que se aplica este diagnóstico como el momento en que se produce.

   Para la mayoría de profesionales, la enfermedad terminal siempre se refiere a los pacientes con cáncer, aunque un importante número que trabaja en centros de salud públicos también la asocian a la situación de deterioro avanzado de pacientes con enfermedades crónicas y/o degenerativas no cancerosas.

   En cuanto al momento de hablar de ‘enfermedad terminal’, se identifica mayoritariamente a un paciente como terminal cuando la situación es preagónica o claramente agónica, siendo ésta una opinión común para la mayoría de profesionales que trabajan tanto en hospitales como en atención primaria.

   En este sentido, el trabajo llama la atención sobre el hecho de que contando desde hace una veintena de años con referencias y criterios para delimitar la enfermedad terminal, al menos en lo que a la enfermedad oncológica se refiere, se utilice de manera tan restrictiva un diagnóstico cuya razón de ser es ubicar el momento en el que la situación del enfermo requiere un cambio en la orientación terapéutica y el inicio de medidas especiales de atención y asistencia al enfermo y familia.

   Del mismo modo, el estudio pone en el acento en lo llamativo de la «falta de referencias existentes en la bibliografía» relativas al peso emocional que soportan los profesionales ante este diagnóstico, apareciendo en este estudio como un factor clave para explicar por qué es problemático el uso de este diagnóstico, especialmente en el ámbito hospitalario.

   Los autores de este trabajo son María Paz García, Francisco Cruz, Jacqueline Schmidt, Antonio Muñoz Vinuesa, Rafael Montoya, Diego Prados y Miguel Botella López, todo ellos de la UGR, además de Atthanasios Pappous, de la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

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La soja verde y los altramuces son alimentos beneficiosos para combatir el síndrome metabólico

El investigador Jesús María Porres, perteneciente a uno de los grupos de investigación de la Universidad de Granada (UGR) apuntó hoy a la soja verde (‘Vigna radiata’) y al altramuz (‘Lupinus luteus’) como alimentos beneficiosos para combatir el denominado ‘síndrome metabólico’, ya que son leguminosas con un elevado contenido en nutrientes esenciales y propiedades funcionales derivadas de su composición específica en proteína, fibra alimentaria y diversos compuestos no nutricionales, como polifenoles y ácido fítico.

Andalucía Innova explicó que este estudio se enmarca en el proyecto de Excelencia ‘Efecto de hidrolizados proteicos vegetales procedentes de leguminosas sobre el metabolismo lipídico y energético en un modelo experimental de rata obesa. Interacción con el ejercicio físico aeróbico’, que ha recibido un incentivo de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de unos 207.000 euros.

En el proyecto, centrado en diseñar alimentos funcionales procedentes de estos dos vegetales, intervienen expertos de distintos grupos de investigación de áreas como fisiología, farmacología, histología y ciencias de la actividad física y el deporte. Además, la iniciativa cuenta con la participación de la empresa BIOTmicrogen.

Para los científicos granadinos, el consumo de hidrolizados proteicos vegetales y fibra de ambos alimentos, junto a rutinas de ejercicio físico aeróbico, podría repercutir «positivamente sobre el metabolismo energético y lipídico», para lo que ensayarán sus efectos en un modelo experimental de rata obesa y con síndrome metabólico desarrollado.

«El potencial de legumbres como el altramuz o la soja verde deriva, no sólo de su elevada calidad nutricional, sino también de las propiedades funcionales de dichas legumbres y de procesos tecnológicos que pudieran mejorarlas», aseguró el investigador. Así, detalló que para la obtención de los hidrolizados proteicos con capacidad funcional se utilizará un proceso de extracción proteica en medio acuoso seguida de hidrólisis con enzimas recombinantes o un proceso de fermentación láctica en el caso de ‘Lupinus luteus’, y un proceso de hidrólisis proteica endógena como es la germinación en el caso de ‘Vigna radiata’.

En este sentido, explicó que la elección del altramuz y la soja verde para este proyecto se debe a que el altramuz es una leguminosa cuyo cultivo se encuentra promocionado y subvencionado por la Comunidad Europea como importante fuente de proteína vegetal, mientras que la soja verde es una legumbre cuya comercialización para la preparación de productos germinados se encuentra en plena expansión.

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LA JUNTA ESTUDIA CUATRO ESPECIES DE HELECHO

La Consejería de Medio Ambiente, en colaboración con la Universidad de Granada y dentro del Programa de Conservación de Helechos en Andalucía, está desarrollando estudios sobre genética poblacional de cuatro especies de helechos «amenazados» que datan del periodo Terciario y cuyas únicas poblaciones en Andalucía están presentes en el Parque Natural de Los Alcornocales, en la provincia de Cádiz.

Según indicaron a Europa Press fuentes de la Delegación Provincial de Medio Ambiente de la Junta en Cádiz, las especies en cuestión son el helecho de colchoneros (Culcita Macrocarpa), helecho de sombra (Diplazium Caudatum), Pteris Incompleta y Vandenboschia Speciosa.

Las mismas fuentes señalaron que la diversidad genética supone uno de los componentes principales de la diversidad biológica, por lo que conocer los niveles de variabilidad genética de las especies y poblaciones amenazadas es «de gran importancia para su conservación a medio y largo plazo, puesto que puede aportar información muy valiosa de cara a establecer medidas de gestión».

Estas especies muestran un «declive poblacional importante», tanto por el cambio en las condiciones ambientales como por la acción del hombre, por lo que son «candidatas prioritarias» para realizar estudios que permitan establecer cómo se encuentran las poblaciones a nivel genético y, por ejemplo, detectar si están sufriendo procesos de endogamia o deriva génica. En el estudio genético se está utilizando una técnica molecular que se ha empleado «en pocas ocasiones» para el análisis de helechos.

Finalmente, indicó que estas especies de helechos eran comunes en el período Terciario, pero actualmente sólo sobreviven en reductos que conservan condiciones similares a las de aquella época, es decir, Los Alcornocales. En este sentido, explicaron que Europa tuvo en el pasado un clima tropical muy húmedo y cálido que ahora sólo se reproduce en ciertos enclaves de Los Alcornocales o Canarias, propicios para los citados helechos que, sin embargo, sí tienen parientes cercanos en zonas tropicales.
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Soja verde y altramuces para combatir el síndrome metabólico

La soja verde (Vigna radiata) y el altramuz (Lupinus luteus) podrían convertirse en nuevos aliados alimentarios para combatir el denominado síndrome metabólico. Se trata de dos leguminosas de consumo común que se caracterizan, según el investigador Jesús María Porres (Grupo de Investigación PAI AGR145, Universidad de Granada), por su elevado contenido en nutrientes esenciales y por mostrar importantes propiedades funcionales derivadas de su composición específica en proteína, fibra alimentaria y diversos compuestos no nutricionales como polifenoles y ácido fítico. Por este motivo, se ha iniciado el proyecto de Excelencia Efecto de hidrolizados proteicos vegetales procedentes de leguminosas sobre el metabolismo lipídico y energético en un modelo experimental de rata obesa. Interacción con el ejercicio físico aeróbico, que ha recibido un incentivo de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de unos 207.000 euros, informa Andalucía Innova. El objetivo es diseñar alimentos funcionales procedentes de estos dos vegetales. Se trata de un proyecto multidisciplinar en el que intervienen investigadores de distintos grupos de investigación PAI (AGR145, CTS164, CTS115 y CTS545) pertenecientes a las áreas de fisiología, farmacología, histología y ciencias de la actividad física y el deporte. Dicho proyecto cuenta además con la participación de la empresa BIOTmicrogen, S.L.

Para los científicos granadinos, el consumo de hidrolizados proteicos vegetales y fibra de Vigna radiata y Lupinus luteus, junto a rutinas de ejercicio físico aeróbico, podría repercutir positivamente sobre el metabolismo energético y lipídico. Para ello, ensayarán los efectos de dichos productos en un modelo experimental de rata obesa y con síndrome metabólico desarrollado. «La importancia para la salud del consumo de productos vegetales entre los que se encuentran las leguminosas, así como la práctica habitual de actividad física, se encuentran entre los pilares fundamentales de todas las recomendaciones para la promoción de unos hábitos de vida saludable, que permitan una mejor calidad de vida y un desarrollo físico y emocional adecuado. El enorme potencial beneficioso de legumbres como el altramuz o la soja verde, que contienen importantes cantidades de proteína y fibra alimentaria se deriva, no solo de su elevada calidad nutricional, sino que también depende de las propiedades funcionales de dichas legumbres y de procesos tecnológicos que pudieran mejorarlas», asegura el investigador.

«Para la obtención de los hidrolizados proteicos con capacidad funcional se utilizará un proceso de extracción proteica en medio acuoso seguida de hidrólisis con enzimas recombinantes o un proceso de fermentación láctica en el caso de Lupinus luteus, y un proceso de hidrólisis proteica endógena como es la germinación en el caso de Vigna radiata. La elección del altramuz y la soja verde para este proyecto se debe a que el altramuz es una leguminosa cuyo cultivo se encuentra promocionado y subvencionado por la Comunidad Europea como importante fuente de proteína vegetal, mientras que la soja verde es una legumbre cuya comercialización para la preparación de productos germinados se encuentra en plena expansión», aclara. La preparación de los alimentos funcionales se realizará tomando en consideración los resultados de un estudio inicial financiado por el Plan Propio de Investigación de la Universidad de Granada para encontrar los procesos que mejor se adaptan a las características específicas de las leguminosas seleccionadas. El desarrollo de alimentos funcionales es de enorme importancia en la prevención y tratamiento nutricional de numerosas enfermedades como la obesidad o el síndrome metabólico. Este último afecta al diez por ciento de la población activa española y a casi el 25% de la población andaluza, incrementando el riesgo de padecer patologías crónicas como diabetes tipo II y enfermedades cardiovasculares.

Las leguminosas son una importante fuente de nutrientes esenciales para el adecuado desarrollo del organismo, cuya biodisponibilidad puede verse significativamente mejorada por distintos tratamientos tecnológicos entre los que destacan la germinación, fermentación y formación de hidrolizados proteicos. Las legumbres muestran también un efecto beneficioso sobre determinadas alteraciones como la diabetes, obesidad o hiperlipidemia al ser una importante fuente de carbohidratos complejos de liberación lenta y componentes no nutricionales con potente efecto biológico. No obstante, dicho efecto funcional puede verse significativamente aumentado por los tratamientos tecnológicos antes mencionados.

El proceso de formación de hidrolizados proteicos es un procedimiento eficaz para disminuir la potencial alergenicidad de determinadas fuentes proteicas y puede conducir a un aumento significativo de la capacidad antioxidante, por lo que sería interesante conocer si es igualmente efectivo sobre la alteración del perfil lipídico o la resistencia a la insulina, ambas presentes en el síndrome metabólico junto a obesidad o hipertensión. Por otra parte, ensayos farmacológicos utilizando distintas fuentes aisladas de fibra y polifenoles en el modelo experimental de rata genéticamente obesa con síndrome metabólico llevados a cabo por miembros del grupo de investigación PAI CTS164, dirigidos por el Profesor Antonio Zarzuelo, han mostrado que estos componentes de la dieta puede ser un importante elemento de protección en dicha patología. El altramuz y la soja verde son buenas fuentes de fibra soluble e insoluble fermentable, que pueden actuar como prebiótico y también contribuir a la mejora del estado de salud en pacientes con síndrome metabólico en base a numerosas vías de actuación.

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Soja verde y altramuces para combatir el síndrome metabólico

Un proyecto de Excelencia de la UGR analiza las propiedades de estas dos leguminosas de consumo común

La soja verde (Vigna radiata) y el altramuz (Lupinus luteus) podrían convertirse en nuevos aliados alimentarios para combatir el denominado síndrome metabólico. Se trata de dos leguminosas de consumo común que se caracterizan, según el investigador Jesús María Porres (Grupo de Investigación PAI AGR145, Universidad de Granada), por su elevado contenido en nutrientes esenciales y por mostrar importantes propiedades funcionales derivadas de su composición específica en proteína, fibra alimentaria y diversos compuestos no nutricionales como polifenoles y ácido fítico.

Por este motivo, se ha iniciado el proyecto de Excelencia Efecto de hidrolizados proteicos vegetales procedentes de leguminosas sobre el metabolismo lipídico y energético en un modelo experimental de rata obesa. Interacción con el ejercicio físico aeróbico, que ha recibido un incentivo de la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa de unos 207.000 euros, informa Andalucía Innova. El objetivo es diseñar alimentos funcionales procedentes de estos dos vegetales. Se trata de un proyecto multidisciplinar en el que intervienen investigadores de distintos grupos de investigación PAI (AGR145, CTS164, CTS115 y CTS545) pertenecientes a las áreas de fisiología, farmacología, histología y ciencias de la actividad física y el deporte. Dicho proyecto cuenta además con la participación de la empresa BIOTmicrogen, S.L.

Para los científicos granadinos, el consumo de hidrolizados proteicos vegetales y fibra de Vigna radiata y Lupinus luteus, junto a rutinas de ejercicio físico aeróbico, podría repercutir positivamente sobre el metabolismo energético y lipídico. Para ello, ensayarán los efectos de dichos productos en un modelo experimental de rata obesa y con síndrome metabólico desarrollado.

«La importancia para la salud del consumo de productos vegetales entre los que se encuentran las leguminosas, así como la práctica habitual de actividad física, se encuentran entre los pilares fundamentales de todas las recomendaciones para la promoción de unos hábitos de vida saludable, que permitan una mejor calidad de vida y un desarrollo físico y emocional adecuado.

El enorme potencial beneficioso de legumbres como el altramuz o la soja verde, que contienen importantes cantidades de proteína y fibra alimentaria se deriva, no solo de su elevada calidad nutricional, sino que también depende de las propiedades funcionales de dichas legumbres y de procesos tecnológicos que pudieran mejorarlas», asegura el investigador.

Tecnología

«Para la obtención de los hidrolizados proteicos con capacidad funcional se utilizará un proceso de extracción proteica en medio acuoso seguida de hidrólisis con enzimas recombinantes o un proceso de fermentación láctica en el caso de Lupinus luteus, y un proceso de hidrólisis proteica endógena como es la germinación en el caso de Vigna radiata. La elección del altramuz y la soja verde para este proyecto se debe a que el altramuz es una leguminosa cuyo cultivo se encuentra promocionado y subvencionado por la Comunidad Europea como importante fuente de proteína vegetal, mientras que la soja verde es una legumbre cuya comercialización para la preparación de productos germinados se encuentra en plena expansión», aclara.

La preparación de los alimentos funcionales se realizará tomando en consideración los resultados de un estudio inicial financiado por el Plan Propio de Investigación de la Universidad de Granada para encontrar los procesos que mejor se adaptan a las características específicas de las leguminosas seleccionadas. El desarrollo de alimentos funcionales es de enorme importancia en la prevención y tratamiento nutricional de numerosas enfermedades como la obesidad o el síndrome metabólico. Este último afecta al 10% de la población activa española y a casi el 25% de la población andaluza, incrementando el riesgo de padecer patologías crónicas como diabetes tipo II y enfermedades cardiovasculares.

Una vía de bienestar

Las leguminosas son una importante fuente de nutrientes esenciales para el adecuado desarrollo del organismo, cuya biodisponibilidad puede verse significativamente mejorada por distintos tratamientos tecnológicos entre los que destacan la germinación, fermentación y formación de hidrolizados proteicos. Las legumbres muestran también un efecto beneficioso sobre determinadas alteraciones como la diabetes, obesidad o hiperlipidemia al ser una importante fuente de carbohidratos complejos de liberación lenta y componentes no nutricionales con potente efecto biológico. No obstante, dicho efecto funcional puede verse significativamente aumentado por los tratamientos tecnológicos antes mencionados.

El proceso de formación de hidrolizados proteicos es un procedimiento eficaz para disminuir la potencial alergenicidad de determinadas fuentes proteicas y puede conducir a un aumento significativo de la capacidad antioxidante, por lo que sería interesante conocer si es igualmente efectivo sobre la alteración del perfil lipídico o la resistencia a la insulina, ambas presentes en el síndrome metabólico junto a obesidad o hipertensión.

Por otra parte, ensayos farmacológicos utilizando distintas fuentes aisladas de fibra y polifenoles en el modelo experimental de rata genéticamente obesa con síndrome metabólico llevados a cabo por miembros del grupo de investigación PAI CTS164, dirigidos por el Profesor Antonio Zarzuelo, han mostrado que estos componentes de la dieta puede ser un importante elemento de protección en dicha patología. El altramuz y la soja verde son buenas fuentes de fibra soluble e insoluble fermentable, que pueden actuar como prebiótico y también contribuir a la mejora del estado de salud en pacientes con síndrome metabólico en base a numerosas vías de actuación.

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