La Navidad también esclaviza a los abuelos
Tienen que cargar con los nietos, que están de vacaciones, mientras los padres trabajan
Marta Serrano. UNA de cada cuatro mujeres maduras, de entre 48 y 68 años tiene síntomas inexplicables o crónicos que son consecuencia de la sobrecarga familiar. Si se actúa correctamente, la enfermedad se cura por completo. La solución: saber decir que no a tiempo y poder disfrutar de hijos y nietos sin sentirse culpables.
La abuela de la familia Garrido, una extremeña de 63 años, vio cómo su vida daba un giro de 180º al llegar sus nietos, algo que en Navidad notan muchas más mujeres. Los niños tienen vacaciones en el colegio, mientras que sus padres siguen trabajando. Solución: los niños se quedan con los abuelos.
Al principio, con el nieto recién nacido, todo parece perfecto, como lo era para Manoli y para su marido, Marcelino, de 65 años. Ellos mismos se ofrecieron para cuidar al primer nieto y que así no fuera a la guardería desde los cinco meses. No sabían lo que les esperaba.
Eso supuso levantarse a las siete cada mañana, cuando su hijo llevaba al bebé para poder llegar puntualmente a su trabajo. No pasaba a recogerlo hasta las ocho de la tarde. Pero los abuelos se sentían útiles y disfrutaban del pequeño.
En verano ya se adaptaron sin problemas. Nada de ir al pueblo en agosto como toda la vida. Su hijo no cogía vacaciones hasta septiembre y en agosto cierran muchas guarderías, por lo que aplazaron sus días de descanso.
Además, no había pasado un año cuando su hija mayor les anunció que estaba embarazada. Por supuesto, tanto Marcelino como Manoli se ofrecieron a cuidar al segundo bebé.
Sentían la responsabilidad de hacerlo. Se notaban más cansados, pero la preocupación por su hija, que no estaba teniendo un buen embarazo, el cuidado del pequeño y otros problemas fueron suficientes para no ir a hacerse la revisión médica de todos los años.
Ganas de llorar
El cansancio hacía mella especialmente en Manoli. Es verdad que Marcelino le ayudaba, pero era su mujer quien se preocupaba cuando lloraba, quien llevaba el peso de la casa y también quien empezó a sentirse triste y a tener ganas de llorar sin motivo aparente.
Se notaba extraña, rara, triste, sin ganas de hacer nada, ni siquiera jugar con su nieto. Y se culpaba por ello. Además, no podía fallarle a su hija ahora. Al fin y al cabo, era ella quien, de forma voluntaria, se había hecho cargo del pequeño Luka y ahora que su hija estaba embarazada no podía convertirse ella en una carga.
¿A quién podría acudir una abuela que empiece a darse cuenta de que sufre el síndrome? Dejarlo caer en una conversación privada informal con un familiar sensato que sepa explicar a los hijos, sin encolerizarlos, puede ser la mejor solución.
No obstante, expertos consultados por este periódico señalan que “es aconsejable entregarles algún escrito (un recorte de prensa por ejemplo), donde se divulgue el síndrome y se explique la necesidad del apropiado reparto de tareas para liberar a la abuela sin caer en la equivocación de crear otra abuela esclava en la familia (a veces alguna de las hijas “hereda” injustamente la condición de “esclava”).
Cuando la propia familia no es autosuficiente se debe requerir ayuda de las instituciones sociales o pedir un informe médico donde se expliquen los síntomas de agotamiento físico sufridos.
A estos abuelos, además, “tampoco se le pueden dar consejos”, añaden, alegando que son las personas más altruistas y entregadas de la familia, capaces de cualquier sacrificio por los suyos.
No obstante, “los hijos, a veces por desconocimiento y a veces porque es más fácil ignorar un problema que afrontarlo no abren los ojos ante esta realidad”, critican.
Cuando la abuela (o el abuelo) deja de ser feliz y sana, si presenta síntomas de cualquier naturaleza, siempre hay, al menos, tres cosas que hacer por ellos.
Prestar atención
Lo primero, no sobrecargarlos con funciones familiares que de obligado cumplimiento. Lo segundo, tratarlos con el mismo o más respeto y consideración que siempre, aunque ahora parezca que desvarían o se han vuelto caprichosos. Por último, llévenlo a su médico para que descarte cualquier proceso patológico asociado que sea susceptible de alivio con otros métodos. Las “abuelas esclavas” son pacientes que, si no se diagnostican y tratan precozmente, sufrirán molestias de por vida.
Según el doctor Guijarro, cardiólogo, profesor de la Universidad de Granada y autor del libro El síndrome de la abuela esclava (2001), “muchas veces los médicos nos sentimos totalmente impotentes ante tanta incomprensión por parte de los hijos. Porque se lo explicamos, pero ellos continúan igual, desde una vida más cómoda gracias a las abuelas. Muchos de ellos no quieren saber nada sobre el sufrimiento de sus madres, que están enfermas de tanto sacrificio y entrega voluntaria por los suyos, aunque ya no tengan ni la edad adecuada ni la fortaleza física apropiada para ello”.
Para la socióloga Lourdes Pérez, ponente en el Congreso La Familia en la Sociedad del Siglo XXI, otro factor que aumenta la carga de trabajo diario es tener además hijos aún no emancipados.