OPINIÓN
TRIBUNAABIERTA
De cómo el amor es el motor de la filosofía
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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SOBRE amor y filosofía escribió Ortega y Gasset, también Unamuno. Mucho antes, Kierkegaard y el joven Hegel. Los griegos se llevaron la palma en el tema. Entre los prácticamente actuales, el pensamiento existencial y la fenomenología, abundan en ello: Max Scheler, Levinàs, Edith Stein, Marcelo, Martín Buber, etc.
El tema no es fácil ni difícil. Si se sabe lo que es el amor, es relativamente fácil, si no se conoce, es imposible. Si se piensa que es cuestión de poesía y lirismo, puede escribirse mucho y decir poco. Si se piensa que es cuestión científica (incluso bioquímica) y que deben estudiar y objetivar la psicología clínica, la genética o la neurociencia, mala cosa. Es muy posible que cualquiera, menos los filósofos, sepan, en ese supuesto, qué es el amor.
Es muy frecuente confundir amar y desear y aunque es una equivocación notable, los platónicos suelen caer en ella. Hay más platónicos de los que suele admitirse, lo que ocurre que hoy ser platónico, es ser economista, y más específicamente, gestor de mercados.
Se sabe que la Economía trata de satisfacer necesidades infinitas con recursos limitados y ésta es la razón de ser de los precios y de que, en la medida en que suben las necesidades, la vida se encarece. Es notable señalar que lo que los economistas entienden por necesidades no son propiamente necesidades, como las que obligan a las piedras a caer hacia abajo, sino los deseos de bienes económicos. En el Tercer Mundo sí son necesidades físicas para la mayoría. Cuando esto ocurre la libertad de mercado es escasa.
Sin embargo, en la medida en que crece la riqueza las necesidades físicas dejan paso a los simples deseos, justificando aquella gracieta de Oscar Wilde: «A mí, que me quiten todo lo necesario y me den todo lo superfluo».
El deseo tiende a la posesión de bienes (y de personas) y fundamenta no sólo la propiedad privada de bienes y servicios sino, cuando se trafica con personas, el deseo de usar personas como cosas. Esa aberración lleva como contrapartida la anulación de la otra persona, de lo que se deduce que el deseo posesivo hace imposible el amor. La persona convertida en objeto pertenece al capítulo de la esclavitud, la prostitución y la explotación económica que está en los límites de las dos anteriores.
El deseo, pues, es algo muy distinto del amor y como la instancia económica es hoy el motor que mueve la vida de los pueblos, podemos deducir que lo que rige el mundo no es el amor sino el deseo de posesión, preámbulo de la guerra. Puede comprenderse como muchos enemigos de la guerra son, a la vez, amigos de satisfacer todo deseo, lo que es como un plato de sopa, pero sin sopa.
¿Por dónde empieza el amor? El amor cree lo que no se ve, por eso, es corriente decir que los enamorados están ciegos. El amor no es ciego, pero al confundirse con el deseo, entonces sí ciega completamente. La mayor parte de argumentos de amor que aparecen en las series y películas televisivas presentan deseos, pocas veces amor.
El amor no es ciego sino todo lo contrario, porque cree que lo que ve es solamente la fachada de lo que no se ve. No se puede amar sin creer en la persona amada. A la inversa, no se puede creer «por obligación» sino exclusivamente por amor, pues el amor siempre es libre. Lo es porque hay que construirlo cada día, no porque está hecho y existe. Todo lo contrario, porque no existe hay que ponerlo y, al construirlo, lo traemos a la existencia.
Esta es la razón de que se haga tan poca metafísica: porque se hace muy poco amor. Esta es la razón de que haya mucha gente, no precisamente ignorantes, que no creen en nada, porque apenas aman. Lo pasan bien, que es otra cosa.
En metafísica se habla de cosas que parecen muy difíciles y científicas y se reducen simplemente al principio de que la realidad no se deja mostrar entera. Sólo vemos fragmentos. Eso es casi todo. Si deseas los fragmentos como si fuera todo, te equivocas y te ciegas. El amor, por el contrario, se zambulle en el futuro, pues el presente se transforma en la medida en que es gobernado por lo que aún está por venir.
El porvenir está más allá del fragmento o de la suma infinita de fragmentos. La plenitud no es objetivable, porque no es un todo sino un ser personal, al otro lado de este mundo de fragmentos.
La antropología, por ejemplo, suele trabajarse contando con lo que los datos objetivos nos muestran de la humanidad. Otra equivocación. Los datos objetivos, científicos, sólo cuentan con lo que hay, la verdadera ciencia del ser humano debe contar con lo que puede haber, con lo que debe haber.
¿Por qué se separan tantas parejas (aunque la mayoría no lo hacen)? Porque se fían sólo de lo que ven y la vista se cansa con el tiempo. El secreto es fiarse de lo que no se ve y ponerlo, si hace falta. La filosofía del matrimonio es una filosofía fundada en la confianza y en creer que el otro, si no vale puede valer. Entonces tiene sentido volcarse en la construcción de esa historia.
Y así ocurre con todo. Las ciencias progresan si superan y superan si creen que el futuro permite un despliegue de posibilidades, que si se vieran hechas y derechas, ya no serían tales posibilidades.
En la educación pasa algo semejante. En el alumno hay que ver una historia, no un presente, hay que ver personas y no matriculados o demandantes de servicios. Hay que creer en ellos. De modo inmediato, se acostumbran a creer y la confianza se retroalimenta. Sólo entonces se aprende.
Debiera haber más filosofía, es decir, debiera haber más amor, porque sólo queremos cosas muy objetivas que se puedan poseer, controlar, vender ¿Por qué no conceder crédito a la mayor riqueza que ocultan las cosas y las personas, su doble fondo, lo más sustancial -la substancia-?
Dar crédito, empezando por nosotros mismos. El crédito no es el bien como la fosa excavada, no es el edificio, pero ahí van los cimientos.
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