En los dos últimos siglos, la ciencia ha comprobado que existe un “reino” del subsuelo. La fauna que habita debajo de nuestros pies, en las entrañas de la tierra, es la descendiente de ciertos linajes epigeos, algunos de ellos tan antiguos como los legendarios dinosaurios. Estos seres que viven en la oscuridad subterránea han sobrevivido a catástrofes medioambientales de origen geológico y climático, enclaustrándose en las cuevas y en otros intersticios del suelo en donde hallaron refugio.
El curso, que dará comienzo el próximo lunes 19 de septiembre, se propone descubrir, estudiar y divulgar este “reino” del subsuelo que convive paralelamente con el mundo de la superficie. Abordará diferentes temáticas divididas en módulos o apartados como el medio físico, la energía y la materia, el origen y la evolución de la fauna subterránea, las adaptaciones al medio subterráneo, los métodos de muestreo y estudio, la fauna subterránea en España, la conservación del medio subterráneo, o la historia de la bioespeleología y su desarrollo en nuestro país.
Además de las clases teóricas que se impartirán en la Facultad de Ciencias de Granada hasta el 25 de septiembre, el curso cuenta con prácticas de laboratorio que tendrán lugar en la facultad de biología de la Universidad de Alcalá de Henares, del 26 al 30 de septiembre, y prácticas de campo que se impartirán en Nerja (Málaga), los días 1 y 2 de octubre.
En el curso, colaboran vicerrectorados, decanatos y departamentos de ambas universidades, así como otras instituciones como la Universidad de Almería, a través de su departamento de Biología Aplicada, el Museo de Historia Natural de Valencia, o la Sociedad Granatense de Historia Natural.
Incógnitas del mundo subterráneo
En los océanos, la presión aumenta en razón de una atmósfera por cada diez metros de profundidad. La existencia de enormes presiones llega a sobrepasar las mil atmósferas en las mayores profundidades oceánicas. La profundidad media de los océanos es de cuatro mil metros y está sometida, por lo tanto, a una presión de cuatrocientas atmósferas. La presión en la que se han encontrado la mayor cantidad de organismos marinos es de seiscientas atmósferas, es decir, a seis mil metros de profundidad, ya que en los fondos mayores, hasta los once mil metros, la cantidad disminuye y tan sólo se localizan algunos invertebrados y bacterias.
Hasta no hace mucho tiempo, se creía que a tales profundidades no se podía encontrar vida, ya que las presiones, al ser muy grandes, tenderían a aplastar a los organismos. Además, no permitirían la existencia de gases disueltos, por lo que se dificultaría la respiración al faltar el oxígeno. Sin embargo, conforme se avanzó en el diseño de aparatos para estudios de oceanografía y se pudieron obtener muestras a más de cinco mil metros de profundidad, se fueron desvaneciendo estas erróneas creencias, ya que fueron llegando a las manos de los biólogos investigadores extrañas criaturas de las más raras contexturas, y estos empezaron a dar respuestas a enigmas que se habían planteado: ¿qué mundo maravilloso encerrarán los abismos oceánicos?, ¿cómo serán los seres vivos que habitan en estas profundidades?
Cuando los ingeniosos aparejos de pesca científica traían muestras de este inquietante mundo con apariencia fantasmal, todo un universo desconocido y fantástico aparecía ante sus ojos: peces de formas aberrantes, cangrejos extraordinarios, pólipos bellísimos… seres animados de arcaica estructura, semejantes a los que vivieron en otras épocas de la historia de la tierra y cuyos vestigios fosilizados han llegado hasta a actualidad para deleite de investigadores y científicos.
Entre 1950 y 1952, durante la expedición del Galathea, barco de investigación oceanográfica de la Real Marina Danesa, fueron colectados en las profundas fosas oceánicas del Pacífico, en la costa oriental de Filipinas, anémonas de mar, holotunas o cohombros de mar, bivalvos y poliquetos, a profundidades aproximadas de diez mil metros. El oceanógrafo suizo Jacques Piccard y el estadounidense Don Walsch, en la fosa Challenger localizada al este de las islas Marianas, observaron desde el batiscafo Trieste, un pez plano de 30 centímetros de longitud y un pequeño camarón rojo a casi once mil metros de profundidad, lo que demuestra que algunos organismos marinos presentan capacidad para adaptarse a las grandes presiones que se producen a estas profundidades.
Estos hallazgos sobre el devenir submarino fueron un estímulo para que los naturalistas se dedicasen con mayor ahínco al estudio de todos los abismos del océano, y encontraron que las enormes presiones que se presentan en estas profundidades están perfectamente compensadas por la existencia de iguales presiones en los fluidos oceánicos de los seres marinos que viven en ellas, lo que permite un equilibrio al igualarse la presión del medio ambiente y la del medio interno del organismo.
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