El duende del flamenco

75335 Un bailaor flamenco ¿nace o se hace? Es la eterna discusión sobre esta suerte de arte, que para muchos se lleva en la sangre.

 De lo que no se discute, porque no queda margen de dudas, es que un bailaor sin duende, no es un bailaor.

El duende flamenco, es eso que nadie ve, pero que todo el mundo siente. Es el arte de dejar boquiabierto, ensimismado y cautivado a quien vea a uno de estos artistas arrancarse por soleares con tan solo escuchar unas palmas porque se lleva muy dentro.

Y es que el duende es, para la Real Academia de la Lengua, el encanto misterioso e inefable que los andaluces son incapaces de explicar con palabras pero que sí se puede medir científicamente.

Los científicos, pertenecientes al Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada, han determinado mediante diversos experimentos cuál es la ‘huella térmica’ del duende flamenco, un criterio objetivo que permitiría discernir qué bailaores lo sienten realmente y cuáles no.

Es la primera vez que han logrado medir de manera objetiva el duende flamenco utilizando para ello la termografía, una técnica basada en la detección de la temperatura de los cuerpos que han conseguido aplicar a la Psicología.

Pese a que muchos pudieran creer que el duende habría escogido el corazón, o las venas para residir, este estudio demuestra que se encontraría en la nariz y los glúteos ya que ambas partes del cuerpo experimentan un descenso significativo de la temperatura cuando se baila.

En el estudio participaron 10 bailaoras profesionales de flamenco, alumnas del último año de los estudios de flamenco del Conservatorio Profesional de Danza de Granada, que llevaban al menos 10 años bailando.

Todas ellas se sometieron a diversas pruebas en las que, mediante un termógrafo de última generación, los científicos midieron su temperatura basal en reposo, y la temperatura de diversas partes de su cuerpo mientras bailaban flamenco, y también mientras visionaban vídeos en los que otras personas lo hacían.

Los resultados fueron muy clarificadores. Las flamencas cuando bailaban y se concentraban en sentir el arte de esta género, experimentaban al tiempo un descenso de la temperatura de su nariz y glúteos una media de 2.1 grados centígrados, lo que han llamado estrés empático.

También demuestran que no solo es suficiente la técnica. Tener una buena técnica es importante pero no significa que cambien su estado emocional y por lo tanto disminuya su temperatura en estas partes del cuerpo.

De manera que con este experimento demuestran que el duende si se si tiene o no se tiene. Solo tienen que comprobar que en el arte de bailar descienda la temperatura o bien de la nariz o de sus posaderas.

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El duende flamenco, un don que se puede cuantificar

75335 Investigadores del centro Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada han medido por primera vez de manera científica el «duende» flamenco de los bailaores al comprobar los cambios de temperatura que afectan a estos artistas y que no registra el resto.

 

Los investigadores de la Universidad de Granada han recurrido a la termografía, una técnica basada en la detección de la temperatura corporal, para medir de una forma científica y objetiva por primera vez en todo el mundo el «duende» flamenco.

La Universidad de Granada ha detallado en un comunicado que el grupo de investigadores del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento ha definido mediante diversos experimentos la «huella térmica» del duende flamenco, un criterio objetivo que permitiría discernir qué bailaores lo sienten realmente y cuáles no.

En el estudio han participado diez bailaoras profesionales, alumnas del último año de los estudios del Conservatorio Profesional de Danza de Granada, que llevan al menos una década bailando.

Las bailaoras se sometieron a pruebas en las que, mediante un termógrafo de última generación, los científicos midieron su temperatura basal en reposo y la temperatura de diversas partes de su cuerpo cuando bailaban flamenco y mientras visionaban vídeos en los que otras personas lo hacían.

Los resultados han demostrado que las artistas al bailar flamenco y concentrarse en sentirlo experimentan un estado que en el estudio de la empatía se define como estrés empático: registraban un descenso significativo de la temperatura de su nariz y glúteos -una media de 2,1 grados centígrados- mientras bailaban.

Este mismo descenso de la temperatura lo experimentaban aunque en menor medida -de media un grado de temperatura menos- cuando visionaban una grabación de este baile.

La autora principal de este trabajo, Elvira Salazar López, ha explicado que la huella térmica del flamenco está relacionada con la activación de diversas áreas cerebrales, habilidades técnicas, empatía y duende flamenco de los sujetos.

«Tener buena técnica ayuda a la bailaora, pero no es suficiente. Sentir el duende implica un estado emocional contrario a tener empatía y la temperatura de los glúteos y la nariz es un excelente marcador que determina una mejor comprensión emocional del flamenco, que implica, en términos psicológicos, un mayor estrés empático», ha apuntado Salazar.

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Identifican trece retos científicos para resistir al cambio climático

Comprender por qué las sequías están matando últimamente tantos árboles e investigar sobre la propagación de los incendios son dos de los trece retos identificados por los científicos como imprescindibles para salvar los ecosistemas mediterráneos del cambio climático.

 

Un equipo multidisciplinar de 28 investigadores, 15 de ellos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), ha evaluado el progreso científico de los últimos 16 años en el estudio del cambio global en los ecosistemas terrestres mediterráneos.

En este análisis ha identificado cuáles han de ser las prioridades inmediatas de investigación para lograr que los ecosistemas sean más resistentes a los efectos negativos del fenómeno del calentamiento global. El trabajo, publicado en la revista Global Ecology and Biogeography, concluye que la ciencia tiene por delante 13 retos que afrontar y tres aspectos fundamentales a tener en cuenta.

En primer lugar, aseguran que ya no es suficiente estudiar las diferentes modificaciones provocadas en el ecosistema (el cambio climático, los cambios en el régimen de incendios, la pérdida de biodiversidad, etc.) como si fueran cajas cerradas. Es necesario «comprender cómo cada una de esas cajas interacciona con las otras», ha dicho el investigador del CREAF Enrique Doblas.

No es sólo la sequía

«La sequía -ha puesto como ejemplo- puede provocar erosión en el suelo, pero la erosión que estamos encontrando no se explica si no añadimos a esa sequía todos los cambios de uso del suelo de los últimos 50 o 60 años». En segundo lugar, los datos recogidos a pequeña escala generan demasiado error cuando se usan para predecir los efectos del cambio global a gran escala; por eso, los científicos proponen mejorar el intercambio de datos entre investigadores y plantear experimentos de larga duración y a escalas regionales o incluso globales.

Y en tercer lugar, los investigadores destacan la importancia que tiene la historia local del ecosistema en la manera en que éste es capaz de responder al cambio global y a los efectos de las sequías. «Del mismo modo que no te recuperas igual de una infección si es la primera o la segunda vez que la padeces, dos ecosistemas pueden parecer idénticos y no serlo en absoluto por la historia que han vivido», ha puntualizado Doblas.

Del mismo modo que no te recuperas igual de una infección si es la primera o la segunda vez que la padeces, dos ecosistemas pueden parecer idénticos y no serlo en absoluto por la historia que han vivido
Entre los trece retos identificados figuran: comprender cómo la estructura del paisaje mediterráneo afecta a los incendios; entender el efecto de los diferentes fenómenos del cambio global sobre las invasiones biológicas y expansión de plagas; y ver cómo interactúa el cambio global y las prácticas de gestión forestal. También obtener datos más realistas de los impactos del cambio global sobre el ecosistema; evaluar la mortalidad de árboles por fenómenos climáticos extremos, como la sequía; o ampliar la investigación a otros campos para estudiar la importancia de la genética en la capacidad de resiliencia.

Estudiar cómo la gestión forestal puede mejorar la capacidad del ecosistema para almacenar carbono y agua a largo plazo y a gran escala, otro de los retos identificados.

Para identificar estos trece retos, los investigadores han analizado el grado de cumplimiento de los 25 retos planteados hace 16 años en un trabajo similar publicado en la misma revista por la científica Sandra Lavorel.

Éxito parcial

De los 25 retos planteados en 1998, nueve se han superado con éxito y sólo dos permanecen sin respuesta, mientras que a los 14 restantes los científicos sólo han podido responder parcialmente.

Los retos de 1998 logrados son: predecir incendios a partir de la influencia del clima; medir los impactos de los incendios en el paisaje; controlarlos desde la prevención; entender cómo interactúan los gases que emiten los incendios y la atmósfera; cómo circula el agua de las plantas; y elaborar mapas de disponibilidad de agua. Entre los que aún no se han conseguido lograr, ni siquiera parcialmente, está el predecir los incendios a partir de la influencia de la composición atmosférica.

En el trabajo ha participado también la Universidad de Granada, el Centre Tecnològic i Forestal de Catalunya (CTFC), el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y la Universidad de Castilla-La Mancha. Otros participantes en el estudios han sido el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM), la Universidad Rey Juan Carlos I, la Universidad de Macquarie (Australia), el Institut de Diagnosi Ambiental i Estudis de l’Aigua y la Universidad Carlos III de Madrid.

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Controlar los efectos del viento en rascacielos y grandes edificaciones

Controlar los efectos del viento en rascacielos y grandes edificaciones. Éste es el área en el que trabaja Oritia & Boreas, una compañía granadina surgida en el seno de la Universidad de Granada (UGR) en el año 2010.

 

Tres profesores e investigadores de la UGR son los responsables de este proyecto, que surgió tras más de una década de experiencia investigadora en colaboración con otras entidades académicas, como la Universidad Western Ontario de Canadá. «Queríamos transferir la tecnología que dominamos a un marco más flexible para atender a nuestros clientes y ser más competitivos», explica José María Terrés, co-fundador de la firma.

Junto a Christian Mans y Guillermo Rus, Terrés puso en marcha Oritia & Boreas con tres objetivos: evaluar los efectos del viento en sistemas terrestres para garantizar la estabilidad de puentes, edificios y sistemas solares o eólicos; asistir a deportistas de élite para mejorar su aerodinámica y con esto su rendimiento; y monitorizar sistemas estructurales y ambientales para saber si su movimiento es aceptable.

La compañía trabaja hoy para grandes empresas de ingeniería, arquitectura y del sector de las renovables como FCC, Santiago Calatrava, Ayesa, Abengoa, Dragados, Sacyr o Ferrovial.

Entre sus proyectos más señeros se encuentran los estudios sobre efectos del viento en los parasoles de la Torre Pelli de Sevilla, así como las cargas de viento que soporta la cubierta angular que lleva este rascacielos. También son responsables de los estudios sobre la acción del viento en el nuevo puente de la Bahía de Cádiz; de la Torre Nueva Marina de Casablanca, en Marruecos; del World Trade Centre de Londres; de la Torre del Bicentenario de México; o del Puente Tsing Lung de Hong Kong.

En materia de renovables, trabajan para Abengoa en proyectos para asegurar la fiabilidad y optimización de sus plantas termosolares; mientras que en el campo del deporte, destaca su labor para el equipo olímpico de Skicross, con un sistema para la optimización de la propulsión de sus deportistas, así como su trabajo para el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, para el que han colaborado en la mejora de una plataforma de salto para nadadores.

Con una facturación de más de dos millones de euros, la firma ha obtenido beneficios desde el primer año de actividad, lo que le han permitido invertir en tecnología puntera en el sector. De hecho, en estos momentos preparan su proyecto más ambicioso y que terminará de abrirle las puertas del mercado internacional.

Oritia & Boreas está construyendo el simulador ambiental de vientos extremos más grande de España y uno de los más importantes de Europa, para lo cual ha requerido de una inversión de cuatro millones de euros que ha conseguido de fondos europeos, a través del Ministerio de Economía, de la Agencia Idea, dependiente de la Junta y de sus propios recursos.

«El 30 de junio estará terminado y esperamos que entre en funcionamiento a final de año tras las pruebas de calibración», prosigue Terrés. «Esta tecnología nos permitirá simular vientos extremos que en otros túneles convencionales no se puede hacer, lo que nos coloca en primera línea tecnológica», abunda.

Una primera línea que les acercará al objetivo marcado a medio plazo y que no es otro que proyectar su crecimiento fuera de España, sobre todo, en países de Latinoamérica y el Norte de África.

«En estos momentos, nuestro volumen de negocio en el exterior copa el 40% del total, pero apostamos por ampliar este porcentaje ya que nuestro mercado es muy internacional», sigue José María Terrés, CEO de la compañía. «La edificación de altura es uno de nuestros principales campos de acción y en España no se realiza habitualmente», aclara.

Oritia & Boreas mira al futuro con optimismo, gracias entre otras cosas, a la juventud y entusiasmo de un equipo de unos diez trabajadores, entre ingenieros civiles, electrónicos e informáticos, con una media de edad de 35 años.

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Identifican trece retos científicos para que los ecosistemas resistan el cambio global

Comprender por qué las sequías están matando últimamente tantos árboles e investigar sobre la propagación de los incendios son dos de los 13 retos identificados por los científicos como imprescindibles para salvar los ecosistemas mediterráneos del cambio climático. Hay que añadir a esa sequía todos los cambios de uso del suelo de los últimos 60 años Un equipo multidisciplinar de 28 investigadores, 15 de ellos del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), ha evaluado el progreso científico de los últimos 16 años en el estudio del cambio global en los ecosistemas terrestres mediterráneos. En este análisis ha identificado cuáles han de ser las prioridades inmediatas de investigación para lograr que los ecosistemas sean más resistentes a los efectos negativos del fenómeno del calentamiento global. El trabajo, publicado en la revista Global Ecology and Biogeography, concluye que la ciencia tiene por delante 13 retos que afrontar y tres aspectos fundamentales a tener en cuenta. En primer lugar, aseguran que ya no es suficiente estudiar las diferentes modificaciones provocadas en el ecosistema (el cambio climático, los cambios en el régimen de incendios, la pérdida de biodiversidad, etc.) como si fueran cajas cerradas. Es necesario «comprender cómo cada una de esas cajas interacciona con las otras», ha dicho el investigador del CREAF Enrique Doblas. «La sequía -ha puesto como ejemplo- puede provocar erosión en el suelo, pero la erosión que estamos encontrando no se explica si no añadimos a esa sequía todos los cambios de uso del suelo de los últimos 50 o 60 años». En segundo lugar, los datos recogidos a pequeña escala generan demasiado error cuando se usan para predecir los efectos del cambio global a gran escala; por eso, los científicos proponen mejorar el intercambio de datos entre investigadores y plantear experimentos de larga duración y a escalas regionales o incluso globales. Y en tercer lugar, los investigadores destacan la importancia que tiene la historia local del ecosistema en la manera en que éste es capaz de responder al cambio global y a los efectos de las sequías. «Del mismo modo que no te recuperas igual de una infección si es la primera o la segunda vez que la padeces, dos ecosistemas pueden parecer idénticos y no serlo en absoluto por la historia que han vivido», ha puntualizado Doblas. Entre los 13 retos identificados figuran: comprender cómo la estructura del paisaje mediterráneo afecta a los incendios; entender el efecto de los diferentes fenómenos del cambio global sobre las invasiones biológicas y expansión de plagas; y ver cómo interactúa el cambio global y las prácticas de gestión forestal. Obtener datos más realistas de los impactos del cambio global sobre el ecosistema También obtener datos más realistas de los impactos del cambio global sobre el ecosistema; evaluar la mortalidad de árboles por fenómenos climáticos extremos, como la sequía; o ampliar la investigación a otros campos para estudiar la importancia de la genética en la capacidad de resiliencia. Estudiar cómo la gestión forestal puede mejorar la capacidad del ecosistema para almacenar carbono y agua a largo plazo y a gran escala, otro de los retos identificados. Para identificar estos trece retos, los investigadores han analizado el grado de cumplimiento de los 25 retos planteados hace 16 años en un trabajo similar publicado en la misma revista por la científica Sandra Lavorel. De los 25 retos planteados en 1998, nueve se han superado con éxito y sólo dos permanecen sin respuesta, mientras que a los 14 restantes los científicos sólo han podido responder parcialmente. Los retos de 1998 logrados son: predecir incendios a partir de la influencia del clima; medir los impactos de los incendios en el paisaje; controlarlos desde la prevención; entender cómo interactúan los gases que emiten los incendios y la atmósfera; cómo circula el agua de las plantas; y elaborar mapas de disponibilidad de agua. Entre los que aún no se han conseguido lograr, ni siquiera parcialmente, está el predecir los incendios a partir de la influencia de la composición atmosférica. En el trabajo ha participado también la Universidad de Granada, el Centre Tecnològic i Forestal de Catalunya (CTFC), el Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) y la Universidad de Castilla-La Mancha.

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Ideal

Portada: LA MAGIA DEL PATINAJE ARTÍSTICO

Pág. 31: A LA RESPESCA EN HOCKEY

Pág. 44: El suizo Sandro Boner se lleva el oro en la supercombinada

Pág. 45: La escasa visibilidad obliga a aplazar el ‘slope’

El curling masculino español da otra alegría ante Chequia

Pág. 46: La repesca espera para intentar acceder a cuartos

CALENDARIO DE COMPETICIONES UNIVERSIADA

Pág. 47: Octavo puesto para Lafuente como colofón

‘May’ Peus: «Granada y Sierra Nevada son garantía de éxito»

Págs. 48-49: El arte del patinaje se despide

Pág. 64: Heritage planifica desde el PTS mejorar el patrimonio cultural 

Premio en innovación y transferencia tecnológica

Convocado el XI Premio Ciencias de la Salud

Pág. 73: Agenda:

– Exposiciones:

‘O fin do mondo’

‘Acuarelismos’

‘TREPAT. Vanguardias fotográficas: un caso de estudio’

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España pierde ante Gran Bretaña (4-3) en curling

El equipo masculino español de curling ratificó estuvo cerca de conseguir ante Gran Bretaña su tercera victoria en la competición, aunque al final perdió 4-3 y se queda prácticamente sin opciones de alcanzar las semifinales.
El combinado nacional, que en días pasados superó a Suiza y a la República Checa, pero que había caído por 11-2 ante Canadá en el último partido del domingo, mantuvo sus opciones de ganar a Gran Bretaña hasta la última entrada de un encuentro que, finalmente, desequilibraron los británicos debido a su mayor experiencia.
El equipo español femenino de curling, por su parte, perdió por 14-2 ante Japón y sigue contando sus encuentros por derrotas en la Universiada de Invierno Granada 2015.
Las dos únicas finales de un día con poca actividad fueron la masculina y la femenina en la modalidad slopestyle de esquí artístico, que se disputaron en Sierra Nevada con la participación del andaluz Jorge Montoya, aunque las dos caídas que sufrió durante la prueba le impidieron superar la primera fase clasificatoria.
En hombres se impuso el austríaco Fabian Braitsch con una puntuación final de 81.83. Le acompañaron en el podio los estadounidenses Broby Leeds, plata; y Cody Potter, bronce.
En la competición femenina el triunfo fue para la estadounidense Brooke Potter con una marca de 73.16 puntos, mientras que la eslovaca Zuzana Stromkova se colgó la medalla de plata y la austríaca Stefanie Moessler, la de bronce.
El gran punto de interés mañana, martes, en la Universiada Granada 2015 estará en la selección española masculina de hockey hielo, que, desde las 20.30 horas, se jugará ante Corea su pase a los cuartos de final de la competición.
España ha llegado a esta repesca después de haber caído en la noche del domingo ante Eslovaquia por 2-5 en el último encuentro de la fase previa, que el combinado nacional ha terminado con un triunfo y tres derrotas.
Casi 5.000 personas llenaron el Palacio de los Deportes de Granada el domingo para presenciar el citado encuentro y mañana se espera de nuevo una masiva presencia de aficionados, ya que el interés por la Universiada ha crecido en la ciudad con el paso de los días y los partidos de hockey hielo se han convertido en el principal atractivo del público.
Las dos únicas finales de mañana, martes, serán las de las pruebas masculina y femenina de eslalon gigante paralelo de snowboard, donde no habrá participantes españoles.
También está previsto el inicio de la prueba halfpipe de esquí artístico con la participación de los andaluces Jorge Montoya, Patricia Muñoz y Elena Irene Jaimez.
Además, concluirá la fase previa de curling con los enfrentamientos de la selección española masculina ante Estados Unidos y Rusia, y de la femenina contra Corea.
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Logran medir científicamente por primera vez el ‘duende flamenco’ de los bailaores

75335 Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) han logrado medir de una forma científica y objetiva por primera vez en todo el mundo el ‘duende flamenco’, utilizando para ello la termografía, una técnica basada en la detección de la temperatura de los cuerpos que ellos han aplicado al ámbito de la Psicología.
Los científicos, pertenecientes al Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la UGR, han determinado mediante diversos experimentos cuál es la ‘huella térmica’ del duende flamenco, un criterio objetivo que permitiría discernir qué bailaores lo sienten realmente y cuáles no, informa la institución académica en una nota.
En el estudio participaron 10 bailaoras profesionales de flamenco, alumnas del último año de los estudios de flamenco del Conservatorio Profesional de Danza de Granada, que llevaban al menos 10 años bailando.
Todas ellas se sometieron a diversas pruebas en las que, mediante un termógrafo de última generación, los científicos midieron su temperatura basal en reposo, y la temperatura de diversas partes de su cuerpo mientras bailaban flamenco, y también mientras visionaban vídeos en los que otras personas lo hacían.
LA NARIZ Y LOS GLÚTEOS SE ENFRÍAN
Los resultados demostraron que las bailaoras, que al bailar flamenco y concentrarse en sentirlo experimentan un estado que en el estudio de la empatía se define como «estrés empático», experimentaron un descenso significativo de la temperatura de su nariz y glúteos (una media de 2,1 °C) mientras bailaban flamenco, algo que también ocurría pero en menor medida (de media 1° C) cuando visionaban una grabación de flamenco.
Como explica la autora principal de este trabajo, Elvira Salazar López, actualmente investigadora de la Universidad Técnica de Munich (Alemania), la huella térmica del flamenco está relacionada con la activación de diversas áreas cerebrales, habilidades técnicas, empatía y duende flamenco de los sujetos.
«Nuestros experimentos –afirma Salazar– han demostrado que, cuanto mejor es la técnica al bailar, menor es el estrés empático del sujeto; tener buena técnica ayuda a la bailaora, pero no es suficiente; sentir el duende implica un estado emocional contrario a tener empatía yla temperatura de los glúteos y la nariz es un excelente marcador que determina una mejor comprensión emocional del flamenco, que implica, en términos psicológicos, un mayor estrés empático».
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España roza la hazaña en curling hombres pero pierde ante Gran Bretaña

El combinado nacional, que en días pasados superó a Suiza y a la República Checa pero que había caído por 11-2 ante Canadá en el último partido del domingo, mantuvo sus opciones de ganar a Gran Bretaña hasta la última entrada de un encuentro que, finalmente, desequilibraron los británicos debido a su mayor experiencia.

 

El equipo español femenino de curling, por su parte, perdió por 14-2 ante Japón y sigue contando sus encuentros por derrotas en la Universiada de Invierno Granada 2015.

Las dos únicas finales de un día con poca actividad fueron la masculina y la femenina en la modalidad slopestyle de esquí artístico, que se disputaron en Sierra Nevada con la participación del andaluz Jorge Montoya, aunque las dos caídas que sufrió durante la prueba le impidieron superar la primera fase clasificatoria.

En hombres se impuso el austríaco Fabian Braitsch con una puntuación final de 81.83. Le acompañaron en el podio los estadounidenses Broby Leeds, plata; y Cody Potter, bronce.

En la competición femenina el triunfo fue para la estadounidense Brooke Potter con una marca de 73.16 puntos, mientras que la eslovaca Zuzana Stromkova se colgó la medalla de plata y la austríaca Stefanie Moessler, la de bronce.

El gran punto de interés mañana martes en la Universiada Granada 2015 estará en la selección española masculina de hockey hielo, que, desde las 20.30 horas, se jugará ante Corea su pase a los cuartos de final de la competición.

España ha llegado a esta repesca después de haber caído en la noche del domingo ante Eslovaquia por 2-5 en el último encuentro de la fase previa, que el combinado nacional ha terminado con un triunfo y tres derrotas.

Casi 5.000 personas llenaron el Palacio de los Deportes de Granada el domingo para presenciar el citado encuentro y mañana se espera de nuevo una masiva presencia de aficionados, ya que el interés por la Universiada ha crecido en la ciudad con el paso de los días y los partidos de hockey hielo se han convertido en el principal atractivo del público.

Las dos únicas finales de mañana martes serán las de las pruebas masculina y femenina de eslalon gigante paralelo de snowboard, donde no habrá participantes españoles.

También está previsto el inicio de la prueba halfpipe de esquí artístico con la participación de los andaluces Jorge Montoya, Patricia Muñoz y Elena Irene Jaimez.

Además, concluirá la fase previa de curling con los enfrentamientos de la selección española masculina ante Estados Unidos y Rusia, y de la femenina contra Corea.

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Demuestran que las moléculas fluorescentes persisten entre 400 y 600 años a más de 200 metros bajo el mar

75463 nvestigadores de la Expedición Malaspina, entre los que se encuentra Teresa Serrano Catalá, antigua alumna del máster de Oceanografía de la Universidad de Cádiz y estudiante de doctorado de la Universidad de Granada, han desarrollado un estudio a través del cual se ha demostrado que las moléculas orgánicas fluorescentes persisten entre 400 y 600 años a más de 200 metros bajo el mar. Este importante hallazgo ha conseguido da un paso adelante en el conocimiento de la materia orgánica disuelta en el océano profundo, una enorme «caja negra» formada por gran cantidad de sustancias que persisten de cientos a miles de años.

 

Los resultados del trabajo, publicados en la prestigiosa revista Nature Communications, están basados en 800 muestras de todos los océanos recogidas durante la circunnavegación del buque Hespérides, entre 2010 y 2011, y profundizan en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo con el que el océano almacena carbono procedente de la actividad humana.

Para comprender este descubrimiento se debe tener en cuenta que el océano contiene una enorme cantidad de carbono en forma de materia orgánica disuelta. El volumen, unos 700 billones de kilogramos, es comparable a todo el dióxido de carbono acumulado en la atmósfera. Así, casi toda la materia orgánica disuelta es producida por los microorganismos unicelulares que habitan los océanos y, mayoritariamente, persiste en el agua sin alterarse entre décadas y miles de años. La generación de estas sustancias se conoce como «bomba microbiana de carbono».

Este trabajo, que forma parte de la tesis doctoral de la investigadora Teresa Serrano Catalá, se ha centrado en aquellas moléculas orgánicas que tienen la particularidad de absorber luz y re-emitir una parte en forma de fluorescencia. De esta forma, han descubierto que persisten entre 400 y 600 años en el océano profundo, por debajo de los 200 metros de profundidad, donde no penetra la luz solar.

«Este tiempo de vida es superior al tiempo que tarda en renovarse el océano profundo, unos 350 años, lo que significa que las moléculas fluorescentes, que representan entre el 1% y el 15% de la materia orgánica, tienen potencial para secuestrar carbono antropogénico en las profundidades y, por tanto, contribuir a mitigar el efecto invernadero debido a la quema de combustible fósiles», como explica Teresa S. Catalá.

800 muestras y 2,5 millones de datos

La circunnavegación realizada por el buque Hespérides en el marco de la expedición Malaspina supuso una oportunidad única para obtener muestras de los tres grandes océanos, el Atlántico, el Índico y el Pacífico. De hecho, «hemos realizado un censo de las moléculas fluorescentes presentes en las masas de agua principales de todos los océanos, incluidos las polares Aunque la expedición no navegó por mares polares, las corrientes oceánicas llevan cientos de años transportando aguas polares hacia las latitudes templadas, tropicales y ecuatoriales que cruzó la expedición» aclara Teresa S. Catalá.

Las 800 muestras recogidas fueron analizadas a bordo poco después de ser tomadas para que sus propiedades no se alterasen. Para ello, los investigadores emplearon un espectrofluorímetro, con el que registraron la emisión de fluorescencia de cada muestra de agua en respuesta a una luz con distintas longitudes de onda. Este instrumento estuvo trabajando unas 270 horas y proporcionó 2,5 millones de datos. «Nunca hasta la fecha se había hecho un esfuerzo tal ni se habían recopilado tantos datos para conocer la fluorescencia del océano profundo», destacan Isabel Reche (Universidad de Granada) y Xosé Antón Álvarez Salgado (CSIC), directores de la tesis doctoral de Teresa S. Catalá.

Los científicos esperan con su trabajo seguir avanzando en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo que podría llegar a emplearse en un futuro para producir mayor cantidad de materia orgánica disuelta persistente y contribuir así a mitigar los efectos del calentamiento global.

«Se trata de una iniciativa controvertida, tanto en lo que respecta a la forma de implementarla a escala global como a su eficacia y posibles efectos secundarios. En este contexto, nuestro trabajo contribuye a aportar un poco de luz científica a la controversia. Queda aún un largo camino por recorrer para conocer la composición y tiempo de vida del resto de esta materia orgánica tan persistente», agregan los directores de la tesis.

La expedición Malaspina es un proyecto Consolider-Ingenio 2010 gestionado por el CSIC y financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, que cuenta con el respaldo del Campus de Excelencia Internacional del mar (CEI.Mar). Malaspina comprende cerca de 50 grupos de investigación, incluyendo 27 grupos de investigación españoles, del CSIC, el Instituto Español de Oceanografía, 16 universidades españolas, un museo, la fundación de investigación AZTI-Tecnalia, la Armada Española, y varias universidades españolas. La financiación total, en la que también han colaborado el CSIC, elIEO, la Fundación BBVA, AZTI-Tecnalia, varias universidades españolas (entre otras la Universidad de Cádiz) y organismos públicos de investigación, ronda los 6 millones de euros.

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Investigadores demuestran que moléculas fluorescentes persisten entre 400 y 600 años a más de 200 metros bajo mar

75463 Investigadores de la expedición ‘Malaspina’ integrados en el Campus de Excelencia Internacional del Mar (CEI.Mar) han desarrollado un estudio a través del cual se ha demostrado que las moléculas orgánicas fluorescentes persisten entre 400 y 600 años a más de 200 metros bajo el mar.

 

En una nota de prensa, la Universidad de Cádiz (UCA) destaca que entre los investigadores de la ‘Expedición Malaspina’ se encuentra la antigua alumna del máster de Oceanografía de la UCA y estudiante de doctorado de la Universidad de Granada Teresa Serrano Catalá.

Este «importante hallazgo» ha conseguido dar «un paso adelante» en el conocimiento de la materia orgánica disuelta en el océano profundo, una enorme «caja negra» formada por «gran cantidad de sustancias que persisten de cientos a miles de años».

Los resultados del trabajo, publicados en la prestigiosa revista ‘Nature Communications’, están basados en 800 muestras de todos los océanos recogidas durante la circunnavegación del buque Hespérides entre 2010 y 2011, y profundizan en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo con el que el océano almacena carbono procedente de la actividad humana.

Para comprender este descubrimiento «se debe tener en cuenta que el océano contiene una enorme cantidad de carbono en forma de materia orgánica disuelta». El volumen, unos 700 billones de kilogramos, es comparable a todo el dióxido de carbono acumulado en la atmósfera.

«BOMBA MICROBIANA DE CARBONO»

Así, casi toda la materia orgánica disuelta es producida por los microorganismos unicelulares que habitan los océanos y, mayoritariamente, persiste en el agua sin alterarse entre décadas y miles de años. La generación de estas sustancias se conoce como «bomba microbiana de carbono».

Este trabajo, que forma parte de la tesis doctoral de la investigadora Teresa Serrano Catalá, se ha centrado en aquellas moléculas orgánicas que tienen la particularidad de absorber luz y volver a emitir una parte en forma de fluorescencia.

De esta forma, los investigadores han descubierto que persisten entre 400 y 600 años en el océano profundo, por debajo de los 200 metros de profundidad, donde no penetra la luz solar.

«Este tiempo de vida es superior al tiempo que tarda en renovarse el océano profundo, unos 350 años, lo que significa que las moléculas fluorescentes, que representan entre el uno y el quince por ciento de la materia orgánica, tienen potencial para secuestrar carbono antropogénico en las profundidades y, por tanto, contribuir a mitigar el efecto invernadero debido a la quema de combustible fósiles», explica Serrano Catalá.

800 MUESTRAS Y 2,5 MILLONES DE DATOS

La circunnavegación realizada por el buque Hespérides en el marco de la expedición ‘Malaspina’ supuso «una oportunidad única» para obtener muestras de los tres grandes océanos: el Atlántico, el Índico y el Pacífico.

De hecho, «se ha realizado un censo de las moléculas fluorescentes presentes en las masas de agua principales de todos los océanos, incluidos las polares», señala Serrano Catalá.

Al hilo, matiza que «aunque la expedición no navegó por mares polares, las corrientes oceánicas llevan cientos de años transportando aguas polares hacia las latitudes templadas, tropicales y ecuatoriales que cruzó la expedición».

Las 800 muestras recogidas fueron analizadas a bordo poco después de ser tomadas para que sus propiedades no se alterasen. Para ello, los investigadores emplearon un espectrofluorímetro con el que registraron la emisión de fluorescencia de cada muestra de agua en respuesta a una luz con distintas longitudes de onda.

Este instrumento estuvo trabajando unas 270 horas y proporcionó 2,5 millones de datos. «Nunca hasta la fecha se había hecho un esfuerzo tal ni se habían recopilado tantos datos para conocer la fluorescencia del océano profundo», destacan Isabel Reche, de la Universidad de Granada, y Xosé Antón Álvarez Salgado (CSIC), directores de la tesis doctoral de Serrano Catalá.

CALENTAMIENTO GLOBAL

Los científicos esperan con su trabajo seguir avanzando en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo que «podría llegar a emplearse en un futuro para producir mayor cantidad de materia orgánica disuelta persistente y contribuir así a mitigar los efectos del calentamiento global».

«Se trata de una iniciativa controvertida, tanto en lo que respecta a la forma de implementarla a escala global como a su eficacia y posibles efectos secundarios», indican los directores de la tesis.

En este sentido, sostienen que el referido trabajo «contribuye a aportar un poco de luz científica a la controversia», si bien reconocen que «queda aún un largo camino por recorrer para conocer la composición y tiempo de vida del resto de esta materia orgánica tan persistente».

La expedición ‘Malaspina’ es un proyecto ‘Consolider-Ingenio 2010’ gestionado por el CSIC y financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, que cuenta con el respaldo del Campus de Excelencia Internacional del mar (CEI.Mar).

‘Malaspina’ comprende cerca de 50 grupos de investigación, incluyendo 27 grupos de investigación españoles, del CSIC, el Instituto Español de Oceanografía, 16 universidades españolas, un museo, la fundación de investigación AZTI-Tecnalia, la Armada Española, y varias universidades españolas.

La financiación total, en la que también han colaborado el CSIC, elIEO, la Fundación BBVA, AZTI-Tecnalia, varias universidades españolas (entre otras, la UCA) y organismos públicos de investigación, ronda los seis millones de euros.

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Demuestran que las moléculas fluorescentes persisten más tiempo a mayor profundidad

75463 Investigadores de la Expedición Malaspina, entre los que se encuentra Teresa Serrano Catalá, antigua alumna del máster de Oceanografía de la Universidad de Cádiz y estudiante de doctorado de la Universidad de Granada, han desarrollado un estudio a través del cual se ha demostrado que las moléculas orgánicas fluorescentes persisten entre 400 y 600 años a más de 200 metros bajo el mar. Este importante hallazgo ha conseguido da un paso adelante en el conocimiento de la materia orgánica disuelta en el océano profundo, una enorme «caja negra» formada por gran cantidad de sustancias que persisten de cientos a miles de años.

 

Los resultados del trabajo, publicados en la prestigiosa revista Nature Communications, están basados en 800 muestras de todos los océanos recogidas durante la circunnavegación del buque Hespérides, entre 2010 y 2011, y profundizan en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo con el que el océano almacena carbono procedente de la actividad humana.

Para comprender este descubrimiento se debe tener en cuenta que el océano contiene una enorme cantidad de carbono en forma de materia orgánica disuelta. El volumen, unos 700 billones de kilogramos, es comparable a todo el dióxido de carbono acumulado en la atmósfera. Así, casi toda la materia orgánica disuelta es producida por los microorganismos unicelulares que habitan los océanos y, mayoritariamente, persiste en el agua sin alterarse entre décadas y miles de años. La generación de estas sustancias se conoce como «bomba microbiana de carbono».

Este trabajo, que forma parte de la tesis doctoral de la investigadora Teresa Serrano Catalá, se ha centrado en aquellas moléculas orgánicas que tienen la particularidad de absorber luz y re-emitir una parte en forma de fluorescencia. De esta forma, han descubierto que persisten entre 400 y 600 años en el océano profundo, por debajo de los 200 metros de profundidad, donde no penetra la luz solar.

«Este tiempo de vida es superior al tiempo que tarda en renovarse el océano profundo, unos 350 años, lo que significa que las moléculas fluorescentes, que representan entre el 1% y el 15% de la materia orgánica, tienen potencial para secuestrar carbono antropogénico en las profundidades y, por tanto, contribuir a mitigar el efecto invernadero debido a la quema de combustible fósiles», como explica Teresa S. Catalá.

800 muestras y 2,5 millones de datos

La circunnavegación realizada por el buque Hespérides en el marco de la expedición Malaspina supuso una oportunidad única para obtener muestras de los tres grandes océanos, el Atlántico, el Índico y el Pacífico. De hecho, «hemos realizado un censo de las moléculas fluorescentes presentes en las masas de agua principales de todos los océanos, incluidos las polares Aunque la expedición no navegó por mares polares, las corrientes oceánicas llevan cientos de años transportando aguas polares hacia las latitudes templadas, tropicales y ecuatoriales que cruzó la expedición» aclara Teresa S. Catalá.

Las 800 muestras recogidas fueron analizadas a bordo poco después de ser tomadas para que sus propiedades no se alterasen. Para ello, los investigadores emplearon un espectrofluorímetro, con el que registraron la emisión de fluorescencia de cada muestra de agua en respuesta a una luz con distintas longitudes de onda. Este instrumento estuvo trabajando unas 270 horas y proporcionó 2,5 millones de datos. «Nunca hasta la fecha se había hecho un esfuerzo tal ni se habían recopilado tantos datos para conocer la fluorescencia del océano profundo», destacan Isabel Reche (Universidad de Granada) y Xosé Antón Álvarez Salgado (CSIC), directores de la tesis doctoral de Teresa S. Catalá.

Los científicos esperan con su trabajo seguir avanzando en el conocimiento de la «bomba microbiana de carbono», un mecanismo que podría llegar a emplearse en un futuro para producir mayor cantidad de materia orgánica disuelta persistente y contribuir así a mitigar los efectos del calentamiento global.

«Se trata de una iniciativa controvertida, tanto en lo que respecta a la forma de implementarla a escala global como a su eficacia y posibles efectos secundarios. En este contexto, nuestro trabajo contribuye a aportar un poco de luz científica a la controversia. Queda aún un largo camino por recorrer para conocer la composición y tiempo de vida del resto de esta materia orgánica tan persistente», agregan los directores de la tesis.

La expedición Malaspina es un proyecto Consolider-Ingenio 2010 gestionado por el CSIC y financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, que cuenta con el respaldo del Campus de Excelencia Internacional del mar (CEI.Mar). Malaspina comprende cerca de 50 grupos de investigación, incluyendo 27 grupos de investigación españoles, del CSIC, el Instituto Español de Oceanografía, 16 universidades españolas, un museo, la fundación de investigación AZTI-Tecnalia, la Armada Española, y varias universidades españolas. La financiación total, en la que también han colaborado el CSIC, elIEO, la Fundación BBVA, AZTI-Tecnalia, varias universidades españolas (entre otras la Universidad de Cádiz) y organismos públicos de investigación, ronda los 6 millones de euros.

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