Dos cuestiones son claras en el tema de los ranking o evaluación de las universidades, que buscan juzgar la calidad de la educación superior: una, que son necesarias y que cada vez más crecen en el ámbito internacional, y dos, en El Salvador es una tarea aún por hacer, lo que nos pone en desventaja a nivel nacional e internacional.
Lo que existe en El Salvador es un catálogo de información básica sobre los centros de educación superior, que publica el ministerio de Educación cada dos años. En esta publicación, que se edita desde hace una década, se consignan datos proporcionados por las mismas universidades, a saber: el número de alumnos clasificados por carrera y por sexo; el de profesores, libros, laboratorios, computadoras, en fin, información elemental, básica.
Otra cosa que hallamos en El Salvador es alguna que otra encuesta que recoge la percepción que tiene la gente sobre las universidades del país.
Ambas herramientas no son ni se asemejan a los verdaderos rankings de las universidades para medir la calidad de éstas. De aquí surgen las interrogantes: ¿Es necesario hacerlos? ¿Para qué sirven? ¿Se podrían hacer en nuestro país?
En España, por ejemplo, recientemente la Universidad de Granada acaba de llevar a cabo una evaluación de gran relevancia, cuyos resultados han sido publicados por el periódico de tirada nacional, El Mundo, que clasifica de manera jerárquica, y mediante la aplicación de varios criterios, a las mejores universidades españolas.
El proceso no es fácil no sólo porque se requiere de eficiencia institucional al hacer comparaciones — porque en esto consiste un ranking– , ya que se puede dañar a una institución que trata de hacer las cosas bien.
Sin embargo, tratando de alcanzar la excelencia académica, los ranking permiten ver –según el criterio que se aplique–, que unas universidades podrán ser muy buenas en investigación, otras en creación de teoría matemática o científica, otras en formar a sus alumnos en la excelencia de las finanzas, u otras en desarrollo tecnológico.
Aunque las universidades, en su origen primario tienen que ver con la universalidad del conocimiento, en la actualidad la especialidad marca su desarrollo.
En este sentido, más que hacer una simple comparación de las universidades, lo que buscan las clasificaciones que evalúan la calidad es reconocer la especialidad de uno u otro centro educativo. Es obvio que una universidad de mejor calidad tendrá más de una especialidad.
Por otro lado, y esto es clave, las clasificaciones de este tipo deben de ser no sólo técnicamente rigurosas, sino también estar hechas por instituciones de probado prestigio que no se pueden «dar el lujo» de favorecer a uno u otro. Para lograr altos niveles de calidad en la elaboración de los ranking, existen, como es el caso de Europa, los llamados Principios de Berlín para Rankings de Instituciones de Educación Superior.
Ellos regulan los objetivos de los rankings; el diseño e importancia de los indicadores; la recolección y procesamiento de los datos y presentación de los resultados, que son algunos de los componentes que se clasifican con exactitud y severidad, lo que garantiza la idoneidad del trabajo.
La institucionalidad es esencial, fundamental, ya que permite visualizar a mediano y largo plazo la educación que queremos, en particular la superior.
¡Cuán lejos estamos de poder entrar a esta dinámica! Esto es una lástima, porque los recursos humanos están, incluso se podrían obtener los recursos financieros, pero la visión de nuestras autoridades no pasa de la esquina. ¡Qué lástima y qué pena!
