Vargas Llosa alerta sobre la vulgarización de la cultura
Demoledor: «Puedo parecer pesimista, pero mi impresión es que, con una irresponsabilidad tan grande como nuestra irreprimible vocación por el juego y la diversión, hemos hecho de la cultura uno de esos vistosos pero frágiles castillos construidos sobre la arena que se deshacen al primer golpe de viento». Así concluyó Mario Vargas Llosa su discurso tras ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada. Es el número 36 de su carrera, en este caso a propuesta del Departamento de Medicina de la UGR. Con este bagaje, el escritor peruano diseccionó con voz firme la «corrección política» que ha convencido a la sociedad de que «es arrogante, dogmático, colonialista y hasta racista hablar de culturas superiores e inferiores». «Una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración (…) y otra muy distinta creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen».
No se equivocó. A muchos les puede parecer pedante decir que han desaparecido las barreras que mantenían separados «a los seres cultos de los incultos». Después contextualizó históricamente ambas tipologías: «En todas las épocas, hasta la nuestra, en una sociedad había personas cultas e incultas, y entre ambos extremos, personas más o menos cultas o menos incultas, y esta clasificación resultaba bastante clara para el mundo entero porque para todos regía un mismo sistema de valores, criterios culturales y maneras de pensar, juzgar y comportarse». Del pasado al presente, puya incluida a los sociólogos que «han incorporado a la idea de cultura, como parte integral de ella, a la incultura, disfrazada con el nombre de cultura popular».
Con toda la solemnidad del Hospital Real y con el Gaudeamus igitur aún reciente en los oídos, Vargas Llosa pasó a hablar de las élites: «Queríamos acabar con ellas, nos repugnaban moralmente por el retintín privilegiado, despectivo y discriminatorio con que su solo nombre resonaba ante nuestros ideales igualitaristas y, a lo largo del tiempo, desde distintas trincheras, fuimos impregnando y deshaciendo ese cuerpo exclusivo de pedantes que se creían superiores y se jactaban de monopolizar el saber, los valores morales, la elegancia espiritual y el buen gusto. Pero lo que hemos conseguido es una victoria pírrica, un remedio que resultó peor que la enfermedad: vivir en la confusión de un mundo en el que, paradógicamente, como ya no hay manera de saber qué cosa es la cultura, todo lo es y ya nada es». El resultado de esta situación es que «no hay modo alguno de discernir con un mínimo de objetividad qué es bello en el arte y qué no lo es», añadió el escritor para apostar por una élite conformada por «el esfuerzo y el talento, con autoridad moral para establecer de manera flexible y renovable, un orden de prelación e importancia de valores en las artes y en las ciencias».
El escritor peruano y nacionalizado español dirigió a continuación su bisturí hacia los avances tecnológicos, hacia el progreso. «Pero no es obra de mujeres y hombres cultos, sino de especialistas, y entre la cultura y la especialización hay tanta distancia como entre el hombre de Cro-Magnon y los sibaritas neurasténicos de Marcel Proust».
Ante su compañero de Honoris Causa, el científico Crispian Scully, Vargas Llosa continuó con su disertación: «Las ciencias progresan como las técnicas, aniquilando lo viejo, anticuado y obsoleto, para ellas el pasado es un cementerio, un mundo de cosas muertas y superadas por los nuevos descubrimientos e invenciones». Por contra, «las letras y las artes se renuevan pero no progresan, ellas no aniquilan su pasado, construyen sobre él, se alimentan de él y a la vez lo alimentan, de modo que a pesar de ser tan distintos y tan distantes un Velázquez está tan vivo como Picasso y Cervantes sigue siendo tan actual como Borges o Faulkner».
Por otra parte, la UGR también otorgó el Honoris Causa a Crispian Scully, una figura «esencial e imprescindible en el panorama investigador y docente de la odontología mundial». Scully, Comandante de la Orden del Imperio Británico, «comparte este honor por ejemplo, con Agata Christie, Margaret Thatcher, Julie Andrews, Michael Caine, Elton John, Paul McCartney, Bill Gates o David Beckham».
Otro birrete amarillo para una ceremonia que pasó de la salud oral a la enfermedad de la cultura en menos de dos horas.
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