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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.»
Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.»
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte «la apostura de un césar», según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa. Por Alfredo Valenzuela
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La UGR pone en marcha el proyecto «Inmersia»
La UGR pone en marcha el proyecto «Inmersia»
Se trata de un proyecto de innovación docente en el que analizan las diferentes estructuras organizativas que formarán parte de los distintos escenarios de inserción laboral del participante en el proyecto. De este modo, se programan visitas a empresas de los sectores de producción y servicios y se asiste a reuniones de autoempleo como la Feria del Emprendedor y la Feria de la Franquicia.
La UGR pone en marcha el Proyecto Inmersia con el objetivo de acercar a los participantes al más amplio abanico de posibilidades de inserción laboral al que tendrán oportunidad una vez finalizados sus estudios universitarios.
Los participantes en este proyecto realizarán visitas a empresas de los sectores de producción y servicios, y asistirán a reuniones de autoempleo como la Feria del Emprendedor y la Feria de la Franquicia, abarcando de este modo distintas opciones de trabajo tanto por cuenta ajena como propia. Además, todas estas actividades serán reforzadas por seminarios de comunicación y oratoria que completarán la instrucción del alumnado en aspectos esenciales como la formación competencial y curricular adecuada a las expectativas de inserción laboral que posea dicho alumno.
Un refuerzo curricular
Estos talleres son, por tanto, un refuerzo curricular esencial llegado el punto en que el participante deba presentar y defender proyectos si dirige sus esfuerzos al autoempleo, o realizar futuras entrevistas de trabajo si opta por la contratación por cuenta ajena.
Inmersia es un proyecto de innovación docente cuyo responsable, el profesor Óscar Fernando Bustinza, del departamento de Organización de Empresas de la UGR, señala que «las visitas a las empresas y exposiciones permitirán a los participantes determinar el organigrama de las diferentes organizaciones y la carga competencial de los distintos puestos de trabajo».
En palabras de las profesoras Vanesa Barrales y Mª Nieves Peréz, copartícipes de este proyecto, «esta asignación de competencias será un paso importante para que el alumno sea capaz de establecer una carga curricular y competencial adecuada a los diferentes perfiles profesionales identificados en las visitas y reforzados en los talleres y seminarios». Finalmente completa el cuadro de profesores Manuel Ríos de Haro, cuya experiencia profesional avala el contenido y abanico de visitas y talleres de este proyecto.
El proyecto de innovación docente Inmersia comienza su andadura durante esta primera semana de marzo, –puede consultarse el calendario de actividades en el enlace: http://inmersia.blogspot.com/, donde además se cita el profesor de contacto y se explica cómo participar en el mismo. El proyecto va dirigido a alumnos de diferentes licenciaturas de la citada Facultad, y pretende convertirse en un método de acercamiento útil a la realidad empresarial y a la determinación de las competencias que el alumno debe identificar de cara a una inserción laboral más efectiva. Los promotores de Inmersia «esperan que el proyecto sea tan constructivo como motivador para los organizadores está resultando el proceso de puesta en marcha del mismo».
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Biógrafa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
Biógrafa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.»
Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.»
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte «la apostura de un césar», según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa.
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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.»
Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.»
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.»
Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.»
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte «la apostura de un césar», según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa. Por Alfredo Valenzuela
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Biógrafa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
Biógrafa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evocado las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de ´Luces de bohemia´, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«´Santa Juana´, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.» Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería, y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío».
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte «la apostura de un césar», según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa.
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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula «Alejandro Sawa. Luces de bohemia» porque, según asegura en una entrevista con Efe, «en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura».
«\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor».
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
«Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra», según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al «poeta ciego».
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, «y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.»
Según Correa, Sawa fue insobornable y «señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel».
No en vano su firma apareció en la señera revista «Germinal», de clara orientación socialista republicana, y en la progresista «Don Quijote», entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir «ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.»
Correa añade que «el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid».
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico «La Nación» de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte «la apostura de un césar», según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa. Por Alfredo Valenzuela
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La biógrafa de Alejandro Sawa evoca la miseria en que murió el escritor sevillano hace cien años
La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula \’Alejandro Sawa. Luces de bohemia\’ porque, según asegura en una entrevista con Efe, \’en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura\’.
\’\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor\’.
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
\’Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra\’, según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al \’poeta ciego\’.
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, \’y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.\’
Según Correa, Sawa fue insobornable y \’señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel\’.
No en vano su firma apareció en la señera revista \’Germinal\’, de clara orientación socialista republicana, y en la progresista \’Don Quijote\’, entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir \’ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.\’
Correa añade que \’el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid\’.
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico \’La Nación\’ de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte \’la apostura de un césar\’, según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa. Por Alfredo Valenzuela
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La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evoca las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, mañana hará cien años.
Su biografía se titula \’Alejandro Sawa. Luces de bohemia\’ porque, según asegura en una entrevista con Efe, \’en su muerte está la génesis de \’Luces de bohemia\’, el esperpento que Valle-Inclán escribió en 1920 impresionado por las dramáticas circunstancias de su triste final, a causa de una encefalitis acompañada de hambre, insomnio y locura\’.
\’\’Santa Juana\’, como llamaron a su abnegada esposa desde el propio Sawa hasta sus amigos más cercanos, cortó -recuerda Correa- un mechón del cabello de su difunto esposo, que todavía hoy se conserva en el legado del escritor\’.
La noticia llegó a tiempo a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que se apresuraron a dedicarle, ese mismo día, sentidas necrológicas, ya que, desde su regreso a Madrid y tras sus años dorados en París, su prestigio literario no había hecho sino acrecentarse.
\’Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra\’, según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al \’poeta ciego\’.
Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, \’y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano, ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos.\’
Según Correa, Sawa fue insobornable y \’señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel\’.
No en vano su firma apareció en la señera revista \’Germinal\’, de clara orientación socialista republicana, y en la progresista \’Don Quijote\’, entre otras que lucharon por la renovación del país.
Sawa, explica Correa, pese a sufrir \’ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío.\’
Correa añade que \’el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid\’.
La controversia entre ambos autores se debió al encargo del nicaragüense a Sawa de una serie de ocho artículos, que se publicarían con el nombre de Rubén en el periódico \’La Nación\’ de Buenos Aires, y por los que, según Sawa, nunca le fueron abonadas las cantidades acordadas.
Este episodio no hizo sino acentuar aún más el calvario de un hombre que, a pesar de las dificultades, mantuvo casi hasta su muerte \’la apostura de un césar\’, según dejó escrito el también sevillano Rafael Cansinos Assens, que lo conoció en su última morada, envuelto en una sábana, al haber tenido que empeñar toda su ropa. Por Alfredo Valenzuela
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