– Versos en lugar propicio para amar
Marzal, Gallego y García Montero homenajean a Ángel González en la Fira
Inventario de lugares propicios para el amor es un poema sobre los espacios del goce furtivo, sobre esos sitios, como los Viveros, a los que había que ir antes con tu chica para manosearse, como dice Vicente Gallego, lector ayer de esos versos de Ángel González en el homenaje que la Fira del Llibre de València tributó al poeta fallecido el pasado enero, sombra tutelar de las voces de la Generación del 50, en definición de Carlos Marzal.
Los Viveros fueron el escenario de uno de los más multitudinarios y emotivos homenajes que ha recibido González desde su desaparición. Multitudinario porque, contra todo pronóstico, más de 150 personas se apretaban en una de las carpas de actividades de la Fira para asistir a una lectura poética, algo insólito para el número de libros de poesía que se venden en España. Emotivo porque las tres voces que cantaron a su maestro eran, además, buenos amigos de González y deudores de su obra y de su visión del mundo.
Luis García Montero conoció a Ángel González a principios de los años ochenta, mientras preparaba un seminario sobre la Generación del 50 para la Universidad de Granada. Aquel día, Ángel y Luis se vieron atrapados por una manifestación de extrema derecha y hubieron de permanecer cuatro horas en casa del primero, hasta que acabó la concentración. Y eso forjó una gran amistad, recuerda el poeta granadino. García Montero, que reconoce una gran influencia de González en su obra, apeló en su lectura a la línea de poesía civil, la que viene de Antonio Machado, con un poema, Camposanto en Collioure, que recuerda el legado machadiano en el estilo de González.
En aquel encuentro que organizó Luis García Montero en Granada en 1985, Carlos Marzal conoció a Ángel González, por la mediación de Francisco Brines. Desde entonces, la obra de González ha influenciado en Marzal como una manera de entender la poesía, una forma de poemar a la medida del hombre, llena de transparencia y exigencia. Quizás por ello, el poeta valenciano se aferró a la vertiente más lírica de su maestro, la de Canción de invierno y de verano o Alba en Cazorla, versos que hablan de la percepción de la naturaleza y de su diferencia según la mirada de quien la contempla.
Vicente Gallego no coincidió con Ángel González muchas veces. Pero era su amigo. Era de esas personas que basta con verla dos o tres veces para quererla, confiesa. Y es que González, en su opinión, era de esos seres que lo hacían todo fácil y cómodo. Gallego conoció la obra de su maestro, el primero de la Generación del 50 que leí, a comienzos de los ochenta y le deslumbró. Supo entonces que la poesía podía estar muy cerca de las cosas de la calle y le abrió una puerta para hacer otro tipo de poesía. Y, aunque reconoce ser, de los tres, el menos influenciado por la obra de Ángel, optó por la vena más vital y cotidiana de González en su homenaje. La que trasluce de poemas como Jardín público con piernas particulares o el ya citado Inventario de lugares propicios al amor, los versos idóneos para un espacio al que había que recurrir en los tiempos en los que no había coches y los padres no dejaban sus casas para hacer el amor.
Faltó Felipe Benítez Reyes, aquejado de un súbito problema físico, para completar el cuarteto de voces jóvenes -todos rondan la cuarentena de años-, pero notables, que debía cantar el legado más hermoso que deja Ángel González después de irse para siempre: el de sus versos.
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