– Mi Residencia de Estudiantes
EL año 1950-51 -año académico- que estuve de residente en la entonces Residencia del C.S.I.C. es una mezcla de recuerdos a caballo entre casa, hotel y restaurante que me obliga a dedicarle un artículo exclusivo a este año de aventura y como de sueño realizado.
Ya no era la legendaria Residencia de Lorca, Dalí, Buñuel, Pepín Bello y tantos otros, de la que conservo en mi biblioteca el testimonio directo de la colección de la revista Residencia a partir de 1926. No recuerdo que exista un libro, necesario por otra parte, de la Residencia y de la revista que lleva su nombre. No puedo comprobarlo pues no conservo ese estudio.
Tengo que pasar, por lo tanto, de largo desde aquella primera residencia El 14, porque tenía el número 14 el hotelito de la calle Fortuny, junto a Rafael Calvo que se transformó en Residencia de Señoritas cuando el núcleo inicial se trasladó a los altos del Hipódromo, la colina de los Chopos, como la bautizó Juan Ramón Jiménez, Pinar 21 como yo la conocí y número 23 que es el que hoy tiene. La Residencia fue desde 1926 el pulmón cultural de España: es increíble los nombres que se han clavado en la historia universal de la Cultura y de la Ciencia que pasaron por la Residencia. En 1933 recoge la crónica puntual de aquel crucero por el Mediterráneo, viaje crucial para la cultura española del siglo XX.
Se muere uno de envidia de no haber podido participar en aquellas aventuras ni haber estado joven en aquella mítica Facultad de Letras de Madrid de don Manuel García Morente que luego, en 1936, comenzó a publicar su traducción -versión, declara él- de los diez monumentales volúmenes de la Historia Universal de Walter Goetz, la obra que me regaló mi padre cuando aprobé el examen de reválida, al final de mi Bachillerato. La otra joya que hoy sigo teniendo en mi biblioteca.
De aquella época de la Residencia alcancé a conocer en ella, y compartir con él mesa en el comedor, al arquitecto don Pablo Gutiérrez, que dirigía aquellas misiones pedagógicas que llevaron a muchos alumnos a conocer la arquitectura de Madrid y sus alrededores, en un sentido extenso de la palabra.
De la segunda época de la Residencia que he comenzado evocando recuerdo el mismo piano de Lorca, tocado en 1950 por Saumells, uno de los personajes más entrañables de la nueva Residencia del CSIC, dirigida por monseñor Albareda de quien era secretario Juan Sánchez Montes, al que conocí entonces, antes de su venida a nuestra Facultad de Letras en Granada. A quien inexplicablemente no conocí antes, fue a Nicolás Ramiro Rizo pese a que siempre había vivido en Granada en la calle de Santa Ana, a pocos metros de mi casa de la niñez; fue mi mejor amigo y mi compañero inseparable en las comidas. Desconocimiento inexplicable no solo por la vecindad sino porque había sido compañero de estudios de Derecho de Manolo Sola y de Manuel de la Higuera, y muy amigo después de Arboleya. Por lo tanto no había residente con el que tuviese tantos temas comunes de conversación que cambiábamos de tercio cuando se sentaba con nosotros alguien más, generalmente José Luis Varela, con quien los dos teníamos gran sintonía. Como Varela conocía el alemán, esa circunstancia incorporó a nuestro grupo a H. Juretschke, gran especialista en Alberto Lista en cuyo libro trabajaba entonces. Teníamos, además, la posibilidad de pasar en unos metros por el jardín a la Biblioteca del Consejo en la calle de Alcalá, que tenía unos fondos fabulosos. Por la Residencia solía venir, e incluso pasar algunos días, Rafael Calvo Serer, al que conocí entonces y que estaba metido en un puzzle político que no entendí nunca.
En alguna ocasión invité a Lile, aunque entonces éramos lo que podríamos llamar «novios en reconciliación», por alguna infidelidad mía de la que me arrepentí, desde el día siguiente de tenerla. Nicolás y José Luis estuvieron muy afectuosos con ella. La amistad con Varela -que también tuvo su prueba- se acentuó porque los dos éramos muy amigos de José Luis Vázquez Dodero, que nos había abierto las puertas del ABC de la calle de Serrano.
Cuando la crisis política de Ruiz Jiménez -la primera apertura del Régimen-, mi padre, que no sabía que le iba a llamar Joaquín -yo entonces era más amigo de él que mi padre y me había nombrado en Granada representante de Pax Romana-, vino a comer conmigo a la Residencia porque era una noticia que desde hacía años se venía anunciando en torno al 18 de julio, pero que ahora -1950- se había convertido en realidad. Se sentaron con nosotros en la mesa Nicolás Ramiro, Arboleya -que estaba esos días en la Residencia- y Juan Sánchez Huertas. Por la tarde él y yo fuimos a casa de Ibáñez Martín que era muy amigo de mi padre y que tanto favoreció a la Universidad de Granada por su amistad también con don Antonio Marín. Por la noche Nicolás me preguntó que «qué tal había estado el velatorio».
En la residencia conocí a José María Jover, que siempre se incorporaba a nuestro grupo y a Vicente Palacio Atard que alguna vez vino a comer con nosotros o a dar una charla; y sobre todo al valenciano Luis Guarner que siempre estaba hablando de Pedro Caba y coincidí -lo he sabido mucho después- con Miguel Ballester, que sería catedrático de Física (Meteorología) y que acabaría siendo consuegro mío y que no conecté con él pese a la amistad que teníamos los dos con Arbeloa, también catedrático de Física.
En recuerdo de aquella época, recientemente he donado a la Residencia, a través de su director, José García Velasco, una colección de cartas de Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Rafael Alberti y Jorge Guillén, a mi padre y a mí, que se han incorporado al importante legado que allí se conserva en relación con esta «edad de plata» de nuestra literatura, según la denominación de Mainer que ha prosperado después de haber yo propuesto la de «segundo siglo de oro -98 y 27- de la literatura española».
El año 1950-51 -yo podía alternar la Residencia con la tertulia del Café Gijón- ya tenía amistad con García Nieto, con Cela y con Buero-, y con la Biblioteca Nacional de mi paisano José López de Toro: menuda suerte para quien no era más que adjunto de la Facultad de Letras con una acumulada.
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