OPINIÓN
TRIBUNA
El recto uso y administración del caos
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
Imprimir Enviar
LA física del caos no es la física del desorden, algo así como un atasco cósmico en un eterno fin de semana. Más bien es todo lo contrario. Un orden que maneja grandes números, que escapa de nuestra pequeña capacidad. El universo cuando es caótico es más inteligente que cuando parece simple y regular. Nuestra minúscula inteligencia trata de captar algo de la fórmula viva del universo que palpita desde millones de años y sólo consigue algunas migajas.
Hay otro caos que no tiene apenas que ver con ese orden del universo al que llamamos caos cuando no lo entendemos. Es el caos que partiendo de la ausencia de limitaciones (denominada libertad) se autosatisface proclamando que basta ser libres para ser verdaderos.
Nos han enseñado que todos somos iguales sin embargo en el mundo de la naturaleza todo es diferente, incluyéndonos a nosotros mismos. A continuación se añade: Sí, lo natural es lo desigual, e injusto, el progreso humano debe consistir precisamente en igualar lo desigual, es decir, en conseguir la justicia universal. En consecuencia, todos somos iguales pero nos palpamos diferentes cada día al despertar, lo que pone de mal cuerpo. Parece que vivimos en la injusticia más evidente y debemos rebelarnos contra esa desigualdad natural que hace al fuerte, señor y al débil siervo. La luz del progreso es la luz de la inteligencia y la naturaleza pura, es pura oscuridad donde la haya.
Esta teoría halaga a la inmensa mayoría porque la inmensa mayoría es débil y la debilidad lleva consigo la necesidad de consuelo y satisfacciones.
La mayoría prefiere que sea la historia universal, la que cumpla nuestros deberes, que son cosa suya. Si debo ser igual y nazco diferente, si debo ser igual y me muevo en la desigualdad manifiesta, «todos me lo deben todo, yo no debo nada», fórmula del nuevo Leviathán débil, del Leviatán del último medio siglo.
¿Cómo usar rectamente de este caos y administrarlo con prudencia?
Esa igualdad universal como punto de partida, implica automáticamente el desorden universal que no el caos de la física cuántica. La rebelión presente de las masas más débiles cada día, es una rebelión insólita en la historia. Las revoluciones siempre han hecho ruido, han caído cabezas y todo suele acabar en que unos se sienten donde estaban las posaderas de aquellos otros, cuyas cabezas recogieron en un cesto.
La revolución presente es tranquila, es una rebelión en donde la carga de la prueba la tiene el universo mundo y todos los demás hombres menos yo mismo. Sentados ante la televisión, comiendo pipas o devorando asfalto, tomando cubatas o criticando al clero, posando en la playa, desnudos e iguales como las arenas mismas. Ésa es la revolución que nadie había hecho hasta ahora. En donde todos son iguales e igualmente irrelevantes.
No se trata de moralizar sino de hacer una cierta física social de lo que nos pasa. La igualdad universal supone la indiferencia, la indeterminación el vacío, la desvitalización profunda, la esterilidad. No es una depresión ni siquiera la muerte misma. Es algo bastante peor que la muerte.
La naturaleza me da diferencias algunas penosas: enfermedades, minusvalías, miseria, incapacidades, enemigos, marginaciones. Todo lo que existe es algo que se me enfrenta algo que me desnivela. La reacción lógica del animal herido es lanzarse, de inmediato, frente a las leyes universales del cosmos y de lo que sea.
¿Por qué yo padezco y ese no? ¿Por qué él es hábil y yo no? ¿Por qué me despojan? ¿Por qué se equivoca el médico? ¿Por qué me juzga el juez? ¿Por qué me dan leyes? ¿Por que no me lo dan todo, ahora mismo? ¿Por qué tardan? ¿Por qué no morir mejor que vivir? Puede uno seguir la secuencia el rato que quiera. Podíamos pensar de otra manera. En vez de de ser luminosos para ver el mal, en lo que no nos va a faltar tarea, ¿Por qué no ser luminosos en proponer el bien, en proyectarlo inteligentemente, en saber ganar voluntades para su consecución?
¿Vamos a conformarnos con la desigualdad? ¿Es buena la igualdad? ¿Es perversa la naturaleza? Quienes todavía nos dedicamos a la filosofía, nos hacemos estas preguntas, un día sí y el otro también, y la verdad que es más fácil manejar un móvil o comunicarse en tiempo real con Hong-Kong, que contestar a una sola de ellas. Esta limitación de nuestro entendimiento para saber lo más importante, lo que da sentido a todo lo demás, lo que permite vivir, debiera estimular nuestra modestia y reconocer que sabemos poco de casi todo. La modestia y la humildad, decía Spinoza, nos pone tristes y son vicios, mientras que la soberbia nos da fuerza. Así piensa el pagano, spinoziano sin Spinoza. La verdad es que por este camino estamos en el lugar que estamos.
Entendemos poco porque no usamos la cabeza sino los sentidos. No es solamente problema de caos cósmico, es problema de caos mental. La sensibilidad y el sentimiento nos hacen pasivos, débiles. El entendimiento es el único camino hacia la libertad. Sentir es padecer, entender es liberar.
La mayor parte viven convencidos de que no estamos tan mal y muchos, se muestran, francamente contentos. Hay unos pocos nostálgicos que como Catón, el debelador romano, defensor de la República, echan en falta tiempos pasados o que como Cicerón, cuenta lo mal que está la juventud (también era republicano). Una sociedad avanzada como la nuestra sabrá superar estas pequeñas dificultades.
Nos halagan, culpabilizan la autoridad, prefieren el cambio a lo que sea y consideran que la naturaleza es mala y la igualdad es la perfección más absoluta. Si ven un muerto dicen que está vivo y si ven un hombre dicen que animal, si ven una mujer, dicen que es hombre y si ven la sombra dicen que es el sol.
Sólo queda que venga un Estado (como es debido) y nos lo dé todo hecho y eduque a la población en el respeto a la autoridad y en la obediencia a las leyes. Nos ponga un chip en el cerebro que controle nuestros instintos naturales asociales y estemos siempre, monitorizados, bajo vigilancia, convencidos de ser libres, es decir, vencidos de nacimiento.
La igualdad, la igualdad, donde todos los gatos son pardos.
«Porque de un niño
es el reino». Heráclito
Descargar