historia. el reportaje de isidoro garcía
Espías en la Universidad
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GRANADA. La imagen que se tiene de un espía es la de un tipo con una vida trepidante, curtido en las artes de la lucha (y en otras más refinadas), cosmopolita y con grandes dosis de glamour. Un tópico sacado de las películas de James Bond. Pero la vida de un espía de verdad no es tan espectacular. De hecho, en la historia reciente hay casos de aburridos profesores universitarios que, ocasionalmente, han ejercido el oficio de espía. Intelectuales como Marcuse, Adorno y Horkheimer colaboraron con la Office of Strategic Services (OSS, precursora de la CIA) en la desnazificación de Alemania; Samuel Huntington (el padre del famoso choque de civilizaciones) colaboró con los servicios secretos americanos en Vietnam; y un grupo de científicos sociales participó en el proyecto Camelot, un estudio sobre contrainsurgencia en el Chile de finales de los años 60 financiado por el Pentágono.
Los ejemplos los pone el profesor de la Universidad de Granada (UGR) José Antonio González Alcantud en el último número de la revista Historia, Antropología y fuentes orales, dedicado a los espías. En su opinión, la relación entre las ciencias sociales y el espionaje es antigua. Los intelectuales se han puesto siempre, sobre todo en los momentos difíciles, al servicio de su patria, explica. Los servicios de espionaje franceses durante la Segunda Guerra Mundial los dirigía un antropólogo, Jacques Soustelle.
En esos momentos difíciles, principalmente las dos grandes guerras mundiales, los gobiernos apelaban al patriotismo para recabar apoyos entre los intelectuales. Éste es el caso de la denominada Escuela de Frankfurt, un grupo de pensadores marxistas, algunos de origen judío, que se refugió en los EEUU huyendo del nazismo. Tras comprobar la OSS su fidelidad a los EEUU, nombres tan relevantes como Marcuse o Adorno colaboraron con esta organización en la expansión de chistes y rumores antinazis, contribuyendo en la lucha ideológica librada tras la guerra.
Sin embargo, el consenso y la colaboración en nombre del patriotismo no duró mucho. Con la Guerra Fría y la Caza de Brujas orquestada por el senador McCarthy, estos pensadores marxistas se convierten en sospechosos. Esto le ocurrió no sólo a los comunistas, sino también a progresistas como la antropóloga Margaret Mead.
Sin embargo, esta persecución no tiene nada que ver con la que sufrieron sus colegas en la Unión Soviética, que fue especialmente dura, sostiene González Alcantud. El profesor de la UGR establece además una diferencia fundamental entre las dos potencias hegemónicas de la Guerra Fría: en los EEUU se puede acceder a documentos desclasificados de los servicios secretos, mantiene.
Mientras que determinados pensadores pasan a ser perseguidos tras la Segunda Guerra Mundial, otros se alinean con el poder y colaboran abiertamente con los servicios secretos. Algunos de los más célebres fueron el antropólogo Peter Murdock y el historiador Karl Wittffogel, cuyo caso resulta ejemplar: al igual que Elia Kazan en el cine, Wittffogel, famoso por su teoría marxista sobre el modo de producción asiático, sufrió una conversión desde el comunismo hasta colaborar con el poder. Pero entre todos destaca el caso de Samuel Huntington, conocido por su teoría sobre el choque de civilizaciones. Huntington empezó su carrera como investigador social en los años 60 en Tailandia. Su trabajo consistió en el diseño de un programa de urbanización forzosa en Vietnam para combatir la guerrilla del vietcong, que se formaba en el mundo agrario, comenta Alcantud. Después llegó a reconocer abiertamente su participación en este proyecto y defendió su utilidad.
Esto es posible porque, en opinión del antropólogo de la UGR, en los EEUU hay una comprensión hacia el oficio de espía, algo que no ocurre en los países europeos. Allí el espionaje no está catalogado como una inmoralidad. Incluso se ve como un valor añadido al trabajo. De hecho, numerosas plazas norteamericanas contienen monumentos que rinden homenaje a los espías que sirvieron al país.
En los Estados Unidos se da otro fenómeno que revela las buenas relaciones entre las ciencias sociales y el poder: la proliferación de fundaciones y laboratorios de pensamiento, donde los intelectuales generan datos que se utilizan en las estrategias democráticas de dominio. Según Alcantud las ciencias sociales recibieron gran cantidad de dinero como consecuencia de la Guerra Fría. La financiación procedía de los flecos de la carrera espacial y se distribuía a través de las fundaciones. Una de éstas es la Rank Corporation, vinculada al Pentágono. En España, los laboratorios de pensamiento son tan rudimentarios y con tan poca autonomía intelectual que resulta grosero comparalos con el mundo norteamericano, apostilla Alcantud.
La utilización de las ciencias sociales como instrumento del poder ha generado grandes escándalos. Uno de ellos fue el proyecto Camelot: dirigido por el Departamento de Estado norteamericano y desarrollado en Chile en la época inmediatamenete anterior a la llegada al poder de Salvador Allende, consitía en un estudio de prospectiva social que ensayaba técnicas de contrainsurgencia en un país latinoamericano. Cuando el estudio amenazó el cambio político en Chile se levantó un gran escándalo, no sólo en el país andino sino también en los EEUU, ya que cuestionó la independencia de la Universidad. Noam Chomsky ha dedicado un libro a este asunto.
El caso del antropólogo francés Napoleón Chagnon es el más reciente. Hizo su trabajo de campo en la selva de Venezuela con los yanomamo, un pueblo indígena del que estudió su agresividad. Décadas más tarde, en los años 90, se descubrió que hubo una epidemia de viruela entre los yanomamo en la época del trabajo de Chagnon, lo que despertó suspicacias. Aunque nunca hubo una acusación formal de que provocara la epidemia, no hizo nada para evitarla y tampoco lo ha desmentido, recuerda Alcantud. Además se da la circunstancia de que el trabajo fue finanaciado por la Agencia norteamericana de la Energía Atómica.
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