OPINIÓN
TRIBUNA
Jesús, misterio sin enigmas
ARMANDO SEGURA/CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA
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LA persona de Jesucristo, mueve el molino de la historia de modo creciente, como si el agua que lo impulsa viniera con fuerza más del futuro que del pasado. De hecho, las investigaciones científicas sobre la vida de Jesús, siempre están de moda. Especialmente en los últimos cincuenta años, gracias a dos descubrimientos: los yacimientos de Nag-Hamadi, cerca de El Cairo, y los de Qmram. Estos últimos han sido publicados íntegramente en unos cuarenta volúmenes, a partir del hebreo, del arameo y del griego. En estos meses se imprimieron los últimos.
Las investigaciones arqueológicas, sobre el Antiguo Israel, permiten un conocimiento cada vez mayor de contextos, costumbres y culturas. Es muy reciente la traducción castellana del libro de Ben-Tor sobre este tema. Se intensifican los trabajos en todo el territorio de Israel y Próximo Oriente y la documentación y testimonios obtenidos confirman en lo esencial, lo que la tradición cristiana y judía, ha transmitido siempre sobre Jesucristo, el hijo del carpintero, el hijo de María.
No existe actualmente ningún país del mundo, y existen cerca de doscientos estados independientes, donde ser cristiano o no serlo, tenga importancia pública. Científicos, políticos, hombres de empresa, y parlamentos se ven obligados a actuar a favor o en contra, pero nunca al margen del Cristianismo. Es evidente que, a este respecto, el llamado postcristianismo es cosa del pasado y la muerte de Dios se retrotrae al siglo XIX. Desde Tímor a Filipinas, desde Ceilán a Sudán, desde el Asia Central a Uganda, los cristianos son admirados o perseguidos: Nunca considerados en trance de extinción. Países tan secularizados como el Reino Unido o Noruega tienen ministros católicos practicantes.
Una prueba de ello, lo refleja el proceso de aprobación de la Constitución europea. Si los parlamentarios de Estrasburgo, hubieran tenido sentido común, no sólo histórico sino político, no se hubieran obstinado en negar la evidencia de las raíces cristianas de Europa. No tengo la menor duda de que si los cristianos europeos hubieran visto en la Constitución, un apoyo de los valores religiosos que alimentan su conciencia o su subconsciente y tradición, la Constitución, hubiera tenido un respaldo mucho mayor. Nuestro estilo de vida, en el que la creencia y la increencia, conviven sin problemas, se truca y rompe en la medida en que la increencia se constituye en fundamentalismo laicista. Fieles a la concepción de la libertad de conciencia de Spinoza, según la cual podemos pensar lo que queramos pero sólo la ley nos permite expresarlo, consideran de mala educación y falta de pudor, toda manifestación pública de la religión. En esas circunstancias, los millones de cristianos europeos carecen del impulso interior que les incline apoyar como suya, una Constitución que ha sido pensada a sus espaldas.
Sin religión, no hay argumentos frente al fundamentalismo puesto que una idea religiosa errónea, no se limita mediante campañas antirreligiosas sino mediante el reconocimiento del papel de la religión en la vida pública y el amparo y respeto para con las confesiones religiosas que no empleen la violencia como procedimiento. La ignorancia de la religión, deja al estado con las únicas armas de la coacción.
Volviendo al tema iniciado, se están reeditando, las obras de Danielou sobre el judeocristianismo, que impregnó Asia Menor y es uno de los sustratos del cristianismo ortodoxo. Se siguen publicando libros sobre Nag. Hamadi y Qmram, que a finales de los cuarenta, revolucionaron las investigaciones bíblicas y la historia del judaísmo y el cristianismo del siglo I. Se vuelven a analizar los restos arqueológicos y las circunstancias jurídicas, biológicas y sociológicas de la familia de Jesús. Las versiones de la Biblia, anteriores a la compilación realizada por los judíos en torno al año 100 de nuestra era, eran, junto con la versión griega de los Setenta, las vigentes, hasta ahora, tanto para judíos como para cristianos.
Al aparecer en abundancia, versiones anteriores de la Biblia, junto al Mar Muerto, las actuales quedan confirmadas y enriquecidas en sus raíces. En la misma época, se descubren en el Cairo, Evangelios no canónicos, con un cierto valor histórico como el Evangelio de Tomás.
Dos obras de investigadores españoles, recién aparecidas, nos ponen al día, sobre esta temática. La primera, aunque breve, proporciona los contenidos esenciales de la vida de Jesús, que la ciencia ha alcanzado apoyándose en fuentes cristianas y no cristianas, y en tres generaciones de exegetas. Lleva el título de Rabí Jesús de Nazaret, publicada por la BAC, pertenece al especialista en filología bíblica y Sagrada Escritura, el andaluz Francisco Varo, del equipo de traductores de la Biblia de Navarra.
La segunda, es un libro de referencia, más cercano a la erudición, pero de argumentación clara y rigurosa: Jesús. Una biografía, ha sido publicada por Ediciones Destino, siendo el autor, el profesor catalán Armand Puig, del equipo de la Compilación Bíblica de Cataluña. Es una obra de calibre que desmenuza las fuentes y la doctrina rigurosa sobre la vida de Jesús de Nazaret.
De Jesús sabemos más que de ningún otro personaje de la época, aunque el enigma, permanece por dos razones porque desde el punto de vista histórico, deseamos saber mucho más de Él que de ningún otro y porque su naturaleza divina, ofrece una carga de misterio que va más allá de los enigmas científicos. Los enigmas se resuelven, los misterios, se viven.
Sabemos que probablemente no fue a la escuela pero sabía leer. María se desposó a los doce años, y tuvo a Jesús en torno a los diez y seis. José murió relativamente pronto. Al iniciar Jesús la vida pública, María vivía con los hermanos de Jesús, hermanos legales pero no biológicos, sin descartar que fueran adoptivos, cosa frecuente en la época y en esa área geográfica.
Aunque con lagunas, conocemos el año del nacimiento, fecha con un error de cinco o seis años, por el famoso error de Dionisio el Exiguo. Conocemos la personalidad de Herodes el Grande, hombre de una crueldad documentada, de sus hijos, Arquelao y Antipas. Sabemos mucho más, de las comunidades esenias, que vivían junto al Jordán, próximas al espíritu de Juan el Bautista. Conocemos bien las diferencias entre saduceos, fariseos, zelotes, samaritanos, la marcha de la economía, la estructura de aquella sociedad, la vida en la Galilea multicultural, multirracial y multirreligiosa, las ideologías y los conflictos permanentes con el invasor romano.
Tantos datos sobre Jesús y su pueblo, no forman parte esencial del contenido de la fe cristiana, pero hacen cada vez más verosímil y plausible, lo que la tradición de la Iglesia, especialmente oriental y latina, así como la historia hebrea nos han legado.
Hay un testimonio que cita Puig que me ha llamado la atención y que aparece en un documento del año 73 de nuestra era. Es la carta de un filósofo estoico, llamado Mara bar Sarapion que escribe, desde la cautividad, a su hijo, en donde entre otras cosas le dice:
«De qué sirvió a los atenienses haber matado a Sócrates, crimen que pagaron con el hambre y la peste? ¿O de qué sirvió a los samios quemar vivo a Pitágoras, cuando todo su país quedó cubierto de arena en un instante? ¿O a los judíos dar muerte a su sabio rey, si de este modo se han visto despojados de su reino?» (Armand Puig Rabí Jesús de Nazaret, Madrid, BAC, 2005, p. 100).
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